sábado, 31 de enero de 2015

Papa FRANCISCO ratifica a los Prelados que participarán en la XIV Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos

CIUDAD DEL VATICANO ( - Enero 31 de 2015). El Papa FRANCISCO, para la XIV Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos, que tendrá lugar en el Vaticano del 4 al 25 de octubre de 2015 sobre el tema "La vocación y la misión de la familia en la Iglesia y en el mundo contemporáneo", ha ratificado la elección de parte de las respectivas Conferencias Episcopales de los siguientes Prelados:


Á F R I C A

BURUNDI

Miembro:Mons. Gervais BASHIMIYUBUSA, Obispo de Ngozi, Presidente de la  Conferencia Episcopal.
Sustituto: 
Mons. Joachim NTAHONDEREYE, Obispo de Muyinga.

ETIOPÍA y ERITREA

Miembro:
Mons. Tsegaye Keneni DERERA, Vicario Apostólico de Soddo, 
Obispo titular de Massimiana di Bizacena.
Sustituto: 
Mons. Markos GEBREMEDHIN, C.M., 
Obispo titular de Gummi di Proconsolare, Vicario Apostólico de Jimma-Bonga (Etiopia).

GHANA

Miembro:
Mons. Gabriel Charles PALMER-BUCKLE, Arzobispo de Accra.
Sustituto: 
Mons. Anthony Kwami ADANUTY, 
Obispo de Keta-Akatsi.

KENYA 

Miembro:
Card. John NJUE, 
Arzobispo de Nairobi, Presidente de la Conferencia Episcopal.
Mons. James Maria WAINAINA KUNGU, Obispo de Muranga.
Sustituto: 
Mons. Emanuel BARBARA, O.F.M. Cap., 
Obispo de Malindi.

MADAGASCAR

Miembro:
Mons. Désiré TSARAHAZANA, 
Obispo de Toamasina, Presidente de la Conferencia Episcopal.
Sustituto:
Mons. Jean de Dieu RAOELISON, 
Obispo titulare de Corniculana, Auxiliar de Antananarivo.

RWANDA

Miembro:
Mons. Antoine KAMBANDA, 
Obispo de Kibungo.
Sustituto:
Mons. Smaragde MBONYINTEGE, 
Obispo de Kabgayi, Presidente de la Conferencia Episcopal.


A M É R I C A


ARGENTINA

Miembros:
Mons. Pedro María LAXAGUE, 
Obispo titulare de Castra severiana y Auxiliare de Bahía Blanca.
Mons. José María ARANCEDO, 
Arzobispo de Santa Fe de la Vera Cruz, Presidente de la Conferencia Episcopal.
Card. Mario Aurelio POLI, 
Arzobispo de Buenos Aires.
Sustitutos:
Mons. Andrés STANOVNIK, O.F.M. Cap., 
Arzobispo de Corrientes.
Mons. Héctor Rubén AGUER, 
Arzobispo de La Plata.

CHILE

MIembros:
Mons. Bernardo Miguel BASTRES FLORENCE, S.D.B., 
Obispo de Punta Arenas.
Card. Ricardo EZZATI ANDRELLO, S.D.B., 
Arzobispo de Santiago de Chile, Presidente de la Conferencia Episcopal.
Sustituto
:
Mons. Cristián CONTRERAS VILLARROEL, 
Obispo de Melipilla, Secretario General de la Conferencia Episcopal.

 CUBA

Miembro:
Mons. Juan de la Caridad GARCÍA RODRÍGUEZ, 
Arzobispo de Camagüey.
Sustituto:
Mons. Marcelo Arturo GONZÁLEZ AMADOR, 
Obispo de Santa Clara.

ECUADOR

Membros:
Mons. Antonio ARREGUI YARZA, 
Arzobispo de Guayaquil.
Mons. Luis Gerardo CABRERA HERRERA, O.F.M., 
Arzobispo de Cuenca.
Sustitutos:
Mons. Julio PARRILLA DÍAZ, 
Obispo de Riobamba.
Mons. Marcos Aurelio PÉREZ CAICEDO, 
Obispo de Babahoyo, Vice Presidente de la Conferencia Episcopal.

HONDURAS

Miembro:
Mons. Luis SOLÉ FA, C.M., 
Obispo de Trujillo.
Sustituto:
Mons. Ángel GARACHANA PÉREZ, C.M.F., 
Obispo de San Pedro Sula.

MÉXICO

Miembros:
Mons. Rodrigo AGUILAR MARTÍNEZ, 
Obispo de Tehuacán.
Card. Norberto RIVERA CARRERA,
Obispo de México.
Mons. Francisco Javier CHAVOLLA RAMOS, 
Obispo de Toluca.
Card. Francisco ROBLES ORTEGA, 
Obispo de Guadalajara, Presidente de la Conferencia Episcopal.
Sustitutos:
Mons. Alfonso Gerardo MIRANDA GUARDIOLA, 
Obispo titulare de Idrica, Auxiliar de Monterrey.
Mons. José Francisco GONZÁLEZ GONZÁLEZ, 
Obispo de Campeche.

ESTADOS UNIDOS DE AMÉRICA

Miembros:
Mons. Joseph Edward KURTZ, Arzo
bispo de Louisville, Presidente de la Conferencia Episcopal.
Mons. Charles Joseph CHAPUT, O.F.M. Cap., 
Arzobispo de Philadelphia.
Card. Daniel N. DI NARDO, 
Arzobispo de Galveston-Houston, Vice Presidente de la Conferencia Episcopal.
Mons. José Horacio GÓMEZ, 
Arzobispo de Los Angeles.
Sustitutos:
Mons. Blase J. CUPICH, 
Obispo de Spokane.
Mons. Salvatore Joseph CORDILEONE, Arzobispo de San Francisco.

URUGUAY

Miembro:
Mons. Jaime Rafael FUENTES MARTÍN, 
Obispo de Minas.
Sustituto:
Mons. Rodolfo Pedro WIRZ KRAEMER, 
Obispo de Maldonado-Punta del Este, Presidente de la Conferencia Episcopal.


                                             A S I A


PAKISTAN

Miembro:
Mons. Joseph ARSHAD, 
Obispo de Faisalabad.
Sustituto:
Mons. Sebastian Francis SHAW, 
Arzobispo de Lahore.

VIETNAM

Miembros:
Mons. Paul BÙI VĂN ĐOC, 
Arzobispo deThành-Phô Hô Chí Minh, Hôchiminh Ville, Presidente de la Conferencia Episcopal.Mons. Joseph ĐINH ĐÚC ĐAO, Obispo titular de Gadiaufala, Auxiliar de Xuân Lôc.
Sustituto:
Mons. Pierre NGUYÊN VĂN KHAM, 
Obispo de My Tho.



E U R O P A


ALBANIA

Miembro:
Mons. George FRENDO, O.P., 
Obispo titular de Butrinto, Auxiliar dw Tiranë-Durrës.
Sustituto

Mons. Ottavio VITALE, R.C.I., Obispo de Lezhë, Lesh.

AUSTRIA

Miembro:
Mons. Benno ELBS, 
Obispo de Feldkirch.
Sustituto:
Mons. Kalus KÜNG, 
Obispo de Sankt Pölten.

BOSNIA ed ERZEGOVINA

Miembro:
Mons. Tomo VUKŠIĆ, Ordinario Militar de Bosnia ed Erzegovina.
Sustituto:
Mons. Marko SEMREN, O.F.M.,
Obispo titular de Abaradira, Auxiliar de Banja Luka.

FRANCIA

Miembros:
Mons. Georges PONTIER, 
Arzobispo de Marseille, Presidente de la Conferencia Episcopal.
Card. André VINGT-TROIS, 
Arzobispo de París.
Mons. Jean-Luc BRUNIN, 
Obispo de Le Havre.
Mons. Jean-Paul JAMES, 
Obispo de Nantes.
Sustitutos:
Mons. Olivier DE GERMAY,
Obispo de Ajaccio.
Mons. Bruno FEILLET, 
Obispo  titular de Gaudiaba, Auxiliar dw Reims.

GRAN BRETAÑA (INGLATERRA Y GALES)

Miembros:
Card. Vincent Gerard NICHOLS, 
Arzobispo de Westminster, Presidente de la Conferencia Episcopal.Mons. Peter John Haworth DOYLE, Obispo de Northampton.
Sustituto:
Mons. Philip Anthony EGAN, 
Obispo de Portsmouth.

GRECIA

Miembro:
Mons. Fragkiskos PAPAMANOLIS, O.F.M. Cap., 
Obispo Emérito de Syros, Presidente de la Conferencia Episcopal.
Sustituto:
Mons. Nikolaos FOSKOLOS, 
Arzobispo Emérito de Athēnai.

IRLANDA

Miembros:
Mons. Diarmuid MARTIN, 
Arzobispo de Dublín.Mons. Eamon MARTIN, Arzobispo de Armagh, Presidente de la Conferencia Episcopal.
Sustituto:
Mons. Kieran O'REILLY, S.M.A., Arzobispo de Cashel.

LITUANIA

Miembro:
Card. Audrys Jouzas BAČKIS, 
Arzobispo Emérito de Vilnius.
Sustituto:
Mons. Rimantas NORVILA, 
Obispo de Vilkaviškis.

PAÍSES BAJOS

Miembro:
Card. Willem Jacobus EIJK, 
Arzobispo de Utrecht.
Sustituto:
Mons. Johannes Wilhelmus Maria LIESEN, 
Obispo de Breda.

ESPAÑA

Miembros:
Card. Ricardo BLÁZQUEZ PÉREZ, 
Arzobispo de Valladolid, Presidente de la Conferencia Episcopal.
Mons. Mario ICETA GAVICAGOGEASCOA, 
Obispo de Bilbao.
Mons. Carlos OSORO SIERRA, 
Arzobispo de Madrid.
Sustituto:
Mons. Juan Antonio REIG PLÁ, 
Obispo de Alcalá de Henares.


O C E A N Í A


AUSTRALIA

Miembros:
Mons. Daniel Eugene HURLEY, 
Obispo de Darwin.
Mons. Mark Benedict COLERIDGE, 
Arzobispo de Brisbane.
Sustituto:
Mons. Philip Edward WILSON, 
Arzobispo de Adelaide.

NUEVA ZELANDA

Miembro:
Mons. Charles Edward DRENNAN, 
Obispo de Palmerston North.
Sustituto:
Card. John Atcherley DEW, Arzobispo de Wellington, Presidente de la Conferencia Episcopal.

Telegrama Papal al recién electo Presidente de la República Italiana, Don Sergio Mattarella

CIUDAD DEL VATICANO ( - Enero 31 de 2015). Texto del telegrama que el Santo Padre FRANCISCO ha enviado al recién electo Presidente de la República Italiana, Don Sergio Mattarella:




A SU EXCELENCIA
DON SERGIO MATTARELLA
PRESIDENTE ELECTO DE LA REPÚBLICA ITALIANA
PALAZZO DEL QUIRINALE
00187 ROMA


ME ES GRATO EXPRESARLE MIS BUENOS DESEOS POR SU ELECCIÓN A LA SUPREMA MAGISTRATURA DEL ESTADO ITALIANO Y, MIENTRAS ESPERO QUE EN ELLA PUEDA EJERCITAR SU ALTA TAREA ESPECIALMENTE AL SERVICIO DE LA UNIDAD Y DE LA CONCORDIA DEL PAÍS, INVOCO SOBRE SU PERSONA LA CONSTANTE ASISTENCIA DIVINA PARA UNA ILUMINADA ACCIÓN DE PROMOCIÓN DEL BIEN COMÚN EN EL DESPERTAR DE LOS AUTÉNTICOS VALORES HUMANOS Y ESPIRITUALES DEL PUEBLO ITALIANO. CON ESTOS VOTOS ENVÍO A USTED Y A LA ENTERA NACIÓN LA BENDICIÓN APOSTÓLICA.


FRANCISCUS PP.

Audiencias y Nombramientos del Santo Padre (Sábado 31 de enero)

CIUDAD DEL VATICANO ( - Enero 31 de 2015).  Este sábado por la mañana el Santo Padre FRANCISCO ha recibido en Audiencias Separadas a:

* Cardenal Marc Ouellet, P.S.S., Prefecto de la Congregación para los Obispos;


* Cardenal Willem Jacobus Eijk, Arzobispo de Utrecht (Países Bajos);

* Monseñor Yaser Rasmi Hanna Al-Ayyash, Arzobispo de Petra y Filadelfia de los Greco-Melkitas (Jordania).

* Padre Abad Wolf D. Nokter, Abad Primado de los Benedictinos Confederados;

* Dirigentes de la Confederación Nacional Coldiretti (Italia) - (12.15 horas, Sala Clementina del Palacio apostólico Vaticano).


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Así mismo en otros Actos Pontificios hoy e Papa ha nombrado:

* Obispo de la diócesis de Karaganda en Kazakhistán a Monseñor Adelio Dell’Oro, transfiriéndolo de la sede titular de Castulo y conservándole, donec alitur provideatur, el encargo de Administrador Apostólico de Atyrau.

El Obispo electo nació el 31 de julio de 1948 en Milán (Italia).

Fue ordenado Sacerdote el 28 de junio de 1972.

De 1972 a 1983 fue Vicario Parroquial de la parroquia de Santa Andrea en Milán. De 1983 a 1997, Vicario Parroquial de la parroquia de Santa Maria Assunta en Buccinasco. De 1974 a 1997 enseñó la Religión Católica en algunas escuelas de educación media y en institutos técnicos en la Arquidiócesis. De 1978 a 1981 tomó cursos de formación para los Operadores de Pastoral litúrgica en el Instituto Regional Lombardo de Pastoral. En 1997 fue enviado como sacerdote Fidei donum a Kazakhistán. De 1997 a 2007 fue Director espiritual del Seminario interdiocesano de Karaganda y Director de Caritas Kazakhistán. De 2007 a 2009 desempeñó el ministerio de Párroco en Vishniovka-Arshaly, Arquidiócesis de María Santísima en Astana, y al mismo tiempo preswtó servicio de colaborador local en la Nunciatura Apostólica de Astana y enseñó Teología pastoral en el Seminario Mayor de Karaganda.

De regreso a Italia, de 2010 al 2012 fue Pro-Rector del Colegio Guastalla de Monza, Asistente de la Fraternidad de Comunión y Liberación para la Arquidiócesis de Milán. El 7 de diciembre de 2012 fue nombrado Adminstrador Apostólico de Atyrau y elevado al mismo tiempo a la sede titular Obispal de Castulo. El 2 de marzo de 2013 recibió la ordenación episcopal.


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* Obispo Auxiliar de London en Canadá al Reverendo Padre Józef A. Dąbrowski, C.S.M.A., Superior de la Vice-Provincia para Norteamérica de la Congregación de San Miguel Arcángel y Párroco de St Mary, London (Ontario), asignándole la sede titular obispal de Case de Numidia.

El Obispo electo nacií el 17 de julio de 1964 en Wysoka Strzyżowska, Polonia.

Fue ordenado Sacerdote el 4 de mayo de 1991 en Viterbo, Italia.

Ha sido siempre en la diócesis de London: Párroco-adjunto de Our Lady of Częstochowa, London (1992-1993); Párroco-adjunto de St. Michael y Capellán de la Cardinal Carter High School de Leamington (1993-1996); Párroco-adjunto de la Parroquia St. Pius X y Capellán de la St. Thomas Aquinas High School de London (1996-1997). Después de un año como  Párroco-adjunto, en 1998 es Párroco de St. Mary (London) y Capellán de la Catholic High School de London. De 2002 a 2003 es Director Espiritual adjiunto del Seminario diocesano St. Peter de London, y de 2004 a 2006 Miembro del Consejo presbiteriale diocesano.

El 19 de junio de 2013 es nombrado primer Superior de la neonata Vice-Provincia de los Micaeliti "St. Kateri Tekakwitha", para Norteamérica.


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* Consultor de la Congregación para la Doctrina de la Fe al Reverendo Pietro Bovati, S.I., Secretario de la Pontificia Comisión Bíblica.

FRANCISCO: Discursos de enero (24, 23, 22,12 y 10)

DISCURSOS DEL SANTO PADRE FRANCISCO
ENERO 2015



A LOS PARTICIPANTES EN EL CONGRESO INTERNACIONAL
ORGANIZADO POR LA FACULTAD DE DERECHO CANÓNICO
DE LA PONTIFICIA UNIVERSIDAD GREGORIANA


Palacio Apostólico Vaticano
Sala Clementina
Sábado 24 de enero de 2015

Queridos hermanos:


Dirijo mi cordial saludo a todos vosotros que participáis en el congreso internacional en el décimo aniversario de la publicación de la instrucción Dignitas connubii, para tratar las causas de nulidad matrimonial en los tribunales diocesanos e interdiocesanos. Saludo a los padres de la facultad de derecho canónico de la Pontificia Universidad Gregoriana, que organizó el congreso, con el patrocinio del Consejo pontificio para los textos legislativos y de la Consociatio internationalis studio iuris canonici promovendo. Saludo a todos vosotros que provenís de las Iglesias locales de diversas partes del mundo y que habéis participado activamente comunicando también las experiencias de vuestros tribunales locales. Vuestra presencia numerosa y cualificada es de gran consuelo: me parece una respuesta generosa a las solicitudes que todo auténtico ministro de los tribunales de la Iglesia siente por el bien de las almas.


La amplia participación en este encuentro indica la importancia de la instrucción Dignitas connubii, que no está destinada a los especialistas del derecho, sino a los agentes de los tribunales locales: es, en efecto, un modesto pero útil vademecum que toma realmente de la mano a los ministros de los tribunales con el fin de desarrollar un proceso que sea al mismo tiempo seguro y veloz. Un desarrollo seguro porque indica y explica con claridad la meta del proceso mismo, o sea la certeza moral: ella requiere que quede totalmente excluida cualquier prudente duda positiva de error, aunque no está excluida la mera posibilidad de lo contrario (cf. Dignitas connubii, art. 247 § 2). Un desarrollo veloz porque —como enseña la experiencia común— camina más rápidamente quien conoce bien el camino que hay que recorrer. El conocimiento y diría la familiaridad con esta instrucción podrá también en el futuro ayudar a los ministros de los tribunales a abreviar el itinerario procesal, percibido por los cónyuges a menudo como largo y fatigoso. Hasta ahora no han sido explorados todos los recursos que esta instrucción pone a disposición para un proceso veloz, carente de todo formalismo fin en sí mismo; tampoco se pueden excluir en el futuro ulteriores intervenciones legislativas destinadas al mismo objetivo.


Entre las preocupaciones que la instrucción Dignitas connubii manifiesta, tuve ya ocasión de recordar la de la contribución propia y original del defensor del vínculo en el proceso matrimonial (cf. Alocución a la plenaria del Tribunal supremo de la Signatura apostólica, 8 de noviembre de 2013: L’Osservatore Romano, edición en lengua española, 15 de noviembre de 2013, p. 5). Su presencia y el cumplimiento fiel de su tarea no condiciona al juez, sino que consiente y favorece la imparcialidad de su juicio, al plantearle las cuestiones a favor y contrarias a la declaración de nulidad del matrimonio.


Encomiendo a María santísima, Sedes Sapientiae, el proseguimiento de vuestro estudio y de vuestra reflexión sobre lo que el Señor quiere hoy para el bien de las almas, que ha adquirido con su sangre. Sobre vosotros y sobre vuestro compromiso cotidiano invoco la luz del Espíritu Santo e imparto a todos la bendición y, por favor, os pido que recéis por mí.



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INAUGURACIÓN DEL AÑO JUDICIAL
DEL TRIBUNAL DE LA ROTA ROMANA


Palacio Apostólico Vaticano
Sala Clementina
Viernes 23 de enero de 2015


Queridos jueces, oficiales, abogados
y colaboradores del Tribunal apostólico de la Rota romana:


Os saludo cordialmente, comenzando por el Colegio de prelados auditores, con su decano, monseñor Pio Vito Pinto, a quien agradezco las palabras con las que ha introducido nuestro encuentro. A todos os expreso mis mejores deseos para el Año judicial que inauguramos hoy.


En esta ocasión, quiero reflexionar sobre el contexto humano y cultural en el que se forma la intención matrimonial.


Está claro que la crisis de valores en la sociedad no es un fenómeno reciente. El beato Pablo VI, hace ya cuarenta años, dirigiéndose precisamente a la Rota romana, condenaba las enfermedades del hombre moderno, «a veces vulnerado por un relativismo sistemático que lo induce a las elecciones más fáciles de la situación, de la demagogia, de la moda, de la pasión, del hedonismo, del egoísmo, de manera que, exteriormente, intenta impugnar la “autoridad de la ley”, e interiormente, casi sin percatarse, sustituye el imperio de la conciencia moral con el capricho de la conciencia psicológica» (Discurso, 31 de enero de 1974: AAS 66 [1974], p. 87). En efecto, el abandono de una perspectiva de fe desemboca inexorablemente en un falso conocimiento del matrimonio, que no deja de tener consecuencias para la maduración de la voluntad nupcial.


Ciertamente, el Señor, en su bondad, concede que la Iglesia se alegre por las numerosas familias que, sostenidas y alimentadas por una fe sincera, realizan, con el esfuerzo y la alegría de cada día, los bienes del matrimonio, aceptados con sinceridad en el momento del matrimonio y vividos con fidelidad y tenacidad. Pero la Iglesia conoce también el sufrimiento de muchos núcleos familiares que se disgregan, dejando detrás de sí los escombros de relaciones afectivas, proyectos y expectativas comunes. El juez está llamado a realizar su análisis judicial cuando existe la duda de la validez del matrimonio, para establecer si hay un vicio de origen en el consentimiento, sea directamente por defecto de intención válida, sea por déficit grave en la comprensión del matrimonio mismo, de tal modo que determine la voluntad (cf. canon 1099). En efecto, la crisis del matrimonio es a menudo, en su raíz, crisis de conocimiento iluminado por la fe, es decir, por la adhesión a Dios y a su designio de amor realizado en Jesucristo.


La experiencia pastoral nos enseña que hoy existe un gran número de fieles en situación irregular, en cuya historia ha tenido una fuerte influencia la generalizada mentalidad mundana. En efecto, existe una especie de mundanidad espiritual, «que se esconde detrás de apariencias de religiosidad e incluso de amor a la Iglesia» (Exhortación apostólica Evangelii gaudium, 93), y que lleva a perseguir, en lugar de la gloria del Señor, el bienestar personal. Uno de los frutos de dicha actitud es «una fe encerrada en el subjetivismo, donde sólo interesa una determinada experiencia o una serie de razonamientos y conocimientos que supuestamente reconfortan e iluminan, pero en definitiva el sujeto queda clausurado en la inmanencia de su propia razón o de sus sentimientos» (ibídem, n. 94). Es evidente que, para quien sigue esta actitud, la fe carece de su valor orientativo y normativo, dejando el campo libre a las componendas con el propio egoísmo y con las presiones de la mentalidad actual, que ha llegado a ser dominante a través de los medios de comunicación.


Por eso el juez, al ponderar la validez del consentimiento expresado, debe tener en cuenta el contexto de valores y de fe —o de su carencia o ausencia— en el que se ha formado la intención matrimonial. De hecho, el desconocimiento de los contenidos de la fe podría llevar a lo que el Código define error que determina a la voluntad (cf. canon 1099). Esta eventualidad ya no debe considerarse excepcional, como en el pasado, justamente por el frecuente predominio del pensamiento mundano sobre el magisterio de la Iglesia. Semejante error no sólo amenaza la estabilidad del matrimonio, su exclusividad y fecundidad, sino también la orientación del matrimonio al bien del otro, el amor conyugal como «principio vital» del consentimiento, la entrega recíproca para constituir el consorcio de toda la vida. «El matrimonio tiende a ser visto como una mera forma de gratificación afectiva que puede constituirse de cualquier manera y modificarse de acuerdo con la sensibilidad de cada uno» (Exhortación apostólica Evangelii gaudium, 66), impulsando a los contrayentes a la reserva mental sobre la duración misma de la unión, o su exclusividad, que decaería cuando la persona amada ya no realizara sus expectativas de bienestar afectivo.


Por lo tanto, quiero exhortaros a un mayor y apasionado compromiso en vuestro ministerio, como garantía de unidad de la jurisprudencia en la Iglesia. ¡Cuánto trabajo pastoral por el bien de tantas parejas y de tantos hijos, a menudo víctimas de estas situaciones! También aquí se necesita una conversión pastoral de las estructuras eclesiásticas (cf. ibídem, n. 27), para ofrecer elopus iustitiae a cuantos se dirigen a la Iglesia para aclarar su propia situación matrimonial.


Vuestra difícil misión, como la de todos los jueces en las diócesis, es esta: no encerrar la salvación de las personas dentro de las estrecheces de la juridicidad. La función del derecho se orienta a la salus animarum, a condición de que, evitando sofismas lejanos de la carne viva de las personas en dificultad, ayude a establecer la verdad en el momento del consentimiento, es decir, si fue fiel a Cristo o a la mentirosa mentalidad mundana. Al respecto, el beato Pablo VI afirmó: «Si la Iglesia es un designio divino —Ecclesia de Trinitate—, sus instituciones, aun siendo perfectibles, deben constituirse con el propósito de comunicar la gracia divina y favorecer, según los dones y la misión de cada una, el bien de los fieles, finalidad esencial de la Iglesia. Dicha finalidad social, la salvación de las almas, la salus animarum, sigue siendo la finalidad suprema de las instituciones, del derecho, de las leyes» (Discurso a los participantes en el II Congreso internacional de derecho canónico, 17 de septiembre de 1973: Communicationes 5 [1973], p. 126).


Es útil recordar cuanto prescribe la instrucción Dignitas connubii en el número 113, en conformidad con el canon 1490 del Código de derecho canónico, sobre la presencia necesaria de personas competentes en cada tribunal eclesiástico para dar consejo solícito sobre la posibilidad de introducir una causa de nulidad matrimonial; al mismo tiempo, también se requiere la presencia de patronos estables, retribuidos por el mismo tribunal, que ejerzan la función de abogados. Al desear que en cada tribunal estén presentes estas figuras para favorecer un acceso real de todos los fieles a la justicia de la Iglesia, me agrada destacar que un importante número de causas en la Rota romana tienen patrocinio gratuito en favor de partes que, por las condiciones económicas difíciles en las que se encuentran, no pueden procurarse un abogado. Este es un punto que quiero poner de relieve: los sacramentos son gratuitos. Los sacramentos nos dan la gracia. Y un proceso matrimonial tiene que ver con el sacramento del matrimonio. ¡Cómo quisiera que todos los procesos fueran gratuitos!


Queridos hermanos, os renuevo a cada uno mi agradecimiento por el bien que hacéis al pueblo de Dios sirviendo a la justicia. Invoco la ayuda divina sobre vuestro trabajo, y de corazón os imparto la bendición apostólica.


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A LOS FUNCIONARIOS, AGENTES Y PERSONAL
DE LA  COMISARÍA DE SEGURIDAD PÚBLICA JUNTO AL VATICANO


Palacio Apostólico Vaticano
Sala Clementina
Jueves 22 de enero de 2015


Señor jefe de Policía,
señor prefecto,
señor cuestor,
queridos funcionarios y agentes:


Me complace acogeros con ocasión del intercambio de felicitaciones por el año nuevo, que marca el 70º aniversario de vuestra actividad. Este tradicional encuentro me ofrece la oportunidad de dirigiros un saludo personal y de expresaros mi agradecido reconocimiento por el trabajo que diariamente lleváis a cabo con profesionalidad y entrega.


Mi saludo y mis felicitaciones se dirigen ante todo a la doctora Maria Rosaria Maiorino, a quien agradezco las corteses expresiones que me dirigió en nombre de todos. Saludo cordialmente a los miembros de la Comisaría de seguridad pública junto al Vaticano, así como a los demás dirigentes y funcionarios de la Policía de Estado y a los capellanes dirigidos por el coordinador nacional. Aseguro un recuerdo especial en la oración por vuestro colega Alessandro, recientemente fallecido, y abrazo con afecto a la esposa y al hijo aquí presentes.


Hemos iniciado hace poco un nuevo año, y muchas son nuestras expectativas y esperanzas. En el horizonte vemos también sombras y peligros que preocupan a la humanidad. Como cristianos estamos llamados a no desanimarnos y a no desalentarnos. Nuestra esperanza se apoya sobre una roca inquebrantable: el amor de Dios, revelado y entregado en Cristo Jesús, nuestro Señor. Recordemos las palabras consoladoras del apóstol Pablo: «¿Quién nos separará del amor de Cristo?, ¿la tribulación?, ¿la angustia?, ¿la persecución?, ¿el hambre?, ¿la desnudez?, ¿el peligro?, ¿la espada?... Pero en todo esto vencemos de sobra gracias a aquel que nos ha amado» (Rm 8, 35.37).


Queridos funcionarios y agentes, a la luz de esta firme esperanza, vuestro trabajo adquiere un significado diverso, que se remite a los valores humanos y cristianos. Vosotros, en efecto, tenéis la tarea de custodiar y vigilar lugares que tienen una grandísima importancia para la fe y la vida de millones de peregrinos. Muchas personas que llegan para visitar el corazón de la Roma cristiana a menudo se dirigen a vosotros. Que cada uno pueda sentirse ayudado y protegido por vuestra presencia y vuestra atención. Sí, queridos hermanos y hermanas, todos estamos llamados a ser custodios de nuestro prójimo. El Señor nos pedirá cuentas de la responsabilidad confiada a nosotros, del bien o del mal que hayamos realizado a nuestro prójimo.


Invocamos la maternal protección de la Virgen Madre al inicio de este nuevo año, le confiamos toda preocupación y esperanza, para que en todas las circunstancias de la vida podamos amar, gozar y vivir en la fe del Hijo de Dios, que se hizo hombre por nosotros.
Os pido, por favor, que recéis por mí y de corazón os bendigo. Gracias.


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A LOS MIEMBROS DEL CUERPO DIPLOMÁTICO ACREDITADO ANTE LA SANTA SEDE


Palacio Apostólico Vaticano
Sala Regia
Lunes 12 de enero de 2015


Excelencias, señoras y señores:


Les agradezco su presencia en este tradicional encuentro que, al comenzar el año, me da la oportunidad de dirigirles a ustedes, a sus familias y a los pueblos que representan un cordial saludo y los mejores deseos. Particularmente, agradezco al Decano, el Excelentísimo Sr. Jean Claude Michel, las amables palabras que me ha dirigido en nombre de todos, y a cada uno de ustedes el empeño constante y los esfuerzos por favorecer e incrementar, en espíritu de colaboración recíproca, las relaciones de los países y las organizaciones internacionales que representan con la Santa Sede. En este último año, se han seguido consolidando, ya sea mediante el aumento del número de Embajadores residentes en Roma, o mediante la firma de nuevos Acuerdos bilaterales de carácter general, como el rubricado en enero con Camerún, y de interés específico, como los firmados con Malta y Serbia.


Me gustaría hacer resonar hoy con fuerza una palabra que a nosotros nos gusta mucho: paz. La anuncian los ángeles en la noche de la Navidad (cf. Lc 2,14) como don precioso de Dios y, al mismo tiempo, como responsabilidad personal y social que reclama nuestra solicitud y diligencia. Pero, junto a la paz, la Navidad nos habla también de otra dramática realidad: el rechazo. En algunas representaciones iconográficas, tanto de Occidente como de Oriente –pienso, por ejemplo, en el espléndido icono de la Natividad de Andréi Rubliov–, el Niño Jesús no aparece recostado en una cuna sino en un sepulcro. Esta imagen, que pretende unir las dos fiestas cristianas principales –la Navidad y la Pascua–, indica que, junto a la acogida gozosa del recién nacido, está también todo el drama que sufre Jesús, despreciado y rechazado hasta la muerte en Cruz.


Los mismos relatos de Navidad nos permiten ver el corazón endurecido de la humanidad, a la que le cuesta acoger al Niño. Desde el primer momento es rechazado, dejado fuera, al frío, obligado a nacer en un establo porque no había sitio en la posada (cf. Lc2,7). Y, si así ha sido tratado el Hijo de Dios, ¡cuánto más lo son tantos hermanos y hermanas nuestros! Hay un tipo de rechazo que nos afecta a todos, que nos lleva a no ver al prójimo como a un hermano al que acoger, sino a dejarlo fuera de nuestro horizonte personal de vida, a transformarlo más bien en un adversario, en un súbdito al que dominar. Esa es la mentalidad que genera la cultura del descarte que no respeta nada ni a nadie: desde los animales a los seres humanos, e incluso al mismo Dios. De ahí nace la humanidad herida y continuamente dividida por tensiones y conflictos de todo tipo.


En los relatos evangélicos de la infancia, es emblemático en este sentido el rey Herodes, que viendo amenazada su autoridad por el Niño Jesús, hizo matar a todos los niños de Belén. La mente vuela enseguida a Pakistán, donde hace un mes fueron asesinados cien niños con una crueldad inaudita. Deseo expresar de nuevo mi pésame a sus familias y asegurarles mi oración por los muchos inocentes que han perdido la vida.
Así pues, a la dimensión personal del rechazo, se une inevitablemente la dimensión social: una cultura que rechaza al otro, que destruye los vínculos más íntimos y auténticos, acaba por deshacer y disgregar toda la sociedad y generar violencia y muerte. Lo podemos comprobar lamentablemente en numerosos acontecimientos diarios, entre los cuales la trágica masacre que ha tenido lugar en París estos últimos días. Los otros «ya no se ven como seres de la misma dignidad, como hermanos y hermanas en la humanidad, sino como objetos» (Mensaje para la XLVIII Jornada Mundial de la Paz, 8 diciembre 2014, 4). Y el ser humano libre se convierte en esclavo, ya sea de las modas, del poder, del dinero, incluso a veces de formas tergiversadas de religión. Sobre estos peligros, he pretendido alertar en el Mensaje de la pasada Jornada Mundial de la Paz, dedicado al problema de las numerosas esclavitudes modernas. Todas ellas nacen de un corazón corrompido, incapaz de ver y de hacer el bien, de procurar la paz.


Constatamos con dolor las dramáticas consecuencias de esta mentalidad de rechazo y de la «cultura de la esclavitud» (ibid., 2) en la constante proliferación de conflictos. Como una auténtica guerra mundial combatida por partes, se extienden, con modalidades e intensidad diversas, a diferentes zonas del planeta, como en la vecina Ucrania, convertida en un dramático escenario de confrontación y para la que deseo que, mediante el diálogo, se consoliden los esfuerzos que se están realizando para que cese la hostilidad, y las partes implicadas emprendan cuanto antes, con un renovado espíritu de respeto a la legalidad internacional, un sincero camino de confianza mutua y de reconciliación fraterna que permita superar la crisis actual.


Mi pensamiento se dirige, sobre todo, a Oriente Medio, comenzando por la amada tierra de Jesús, que he tenido la alegría devisitar el pasado mes de mayo y a la que no nos cansaremos nunca de desear la paz. Así lo hicimos, con extraordinaria intensidad, junto al entonces Presidente israelí, Shimon Peres, y al Presidente palestino, Mahmud Abbas, con la esperanza firme de que se puedan retomar las negociaciones entre las dos partes, para que cese la violencia y se alcance una solución que permita, tanto al pueblo palestino como al israelí, vivir finalmente en paz, dentro de unas fronteras claramente establecidas y reconocidas internacionalmente, de modo que “la solución de dos Estados” se haga efectiva.


Desgraciadamente, Oriente Medio sufre otros conflictos, que se arrastran ya durante demasiado tiempo y cuyas manifestaciones son escalofriantes también a causa de la propagación del terrorismo de carácter fundamentalista en Siria e Irak. Este fenómeno es consecuencia de la cultura del descarte aplicada a Dios. De hecho, el fundamentalismo religioso, antes incluso de descartar a seres humanos perpetrando horrendas masacres, rechaza a Dios, relegándolo a mero pretexto ideológico. Ante esta injusta agresión, que afecta también a los cristianos y a otros grupos étnicos de la Región –los yazidíes, por ejemplo–, es necesaria una respuesta unánime que, en el marco del derecho internacional, impida que se propague la violencia, reestablezca la concordia y sane las profundas heridas que han provocado los incesantes conflictos. Aprovecho esta oportunidad para hacer un llamamiento a toda la comunidad internacional, así como a cada uno de los gobiernos implicados, para que adopten medidas concretas en favor de la paz y la defensa de cuantos sufren las consecuencias de la guerra y de la persecución y se ven obligados a abandonar sus casas y su patria. Con una carta enviada poco antes de la Navidad, he querido manifestar personalmente mi cercanía y asegurar mi oración a todas las comunidades cristianas de Oriente Medio, que dan un testimonio valioso de fe y coraje, y tienen un papel fundamental como artífices de paz, de reconciliación y de desarrollo en las sociedades civiles de las que forman parte. Un Oriente Medio sin cristianos sería un Oriente Medio desfigurado y mutilado. A la vez que pido a la comunidad internacional que no sea indiferente ante esta situación, espero que los dirigentes religiosos, políticos e intelectuales, especialmente musulmanes, condenen cualquier interpretación fundamentalista y extremista de la religión, que pretenda justificar tales actos de violencia.


En otras partes del mundo, tampoco faltan parecidas formas de crueldad, que con frecuencia generan víctimas entre los más pequeños e indefensos. Pienso especialmente en Nigeria, donde no cesa la violencia que sufre indiscriminadamente la población, y crece cada vez más el trágico fenómeno de los secuestros de personas, a menudo jóvenes raptadas para ser objeto de trata. ¡Es un tráfico execrable que no puede continuar! Una plaga que hay que arrancar y que afecta a todos, desde las familias a la comunidad mundial (cf. Discurso a los nuevos Embajadores acreditados ante la Santa Sede, 12 diciembre 2013).


Sigo también con preocupación los no pocos conflictos de carácter civil que afectan a otras partes de África, como Libia, devastada por una larga guerra intestina que causa incontables sufrimientos entre la población y tiene graves repercusiones en el delicado equilibrio de la Región. Pienso en la dramática situación de la República Centroafricana, en la que constatamos con dolor cómo la buena voluntad que ha animado los trabajos de quienes quieren construir un futuro de paz, seguridad y prosperidad, encuentra resistencias e intereses egoístas de parte que ponen en peligro las expectativas de un pueblo que ha sufrido tanto y desea construir libremente su futuro. Particularmente preocupante es también la situación de Sudán del Sur y algunas regiones de Sudán, del Cuerno de África y de la República Democrática del Congo, donde no deja de aumentar el número de víctimas entre la población civil, y miles de personas, muchas de ellas mujeres y niños, se ven obligadas a huir y a vivir en condiciones de extrema necesidad. A este respecto, espero que los gobiernos y la comunidad internacional lleguen a un compromiso común para que se ponga fin a todo tipo de lucha, de odio y de violencia y se apueste por la reconciliación, la paz y la defensa de la dignidad transcendente de la persona.


No podemos olvidar que las guerras llevan consigo otro horrible crimen: la violación. Se trata de una ofensa gravísima a la dignidad de la mujer, que no sólo es deshonrada en la intimidad de su cuerpo, sino también en su alma, con un trauma que difícilmente desaparecerá y cuyas consecuencias son también de carácter social. Lamentablemente, se constata que también allí donde no hay guerras, muchas mujeres sufren violencia hoy.


Todos los conflictos bélicos son la manifestación más clara de la cultura del descarte, pues, en ellos, las vidas son deliberadamente pisoteadas por quien ostenta la fuerza. Existen, sin embargo, formas más sutiles y veladas de rechazo, que alimentan también esa cultura. Pienso sobre todo en los enfermos, aislados y marginados, como los leprosos de los que habla el Evangelio. Entre los leprosos de nuestro tiempo están también los afectados por esta nueva y tremenda epidemia del Ébola, que, especialmente en Liberia, Sierra Leona y Guinea, ha acabado con más de seis mil vidas. Quiero reconocer y agradecer hoy públicamente el trabajo de los agentes sanitarios que, junto a religiosos y voluntarios, prestan todos los cuidados posibles a los enfermos y a sus familiares, sobre todo a los niños que se han quedado huérfanos. Al mismo tiempo, hago de nuevo un llamamiento a la comunidad internacional para que se asegure una adecuada asistencia humanitaria a los pacientes y hagan un esfuerzo común por erradicar el virus.


A la lista de las vidas descartadas a causa de las guerras y de las enfermedades, hay que añadir las de los numerosos desplazados y refugiados. También en este caso podemos sacar luz de la infancia de Jesús, que es testigo de otra forma de cultura del descarte que rompe las relaciones y “deshace” la sociedad. Efectivamente, ante la crueldad de Herodes, la Sagrada Familia se ve obligada a huir a Egipto, de donde regresará unos años más tarde (cf. Mt 2,13-15). Las situaciones de conflicto que acabamos de describir provocan con frecuencia la huida de miles de personas de su lugar de origen. A veces ni siquiera en busca de un futuro mejor, sino simplemente de un futuro, porque permanecer en su patria puede significar una muerte segura. ¿Cuántas personas pierden la vida en viajes inhumanos, sometidas a vejaciones por parte de auténticos verdugos, ávidos de dinero? Ya me referí a esto en mi reciente visita al Parlamento Europeo, indicando que «no se puede tolerar que el mar Mediterráneo se convierta en un gran cementerio» (Discurso al Parlamento Europeo, Estrasburgo, 25 noviembre 2014). Hay también otro dato alarmante: muchos emigrantes, sobre todo en América, son niños solos, más expuestos a los peligros y necesitados de mayor atención, cuidados y protección.


Cuando llegan sin documentos a lugares desconocidos, cuya lengua no hablan, es difícil para los inmigrantes situarse y encontrar trabajo. Además de los peligros de la huida, tienen que afrontar también el drama del rechazo. Es necesario un cambio de actitud: pasar de la indiferencia y del miedo a una sincera aceptación del otro. Esto requiere naturalmente «poner en práctica legislaciones adecuadas que sean capaces de tutelar los derechos de los ciudadanos y de garantizar al mismo tiempo la acogida a los inmigrantes» (ibid.). A la vez que expreso mi agradecimiento a cuantos, incluso a costa de su propia vida, se dedican a prestar asistencia a los refugiados y a los inmigrantes, exhorto tanto a los Estados como a las Organizaciones internacionales a actuar decididamente para resolver estas graves situaciones humanitarias y prestar la ayuda necesaria a los países de origen de los inmigrantes para favorecer su desarrollo socio-político  y la superación de los conflictos internos, que son la causa principal de este fenómeno. «Es necesario actuar sobre las causas y no solamente sobre los efectos» (ibid.). Además, esto consentirá a los inmigrantes volver un día a su patria y contribuir a su crecimiento y desarrollo.


Junto a los inmigrantes, a los desplazados y a los refugiados, hay también tantos «exiliados ocultos» (Ángelus, 29 diciembre 2013), que viven en el seno de nuestras casas y en nuestras mismas familias. Me refiero a los ancianos y a los discapacitados, y también a los jóvenes. Los primeros son rechazados cuando se convierten en un peso y en «presencias que estorban» (ibid.), mientras que los últimos son descartados porque se les niega la posibilidad de trabajar para forjarse su propio futuro. No existe peor pobreza que aquella que priva del trabajo y de la dignidad del trabajo (cf. Discurso a los participantes en el Encuentro mundial de Movimientos Populares, 28 octubre 2014), y que convierte el trabajo en una forma de esclavitud. Ya me referí a esto en un reciente encuentro con los Movimientos populares, que están fuertemente comprometidos en la búsqueda de soluciones adecuadas a algunos problemas de nuestro tiempo, como la plaga cada vez más extendida del desempleo juvenil y del trabajo negro, y el drama de tantos trabajadores, especialmente niños, explotados por codicia. Todo esto es contrario a la dignidad humana y es fruto de una mentalidad que pone en el centro el dinero, los beneficios y los intereses económicos en detrimento del hombre.


No pocas veces, la misma familia es objeto de descarte, a causa de una cada vez más extendida cultura individualista y egoísta que anula los vínculos y tiende a favorecer el dramático fenómeno de la disminución de la natalidad, así como de leyes que privilegian diversas formas de convivencia en lugar de sostener adecuadamente a la familia por el bien de toda la sociedad.


Una de las causas de estos fenómenos es esa globalización uniformante que descarta incluso a las culturas, acabando así con los factores propios de la identidad de cada pueblo que constituyen la herencia imprescindible para un sano desarrollo social. En un mundo uniformado y carente de identidad, es fácil percibir el drama y la frustración de tantas personas, que han perdido literalmente el sentido de la vida. Este drama se ve agravado por la persistente crisis económica, que provoca desconfianza y favorece la conflictividad social. He podido notar sus consecuencias incluso aquí en Roma, donde me he encontrado con muchas personas que viven situaciones difíciles, y en los diversos viajes realizados en Italia.


Precisamente a la querida nación italiana quiero dedicarle unas palabras llenas de esperanza para que, en el continuo clima de incertidumbre social, política y económica, el pueblo italiano no ceda al desaliento y a la tentación del enfrentamiento, sino que redescubra los valores de la atención recíproca y la solidaridad sobre los que se funda su cultura y su convivencia ciudadana, y que son fuente de confianza tanto en el prójimo como en el futuro, sobre todo para los jóvenes.


Pensando en la juventud, deseo mencionar mi viaje a Corea, donde, el pasado mes de agosto, me encontré con miles de jóvenes en la VI Jornada Mundial de la Juventud Asiática y donde recordé  que es necesario valorar a los jóvenes, «intentando transmitirles el legado del pasado aplicándolo a los retos del presente» (Discurso a las Autoridades, Seúl, 14 agosto 2014). Para eso, es necesario reflexionar «sobre el modo adecuado de transmitir nuestros valores a la siguiente generación y sobre el tipo de mundo y sociedad que estamos construyendo para ellos» (ibid.).


Esta tarde tendré la alegría de volver a Asia, para visitar Sri Lanka y Filipinas, y mostrar así el interés y la solicitud pastoral con que sigo los acontecimientos de los pueblos de ese vasto continente. A ellos y a sus gobiernos, deseo manifestarles una vez más el deseo de la Santa Sede de contribuir al bien común, a la armonía y a la concordia social. Especialmente, espero que se retome el diálogo entre las dos Coreas, países hermanos, que hablan la misma lengua.


Excelencias, señoras y señores:


Al inicio del nuevo año, no queremos, sin embargo, que nuestra mirada quede dominada por el pesimismo, los defectos y las deficiencias de nuestro tiempo. Queremos también dar las gracias a Dios por lo que nos ha dado, por los beneficios que nos ha dispensado, por los diálogos y los encuentros que nos ha concedido y por algunos frutos de paz que nos ha dado la alegría de saborear.


Una clara demostración de que la cultura del encuentro es posible, la he experimentado durante mi visita a Albania, una nación llena de jóvenes, que son esperanza de futuro. A pesar de las heridas de su historia reciente, el país se caracteriza por «la convivencia pacífica y la colaboración entre los que pertenecen a diversas religiones» (Discurso a las Autoridades, Tirana, 21 septiembre 2014), en un clima de respeto y confianza recíproca entre católicos, ortodoxos y musulmanes. Es un signo importante de que la fe sincera en Dios abre al otro, genera diálogo y contribuye al bien, mientras que la violencia nace siempre de una mistificación de la religión, tomada como pretexto para proyectos ideológicos que tienen como único objetivo el dominio del hombre sobre el hombre. 


Asimismo, en el reciente viaje a Turquía, puente histórico entre Oriente y Occidente, he podido constatar los frutos del diálogo ecuménico e interreligioso, además del compromiso a favor de los refugiados provenientes de otros países de Oriente Medio. He encontrado este mismo espíritu de acogida en Jordania, país que visité al inicio de mi peregrinación a Tierra Santa, así como en los testimonios que me llegan del Líbano, al que deseo que pueda superar las dificultades políticas actuales.


Un ejemplo que aprecio particularmente de cómo el diálogo puede verdaderamente edificar y construir puentes es la reciente decisión de los Estados Unidos de América y Cuba de poner fin a un silencio recíproco que ha durado medio siglo y de acercarse por el bien de sus ciudadanos. En este mismo sentido, dirijo un pensamiento al pueblo de Burkina Faso, que está pasando por un período de importantes transformaciones políticas e institucionales, para que un renovado espíritu de colaboración pueda contribuir al desarrollo de una sociedad más justa y fraterna. Quiero destacar también con satisfacción la firma, el paso mes de mayo, del Acuerdo que pone fin a largos años de tensión en Filipinas. 


Igualmente, animo los esfuerzos realizados para lograr una paz estable en Colombia, así como las iniciativas encaminadas a restablecer la concordia en la vida política y social de Venezuela. Sin olvidar los esfuerzos realizados hasta el momento, espero que se pueda llegar cuanto antes a un entendimiento definitivo entre Irán y el así llamado Grupo 5+1, sobre el uso de la energía nuclear para fines pacíficos. Me llena de satisfacción también la decisión de los Estados Unidos de cerrar la cárcel de Guantánamo, para lo cual algunos países han manifestado generosamente su disponibilidad para acoger a los presos, lo cual les agradezco de corazón. Finalmente, deseo expresar mi reconocimiento y animar a todos aquellos países que están comprometidos activamente en la consecución del desarrollo humano, la estabilidad política y la convivencia civil entre sus ciudadanos.


Excelencias, señoras y señores:


El 6 de agosto de 1945, la humanidad asistía a una de las catástrofes más tremendas de su historia. De un modo nuevo y sin precedentes, el mundo experimentaba hasta qué punto podía llegar el poder destructivo del hombre. De las cenizas de aquella terrible tragedia que ha sido la segunda Guerra mundial surgió una voluntad nueva de diálogo y de encuentro entre las naciones que dio vida a la Organización de las Naciones Unidas, cuyo 70º Aniversario celebraremos este año. En la visita que realizó al Palacio de Cristal mi predecesor, el Beato Pablo VI, hace ya cincuenta años, recordaba que «la sangre de millones de hombres, que sufrimientos inauditos e innumerables, que masacres inútiles y ruinas espantosas sancionan el pacto que les une en un juramento que debe cambiar la historia futura del mundo. ¡Nunca jamás guerra! ¡Nunca jamás guerra! Es la paz, la paz, la que debe guiar el destino de los pueblos y de toda la humanidad» (Pablo VI, Discurso a las Naciones Unidas, Nueva York, 4 octubre 1965).


También yo pido lo mismo para el nuevo año, en el que además culminarán dos importantes procesos: la redacción de la Agencia del Desarrollo post-2015, con la adopción de los Objetivos del desarrollo sostenible, y la elaboración de un nuevo Acuerdo sobre el clima, que es algo urgente. Su condición indispensable es la paz, que proviene de la conversión del corazón, antes incluso que del final de las guerras.


Con estos sentimientos, les deseo de nuevo a cada uno de ustedes, a sus familias y a sus conciudadanos, un año 2015 de esperanza y de paz.



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A LOS PARTICIPANTES EN UNA CONFERENCIA ORGANIZADA POR EL VATICANO
CON MOTIVO DEL QUINTO ANIVERSARIO DEL TERREMOTO DE HAITÍ


Palacio Apostólico Vaticano
Sala Clementina
Sábado 10 de enero de 2015


Queridos hermanos y hermanas:


A cinco años del catastrófico terremoto de Haití, doy las gracias al Consejo pontificio «Cor Unum» y a la Comisión pontificia para América Latina por haber organizado este encuentro. Expreso mi agradecimiento a los obispos de Haití, así como a todos vosotros y a las instituciones que representáis. Mi saludo agradecido también se dirige a todos los fieles que, de diferentes modos, han querido socorrer al pueblo haitiano después de la tragedia que ha dejado detrás de sí muerte, destrucción y también desesperación. Con la ayuda llevada a nuestros hermanos y hermanas en Haití hemos manifestado que la Iglesia es un gran cuerpo, en el que los varios miembros se preocupan unos de otros (cf. 1 Co 12, 25). Precisamente en esta comunión animada por el Espíritu Santo, tiene su profunda razón de ser nuestro servicio a la Iglesia.


Mucho se ha hecho en este período para reconstruir el país. Sin embargo, no escondemos que aún queda mucho trabajo por hacer. Y tanto lo que se ha hecho como lo que se podrá hacer, siempre con la ayuda de Dios, se apoya en tres pilares fundamentales: la persona humana, la comunión eclesial y la Iglesia local.


La persona está en el centro de la acción de la Iglesia. Acabamos de celebrar la Navidad, y precisamente la Encarnación nos dice cuán importante es el hombre para Dios, que quiso asumir la naturaleza humana. Entonces, nuestra primera preocupación debe ser la de ayudar al hombre, a todo hombre, a vivir plenamente como persona. No hay verdadera reconstrucción de un país sin reconstrucción de la persona en su plenitud. Esto comporta esforzarse para que toda persona en Haití tenga lo necesario desde el punto de vista material, pero, al mismo tiempo, para que pueda vivir su libertad, su responsabilidad y su vida espiritual y religiosa. La persona humana tiene un horizonte trascendente que le es propio, y la Iglesia, antes que nadie, debe cuidar este horizonte, cuya meta es el encuentro con Dios. Por eso, también en esta fase de reconstrucción, la actividad humanitaria y la actividadpastoral no son opuestas, sino complementarias, tienen necesidad una de otra: contribuyen juntas a formar en Haití a personas maduras y a cristianos que, por su parte, podrán entregarse por el bien de sus hermanos. ¡Ojalá que todo tipo de ayuda ofrecido por la Iglesia a este país tenga esta aspiración para el bien integral de la persona!


Un segundo aspecto fundamental es la comunión eclesial. En Haití se ha verificado una buena cooperación de muchas instituciones eclesiales —diócesis, institutos religiosos, organismos caritativos—, pero también de muchos fieles particulares. Cada uno, con su propia peculiaridad, ha realizado una importante obra benéfica. Dicha pluralidad de sujetos y, por lo tanto, de enfoques de la obra de asistencia y desarrollo, es un factor positivo, porque es signo de la vitalidad de la Iglesia y de la generosidad de muchos. También por esto damos gracias a Dios, que suscita en muchos el deseo de convertirse en prójimo y seguir así la ley de la caridad, que es el corazón del Evangelio. Pero la caridad es aún más verdadera e influyente cuando se la vive en comunión. La comunión testimonia que la caridad no consiste sólo en ayudar al otro, sino también en una dimensión que impregna toda la vida y rompe todas las barreras del individualismo que nos impiden encontrarnos. 


La caridad es la vida íntima de la Iglesia y se manifiesta en la comunión eclesial. Comunión entre los obispos y con los obispos, que son los primeros responsables del servicio de caridad. Comunión entre los diversos carismas y las instituciones caritativas, porque ninguno de nosotros trabaja para sí mismo, sino en nombre de Cristo, que nos ha mostrado el camino del servicio. Sería una contradicción vivir separados la caridad. Esta no es caridad, la caridad se expresa siempre como cuerpo eclesial. Por lo tanto, os invito a fortalecer todas las metodologías que permiten trabajar juntos. La comunión eclesial se refleja también en la colaboración con las autoridades del Estado y con las instituciones internacionales, para que todos busquen el auténtico progreso del pueblo haitiano, en el espíritu del bien común.


Por último, quiero destacar la importancia de la Iglesia local, porque precisamente en ella la experiencia cristiana se hace tangible. Es necesario que la Iglesia en Haití sea cada vez más viva y fecunda, para testimoniar a Cristo y dar su contribución al progreso del país. Al respecto, deseo animar a los obispos de Haití, a los sacerdotes y a todos los agentes pastorales a que con su celo y su comunión fraterna susciten en los fieles un renovado compromiso en la formación cristiana y en la evangelización gozosa y provechosa. El testimonio de caridad evangélica es eficaz cuando los sostiene la relación personal con Jesús en la oración, la escucha de la Palabra de Dios y la recepción de los sacramentos. Aquí reside la «fuerza» de la Iglesia local.


Al renovaros a cada uno de vosotros mi agradecimiento cordial, os exhorto a proseguir el camino que habéis iniciado, asegurándoos mi oración constante y mi bendición. Que María, nuestra Madre, os guíe y proteja. Os pido, por favor, que recéis por mí. Gracias.



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