El Cairo, EGIPTO (
http://press.vatican.va - 29 de abril de 2017).- Al final de la visita de cortesía a Su Santidad Papa Tawadros II, en
el Patriarcado Copto-Ortodoxo del Cairo, el Santo Padre FRANCISCO y
S.S. Tawadros II han firmado la declaración común, cuyo texto
reproducimos a continuación:
DECLARACIÓN COMÚN
SU SANTIDAD FRANCISCO
Y SU SANTIDAD TAWADROS II
1. Nosotros, Francisco, Obispo de Roma y Papa de la Iglesia Católica,
y Tawadros II, Papa de Alejandría y Patriarca de la Sede de San Marcos,
damos gracias a Dios en el Espíritu Santo porque nos ha concedido la
gozosa oportunidad de encontrarnos una vez más para intercambiar nuestro
abrazo fraternal y unirnos de nuevo en una misma oración. Damos gloria
al Todopoderoso por los vínculos de fraternidad y amistad que unen la
Sede de San Pedro y la Sede de San Marcos. El privilegio de estar juntos
aquí en Egipto es una señal de que nuestra relación es cada año más
sólida, y de que seguimos creciendo en cercanía, fe y amor en Cristo
nuestro Señor. Damos gracias a Dios por este amado Egipto, «patria que
vive dentro de nosotros», como solía decir Su Santidad el Papa Shenouda
III, «el pueblo bendecido por Dios» (cf.
Is 19,25), con su
antigua civilización faraónica, su herencia griega y romana, su
tradición copta y su presencia islámica. Egipto es el lugar donde la
Sagrada Familia encontró refugio, tierra de mártires y santos.
2. Nuestro profundo vínculo de amistad y fraternidad tiene su origen
en la plena comunión que existía entre nuestras Iglesias en los primeros
siglos y que se fue expresando de muchas maneras a través de los
primeros Concilios Ecuménicos, remontándose al Concilio de Nicea en el
año 325 y a la contribución del valeroso Padre de la Iglesia san
Atanasio, que se ganó el título de «Defensor de la Fe». Nuestra comunión
se manifestaba a través de la oración y de prácticas litúrgicas
similares, de la veneración de los mismos mártires y santos, y a través
del crecimiento y difusión del monaquismo, siguiendo el ejemplo del gran
san Antonio, conocido como el Padre de todos los monjes.
Esta experiencia común de comunión antes de la separación reviste un
significado especial para nuestros esfuerzos actuales, encaminados a
restaurar la plena comunión. La mayor parte de las relaciones que
existieron en los primeros siglos entre la Iglesia Católica y la Iglesia
Copta Ortodoxa han continuado hasta nuestros días, a pesar de las
divisiones, y han sido recientemente revitalizadas. Suponen un desafío
para que intensifiquemos nuestros esfuerzos comunes y perseveremos en la
búsqueda de la unidad visible en la diversidad, bajo la guía del
Espíritu Santo.
3. Recordamos con gratitud el histórico encuentro que tuvo lugar hace
cuarenta y cuatro años entre nuestros predecesores, el Papa Pablo VI y
el Papa Shenouda III, en un abrazo de paz y fraternidad, después de
muchos siglos, cuando nuestros mutuos vínculos de amor no fueron capaces
de expresarse a causa de la distancia que había surgido entre nosotros.
La Declaración Común que firmaron el 10 de mayo de 1973 representó un
hito en el camino del ecumenismo y sirvió como punto de partida para la
Comisión para el Diálogo Teológico entre nuestras Iglesias, que ha dado
muchos frutos y ha abierto el camino para un diálogo más amplio entre la
Iglesia Católica y la entera familia de las Iglesias Ortodoxas
Orientales. En esa Declaración, nuestras Iglesias reconocieron que, de
acuerdo con la tradición apostólica, profesan «una misma fe en un solo
Dios Uno y Trino» y «la divinidad del Unigénito Hijo Encarnado de
Dios... Dios perfecto con respecto a su divinidad, y perfecto hombre con
respecto a su humanidad». También se reconoció que «la vida divina nos
es dada y alimentada a través de los siete sacramentos» y que «veneramos
a la Virgen María, Madre de la Luz Verdadera», la «Theotokos».
4. Con profunda gratitud recordamos nuestro encuentro fraterno en
Roma, el 10 de mayo de 2013, y el establecimiento del 10 de mayo como el
día en el que cada año profundizamos la amistad y la fraternidad entre
nuestras Iglesias. Este renovado espíritu de cercanía nos ha permitido
discernir una vez más que el vínculo que nos mantiene unidos lo
recibimos de nuestro único Señor el día de nuestro Bautismo. Porque es a
través del Bautismo que nos convertimos en miembros del único Cuerpo de
Cristo que es la Iglesia (cf.
1Co 12,13). Esta herencia común es
la base de nuestra peregrinación hacia la plena comunión, a medida que
crecemos en el amor y la reconciliación.
5. Somos conscientes de que en esta peregrinación aún nos queda mucho
camino por recorrer, sin embargo, no podemos ignorar lo mucho que ya
hemos avanzado. Recordamos, en particular, el encuentro entre el Papa
Shenouda III y san Juan Pablo II que, durante el Gran Jubileo del año
2000, vino a Egipto como peregrino. Estamos decididos a seguir sus
pasos, movidos por el amor a Cristo, Buen Pastor, con la profunda
convicción de que caminando juntos crecemos en la unidad. Que sepamos
encontrar nuestra fuerza en Dios, fuente perfecta de comunión y amor.
6. Este amor encuentra su expresión más profunda en la oración común.
Cuando los cristianos oran juntos, se dan cuenta de que lo que los une
es mucho más de lo que los divide. Nuestro anhelo de unidad se inspira
en la oración de Cristo «
que todos sean uno» (
Jn 17,21).
Profundicemos nuestras raíces comunes en la única fe apostólica, rezando
juntos y buscando traducciones comunes de la Oración del Señor y
también una fecha común para la celebración de la Pascua.
7. Mientras caminamos hacia el día bendito en que finalmente podamos
reunirnos en torno a la misma mesa Eucarística, podemos cooperar en
muchas áreas y demostrar de manera tangible lo mucho que ya nos une.
Podemos dar juntos un testimonio de los valores fundamentales como la
santidad y la dignidad de la vida humana, la santidad del matrimonio y
de la familia, y el respeto por toda la creación, que Dios nos ha
confiado. Frente a muchos desafíos actuales como la secularización y la
globalización de la indiferencia, estamos llamados a ofrecer una
respuesta común cimentada en los valores del Evangelio y en los tesoros
de nuestras respectivas tradiciones. A este respecto, nos sentimos
animados a profundizar en el estudio de los Padres Orientales y Latinos,
y a promover un fecundo intercambio en la vida pastoral, principalmente
en la catequesis y en el mutuo enriquecimiento espiritual entre
comunidades monásticas y religiosas.
8. Nuestro testimonio cristiano compartido es una señal, llena de
gracia, de reconciliación y esperanza para la sociedad egipcia y sus
instituciones, una semilla plantada para que produzca frutos de justicia
y de paz. Puesto que creemos que todos los seres humanos son creados a
imagen de Dios, nos afanamos para que la tranquilidad y la concordia
sean una realidad de la coexistencia pacífica entre cristianos y
musulmanes, dando así testimonio de lo mucho que Dios desea la unidad y
armonía de toda la familia humana y la igual dignidad de todo ser
humano. Compartimos también la misma preocupación por el bienestar y el
futuro de Egipto. Todos los miembros de la sociedad tienen el derecho y
el deber de participar plenamente en la vida de la nación, pudiendo
disfrutar de una ciudadanía plena y equitativa, y colaborar en la
construcción de su país. La libertad religiosa, incluida la libertad de
conciencia, arraigada en la dignidad de la persona, es la piedra angular
de todas las demás libertades. Es un derecho sagrado e inalienable.
9. Intensifiquemos nuestra incesante oración por todos los cristianos
de Egipto y de todo el mundo y, especialmente, por los de Oriente
Medio. Las trágicas experiencias y la sangre derramada por nuestros
fieles, que han sido perseguidos y asesinados por la única razón de ser
cristianos, nos recuerdan aún más que el ecumenismo del martirio es el
que nos une y nos anima en el camino hacia la paz y la reconciliación.
Porque como escribe san Pablo: «Si un miembro sufre, todos sufren con
él» (
1Co 12, 26).
10. El misterio de Jesús, que murió y resucitó por amor, está en el
corazón de nuestro camino hacia la plena unidad. Una vez más, los
mártires son quienes nos guían. En la Iglesia primitiva, la sangre de
los mártires fue semilla de nuevos cristianos. Así también en nuestros
días, la sangre de tantos mártires será semilla de unidad entre todos
los discípulos de Cristo, signo e instrumento de comunión y paz para el
mundo.
11. En obediencia a la acción del Espíritu Santo que santifica a la
Iglesia, la custodia a lo largo de los siglos y la conduce hacia la
unidad plena, aquella unidad por la que oró Jesucristo:
Hoy, nosotros, Papa Francisco y Papa Tawadros II, para complacer al
corazón del Señor Jesús, así como también al de nuestros hijos e hijas
en la fe, declaramos mutuamente que, con una misma mente y un mismo
corazón, procuraremos sinceramente no repetir el bautismo a ninguna
persona que haya sido bautizada en algunas de nuestras Iglesias y quiera
unirse a la otra. Esto lo confesamos en obediencia a las Sagradas
Escrituras y a la fe de los tres Concilios Ecuménicos reunidos en Nicea,
Constantinopla y Éfeso.
Pedimos a Dios nuestro Padre que nos guíe, con los tiempos y los
medios que el Espíritu Santo elija, a la plena unidad en el Cuerpo
místico de Cristo.
12. Sigamos pues las enseñanzas y el ejemplo del apóstol Pablo, que
escribe: «[Esforzaos] en mantener la unidad del Espíritu con el vínculo
de la paz. Un solo cuerpo y un solo Espíritu, como una sola es la
esperanza de la vocación a la que habéis sido convocados. Un Señor, una
fe, un bautismo. Un Dios, Padre de todos, que está sobre todos, actúa
por medio de todos y está en todos» (
Ef 4, 3-6).
El Cairo, 28 de abril de 2017