sábado, 30 de mayo de 2015

Audiencias y Nombramientos del Papa FRANCISCO (Sábado 30 de mayo)

CIUDAD DEL VATICANO ( - Mayo 30 de 2015).  Este sábado el Papa FRANCISCO recibió en Audiencias Separadas a:


Cardenal Marc Ouellet, P.S.S., Prefecto de la Congregación para los Obispos.

Monseñor Héctor Miguel Cabrejos Vidarte, O.F.M., Arzobispo de Trujillo (Perú).


Participantes en el Encuentro promovido por la Asociación Ciencia & Vida.


600 niños participantes en la iniciativa “El Tren de los Niños” (12:00 horas - Atrio del Aula Pablo VI).




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Así mismo en otros Actos Pontificios hoy el Santo Padre ha nombrado:


* Obispo de Espinal en Colombia, a Monseñor Orlando Roa Barbosa, hasta ahora Obispo titular de Nasbinca y Auxiliar de Ibagué (Colombia).

El Obispo electo nació en Cali el 4 de julio de 1958. 

Recibió la ordenación Sacerdotale el 6 de diciembre de 1984.

En su Ministerio Pastoral ha sido: Prefecto para la disciplina en el Seminario menor de Ibagué, Delegado Arquidiocesano para la pastoral juvenil y vocacional, Párroco de Santa Isabel de Hungría en Santa Isabel, Párroco de Santa Gertrudis en Rovira, Párroco de El Perpetuo Socorro en Ibagué, Delegado Arquidiocesano para la Pastoral Sacerdotal y Rector del Seminario mayor Arquidiocesano María Inmaculada.


El 12 de mayo de 2012 fue nombrado Obispo titular de Nasbinca y Auxiliar de Ibagué. Recibió la consagración episcopal el 28 de julio siguiente.


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Obispo de la diócesis de Varanasi en India, al Reverendo Eugene Joseph, del clero de Varanasi y Administrador diocesano de la misma Sede.

El Obispo electo nació en 1958 en la Arquidiócesis de Madurai. 

Fue ordenado Sacerdote el 10 de abril de 1985.

En su Ministerio Pastoral ha sido: 1985-1989: Vicario Parroquial de St. Thomas Parish, Shahganj, y docente para el anexo St. Thomas Inter-College; 1989-1990: Vice Rector del Seminario menor diocesano; 1990-1997:Principal del St. John Inter-College, Varanasi; 1997-2001: Párroco de Our Lady of Lourdes Parish, Ghazipur; Vicario Foráneo de la Ghazipur Deanery; Principal de St. John Inter-College, Ghazipur; Miembro del Governing Board del Education Society de la diócesis de Varanasi; Miembro del Consejo para los Asuntos Económicos y Consultor diocesano; 2001-2005: Director del Regional Pastoral Centre de la Conferencia Episcopal Regional, con sede en Varanasi, y Principal del Nav Sadhana College, Varanasi; 2006-2008: Estudios para el Master’s Degree in Business Administration and Management en la Townsend School of Business de New York, E.U.A.; 2008-2012: Director del Hospital diocesano St. Mary’s Hospital, Varanasi, y Director de la St. Mary’s School of Nursing, Varanasi, desde que fue fundada; 2012-2013: Vicario General y Secretario del Education Society de la Diócesis de Varanasi.
Desde diciembre de 2013 es Administrador diocesano de Varanasi.


FRANCISCO: Discursos de Mayo (30, 29, 28, 26, 23, 18 [2], 16, 13, 9, 4 [3] y 2)

DISCURSOS DEL SANTO PADRE FRANCISCO
MAYO 2015


A LOS PARTICIPANTES EN EL ENCUENTRO ORGANIZADO POR LA ASOCIACIÓN CIENCIA Y VIDA

Palacio Apostólico Vaticano
Sala Clementina
Sábado 30 de mayo de 2015


Queridos hermanos y hermanas:


Os recibo con ocasión del décimo aniversario de fundación de vuestra Asociación, y os doy las gracias por este encuentro y por vuestro compromiso. Agradezco en especial a la señora presidenta las amables palabras que me dirigió en nombre de todos vosotros.
Vuestro servicio en favor de la persona humana es importante y alentador. En efecto, la tutela y la promoción de la vida constituyen una tarea fundamental, aún más en una sociedad marcada por la lógica negativa del descarte. Por ello, veo a vuestra Asociación como las manos que se tienden hacia otras manos y sostienen la vida.


Es un desafío comprometedor, en el cual os guían actitudes de apertura, atención y cercanía al hombre en su situación concreta. Esto es muy bueno. Las manos que se estrechan no garantizan sólo solidez y equilibrio, sino que transmiten también calor humano.


Para tutelar a la persona vosotros ponéis en el centro dos acciones esenciales: salir para encontrar y encontrar para sostener. El dinamismo común de este movimiento va desde el centro hacia las periferias. En el centro está Cristo. Y desde esta centralidad os orientáis hacia las diversas condiciones de la vida humana.


El amor de Cristo nos impulsa (cf. 2 Cor 5, 14) a convertirnos en servidores de los pequeños y los ancianos, de cada hombre y cada mujer, para quienes se debe reconocer y tutelar el derecho primordial a la vida. La existencia de la persona humana, a quien vosotros dedicáis vuestra solicitud, es también vuestro principio constitutivo; es la vida en su insondable profundidad que origina y acompaña todo el camino científico; es el milagro de la vida que siempre pone en crisis cualquier forma de presunción científica, restituyendo el primado a la maravilla y la belleza. Así Cristo, que es la luz del hombre y del mundo, 
ilumina el camino para que la ciencia sea siempre un saber al servicio de la vida. Cuando disminuye esta luz, cuando el saber olvida el contacto con la vida, se hace estéril. Por eso, os invito a mantener alta la mirada sobre la sacralidad de cada persona humana, para que la ciencia esté verdaderamente al servicio del hombre, y no el hombre al servicio de la ciencia.


La reflexión científica utiliza la lente de aumento para detenerse a analizar determinados detalles. Y gracias también a esta capacidad de análisis afirmamos que una sociedad justa reconoce como primario el derecho a la vida desde la concepción hasta su término natural. 
Quisiera, sin embargo, que podamos ir más allá, y que pensásemos con atención en el momento que une el inicio con el fin. Por lo tanto, reconociendo el valor inestimable de la vida humana, debemos reflexionar también sobre el uso que hacemos de la misma. La vida es ante todo un don. Pero esta realidad genera esperanza y futuro si se vivifica con vínculos fecundos, con relaciones familiares y sociales que abran nuevas perspectivas.


El nivel de progreso de una civilización se mide precisamente por la capacidad de custodiar la vida, sobre todo en sus fases más frágiles, más que por la difusión de instrumentos tecnológicos. Cuando hablamos del hombre, nunca olvidemos todos los atentados a la sacralidad de la vida humana. La plaga del aborto es un atentado a la vida. Es atentado a la vida dejar morir a nuestros hermanos en las pateras en el canal de Sicilia. Es atentado a la vida la muerte en el trabajo por no respetar las mínimas condiciones de seguridad. Es atentado a la vida la muerte por desnutrición. Es atentado a la vida el terrorismo, la guerra, la violencia; pero también la eutanasia. Amar la vida es ocuparse siempre del otro, querer su bien, cultivar y respetar su dignidad trascendente.


Queridos amigos, os aliento a relanzar una renovada cultura de la vida, que sepa instaurar redes de confianza y reciprocidad y sepa ofrecer horizontes de paz, misericordia y comunión. No tengáis miedo de emprender un diálogo fecundo con todo el mundo de la ciencia, también con aquellos que, sin confesarse creyentes, permanecen abiertos al misterio de la vida humana.


Que el Señor os bendiga y la Virgen os proteja. Y, por favor, no os olvidéis de rezar por mí. ¡Gracias!


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A LOS PARTICIPANTES EN LA PLENARIA DEL CONSEJO PONTIFICIO
PARA LA PROMOCIÓN DE LA NUEVA EVANGELIZACIÓN

Palacio Apostólico Vaticano
Sala del Consistorio
Viernes 29 de mayo de 2015


Queridos hermanos y hermanas:


Me alegra recibiros al concluir la sesión plenaria que os ha ocupado con un tema de gran importancia para la vida de la Iglesia, como es la relación entre evangelización y catequesis. Acojo también de buen grado a los miembros del Consejo internacional para la catequesis, que ya es parte integrante de vuestro dicasterio. Agradezco a monseñor Rino Fisichella su saludo inicial y, juntamente con él, a todo el Consejo para la promoción de la nueva evangelización que ya está inmerso en la preparación del Jubileo extraordinario de la misericordia. Un Año santo que os he confiado a vosotros para que aparezca de forma más evidente que el don de la misericordia es el anuncio que la Iglesia está llamada a transmitir en su obra de evangelización en este tiempo de grandes cambios.


Precisamente estos cambios son una feliz provocación para captar los signos de los tiempos que el Señor ofrece a la Iglesia para que sea capaz —como lo supo hacer a lo largo de dos mil años— de llevar a Jesucristo a los hombres de nuestro tiempo. La misión es siempre idéntica, pero el lenguaje con el cual anunciar el Evangelio pide ser renovado con sabiduría pastoral. Esto es esencial tanto para ser comprendidos por nuestros contemporáneos como para que la Tradición católica pueda hablar a las culturas del mundo de hoy y ayudarles a abrirse a la perenne fecundidad del mensaje de Cristo. Son tiempos de grandes desafíos, que no debemos tener miedo de hacer nuestros. En efecto, sólo en la medida en que nos haremos cargo de los mismos seremos capaces de ofrecer respuestas coherentes, por haber sido elaboradas a la luz del Evangelio. Es esto lo que los hombre esperan de la Iglesia: que sepa caminar con ellos ofreciendo la compañía del testimonio de la fe, que hace solidarios con todos, en especial con quienes están más solos o son marginados. ¡Cuántos pobres —incluso pobres en la fe— esperan el Evangelio que libera! ¡Cuántos hombres y mujeres, en las periferias existenciales generadas por la sociedad consumista, atea, esperan nuestra cercanía y nuestra solidaridad! El Evangelio es el anuncio del amor de Dios que, en Jesucristo, nos llama a participar de su vida. La nueva evangelización, por lo tanto, es esto: tomar conciencia del amor misericordioso del Padre para convertirnos también nosotros en instrumentos de salvación para nuestros hermanos.


Esta conciencia, que ha sido sembrada en el corazón de cada cristiano el día de su Bautismo, pide crecer, junto con la vida de la gracia, para dar mucho fruto. Es aquí donde se introduce el gran tema de la catequesis como el espacio dentro del cual la vida de los cristianos madura al experimentar la misericordia de Dios. No es una idea abstracta de misericordia, sino una experiencia concreta con la cual comprendemos nuestra debilidad y la fuerza que viene de lo alto. «Es bello que la oración cotidiana de la Iglesia inicie con estas palabras: “Dios mío, ven en mi auxilio; Señor, date prisa en socorrerme” (Sal 70, 2). 


El auxilio que invocamos es ya el primer paso de la misericordia de Dios hacia nosotros. Él viene a salvarnos de la condición de debilidad en la que vivimos. Y su auxilio consiste en permitirnos captar su presencia y cercanía. Día tras día, tocados por su compasión, también nosotros llegaremos a ser compasivos con todos» (Misericordiae Vultus, 14).


El Espíritu Santo, que es el protagonista de la evangelización, es también el artífice del crecimiento de la Iglesia en comprender la verdad de Cristo. Es Él quien abre el corazón de los creyentes y lo transforma para que el perdón recibido se convierta en experiencia de amor para los hermanos. Es siempre el Espíritu quien abre la mente de los discípulos de Cristo para comprender más en profundidad el compromiso requerido y las formas con las cuales dar consistencia y credibilidad al testimonio. Tenemos gran necesidad del Espíritu para que abra nuestra mente y nuestro corazón.


La pregunta sobre cómo estamos educando en la fe, por lo tanto, no es retórica, sino esencial. La respuesta requiere valentía, creatividad y decisión de emprender caminos a veces aún inexplorados. La catequesis, como componente del proceso de evangelización, necesita ir más allá del simple ámbito escolar, para educar a los creyentes, desde niños, a encontrar a Cristo, vivo y operante en su Iglesia. Es el encuentro con Él lo que suscita el deseo de conocerlo mejor y, por lo tanto, seguirlo para llegar a ser sus discípulos. El desafío de la nueva evangelización y de la catequesis, por lo tanto, se juega precisamente en este punto fundamental: cómo encontrar a Cristo, cuál es el lugar más coherente para encontrarlo y seguirlo.


Os aseguro mi cercanía y mi apoyo en esta tarea tan urgente para nuestras comunidades. Os encomiendo a la Virgen Madre de la Misericordia para que su apoyo y su intercesión os ayuden en esta ardua misión. Os bendigo de corazón y, por favor, os pido que recéis por mí.


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A LOS OBISPOS DE LA CONFERENCIA EPISCOPAL DE 
REPÚBLICA DOMINICANA
EN VISITA "AD LIMINA APOSTOLORUM"

Jueves 28 de mayo de 2015


Queridos hermanos en el Episcopado:


Reciban mi más cordial bienvenida con motivo de la visita ad limina Apostolorum. Confío que estos días de reflexión y oración ante las tumbas de los santos Pedro y Pablo sean para ustedes fuente de renovación y sirvan para cultivar los lazos de comunión eclesial para responder a las exigencias de una acción conjunta y coordinada en la promoción del progreso espiritual y material de la porción del Pueblo de Dios que se les ha confiado. 
Agradezco las amables palabras que Monseñor Gregorio Nicanor Peña Rodríguez, Obispo de Nuestra Señora de la Altagracia en Higüey y Presidente de la Conferencia Episcopal Dominicana, me ha dirigido en nombre de todos.


Los comienzos de la evangelización en el continente americano traen siempre a la memoria el suelo dominicano que recibió en primer lugar el rico depósito de la fe, que los misioneros llevaron con fidelidad y anunciaron con constancia. Su efecto se sigue percibiendo hoy por los valores cristianos que animan la convivencia y en las diversas obras sociales a favor de la educación, la cultura y la salud. Por lo demás, la Iglesia en República Dominicana cuenta con numerosas parroquias vivas, con un nutrido grupo de fieles laicos comprometidos y un número consistente de vocaciones al sacerdocio y a la vida consagrada. Damos gracias al Señor por lo que ya se ha realizado y se está realizando en cada una de sus Iglesias locales.


Hoy la Iglesia sigue caminando en esas queridas tierras con sus hijos en la búsqueda de un futuro feliz y próspero, se encuentra con los grandes desafíos de nuestro tiempo que afectan la vida social y eclesial, y especialmente a las familias. Por eso me gustaría hacerles un llamado a acompañar a los hombres, a reforzar la fe y la identidad de todos los miembros de la Iglesia.


El matrimonio y la familia atraviesan una seria crisis cultural. Pero eso no quiere decir que hayan perdido importancia, sino que se siente más su necesidad. La familia es el lugar donde se aprende a convivir en la diferencia, a perdonar y a experimentar el perdón, y donde los padres transmiten a sus hijos los valores y singularmente la fe. El matrimonio, «visto como una mera forma de gratificación afectiva», deja de ser un «aporte indispensable» a la sociedad (cf. Evangelii gaudium, 66). En este próximo Jubileo de la Misericordia, no desfallezcan en el trabajo de la reconciliación matrimonial y familiar, como bien de la convivencia pacífica: «Es urgente una amplia catequización sobre el ideal cristiano de la comunión conyugal y de la vida familiar, que incluya una espiritualidad de la paternidad y la maternidad. Es necesario prestar mayor atención pastoral al papel de los hombres como maridos y padres, así como a la responsabilidad que comparten con sus esposas respecto al matrimonio, la familia y la educación de los hijos» (Ecclesia in America, 46). Sigamos presentando la belleza del matrimonio cristiano: «casarse en el Señor» es un acto de fe y amor, en el que los esposos, mediante su libre consentimiento, se convierten en transmisores de la bendición y la gracia de Dios para la Iglesia y la sociedad.


Les invito a dedicar tiempo y a atender a los sacerdotes, a cuidar a cada uno de ellos, a defenderlos de los lobos que también atacan a los pastores. El clero dominicano se distingue por su fidelidad y coherencia de vida cristiana. Que su compromiso en favor de los más débiles y necesitados les ayude a superar la mundana tendencia hacia la mediocridad. Que en los seminarios no se descuide la formación humana, intelectual y espiritual que asegure un encuentro verdadero con el Señor, sin dejar de cultivar la entrega pastoral y una madurez afectiva que haga a los seminaristas idóneos para abrazar el celibato sacerdotal y capaces de vivir y trabajar en comunión. «No se pueden llenar los seminarios con cualquier tipo de motivaciones, y menos si éstas se relacionan con inseguridades afectivas, búsquedas de formas de poder, glorias humanas o bienestar económico» (Evangelii gaudium, 107).


La atención pastoral y caritativa de los inmigrantes, sobre todo a los provenientes de la vecina Haití, que buscan mejores condiciones de vida en territorio dominicano, no admite la indiferencia de los pastores de la Iglesia. Es necesario seguir colaborando con las autoridades civiles para alcanzar soluciones solidarias a los problemas de quienes son privados de documentos o se les niega sus derechos básicos. Es inexcusable no promover iniciativas de fraternidad y paz entre ambas naciones, que conforman esta bella Isla del Caribe. Es importante saber integrar a los inmigrantes en la sociedad y acogerlos en la comunidad eclesial. Les agradezco que estén cerca de ellos y de todos los que sufren, como gesto de la amorosa solicitud por el hermano que se siente solo y desamparado, con quien Cristo se identificó.


Sé de sus esfuerzos y preocupaciones por afrontar adecuadamente los graves problemas que afectan a nuestros pueblos, tales como el tráfico de drogas y de personas, la corrupción, la violencia doméstica, el abuso y la explotación de menores o la inseguridad social. Desde la íntima conexión que existe entre evangelización y promoción humana, toda acción de la Iglesia Madre ha de buscar y cuidar el bien de los más desfavorecidos. Todo lo que se haga en este sentido acrecentará la presencia del Reino de Dios que ha traído Jesucristo, al mismo tiempo que da credibilidad a la Iglesia y relevancia a la voz de sus pastores.


La Misión Continental, impulsada por el Documento de Aparecida, y el Tercer Plan Nacional de Pastoral han de ser dos motores de la actividad conjunta entre las Iglesias locales. Pero tengan presente que no es suficiente tener planes bien formulados y celebraciones festivas sino permean la vida cotidiana de nuestras gentes.


Por eso, es indispensable que el laicado dominicano, que se percibe tan presente en las obras de evangelización a nivel nacional, diocesano, parroquial y comunitario, no descuide su formación doctrinal y espiritual, y reciba un apoyo constante, para que sea capaz de dar testimonio de Cristo penetrando en aquellos ambientes donde muchas veces los Obispos, los sacerdotes y religiosos no llegan. También es necesario que la pastoral de los jóvenes reciba una atención cuidadosa para que no se dejen distraer de la confusión de los anti-valores que busca desbordar hoy a la juventud.


Sin contar con la orientación que los padres y la Iglesia quieren dar a la formación de las nuevas generaciones, las leyes civiles tienden a sustituir la enseñanza de la religión en la escuela por una educación del hecho religioso de naturaleza multiconfesional o por una mera ilustración de ética y cultura religiosa. No puede faltar en quienes están empeñados en este servicio y en esta misión educativa una actitud vigilante y valiente para que se pueda dar en todas las escuelas una educación conforme a los principios morales y religiosos de las familias (cf. Gravissimum educationis 7). Es importante ofrecer a los niños y jóvenes la enseñanza catequética conforme a la verdad que hemos recibido de Cristo, Palabra del Padre.


Finalmente, para concluir, y teniendo presente la hermosura y colorido de los paisajes de la bella República Dominicana, invito a todos a renovar el compromiso por la conservación y el cuidado del medio ambiente. La relación del hombre con la naturaleza no debe ser gobernada por la codicia, por la manipulación ni por la explotación desmedida, sino que debe conservar la armonía divina entre las criaturas y lo creado para ponerlas al servicio de todos y de las futuras generaciones.


Hermanos, les pido, por favor, que lleven a los queridos hijos e hijas quisqueyanos el afectuoso saludo del Papa, que los confía a la intercesión de Nuestra Señora de la Altagracia, a quien contemplan en el misterio de su maternidad divina. Les pido que recen por mí y les imparto de corazón la Bendición Apostólica.


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A LOS CAPITULARES DE LA ORDEN DE FRAILES MENORES

Palacio Apostólico Vaticano
Sala Clementina
Martes 26 de mayo de 2015


Queridos frailes menores:


¡Sed bienvenidos! Agradezco al ministro general, padre Michael Perry, sus cordiales palabras y le expreso mis mejores deseos para la tarea en la que ha sido confirmado. Extiendo mi saludo a toda la Orden, especialmente a los hermanos enfermos y ancianos, que son la memoria de la Orden y la presencia de Cristo crucificado en la Orden.
Durante estas jornadas de reflexión y oración os habéis dejado guiar, en particular, por dos elementos esenciales de vuestra identidad: la minoridad y la fraternidad.


He pedido consejo a dos franciscanos amigos, jóvenes, de Argentina: «Tengo que decir algo sobre esto, sobre la minoridad, dame un consejo». Uno me ha respondido: «Dios me la conceda cada día». El otro me ha dicho: «Es lo que trato de hacer todos los días». Esta es la definición de minoridad que estos dos amigos, jóvenes franciscanos, de mi tierra, me han dado.


La minoridad llama a ser y sentirse pequeño ante Dios, encomendándose totalmente a su infinita misericordia. La perspectiva de la misericordia es incomprensible para cuantos no se reconocen «menores», es decir, pequeños, necesitados y pecadores delante de Dios. Cuanto más seamos conscientes de esto, tanto más estaremos cercanos a la salvación; cuanto más estemos convencidos de ser pecadores, tanto más estaremos dispuestos a ser salvados. Así sucede en el Evangelio: las personas que se reconocen pobres ante Jesús son salvadas; al contrario, quien considera que no tiene necesidad de ella, no recibe la salvación, no porque no se le haya ofrecido, sino porque no la ha acogido. Minoridad también significa salir de sí mismos, de los propios esquemas y puntos de vista personales; significa ir más allá de las estructuras —que, sin embargo, son útiles si se usan sabiamente—, ir más allá de los hábitos y las seguridades para testimoniar cercanía concreta a los pobres, a los necesitados, a los marginados, con una auténtica actitud de comunión y servicio.


También la dimensión de la fraternidad pertenece de manera esencial al testimonio evangélico. En la Iglesia de los orígenes los cristianos vivían la comunión fraterna hasta tal punto que constituían un signo elocuente y atractivo de unidad y caridad. La gente se quedaba asombrada al ver a los cristianos tan unidos en el amor, tan dispuestos a la entrega y al perdón mutuo, tan solidarios en la misericordia, en la benevolencia, en la ayuda recíproca, unánimes al compartir las alegrías, los sufrimientos y las experiencias de la vida. Vuestra familia religiosa está llamada a expresar esta fraternidad concreta mediante una recuperación de la confianza recíproca —y subrayo esto: recuperación de la confianza recíproca— en las relaciones interpersonales, para que el mundo vea y crea, reconociendo que el amor de Cristo sana las heridas y une.


En esta perspectiva, es importante que se recupere la conciencia de ser portadores de 
misericordia, de reconciliación y paz. Realizaréis con fruto esta vocación y misión, si sois cada vez más una congregación «en salida». Por otra parte, esto corresponde a vuestro carisma, testimoniado en el Sacrum Commercium. En este relato sobre vuestros orígenes se narra que a los primeros frailes se les pidió que mostraran cuál era su claustro. Para responder, subieron a una colina y «mostraron toda la superficie de la tierra que podían divisar, diciendo: “Este es nuestro claustro”» (63: FF 2020). Queridos hermanos: En este claustro, que es el mundo entero, id aún hoy impulsados por el amor de Cristo, como os invita a hacer san Francisco, que en la Regla bulada dice: «Aconsejo de veras, amonesto y exhorto a mis hermanos en el Señor Jesucristo que, cuando van por el mundo, no litiguen ni contiendan con palabras, ni juzguen a los otros; sino sean apacibles, pacíficos y moderados, mansos y humildes, hablando a todos honestamente… En cualquier casa en que entren, primero digan: “Paz a esta casa”. Y séales lícito comer de todos los manjares que les ofrezcan» (III, 10-14: FF 85-86). ¡Esta última cosa es buena!


Estas exhortaciones son de gran actualidad; son profecía de fraternidad y minoridad incluso para nuestro mundo de hoy. ¡Cuán importante es vivir una existencia cristiana y religiosa sin perderse en disputas y habladurías, cultivando un diálogo sereno con todos, con apacibilidad, mansedumbre y humildad, con medios pobres, anunciando la paz y viviendo sobriamente, contentos con lo que se nos ofrece! Esto requiere también un compromiso decidido en la transparencia, en el uso ético y solidario de los bienes, con un estilo de sobriedad y despojo.


Al contrario, si estáis apegados a los bienes y a las riquezas del mundo, y ponéis allí vuestra seguridad, será precisamente el Señor quien os despojará de este espíritu de mundanidad para preservar el valioso patrimonio de minoridad y pobreza al que os ha llamado por medio de san Francisco. O sois libremente pobres y menores, o terminaréis despojados.


El Espíritu Santo es animador de la vida religiosa. Cuanto más espacio le demos, tanto más será el animador de nuestras relaciones y de nuestra misión en la Iglesia y en el mundo. Cuando las personas consagradas viven dejándose iluminar y guiar por el Espíritu, descubren en esta visión sobrenatural el secreto de su fraternidad, la inspiración de su servicio a los hermanos, la fuerza de su presencia profética en la Iglesia y en el mundo. La luz y la fuerza del Espíritu también os ayudarán a afrontar los desafíos que están ante vosotros, en particular la reducción numérica, el envejecimiento y la disminución de las nuevas vocaciones. Este es un desafío. También os digo: el pueblo de Dios os ama. El cardenal Quarracino me dijo una vez estas palabras, más o menos: «En nuestras ciudades hay grupos o personas algo anticlericales, y cuando pasa un sacerdote le dicen ciertas cosas: “Cuervo” —en Argentina le dicen esto—; lo insultan, no fuertemente, pero algo le dicen. Jamás, jamás, jamás —me decía Quarracino— dicen estas cosas a un hábito franciscano». ¿Y por qué? Habéis heredado una autoridad en el pueblo de Dios con la fraternidad, con la mansedumbre, con la humildad, con la pobreza. Por favor, ¡conservadla! ¡No la perdáis! El pueblo os quiere, os ama.


Que os aliente en vuestro camino la estima de esta buena gente, así como el afecto y el aprecio de los pastores. Encomiendo toda la Orden a la protección maternal de la Virgen María, a quien veneráis como patrona especial con el título de Inmaculada. Os acompañe también mi bendición, que os imparto de corazón; y, por favor, no os olvidéis de rezar por mí, lo necesito. ¡Gracias!


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A LOS MIEMBROS DE LAS ASOCIACIONES CRISTIANAS DE TRABAJADORES ITALIANOS (ACLI),
CON MOTIVO DEL 70 ANIVERSARIO DE SU FUNDACIÓN


Aula Pablo VI
Sábado 23 de mayo 2015


Queridos hermanos y hermanas:


Os saludo con afecto con ocasión del 70° aniversario de la fundación de las Asociaciones cristianas de trabajadores italianos, y agradezco al presidente sus palabras tan amables. Este aniversario es una ocasión importante para reflexionar sobre vuestro «espíritu» asociativo y las razones fundamentales que os han impulsado y os impulsan aún hoy a vivirlo con compromiso y pasión.


A las puertas de vuestra Asociación hoy llegan nuevas cuestiones, que requieren nuevas y calificadas respuestas. Lo que ha cambiado en el mundo global no son tanto los problemas, como su dimensión y urgencia. Inéditas son la amplitud y la velocidad de reproducción de las desigualdades. Pero esto no podemos permitirlo. Tenemos que proponer alternativas equitativas y solidarias que sean realmente practicables.


La extensión de la precariedad, del trabajo en negro y el secuestro en el ámbito de la criminalidad hace experimentar, sobre todo entre las jóvenes generaciones, que la falta de trabajo quita dignidad, impide la plenitud de la vida humana y reclama una respuesta solícita y vigorosa. Respuesta solícita y vigorosa contra este sistema económico mundial donde en el centro no están el hombre y la mujer: hay un ídolo, el dios-dinero. ¡Es este quien manda! Y este dios-dinero destruye, y provoca la cultura del descarte: se descartan los niños, porque no se engendran: se explotan o se matan antes de nacer; se descartan los ancianos, porque no cuentan con un cuidado digno, no tienen las medicinas, tienen pensiones miserables... Y ahora, se descartan a los jóvenes. Pensad, en esta tierra tan generosa, pensad en ese 40 por ciento, o un poco más, de jóvenes de 25 años hacia abajo que no tienen trabajo: son material de descarte, pero son también el sacrificio que esta sociedad, mundana y egoísta, ofrece al dios-dinero, que está en el centro de nuestro sistema económico mundial.


Ante esta cultura del descarte, os invito a realizar un sueño que vuela más alto. Debemos hacer lo posible para que, a través de nuestro trabajo —el «trabajo libre, creativo, participativo y solidario» (cf. Evangelii gaudium, 192)—, el ser humano exprese y aumente la dignidad de su vida. Quisiera decir algo sobre estas cuatro características del trabajo.
El trabajo libre. La auténtica libertad del trabajo significa que el hombre, continuando la obra del Creador, haga lo posible para volver a encontrar su meta: ser obra de Dios que, en el trabajo realizado, encarna y prolonga la imagen de su presencia en la creación y en la historia del hombre. Con demasiada frecuencia, en cambio, el trabajo es víctima de opresiones a diversos niveles: del hombre sobre otro hombre; de nuevas organizaciones de esclavitud que oprimen a los más pobres; en especial, muchos niños y muchas mujeres sufren una economía que obliga a un trabajo indigno que contradice la creación en su belleza y armonía. Tenemos que hacer lo posible para que el trabajo no sea instrumento de alienación, sino de esperanza y vida nueva. Es decir, que el trabajo sea libre.


Segundo: el trabajo creativo. Cada hombre lleva en sí una original y única capacidad para sacar de sí y de las personas que trabajan con él el bien que Dios depositó en su corazón. Cada hombre y mujer es «poeta», capaz de dejar espacio a la creatividad. Poeta quiere decir esto. Pero eso se puede dar cuando se permite al hombre expresar en libertad y creatividad algunas formas de empresa, de trabajo en colaboración realizado en comunidad que permita a él y a otras personas un pleno desarrollo económico y social. No podemos cortar las alas a quienes, en especial jóvenes, tienen mucho para dar con su inteligencia y capacidad; se los debe liberar de los pesos que les oprimen y les impiden entrar con pleno derecho y cuanto antes en el mundo del trabajo.


Tercero: el trabajo participativo. Para poder incidir en la realidad, el hombre está llamado a expresar el trabajo según la lógica más apropiada a su realidad, la relacional. La lógica relacional, es decir ver siempre en el fin del trabajo el rostro del otro y la colaboración responsable con otras personas. Allí donde, a causa de una visión economicista, como la que mencioné antes, se piensa en el hombre en clave egoística y a los demás como medios y no como fines, el trabajo pierde su sentido primario de continuación de la obra de Dios, y por ello es obra de un ídolo; la obra de Dios, en cambio, está destinada a toda la humanidad, para que todos puedan beneficiarse de ella.


Y cuarto, el trabajo solidario. Cada día vosotros encontráis personas que han perdido el trabajo —esto hace llorar—, o que buscan ocupación. Y aceptan lo que se presenta. Hace algunos meses, una señora me decía que había perdido el trabajo, 10/11 horas, en negro, a 600 euros al mes. Y cuando dijo: «Pero, ¿nada más?». —«Ah, si no le gusta se puede marchar. Mire la fila que hay detrás suyo». Cuántas personas que buscan ocupación, personas que quieren llevar el pan a casa: no sólo comer, sino llevar de comer, esto es la dignidad. El pan para su familia. A estas personas hay que darles una respuesta. En primer lugar, es un deber ofrecer la propia cercanía, la propia solidaridad. Los numerosos «círculos» de las acli, que hoy vosotros representáis aquí, pueden ser sitios de acogida y encuentro. Pero luego hay que dar también instrumentos y oportunidades adecuadas. Es necesario el compromiso de vuestra Asociación y de vuestros servicios para contribuir a ofrecer estas oportunidades de trabajo y de nuevos itinerarios de empleo y profesionalidad.


O sea: libertad, creatividad, participación y solidaridad. Estas características forman parte de la historia de las acli. Hoy más que nunca estáis llamados a ponerlas en juego, sin ahorrar nada, al servicio de una vida digna para todos. Y para motivar esta actitud, pensad en los niños explotados, descartados; pensad en los ancianos descartados, que tienen una pensión mínima y no se los atiende; y pensad en los jóvenes descartados del trabajo: ¿qué hacen? No saben qué hacer, y están en peligro de caer en las dependencias, caer en la criminalidad, o marcharse en busca de horizontes de guerra, como mercenarios. Esto es lo que provoca la falta de trabajo.


Quisiera tratar brevemente también tres aspectos —es un poco largo este discurso, disculpadme—. El primero: vuestra presencia fuera de Italia. Inició tras la emigración italiana, también más allá del oceáno, y es un valor muy actual. Hoy muchos jóvenes se desplazan para buscar un trabajo adecuado a los propios estudios o para vivir una experiencia diferente de profesionalidad: os aliento a acogerlos, a sostenerlos en su camino, a ofrecer vuestro apoyo para su inserción. En sus ojos podéis encontrar un reflejo de la mirada de vuestros padres o abuelos que se marcharon lejos para trabajar. Que podáis ser para ellos un buen punto de referencia.


Además, vuestras Asociación está afrontando el tema de la lucha contra la pobreza y el empobrecimiento de la clase media. La propuesta de un apoyo no sólo económico a las personas que están por debajo del nivel de pobreza absoluta, que también en Italia han aumentado en los últimos años, puede ser beneficiosa para toda la sociedad. Al mismo tiempo se debe evitar que caigan en la pobreza quienes hasta ayer vivían una vida digna. Nosotros, en las parroquias, en Cáritas parroquial, vemos esto todos los días: hombres y mujeres que se acercan un poco a escondidas a buscar el alimento para comer... Un poco a escondidas porque se han convertido en pobres de un mes al otro. Y tienen vergüenza. Y esto pasa, pasa, pasa... Hasta ayer vivían una vida digna... Basta poco hoy para convertirse en un pobre: la pérdida del trabajo, un anciano que ya no es autosuficiente, una enfermedad en la familia, incluso —pensad en la terrible paradoja— el nacimiento de un hijo: te puede traer tantos problemas, si estás sin trabajo. Es una importante batalla cultural, la batalla de considerar la asistencia social una infraestructura del desarrollo y no un coste. 
Vosotros podéis actuar como medio de coordinación y motor de la «Alianza nueva contra la pobreza», que se propone desarrollar un plan nacional para el trabajo decente y digno.


Y por último, pero no en importancia, que vuestro compromiso tenga siempre su principio y su coronación en lo que vosotros llamáis inspiración cristiana, y que remite a la constante fidelidad a Jesucristo y a la Palabra de Dios, a estudiar y aplicar la doctrina social de la Iglesia para hacer frente a los nuevos desafíos del mundo contemporáneo.


La inspiración cristiana y la dimensión popular determinan el modo de entender y volver a actualizar la histórica triple fidelidad de las acli a los trabajadores, la democracia y la Iglesia. En el sentido que en el contexto actual, en cierto modo, se podría decir que vuestras tres históricas fidelidades —a los trabajadores, a la democracia y a la Iglesia— se resumen en una nueva y siempre actual: la fidelidad a los pobres.


Os agradezco este encuentro, y os bendigo a vosotros y vuestro trabajo. Y, por favor, no os olvidéis de rezar por mí, lo necesito.


Ahora, antes de dar la bendición, os invito a rezar a la Virgen: la Virgen que es tan fiel a los pobres, porque ella era pobre. Dios te salve, María...


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A LA 68 ASAMBLEA GENERAL DE LA CONFERENCIA EPISCOPAL ITALIANA

Aula del Sínodo
Lunes 18 de mayo de 2015

Queridos hermanos, ¡buenas tardes!


Os saludo a todos y saludo a los nuevos nombrados tras la última Asamblea, y también a los dos nuevos cardenales, creados después de la última Asamblea.


Cuando escucho este pasaje del Evangelio de san Marcos, pienso: ¡pero este san Marcos insiste con la Magdalena! Porque hasta el último momento nos recuerda que ella tenía siete demonios. Pero luego pienso: ¿cuántos he tenido yo? Y hago silencio.


Quisiera ante todo expresar mi agradecimiento por este encuentro, y por el tema que habéis elegido: la exhortación apostólicaEvangelii gaudium.


La alegría del Evangelio. En este momento histórico donde a menudo nos vemos bombardeados por noticias desalentadoras, por situaciones locales e internacionales que nos hacen experimentar aflicción y tribulación —en este marco realísticamente poco confortador—, nuestra vocación cristiana y episcopal es la de ir a contracorriente: o sea, ser testigos gozosos del Cristo Resucitado para transmitir alegría y esperanza a los demás. Nuestra vocación es escuchar lo que el Señor nos pide: «Consolad, consolad a mi pueblo, dice vuestro Dios» (Is 40, 1). En efecto, a nosotros se nos pide consolar, ayudar, alentar, sin distinción alguna, a todos nuestros hermanos oprimidos bajo el peso de sus cruces, acompañándolos, sin cansarnos jamás de trabajar para aliviarlos con la fuerza que viene sólo de Dios.


También Jesús nos dice: «Vosotros sois la sal de la tierra. Pero si la sal se vuelve sosa, ¿con qué la salarán? No sirve más que para tirarla fuera y que la pise la gente» (Mt 5, 13). 
Es tan desagradable encontrar a un consagrado abatido, desmotivado o apagado: él es como un pozo seco donde la gente no encuentra agua para saciar su sed.
Por ello hoy, al saber que habéis elegido como tema de este encuentro la exhortación Evangelii gaudium, quisiera escuchar vuestras ideas, vuestras preguntas, y compartir con vosotros algunas de mis preguntas y reflexiones.


Mis interrogantes y mis preocupaciones nacen de una visión global —no sólo de Italia, global— y sobre todo de los innumerables encuentros que he tenido en estos dos años con las Conferencias episcopales, donde he notado la importancia de lo que se puede definir la sensibilidad eclesial: o sea apropiarse de los sentimientos mismos de Cristo, de humildad, compasión, misericordia, concreción —la caridad de Cristo es concreta— y sabiduría.


La sensibilidad eclesial que comporta también no ser tímidos o irrelevantes a la hora de denunciar y luchar contra una mentalidad generalizada de corrupción pública y privada que logró empobrecer, sin vergüenza alguna, a familias, jubilados, trabajadores honestos, comunidades cristianas, descartando a los jóvenes, sistemáticamente privados de todo tipo de esperanza para su futuro, y sobre todo marginando a los débiles y necesitados. Sensibilidad eclesial que, como buenos pastores, nos hace ir al encuentro del pueblo de Dios para defenderlo de las colonizaciones ideológicas que les quitan la identidad y la dignidad humanas.


La sensibilidad eclesial se manifiesta también en las decisiones pastorales y en la elaboración de los Documentos —los nuestros—, donde no debe prevalecer el aspecto teorético-doctrinal abstracto, como si nuestras orientaciones no estuviesen destinadas a nuestro pueblo o a nuestro país —sino sólo a algunos estudiosos y especialistas—, en cambio, debemos perseguir el esfuerzo de traducirlas en propuestas concretas y comprensibles.


La sensibilidad eclesial y pastoral se hace concreta también al reforzar el papel indispensable de los laicos dispuestos a asumir las responsabilidades que a ellos competen. En realidad, los laicos que tienen una formación cristiana auténtica, no deberían tener necesidad del obispo-piloto, o del monseñor-piloto o de un input clerical para asumir sus propias responsabilidades en todos los niveles, desde lo político a lo social, de lo económico a lo legislativo. En cambio, todos tienen necesidad del obispo pastor.


Por último, la sensibilidad eclesial se revela concretamente en la colegialidad y en la comunión entre los obispos y sus sacerdotes; en la comunión entre los obispos mismos; entre las diócesis ricas —material y vocacionalmente— y la que tienen dificultades; entre las periferias y el centro; entre las conferencias episcopales y los obispos con el sucesor de Pedro.


Se nota en algunas partes del mundo un generalizado debilitamiento de la colegialidad, tanto en la determinación de los planes pastorales como en compartir los compromisos programáticos económico-financieros. Falta el hábito de verificar la recepción de programas y la realización de los proyectos, por ejemplo: se organiza un congreso o un evento que, poniendo en evidencia las conocidas voces, narcotiza a las comunidades, homologando opciones, opiniones y personas. En lugar de dejarnos transportar hacia los horizontes donde nos pide ir el Espíritu Santo.


Otro ejemplo de falta de sensibilidad eclesial: ¿por qué se dejan envejecer tanto los institutos religiosos, monasterios, congregaciones, en tal medida que ya casi no son testimonios evangélicos fieles al carisma fundacional? ¿Por qué no se ponen medios para fusionarlos antes de que sea tarde desde muchos puntos de vista? Y esto es una cuestión mundial.


Me detengo aquí, después de haber querido ofrecer sólo algunos ejemplos acerca de la sensibilidad eclesial debilitada a causa de la continua confrontación con los enormes problemas mundiales y de la crisis que no ha escatimado ni siquiera la misma identidad cristiana y eclesial.


Que el Señor —durante el Jubileo de la misericordia que iniciará el próximo 8 de diciembre— nos conceda «la alegría para redescubrir y hacer fecunda la misericordia de Dios, con la cual todos estamos llamados a dar consuelo a cada hombre y a cada mujer de nuestro tiempo... Encomendemos desde ahora este Año a la Madre de la misericordia, para que dirija su mirada sobre nosotros y vele sobre nuestro camino» (Homilía 13 de marzo de 2015).


Esto es sólo una introducción. Ahora dejo a vosotros el tiempo para proponer vuestras reflexiones, vuestras ideas, vuestras preguntas acerca de la Evangelii gaudium y todo lo que queráis preguntar. ¡Os agradezco mucho!


A LAS RELIGIOSAS CARMELITAS DE BELÉN Y DE ORIENTE PRÓXIMO,
Y A LAS HERMANAS DEL SANTO ROSARIO, PRESENTES EN ROMA PARA LA CANONIZACIÓN
DE MIRIAM DE JESÚS CRUCIFICADO Y ALFONSINA DANIL GHATTAS

Palacio Apostólico Vaticano
Sala Clementina
Lunes 18 de mayo de 2015


¡Buenos días y muchas gracias por la visita!


Estoy muy contento de esta peregrinación de las religiosas con ocasión de la canonización de las nuevas santas. El presidente del Estado de Palestina me dijo que de Jordania partió un avión lleno de religiosas. Pobre piloto... ¡Muchas gracias!


Os doy una misión: orar a las dos nuevas santas por la paz en vuestra tierra, para que acabe esta guerra interminable y haya paz entre los pueblos. Y orar por los cristianos perseguidos, expulsados de sus casas, de su tierra y víctimas de la persecución «con guante blanco»: es oculta, pero se hace. Persecución «con guante blanco» y terrorismo «con guante blanco». Orad mucho por la paz. Ahora cada una de vosotras, en su lengua, rece el Avemaría conmigo.


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ENCUENTRO DEL SANTO PADRE FRANCISCO
CON LOS RELIGIOSOS DE ROMA

Palacio Apostólico Vaticano
Aula Pablo VI
Sábado 16 de mayo de 2015


La primera pregunta la presentó la hermana Fulvia Sieni, agustina del monasterio de los Santos Cuatro Coronados: «Los monasterios viven un delicado equilibrio entre vida oculta y visibilidad, clausura y participación en la vida diocesana, silencio orante y Palabra que anuncia. ¿De qué modo un monasterio urbano puede enriquecerse y dejarse enriquecer por la vida espiritual de la diócesis y por otras formas de vida consagrada manteniéndose firme en sus normas monásticas?


Usted habla de un delicado equilibrio entre vida oculta y visibilidad. Yo diré algo más: una tensión entre vida oculta y visibilidad. La vocación monástica es esta tensión, tensión en el sentido vital, tensión de fidelidad. El equilibrio se puede entender cómo «equilibramos, tanto de esta parte como de la otra...». En cambio, la tensión es la llamada de Dios hacia la vida oculta y la llamada de Dios a hacerse visibles de un cierto modo. ¿Pero cómo debe ser esa visibilidad y cómo debe ser esa vida oculta? Es la tensión que vosotras vivís en vuestra alma. Y esta es vuestra vocación: sois mujeres «en tensión»: en tensión entre esta actitud de buscar al Señor y ocultarse en el Señor, y esta llamada a dar un signo. Los muros del monasterio no son suficientes para dar ese signo. Recibí una carta, hace 6-7 meses, de una religiosa de clausura que había comenzado a trabajar con los pobres, en la portería; y luego salió a trabajar afuera con los pobres; y luego siguió adelante, más y más, y al final dijo: «Mi clausura es el mundo». Yo le respondí: «Dime, querida, ¿tú tienes reja portátil?». Esto es un error.


Otro error es no querer percibir nada, ver nada. «Padre, ¿pueden entrar las noticias en el monasterio?». ¡Deben! Pero no las noticias —digamos— de los medios de comunicación «de cotilleo»; las noticias de lo que sucede en el mundo, las noticias —por ejemplo— de las guerras, de las enfermedades, del sufrimiento de la gente. Por ello una de las cosas que nunca, nunca, debéis dejar es un tiempo para escuchar a la gente. Incluso en las horas de contemplación, de silencio... Algunos monasterios tienen la secretaría telefónica y la gente llama, pide oración por esto, por lo otro: esa conexión con el mundo es importante. En algunos monasterios se mira el telediario; no lo sé, esto es discernimiento de cada monasterio, según la regla. A otros llega el periódico, se lee; en otros se se hace esta conexión de otra forma. Pero siempre es importante la conexión con el mundo: saber qué sucede. Porque vuestra vocación no es un refugio; es ir precisamente al campo de batalla, es lucha, es llamar al corazón del Señor en favor de esa ciudad. Es como Moisés, que mantenía las manos elevadas, rezando, mientras que el pueblo combatía (cf. Ex 17, 8-13).
Numerosas gracias llegan del Señor en esta tensión entre la vida oculta, la oración y estar atentos a las noticias de la gente. En esto la prudencia, el discernimiento, os hará comprender cuánto tiempo se dedica a una cosa y cuánto tiempo a otra. Hay también monasterios que ocupan media hora al día, una hora al día, para dar de comer a quienes se acercan a pedirlo; y esto no va contra la vida oculta en Dios. Es un servicio, es una sonrisa. La sonrisa de las religiosas de clausura abre el corazón. La sonrisa de las religiosas de clausura alimenta más que el pan a quienes acuden a ellas. Esta semana te toca a ti dar de comer durante esa media hora a los pobres que piden también un bocadillo. Quien esto, quien lo otro: esta semana te toca a ti sonreír a los necesitados. No os olvidéis de esto. A una religiosa que no sabe sonreír le falta algo.


En el monasterio hay problemas, luchas —como en toda familia—, pequeñas luchas, algún celo, esto, lo otro... Y esto nos hace entender cuánto sufre la gente en las familias, las luchas en las familias; cuando discuten marido y mujer y cuando hay celos; cuando se separan las familias... Cuando también vosotros tenéis este tipo de prueba —siempre están estas cosas—, percibir que ese no es el camino y ofrecer al Señor, buscando una senda de paz, dentro del monasterio, para que el Señor construya la paz en las familias, entre la gente.


«Pero, dígame Padre, nosotros leemos a menudo que en el mundo, en la ciudad, hay corrupción, ¿también en los monasterios puede haber corrupción?». Sí, cuando se pierde la memoria. Cuando se pierde la memoria. La memoria de la vocación, del primer encuentro con Dios, del carisma que fundó el monasterio. Cuando se pierde esta memoria y el espíritu comienza a ser mundano, piensa cosas mundanas y se pierde el celo de la oración de intercesión por la gente. Tú has dicho una palabra bella, bella, bella: «El monasterio está presente en la ciudad, Dios está en la ciudad y nosotros percibimos el bullicio de la ciudad». Estos ruidos, que son ruidos de vida, rumores de los problemas, rumores de mucha gente que va a trabajar, que regresa del trabajo, que piensa estas cosas, que ama...; este bullicio os debe impulsar a todos a luchar con Dios, con la valentía que tenía Moisés. Acuérdate cuando Moisés estaba triste porque el pueblo iba por un camino equivocado. El Señor perdió la paciencia y dijo a Moisés: «Destruiré a este pueblo. Pero tú permanece tranquilo, te haré jefe de otro pueblo». ¿Qué dijo Moisés? ¿Qué dijo? «¡No! Si tú destruyes a este pueblo, me destruyes también a mí» (cf. Ex 32, 9-14). Este vínculo con tu pueblo es la ciudad. Decir al Señor: «Esta es mi ciudad, es mi pueblo. Son mis hermanos y mis hermanas». Esto quiere decir dar la vida por el pueblo. Este delicado equilibrio, esta delicada tensión significa todo esto.


No sé como lo hacéis vosotras agustinas de los Santos Cuatro Coronados: ¿existe la posibilidad de recibir personas en el locutorio...? ¿Cuántas rejas tenéis? ¿Cuatro o cinco? O ya no existe la reja... Es verdad que se puede deslizar hacia algunas imprudencias, dejar tanto tiempo para hablar —santa Teresa dice muchas cosas sobre esto—, pero ver vuestra alegría, ver el compromiso de la oración, de la intercesión, hace mucho bien a la gente. Y vosotras, tras una media hora de conversación, volvéis al Señor. Esto es muy importante, muy importante. Porque la clausura siempre necesita esta conexión humana. Esto es muy importante.


La pregunta final es: ¿cómo puede un monasterio enriquecer y dejarse enriquecer por la vida espiritual de la diócesis y de las demás formas de vida consagrada, manteniéndose firme en sus normas monásticas? Sí, la diócesis: rezar por el obispo, los obispos auxiliares y los sacerdotes. Hay buenos confesores por todos lados. Algunos no tan buenos... Pero los hay buenos. Yo sé de sacerdotes que van a los monasterios a escuchar qué dice una religiosa, y hacéis mucho bien a los sacerdotes. Rezad por los sacerdotes. En este delicado equilibrio, en esta delicada tensión está también la oración por los sacerdotes. Pensad en santa Teresa del Niño Jesús... Rezar por los sacerdotes, pero también escuchar a los sacerdotes, escucharlos cuando se acercan, en esos minutos en el locutorio. Escuchar. Yo conozco muchos, muchos sacerdotes que —permitidme la palabra— se desahogan hablando con una religiosa de clausura. Y luego la sonrisa, la palabrita y la seguridad de la oración de la religiosa los renueva y vuelven a la parroquia felices. No sé si he respondido...


La segunda pregunta la hizo Iwona Langa, del Ordo virginum, Casa-familia Ain Karim: «El matrimonio y la virginidad cristiana son dos modos para realizar la vocación al amor. Fidelidad, perseverancia, unidad del corazón, son compromisos y desafíos tanto para los esposos cristianos como para nosotros consagrados: ¿cómo iluminar el camino los unos de los otros, los unos para los otros, y caminar juntos hacia el Reino?».


Mientras que la primera religiosa, hermana Fulvia Sieni, estaba —digamos— «en la cárcel», esta otra religiosa está... «en el camino». Las dos llevan la Palabra de Dios a la ciudad. Usted planteaba una hermosa pregunta: «El amor en el matrimonio y el amor en la vida consagrada, ¿es el mismo amor?». ¿Cuenta con las cualidades de perseverancia, de fidelidad, de unidad, de corazón? ¿Hay compromisos y desafíos? Por ello a las consagradas se las llama esposas del Señor. Se casan con el Señor. Yo tenía un tío cuya hija se hizo religiosa y decía: «Ahora yo soy suegro del Señor. Mi hija se casó con el Señor». En la consagración femenina hay una dimensión esponsal. En la consagración masculina también: al obispo se le llama «esposo de la Iglesia», porque ocupa el lugar de Jesús, esposo de la Iglesia. Pero esta dimensión femenina —voy un poco fuera de la pregunta, para luego volver a ella— en las mujeres es muy importante. Las religiosas son el icono de la Iglesia y de la Virgen. No olvidéis que la Iglesia es femenina: no es el Iglesia, es la Iglesia. Y por ello la Iglesia es esposa de Jesús. Muchas veces olvidamos esto; y olvidamos este amor maternal de la religiosa, porque el amor de la Iglesia es maternal; este amor maternal de la religiosa, porque el amor de la Virgen es maternal. La fidelidad, la expresión del amor de la mujer consagrada, debe —pero no como un deber, sino por connaturalidad— reflejar la fidelidad, el amor, la ternura de la Madre Iglesia y de la Madre María. Una mujer que no entra, para consagrarse, por este camino, al final se equivoca. La maternidad de la mujer consagrada. Pensar mucho en esto. Cómo es maternal María y cómo es maternal la Iglesia.


Y tú preguntabas: ¿cómo iluminar el camino los unos de los otros, los unos para los otros, y caminar hacia el Reino? El amor de María y el amor de la Iglesia es un amor concreto. La realidad concreta es la calidad de esta maternidad de las mujeres, de las religiosas. Amor concreto. Cuando una religiosa comienza con las ideas, demasiadas ideas, demasiadas ideas... ¿Qué hacía santa Teresa? ¿Qué consejo daba santa Teresa, la grande, a la superiora? «Le dé un bistec y luego hablamos». Hacer que baje a la realidad. La realidad concreta. Y la realidad concreta del amor es muy difícil. Es muy difícil. Y aún más cuando se vive en comunidad, porque los problemas de la comunidad todos los conocemos: los celos, las habladurías; que esta superiora es esto, que la otra es lo otro... Estas cosas son cosas concretas, pero no son buenas. La realidad concreta de la bondad, del amor, que perdona todo. Si tiene que decir una verdad, que la diga de frente, pero con amor; reza antes de hacer una corrección y luego pide al Señor que siga adelante con la corrección. ¡Es el amor concreto! Una religiosa no puede permitirse un amor sobre las nubes; no, el amor es concreto.


Y, ¿cómo es la realidad concreta de la mujer consagrada? ¿Cómo es? Puedes encontrarla en dos pasajes del Evangelio. En las Bienaventuranzas: te dicen lo que tienes que hacer. Jesús, el programa de Jesús, es concreto. Muchas veces pienso que las Bienaventuranzas son la primera encíclica de la Iglesia. Es verdad, porque todo el programa está ahí. Y luego lo concreto lo encuentras en el protocolo a partir del cual todos nosotros seremos juzgados: Mateo 25. La realidad concreta de la mujer consagrada está ahí. Con estos dos pasajes tú puedes vivir toda la vida consagrada; con estas dos reglas, con estas dos cosas concretas, haciendo estas cosas concretas. Y haciendo estas cosas concretas puedes llegar también a un grado, a un nivel de santidad y oración muy grande. Pero lo concreto es necesario: el amor es concreto. Y vuestro amor de mujeres es un amor maternal concreto. Una mamá jamás habla mal de los hijos. Pero si tú eres una consagrada, en un convento o en una comunidad laical, tú tienes esta consagración maternal y no te es lícito criticar a las demás consagradas. No. Disculparlas siempre, siempre. Es hermoso ese pasaje de la autobiografía de santa Teresa del Niño Jesús, cuando encontraba a la hermana que la odiaba. ¿Qué hacía? Sonreía y seguía adelante. Una sonrisa de amor. ¿Y qué hacía cuando tenía que acompañar a la hermana que siempre estaba descontenta, porque cojeaba de las dos piernas y la pobre estaba enferma? ¿Qué hacía? ¡Hacía lo mejor! La acompañaba bien y luego le cortaba también el pan, le hacía algo de más. Pero jamás la crítica oculta. Eso destruye la maternidad. Una mamá que critica, que habla mal de sus hijos no es madre. Creo que se dice «matrigna» en italiano... No es madre. Yo te diré esto: el amor —y tú ves que es también conyugal, es la misma figura, la figura de la maternidad en la Iglesia— es la realidad concreta. La realidad concreta. Os aconsejo hacer este ejercicio: leer con frecuencia las Bienaventuranzas y Mateo 25, el protocolo del juicio. Esto hace mucho bien para hacer concreto el Evangelio. No lo sé, ¿terminamos aquí?


La tercera pregunta la presentó el padre Gaetano Saracino, misionero escalabriniano, párroco del Santísimo Redentor: ¿Cómo poner en común y hacer fructificar los dones de los cuales son portadores los diversos carismas en esta Iglesia local tan rica de talentos? A menudo es difícil incluso sólo la comunicación de los diversos itinerarios, somos incapaces de aunar fuerzas entre congregaciones, parroquias, otros organismos pastorales, asociaciones y movimientos laicales, casi como si hubiese competitividad en lugar de servicio compartido. A veces, además, nosotros consagrados nos sentimos como “tapa agujeros”. ¿Cómo “caminar juntos”?».


Yo estuve en esa parroquia y conozco lo que hace este sacerdote revolucionario: trabaja bien. Trabaja bien. Tú has comenzado a hablar de la fiesta. Es una de las cosas que nosotros cristianos olvidamos: la fiesta. Y la fiesta es una categoría teológica, está también en la Biblia. Cuando volváis a casa, leed Deuteronomio 26. Allí Moisés, en nombre del Señor, dice lo que deben hacer los campesinos cada año: llevar los primeros frutos de la cosecha al templo. Dice así: «Ve al templo, lleva el cesto con los primeros frutos para ofrecerlos al Señor como acción de gracias». ¿Y luego? Primero, haz memoria. Y hace que reciten un breve credo: «Mi padre era un arameo errante, Dios lo llamó; fuimos esclavos en Egipto, pero el Señor nos liberó y nos dio esta tierra...» (cf. Dt 26, 5-9). Primero, la memoria. Segundo, dar el cesto al encargado. Tercero, da gracias al Señor. Y cuarto, vuelve a casa y haz fiesta. Haz fiesta e invita a los que no tienen familia, invita a los esclavos, a los que no son libres, también invita al vecino a la fiesta... La fiesta es una categoría teológica de la vida. Y no se puede vivir la vida consagrada sin esta dimensión festiva. Se hace fiesta. Pero hacer fiesta no es lo mismo que hacer ruido, bullicio... Hacer fiesta es lo que dice el pasaje que cité. Recordadlo: Deuteronomio 26. Al final hay una oración: es la alegría de recordar todo lo que el Señor hizo por nosotros; todo lo que me dio; también el fruto por el cual trabajé y hago fiesta. En las comunidades, también en las parroquias como en tu caso, donde no se hace fiesta —cuando se tiene ocasión de hacerla— falta algo. Son demasiado rígidos: «Nos hará bien a la disciplina». Todo ordenado: los niños hacen la Comunión, bellísima, se da una buena catequesis... Pero falta algo: ¡falta ruido, falta sonido, falta fiesta! Falta el corazón festivo de una comunidad. La fiesta. 
Algunos escritores espirituales dicen que también la Eucaristía, la celebración de la Eucaristía es una fiesta: sí, tiene una dimensión festiva al conmemorar la muerte y la resurrección del Señor. Esto no he querido dejarlo pasar, porque no estaba precisamente en tu pregunta, sino en tu reflexión interior.


Y luego hablas de la competitividad entre esta parroquia y la otra, esta congregación y esa otra... Una de las cosas más difíciles para un obispo es crear armonía en la diócesis. Y tú dices: «Para el obispo, ¿los religiosos son tapa agujeros?». Algunas veces puede ser que sí... Pero yo te hago otra pregunta: Cuando te nombren obispo a ti, por ejemplo —ponte en el sitio del obispo—, tienes una parroquia, con un buen párroco religioso; tres años después viene el provincial y te dice: «A este lo cambio y en su lugar te envío a otro». También los obispos sufren por esa actitud. Muchas veces —no siempre, porque hay religiosos que entran en diálogo con el obispo— nosotros tenemos que hacer nuestra parte. «Hemos tenido un capítulo y el capítulo decidió esto...». Muchas religiosas y religiosos se pasan la vida si no es en capítulos, en versículos... Pero se la pasan siempre así. Yo me tomo la libertad de hablar así porque soy obispo y soy religioso. Y comprendo a ambas partes, y entiendo los problemas. Es verdad: la unidad entre los diversos carismas, la unidad del presbiterio, la unidad con el obispo... Y esto no es fácil encontrarlo: cada uno tira hacia su interés, no digo siempre, pero existe esa tendencia, es humana... Y hay algo de pecado detrás, pero es así. Es así. Por eso la Iglesia, en este momento, está pensando en ofrecer un antiguo documento, hay que retomarlo, sobre las relaciones entre el religioso y el obispo. El Sínodo del ’94 había pedido reformarlo, el Mutuae relationes (14 de mayo de 1978). Han pasado muchos años y no se ha hecho. No es fácil la relación de los religiosos con el obispo, con la diócesis o con los sacerdotes no religiosos. Pero hay que comprometerse en el trabajo común. En las prefecturas, ¿cómo se trabaja a nivel pastoral en este barrio, todos juntos? Así se hace en la Iglesia. El obispo no debe usar a los religiosos como tapa agujeros, pero los religiosos no tienen que usar al obispo como si fuese el dueño de una empresa que da trabajo. No lo sé... Pero la fiesta, quiero volver al tema principal: cuando hay comunidad, sin intereses propios, siempre hay espíritu de fiesta. He visto tu parroquia y es verdad, tú sabes hacerlo. Gracias.


La cuarta pregunta la presentó el padre Gaetano Greco, terciario capuchino de la Dolorosa, capellán de la cárcel de menores de Casal del Marmo: «La vida consagrada es un don de Dios a la Iglesia, un don de Dios a su pueblo. No siempre, sin embargo, este don es apreciado y valorado en su identidad y en su especificidad. A menudo las comunidades, sobre todo femeninas, en nuestra Iglesia local tienen dificultades para encontrar serios acompañantes, formadores, directores espirituales, confesores. ¿Cómo redescubrir esta riqueza? La vida consagrada para el 80% tiene un rostro femenino. ¿Cómo se puede valorizar la presencia de la mujer y en particular de la mujer consagrada en la Iglesia?


El padre Gaetano en su reflexión, mientras contaba su historia, habló de la «sustitución de 2-3 semanas» que tenía que hacer en la cárcel de menores. Y está allí desde hace 45 años, creo. Lo hizo por obediencia. «Tu lugar está allí», le dijo el superior. Y con gran pesar obedeció. Luego vio que ese acto de obediencia, lo que le había pedido el superior, era voluntad de Dios. Me permito, antes de responder a la pregunta, decir una palabra acerca de la obediencia. Cuando Pablo quiere anunciarnos el misterio de Jesucristo usa esta palabra; cuando quiere comunicarnos cómo fue la fecundidad de Jesucristo, usa esta palabra: «Se hizo obediente hasta la muerte y muerte de cruz» (cf. Flp 2, 8). Se humilló a sí mismo. Obedeció. El misterio de Cristo es un misterio de obediencia, y la obediencia es fecunda. Es verdad que como toda virtud, como cada espacio teológico, puede ser tentada de convertirse en una actitud disciplinar. Pero la obediencia en la vida consagrada es un misterio. Y así como dije que la mujer consagrada es icono de María y de la Iglesia, podemos decir que la obediencia es icono del camino de Jesús. Cuando Jesús se encarnó por obediencia, se hizo hombre por obediencia, hasta la cruz y la muerte. El misterio de la obediencia no se comprende si no es a la luz de este camino de Jesús. El misterio de la obediencia es un asemejarse a Jesús en el camino que Él quiso recorrer. Y los frutos se ven. Y doy las gracias al padre Gaetano por su testimonio en este punto, porque se dicen muchas palabras acerca de la obediencia —el diálogo previo, sí todas estas cosas son buenas, no son malas— pero, ¿qué es la obediencia? Consultad la Carta de san Pablo a los Filipenses, capítulo 2: es el misterio de Jesús. Sólo allí podemos comprender la obediencia. No en los capítulos generales o provinciales: allí se podrá profundizar, pero comprenderla, sólo en el misterio de Jesús.


Ahora pasemos a la pregunta: la vida consagrada es un don, un don de Dios a la Iglesia. Es verdad. Es un don de Dios. Vosotros habláis de la profecía: es un don de profecía. Es Dios presente, Dios que quiere hacerse presente con un don: elige hombres y mujeres, pero es un don, un don gratuito. También la vocación es un don, no es un reclutamiento de gente que quiere seguir ese camino. No, es el don al corazón de una persona; el don a una congregación; y también esa congregación es un don. No siempre, sin embargo, este don es apreciado y valorado en su identidad y en su especificidad. Esto es verdad. Existe la tentación de homologar a los consagrados, como si fuesen todos la misma cosa. En el Vaticano II se hizo una propuesta de ese tipo, de homologar a los consagrados. No, es un don con una identidad especial, que llega a través del don carismático que Dios hace a un hombre o a una mujer para formar una familia religiosa.


Y luego un problema: la cuestión de cómo se acompaña a los religiosos. A menudo las comunidades, sobre todo femeninas, en nuestra Iglesia local tienen inconvenientes para encontrar serios acompañantes, formadores, padres espirituales y confesores. O porque no comprenden lo que es la vida consagrada, o porque quieren entremeterse en el carisma y dar interpretaciones que hacen mal al corazón de la religiosa... Estamos hablando de las religiosas que encuentran este inconveniente, pero también los hombres los tienen. Y no es fácil acompañar. No es fácil encontrar un confesor, un padre espiritual. No es fácil encontrar un hombre con rectitud de intención; y que la dirección espiritual, la confesión, no sea una conversación entre amigos pero sin profundidad; o encontrar a los rígidos, que no comprenden bien dónde está el problema, porque no entienden la vida religiosa... Yo, en la otra diócesis que tenía, aconsejaba siempre a las religiosas que venían a pedir consejo: «Dime, en tu comunidad o en tu congregación, ¿no hay una hermana sabia, una hermana que viva bien el carisma, una buena religiosa con experiencia? Haz la dirección espiritual con ella» —«Pero es mujer»—. «Es un carisma de los laicos». La dirección espiritual no es un carisma exclusivo de los presbíteros: es un carisma de los laicos. En el monacato primitivo los laicos eran los grandes directores. Ahora estoy leyendo la doctrina, precisamente sobre la obediencia, de san Silvano, un monje del Monte Athos. Era un carpintero, su profesión era carpintero, luego fue ecónomo, pero no era ni siquiera diácono; era un gran director espiritual. Es un carisma de los laicos. Y los superiores, cuando ven que un hombre o una mujer en la congregación o en la provincia tiene el carisma de padre espiritual, se debe tratar de ayudar a que se forme, para prestar ese servicio. No es fácil. 
Una cosa es el director espiritual y otra es el confesor. Al confesor voy, le digo mis pecados, escucho el bastonazo; luego me perdona todo y sigo adelante. Pero al director espiritual le tengo que decir lo que sucede en mi corazón. El examen de conciencia no es el mismo para la confesión y para la dirección espiritual. Para la confesión, debes buscar dónde has faltado, si has perdido la paciencia, si has tenido codicia: esas cosas, cosas concretas, que son pecaminosas. Pero para la dirección espiritual debes hacer un examen acerca de lo que ha sucedido en el corazón; qué moción del espíritu, si tuve desolación, si tuve consolación, si estoy cansado, por qué estoy triste: estas son las cosas que debo hablar con el director o la directora espiritual. Estas son las cosas. Los superiores tienen la responsabilidad de buscar quién, en la comunidad, en la congregación, en la provincia tiene este carisma, dar esta misión y formarlos, ayudarles en esto. Acompañar en el camino es ir paso a paso con el hermano o con la hermana consagrada. Creo que en esto aún somos inmaduros. No somos maduros en esto, porque la dirección espiritual viene del discernimiento. Pero cuando te encuentras ante hombres y mujeres consagrados que no saben discernir lo que sucede en su corazón, que no saben discernir una decisión, es una falta de dirección espiritual. Y esto sólo un hombre sabio, una mujer sabia puede hacerlo. Pero también formados. Hoy no se puede ir sólo con la buena voluntad: hoy el mundo es muy complejo y también las ciencias humanas nos ayudan, sin caer en el psicologismo, pero nos ayudan a ver el camino. Formarlos con la lectura de los grandes, de los grandes directores y directoras espirituales, sobre todo del monacato. No sé si tenéis contacto con las obras del monacato primitivo: ¡cuánta sabiduría de dirección espiritual había allí! Es importante formarlos con esto. ¿Cómo redescubrir esta riqueza? La vida consagrada para el 80% tiene un rostro femenino: es verdad, hay más mujeres consagradas que hombres. ¿Cómo es posible valorar la presencia de la mujer, y en especial de la mujer consagrada, en la Iglesia? Me repito un poco en lo que estoy por decir: dar a la mujer consagrada también esta función que muchos creen que es sólo de los sacerdotes; y también hacer concreto el hecho de que la mujer consagrada es el rostro de la Madre Iglesia y de la Madre María, es decir, seguir adelante por el camino de la maternidad, y maternidad no es sólo tener hijos. La maternidad es acompañar en el crecimiento; la maternidad es pasar las horas junto a un enfermo, al hijo enfermo, al hermano enfermo; es entregar la vida en el amor, con el amor de ternura y de maternidad. Por este camino encontraremos aún más el papel de la mujer en la Iglesia.


El padre Gaetano trató varios temas, por esto se me hace difícil responder... Pero cuando me dicen: «¡No! En la Iglesia las mujeres deben ser jefes de dicasterio, por ejemplo». Sí, pueden, en algunos dicasterios pueden; pero esto que pides es un simple funcionalismo. Eso no es redescubrir el papel de la mujer en la Iglesia. Es más profundo y va por este camino. Sí, que haga estas cosas, que se las promueva —ahora en Roma hay una que es rectora de una universidad, y eso es bueno—; pero esto no es el triunfo. No, no. Esto es una gran cosa, es una cosa funcional; pero lo esencial del papel de la mujer tiene que ver —lo diré en términos no teológicos— con hacer que ella exprese su genio femenino. Cuando tratamos un problema entre hombres llegamos a una conclusión, pero si tratamos el mismo problema con las mujeres, la conclusión será distinta. Irá por el mismo camino, pero más rica, más fuerte, más intuitiva. Por eso la mujer en la Iglesia debe tener este papel; se debe explicitar, ayudar a explicitar de muchas formas el genio femenino.
Creo que con esto he respondido como he podido a las preguntas y a a la tuya. Y a propósito de genio femenino, he hablado de sonrisa, he hablado de paciencia en la vida de comunidad, y quisiera decir una palabra a esta hermana que he saludado de 97 años: tiene 97 años... Está allí, la veo bien. Levante la mano, para que todos la vean... He intercambiado con ella dos o tres palabras, me miraba con ojos transparentes, me miraba con esa sonrisa de hermana, de mamá y de abuela. En ella quiero rendir homenaje a la perseverancia en la vida consagrada. Algunos creen que la vida consagrada es el paraíso en la tierra. ¡No! Tal vez el Purgatorio... Pero no el Paraíso. No es fácil seguir adelante. Y cuando veo a una persona que ha entregado su vida, doy gracias al Señor. A través de usted, hermana, doy las gracias a todas, y a todos los consagrados. ¡Muchas gracias!


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A LOS ORGANIZADORES Y PATROCINADORES DEL 
"CONCIERTO PARA LOS POBRES"

Salita del Aula Pablo VI
Miércoles 13 de mayo de 2015

Buenos días a todos y os agradezco esta visita. Doy gracias por todo lo que habéis hecho, hacéis y haréis por este concierto que nos une. La música tiene esta capacidad de unir las almas y unirnos con el Señor, siempre nos transporta... es horizontal y también vertical, va hacia lo alto y nos libera de las angustias. Incluso la música triste, pensemos en esos adagios de lamentación, también esta nos ayuda en los momentos de dificultad.


Os agradezco mucho porque nos hará bien a todos un poco de espíritu en medio a la especulación material que siempre nos rodea y empequeñece, nos quita la alegría. Y como creyentes tenemos la alegría de un Padre que nos ama a todos y la alegría de poder crear comunión fraterna con todos. Pero esta alegría vosotros la sembráis ahora con este concierto. Será un concierto para sembrar alegría, no una alegría divertida de un momento, no: la semilla permanecerá allí, en el alma de todos, y hará mucho bien a todos. Os doy las gracias por el bien que hacéis, muchas gracias, de corazón.


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A LOS OBISPOS DE LA CONFERENCIA EPISCOPAL DE MOZAMBIQUE
EN VISITA "AD LIMINA APOSTOLORUM"
Sábado 9 de mayo de 2015


Amados hermanos en el episcopado:


Sed bienvenidos ad limina Apostolorum, meta de la visita que estáis realizando en estos días para celebrar y estrechar aún más, con vuestras diócesis en el corazón, los vínculos entre vosotros y con la Iglesia de Roma que preside en la caridad. Somos un único pueblo, con una sola alma, llamados por el Señor que nos ama y sostiene. Con alegría fraterna os acojo y saludo, extendiendo mi saludo a los cardenales Alexandre y Júlio, a los obispos eméritos, al clero diocesano y misionero, a los consagrados y consagradas y a todos los fieles laicos de Mozambique, sobre todo a los catequistas y animadores de las pequeñas comunidades cristianas. Agradezco a monseñor Lúcio Muandula las palabras que me ha dirigido en nombre de toda la Conferencia episcopal, compartiendo las alegrías y esperanzas, dificultades y preocupaciones de vuestro pueblo. Os expreso mi gratitud por el generoso trabajo pastoral que lleváis adelante en vuestras comunidades diocesanas y os aseguro mi constante unión y solidaridad espiritual. Por mi parte, os pido que no os olvidéis de rezar por mí, para que pueda ayudar a la Iglesia en lo que el Señor desea que le ayude.


«¿Me amas?», le pregunta el Señor a Pedro, y la pregunta sigue resonando en el corazón de sus sucesores. Y, ante mi respuesta afirmativa, me pide: «Apacienta mis ovejas» (cf. Jn 21, 15-17). Y lo mismo —estoy seguro de ello— os sucedió a vosotros. El Señor se hace mendigo de amor y nos interroga sobre la única cuestión verdaderamente esencial para apacentar sus ovejas, su Iglesia. Jesús es el sumo Pastor de la Iglesia y en su nombre y por su mandato tenemos la tarea de custodiar su rebaño con plena disponibilidad, hasta la entrega total de nuestra vida. Dejemos de lado toda importancia eventual y las falsas presunciones, para inclinarnos a «lavar los pies» de los que el Señor nos ha confiado.


En vuestra solicitud pastoral reserváis un lugar particular, muy particular, a vuestros sacerdotes. Dios nos manda amar al prójimo, y el primer prójimo del obispo son sus sacerdotes, colaboradores indispensables, de los cuales buscáis el consejo y la ayuda, de quienes os preocupáis como padres, hermanos y amigos. Que vuestro corazón, vuestra mano y vuestra puerta permanezcan siempre abiertos para ellos. El tiempo que se pasa con ellos jamás es tiempo perdido. Entre vuestros primeros deberes, está el cuidado espiritual del presbiterio, pero no olvidéis las necesidades humanas de cada sacerdote, sobre todo en los momentos más delicados e importantes de su ministerio y de su vida.


La fecundidad de nuestra misión, amados hermanos en el sacerdocio, no la asegura el número de los colaboradores ni el prestigio de la institución, y ni siquiera la cantidad de los recursos disponibles. Lo que cuenta es estar impregnados del amor de Cristo, dejarse guiar por el Espíritu Santo e introducir la propia existencia en el árbol de la vida, que es la cruz del Señor. Y de la cruz, supremo acto de misericordia y amor, se renace como «nueva criatura» (Gál 6, 15). Querido sacerdote, ¡eres alter Christus! De san Pablo, insuperable modelo de misionero cristiano, sabemos que trató de configurarse con Jesús en su muerte para participar en su resurrección (cf. Flp 3, 10-11). En su ministerio, experimentó el sufrimiento, la debilidad y la derrota, pero también la alegría y el consuelo. Este es el misterio pascual de Jesús: misterio de muerte y resurrección. El misterio pascual es el corazón palpitante de la misión de la Iglesia. Si permanecéis dentro de este misterio, estaréis protegidos tanto de una visión mundana y triunfalista de la misión, como del desaliento que puede nacer ante las pruebas y los fracasos.


Pero, ¿existirán aún hoy misioneros de la misma madera de Pablo, hombres y mujeres agarrados a la cruz de Cristo, casados con Cristo, despojados de todo para abrazar al Todo? Sí, y alegrémonos por estos hombres y mujeres consagrados totalmente a Cristo, inmolados e identificados con Cristo, que pueden afirmar: «No soy yo el que vive, es Cristo quien vive en mí» (Gál 2, 20). Que en este Año de la vida consagrada se eleven a Dios acciones de gracias y alabanzas de vuestras comunidades cristianas por el testimonio de fe y servicio que los religiosos y religiosas ofrecen en los diversos ámbitos de la vida eclesial y social, sobre todo en la atención y solicitud por los pobres y por todas las miserias humanas, materiales, morales y espirituales. Pienso en la gran cantidad de escuelas comunitarias, gestionadas por las diversas familias religiosas, así como en los diversos centros de acogida, en los orfanatos, en las casas-familia, donde viven y crecen tantos niños y jóvenes abandonados; también deseo señalar la heroica entrega de numerosos enfermeros y médicos, religiosas y sacerdotes. Amados hermanos obispos: Mostraos agradecidos por la presencia y el servicio que las consagradas y los consagrados prestan en Mozambique; es importante la justa inserción diocesana de las comunidades religiosas; no son un mero material de reserva para las diócesis, sino carismas que las enriquecen. 
Pero esto no puede dejarse al azar, a la improvisación; exige el compromiso de las diversas fuerzas y experiencias vividas en un proyecto común, para que no se dispersen en muchas cosas secundarias o superfluas, sino que se concentren en esa realidad fundamental que es el encuentro con Cristo, con su misericordia, con su amor, y amen a los hermanos como Él los amó.


Vuestro ser pastores os impone la obligación de unir, armonizar y racionalizar las fuerzas eclesiales de la diócesis. Sé que ya lo estáis haciendo, pero que nadie se encierre en su propio recinto o se queje por lo que no tiene; hacedlo para imprimir un renovado impulso apostólico a las comunidades cristianas, para conferirles la dinámica misionera de la salida para acompañar a las personas —como hizo Jesús con los discípulos de Emaús—, despertando en ellas la esperanza, inflamando su corazón y suscitando el deseo de volver a casa, al seno de la familia, a la Iglesia, donde se encuentran nuestras fuentes: la Sagrada Escritura, la catequesis, los sacramentos, la comunidad, la amistad del Señor, María y los Apóstoles. Que este clima de «familia», el ambiente sereno y cordial entre todos, favorezca el buen entendimiento y la colaboración responsable en el seno de la Iglesia que peregrina en Mozambique, invitando a los obispos a la comunión entre ellos y a la solicitud por la Iglesia universal. Esta solicitud y esta comunión se ven en el funcionamiento real y fecundo de la Conferencia episcopal, en la generosa colaboración entre diócesis cercanas o de la misma provincia eclesiástica, que se ponen de acuerdo para ofrecer servicios y soluciones de interés común.


Amados hermanos en el episcopado: Bajad en medio de vuestros fieles, incluso en las periferias de vuestras diócesis y en todas las «periferias existenciales» donde hay sufrimiento, soledad, degradación humana. Un obispo que vive en medio de sus fieles tiene los oídos abiertos para escuchar «lo que el Espíritu dice a las Iglesias» (Ap 2, 7) y la «voz de las ovejas», incluso a través de los organismos diocesanos que tienen la tarea de aconsejaros y ayudaros, promoviendo un diálogo leal y constructivo: consejo presbiteral, consejo pastoral, consejo de asuntos económicos. No se puede pensar en un obispo que no tenga estos organismos diocesanos. También esto significa estar con el pueblo. Aquí pienso en vuestro deber de residir en la diócesis; lo pide el pueblo mismo, que quiere ver a su obispo, caminar con él, estar cerca de él; tiene necesidad de esta presencia para vivir y, en cierto modo, para respirar. Sois esposos de vuestras comunidades diocesanas, unidos profundamente a ellas.


Todos recibimos el agua del Bautismo, compartimos la misma Eucaristía, poseemos el mismo y único Espíritu Santo, que nos recuerda lo que Jesús nos enseñó. ¡Pues bien! La primera cosa que Jesús nos enseña es esta: encontrarse y, encontrando, ayudar. El encuentro con el otro ensancha el corazón, multiplica la capacidad de amar. Los pastores y los fieles de Mozambique tienen necesidad de desarrollar más la cultura del encuentro. Jesús sólo os pide una cosa: que vayáis, busquéis y encontréis a los más necesitados. ¿Cómo no pensar aquí en las víctimas de las calamidades naturales? Estas no dejan de sembrar destrucción, sufrimiento y muerte —algo de lo que hace poco, por desgracia, fuimos testigos—, aumentando el número de desplazados y refugiados. Esas personas tienen necesidad de que compartamos su dolor, sus ansias, sus problemas. Tienen necesidad de que las miremos con amor: es necesario ir a su encuentro, como hacía Jesús.


Por último, ampliando la mirada a todo el país, vemos que los desafíos actuales de Mozambique exigen que se promueva en mayor medida la cultura del encuentro. Las tensiones y los conflictos han minado el tejido social, han destruido familias y, sobre todo, el futuro de miles de jóvenes. El camino más eficaz para contrastar la mentalidad de la prepotencia y las desigualdades, así como las divisiones sociales, es invertir en el campo de «una educación que enseñe [a los jóvenes] a pensar críticamente y que ofrezca un camino de maduración en valores» (Evangelii gaudium, 64). Queridos obispos: Seguid sosteniendo a vuestra juventud, sobre todo a través de la creación de espacios de formación humana y profesional. Con este fin, es oportuno sensibilizar al mundo de los responsables de la sociedad y reavivar la pastoral en las universidades y escuelas, conjugando la tarea educativa con el anuncio del Evangelio (cf. Evangelii gaudium, 132-134). Las exigencias son tan grandes que no hay modo de satisfacerlas con las meras posibilidades de la iniciativa individual y de la unión de personas formadas en el individualismo. A los problemas sociales se responde con redes comunitarias. Es necesario unir las fuerzas y seguir una ruta única: y la Conferencia episcopal ayuda a hacerlo. Entre sus funciones se menciona «el diálogo unitario con la autoridad política común a todo el territorio» (Directorio para el ministerio pastoral de los obispos, 28). En este sentido, os animo a un decidido desarrollo de las buenas relaciones con el Gobierno, no de dependencia, sino de sana colaboración —en los términos del Acuerdo firmado el 7 de diciembre de 2011 entre la Santa Sede y la República de Mozambique—, interesándose especialmente por las leyes que se aprueban en el Parlamento. Amados obispos: No ahorréis esfuerzos para sostener a la familia y defender la vida desde su concepción hasta la muerte natural. Con este propósito, recordad las opciones propias de un discípulo de Cristo y la belleza de ser una madre acompañada por el apoyo de la familia y de la comunidad local. Que la familia sea defendida siempre como fuente privilegiada de fraternidad, respeto por los demás y camino principal de la paz.


Querida Iglesia de Dios que peregrinas en la tierra de Mozambique, amados hermanos en el episcopado: Jesús no os dice: «¡Id! ¡Arregláoslas!», sino «Id (…), yo estoy con vosotros todos los días hasta el final de los tiempos» (Mt 28, 19-20). Esta es nuestra fuerza, nuestro consuelo: cuando salimos a llevar el Evangelio con verdadero espíritu apostólico, Él camina con nosotros, nos precede. Para nosotros, esto es fundamental: Dios nos precede siempre. Cuando debemos ir a una periferia extrema, a veces nos asalta el miedo; pero no hay motivo. En realidad, Jesús ya está allí; nos espera en el corazón del hermano, en su carne herida, en su vida oprimida, en su alma sin fe. Jesús está allí en el hermano. Nos precede siempre; ¡sigámoslo! Debemos tener la audacia de abrir nuevos caminos para el anuncio del Evangelio. Encomiendo a la santísima Virgen María, Madre de la Iglesia, vuestras esperanzas y preocupaciones, el camino de vuestras diócesis y el progreso de vuestra patria, mientras invoco la bendición del Señor sobre todo el pueblo de Dios que peregrina con sus pastores en la amada nación mozambiqueña.


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A LOS OBISPOS DE LA CONFERENCIA EPISCOPAL 
DE LA REPÚBLICA DEL CONGO
EN VISITA "AD LIMINA APOSTOLORUM"

Lunes 4 de mayo de 2015


Queridos hermanos en el episcopado:


Es para mí una gran alegría acogeros con ocasión de vuestra visita ad limina Apostolorum, que os permite consolidar vuestros vínculos con la Sede apostólica y con los obispos de todo el mundo, reforzando así la colegialidad. Mi alegría es aún más grande porque, a través de vosotros, vislumbro comunidades cristianas jóvenes y dinámicas, que tratan de arraigarse en el amor del Señor. Al recibiros, las recuerdo de forma especial, así como a los sacerdotes, religiosos, religiosas, catequistas y todos los demás agentes de pastoral que trabajan por el progreso del reino de Dios en el Congo. También para fortaleceros en vuestro compromiso a su servicio, volviendo a las fuentes, realizáis esta peregrinación a las tumbas de los apóstoles Pedro y Pablo, los cuales testimoniaron la fe en Cristo hasta el sacrificio supremo del martirio. Me siento conmovido por el testimonio de adhesión al Sucesor de Pedro expresado en vuestro nombre por monseñor Daniel Mizonzo, presidente de vuestra Conferencia. Al darle afectuosamente las gracias a él, así como a cada uno de vosotros, quiero expresaros mi aliento en vuestro trabajo apostólico.


La reciente creación de tres nuevas diócesis testimonia la vitalidad de la Iglesia católica en vuestro país, y también el celo que sus pastores manifiestan en la obra de evangelización. Es un motivo de gran satisfacción, que al mismo tiempo impulsa a un esfuerzo mayor para responder cada vez mejor a las necesidades del pueblo de Dios y a las expectativas de las numerosas personas a quienes el Evangelio de Jesucristo aún no ha sido anunciado.
Es un bien que en estos últimos años las reflexiones de vuestra Conferencia se hayan centrado en la misión de los laicos en la Iglesia y en la sociedad. Aquí quiero rendir homenaje a su relevante contribución a la obra de evangelización. Es importante que vuestra pastoral ayude a sus movimientos de espiritualidad y apostolado a redescubrir y afirmar su propia vocación con vistas al «testimonio creíble de los laicos sobre la verdad salvífica del Evangelio, su poder para purificar y trasformar el corazón, y su fecundidad para edificar la familia humana en unidad, justicia y paz» (Discurso a los líderes del apostolado laico, Corea, 16 de agosto de 2014). En efecto, los laicos tienen necesidad de ser acompañados y formados en el testimonio del Evangelio en los ámbitos socio-políticos, que constituyen su campo específico de apostolado (cf. Apostolicam actuositatem, 4 y 7). La pastoral de la familia es parte integrante de este acompañamiento. Las reservas de los fieles ante el matrimonio cristiano revelan la necesidad de una evangelización profunda, que implique no sólo la inculturación de la fe, sino también la evangelización de las tradiciones y la cultura local (cf. Africae munus, 36-38). Al respecto, tengo que agradeceros la contribución de vuestras diócesis al Sínodo de los obispos sobre la familia. No dejéis de obtener beneficio de él para adaptar mejor vuestra pastoral a las realidades locales.


Queridos hermanos en el episcopado: En estos ámbitos y en muchos otros los sacerdotes son vuestros primeros colaboradores. En consecuencia, su condiciones de vida y su santificación no deben dejar de estar en el centro de vuestras preocupaciones y de vuestra solicitud (cf. Presbyterorum ordinis, 7). En particular, la formación permanente es indispensable para ellos, para que puedan servir cada vez mejor al pueblo de Dios y acompañarlo espiritualmente como corresponde, en particular a través de celebraciones litúrgicas dignas y homilías que alimenten la fe de los fieles. Al respecto, os invito a seguir vigilando las condiciones de envío de los sacerdotes de vuestras diócesis que continúan sus estudios y a sostenerlos durante su estancia en el extranjero, para favorecer su regreso en tiempo útil, de modo que se salvaguarde siempre el bien de la Iglesia. Doy gracias a Dios por las numerosas vocaciones sacerdotales y religiosas que florecen en vuestras diócesis. Testimonian, además, vuestro celo apostólico, bendecido por el Señor, puesto que en definitiva es Él el dueño de la mies que llama y manda obreros a su mies (cf. Mt 9, 38). Esto os impone aún más obligaciones a vosotros, pastores, a quienes están confiadas estas vocaciones, para que, en una escucha personalizada, acompañéis a cuantos se sienten llamados a servir al Señor en su viña, según los diversos carismas. La inmensa necesidad pastoral de la Iglesia local exige, a su vez, un discernimiento riguroso, para que el pueblo de Dios pueda contar con pastores celosos que edifiquen con su testimonio de vida, sobre todo en lo que concierne al celibato y al espíritu de pobreza evangélica. 


Además, no hay que descuidar nada para que todos, sacerdotes, catequistas, familias jóvenes, grupos de oración y otros más, tomen cada vez más conciencia de la importancia de su contribución en el acompañamiento y la formación de los candidatos al sacerdocio y cada uno asuma su propia parte.


En este Año de la vida consagrada quiero rendir personalmente homenaje al compromiso de los religiosos y religiosas al servicio de las poblaciones del Congo, a las cuales ofrecen con generosidad y dedicación asistencia tanto espiritual como material, testimoniando a Cristo casto, pobre y obediente. Si una colaboración armoniosa entre vosotros obispos y los consagrados, necesaria en todos los niveles, favorece el anuncio del Evangelio, vuestra afectuosa cercanía no puede menos que asegurarles y permitirles contribuir cada vez más al crecimiento de la Iglesia local, en la diversidad de sus carismas.


Queridos hermanos en el episcopado: Algunas diócesis experimentan grandes dificultades a causa de la insuficiencia de los recursos materiales y financieros locales disponibles. Comprendo la entidad de los pensamientos y las preocupaciones vinculados a semejante situación en el corazón de un pastor. Por eso os aliento a encaminar resueltamente vuestras diócesis por el sendero de la autonomía, del hacerse cargo progresivamente y de la solidaridad entre las Iglesias locales en vuestro país, según la hermosa tradición que se remonta a las primeras comunidades cristianas (cf. Rm 15, 25-28). Al respecto, seguid vigilando a fin de que las ayudas económicas concedidas a vuestras Iglesias particulares para sostenerlas en su misión específica no limiten vuestra libertad de pastores ni obstaculicen la libertad de la Iglesia, que debe tener carta blanca para anunciar de modo creíble el Evangelio.


Por lo que concierne a la ayuda recíproca y la solidaridad entre Iglesias particulares, también deben traducirse en la promoción del espíritu misionero, ante todo en África. Os dirijo de buen grado el llamamiento solemne de mi predecesor, el beato Pablo VI en Kampala: «Vosotros, los africanos, sois ya los misioneros de vosotros mismos» (Homilía durante la celebración eucarística al final del Simposio de los obispos de África, 31 de julio de 1969).


La comunión eclesial también se debe manifestar concretamente en el ejercicio de la dimensión profética de vuestra tarea pastoral. En efecto, es importante que podáis decir al unísono palabras fuertes inspiradas por el Evangelio, para orientar e iluminar a vuestros conciudadanos en cada aspecto de la vida común, en los momentos difíciles para la nación o cuando las circunstancias lo exijan. En este sentido, vuestros esfuerzos con vistas a una concertación cada vez más grande deben proseguir, porque la unidad en la diversidad es una de las notas características y al mismo tiempo una de las exigencias de la Iglesia como Cuerpo de Cristo. Esta cohesión no sólo os permitirá defender siempre el bien común e incluso el bien de la Iglesia ante cualquier instancia, sino que también favorecerá vuestros esfuerzos para afrontar juntos los numerosos desafíos pastorales, entre los cuales la proliferación de las sectas no es el menor.


La evangelización profunda constituye otro gran desafío. Pues bien, presupone necesariamente una atención particular a las condiciones concretas de vida de las poblaciones, o sea la promoción de la persona humana. También en este plano el compromiso de la Iglesia católica en el Congo es importante: en cada ámbito, sea de la educación, de la salud o bien de la asistencia a las diversas categorías de personas en dificultades, entre las cuales los refugiados de los países vecinos, vuestras comunidades diocesanas dan una contribución considerable. Con la generosidad y la abnegación del buen samaritano se prodigan sin reservas al servicio de sus hermanos y hermanas. Como pastores, seguid vigilando para que la pastoral social se realice cada vez más con el espíritu del Evangelio y se perciba cada vez mejor como una obra de evangelización, y no como la acción de una organización no-gubernamental.


Al respecto, en algunos sectores de la sociedad las heridas provocadas por la grave crisis que afectó al Congo a finales de los años noventa han dejado profundas cicatrices, que a veces no se han cerrado aún completamente. En este campo en particular, la Iglesia, fortalecida por el Evangelio de Jesús, ha recibido la misión de reconciliar los corazones, acercar a las comunidades separadas y construir una nueva fraternidad anclada en el perdón y la solidaridad. Vosotros, pastores, seguid siendo modelos y profetas en tal sentido.


En la diócesis de Dolisie, en Luvaku, se inauguró recientemente el santuario dedicado a la Misericordia Divina, que se ha convertido en lugar de peregrinación, retiros y encuentros espirituales. Me alegro por ello, y deseo que este santuario llegue a ser realmente un lugar adonde el pueblo de Dios acuda para reforzar su propia fe, sobre todo con ocasión del próximo Jubileo extraordinario de la misericordia y de las demás iniciativas pastorales que programaréis.


Para concluir, renovándoos mi afecto fraterno y orante, reafirmo mi aliento a los sacerdotes, religiosos, religiosas, laicos consagrados, catequistas y a todos los fieles de la Iglesia que peregrinan en esta hermosa y amada tierra del Congo. Al invocar sobre vosotros y sobre vuestro país la misericordia divina, de todo corazón os imparto a vosotros y a cada una de vuestras comunidades diocesanas la bendición apostólica.


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A LA GUARDIA SUIZA PONTIFICIA

Palacio Apostólico Vaticano
Sala Clementina
Lunes 4 de mayo de 2015


Querido comandante,
reverendo capellán,
queridos Guardias,
queridos padres y parientes:


Con ocasión de vuestro juramento me complace encontraros, a vosotros Guardias y a vuestros familiares, para acrecentar una amistad que es significativa, porque desempeñáis vuestro servicio muy cerca de mí.


Es una amistad particular, porque se basa en el amor de Cristo: ese amor «más grande» que Él vivió y que dio a sus discípulos: «Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos» (Jn 15, 13).


En la historia de la Iglesia, muchos hombres y mujeres hicieron suya la llamada de este gran amor. Los Guardias Suizos que combatieron durante el saqueo de Roma y que dieron su vida por la defensa del Papa siguieron esta llamada. Y responder con decisión a esta llamada significa seguir a Cristo.


En los Ejercicios espirituales de san Ignacio de Loyola, que de joven fue un soldado, habla de la «llamada del Rey», o sea Cristo, que quiere edificar su reino y elige a sus colaboradores. El Señor quiere construir su reino con la colaboración de los hombres. 


Necesita personas decididas y valientes. Así, según san Ignacio, Cristo rey pide a quien quiere ir con Él que se contente con la misma comida, la misma bebida y los mismos hábitos suyos. Le pide que esté dispuesto a trabajar durante el día y a estar despierto de noche, porque así participará en la victoria (cf. ES, 91 ss).


Al mismo tiempo, Ignacio compara el mundo con dos campos militares, uno con el estandarte de Cristo y el otro con el estandarte de Satanás. Sólo existen estos dos campos. Para el cristiano la opción es clara: él sigue el estandarte de Cristo (cf. ibíd., 136 ss).


Cristo es el verdadero Rey. Él mismo va adelante, y sus amigos lo siguen. Un soldado de Cristo participa en la vida de su Señor. Esta es también la llamada que os corresponde a vosotros: asumir las preocupaciones de Cristo, ser su compañero. Así, vosotros aprendéis día tras día a «sentir» con Cristo y con la Iglesia. Un Guardia Suizo es una persona que busca verdaderamente seguir al Señor Jesús y ama de modo especial a la Iglesia, es un cristiano con una fe genuina.


Todo esto, queridos jóvenes, también vosotros, como todo cristiano, podéis vivirlo gracias a los sacramentos de la Iglesia: con la participación asidua en la Misa y la Confesión frecuente. Podéis vivirlo leyendo diariamente el Evangelio. Lo que digo a todos, os lo digo también a vosotros: tened siempre al alcance de la mano un pequeño Evangelio, para leerlo apenas tengáis un momento tranquilo. Os ayuda también vuestra oración personal, especialmente el rosario, durante las «guardias de honor». Y os ayuda el servicio a los más pobres, a los enfermos, a los que tienen necesidad de una buena palabra...


Y, así, cuando encontráis a la gente, los peregrinos, transmitís con vuestra amabilidad y competencia ese «amor más grande» que viene de la amistad con Cristo. En efecto, vosotros Guardias Suizos sois «imagen» de la Santa Sede. Os agradezco y os aliento por esto.


Sé que vuestro servicio es comprometedor. Cuando hay tareas suplementarias, podemos contar siempre con la Guardia Suiza. Lo sé. Os doy las gracias con afecto y expreso mi gran aprecio por todo lo que hacéis por la Iglesia y por mí como Sucesor de Pedro. Sobre todo agradezco vuestras oraciones. ¡No os olvidéis! También yo rezo por vosotros y por vuestros seres queridos, y os confío a la intercesión de vuestros patronos san Martín, san Sebastián y san Nicolás de Flüe. De corazón os bendigo a todos.


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A LA SEÑORA ANTJE JACKELÉN, ARZOBISPO DE UPPSALA,
Y A UNA DELEGACIÓN DE LA IGLESIA EVANGÉLICA LUTERANA DE SUECIA


Lunes 4 de mayo de 2015


Estimada señora Jackelén, estimada hermana,
queridos amigos:


Os saludo cordialmente y agradezco todas las palabras amables que me habéis dirigido. Con gratitud hacia Dios, el año pasado celebramos el 50º aniversario del decreto sobre el ecumenismo del Vaticano II Unitatis redintegratio, que representa aún el punto de referencia fundamental para el compromiso ecuménico de la Iglesia católica. Con este documento se evidenció que ya no se puede prescindir del ecumenismo. Este invita a todos los fieles católicos a emprender, reconociendo los signos de los tiempos, el camino de la unidad para superar la división entre cristianos, que no sólo se opone abiertamente a la voluntad de Cristo sino que es también escándalo para el mundo y daña la más santa de las causas: la predicación del Evangelio a toda criatura.


Al hablar de la túnica inconsútil de Cristo (n. 13), el decreto expresa un profundo respeto y aprecio hacia los hermanos y hermanas separados a quienes en la coexistencia cotidiana se corre el riesgo de dirigir escasa consideración. En realidad, estos no tienen que ser percibidos como adversarios o contrincantes, sino reconocidos como lo que son: hermanos y hermanas en la fe. Católicos y luteranos tienen que buscar y promover la unidad en las diócesis, parroquias y comunidades en todo el mundo. En el camino hacia la plena y visible unidad en la fe, en la vida sacramental y en el misterio eclesial queda aún mucho trabajo por hacer; pero podemos estar seguros de que el Espíritu Paráclito será siempre luz y fuerza para el ecumenismo espiritual y el diálogo teológico.


Con placer quisiera recordar también el reciente documento titulado «Del conflicto a la comunión. Conmemoración común luterano-católica de la reforma en 2017», publicado por la Comisión luterano-católica para la unidad. Deseamos de corazón que tal iniciativa aliente la realización, con la ayuda de Dios y nuestra colaboración con Él y entre nosotros, de ulteriores pasos en el camino de la unidad.


La llamada a la unidad en el seguimiento de Nuestro Señor Jesucristo conlleva también una impelente exhortación al compromiso común en el plano caritativo, a favor de todos los que en el mundo sufren a causa de la miseria y la violencia, y tienen necesidad de modo especial de nuestra misericordia; especialmente el testimonio de nuestros hermanos y hermanas perseguidos nos empuja a crecer en la comunión fraterna. De urgente actualidad es también la cuestión de la dignidad de la vida humana, que siempre se debe respetar, como también lo son los temas referentes a la familia, el matrimonio y la sexualidad que no pueden silenciarse o ignorarse por temor a poner en peligro el consenso ecuménico ya alcanzado. Sería un pecado si en estas importantes cuestiones se consolidaran nuevas diferencias confesionales.


Queridos amigos, gracias nuevamente por vuestra visita. Con la esperanza de que se fortalezca la colaboración entre luteranos y católicos, rezo al Señor para que bendiga abundantemente a cada uno de vosotros y a vuestras comunidades.


Querría además agradecer dos cosas. Ante todo, dar las gracias a la Iglesia luterana sueca por la acogida de muchos inmigrantes sudamericanos en los tiempos de las dictaduras. Hospitalidad fraterna que hizo crecer las familias. Y en segundo lugar, quiero agradecer la delicadeza que usted, querida hermana, tuvo al mencionar a mi gran amigo, el pastor Anders Root: con él compartí la cátedra de teología espiritual y me ayudó mucho en la vida espiritual. Thank you.



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A LA PEREGRINACIÓN DE LA DIÓCESIS ITALIANA DE ISERNIA-VENAFRO


Aula Pablo VI
Sábado 2 de mayo de 2015


Queridos hermanos y hermanas:


¡Buenos días a todos! Desde el momento en que entré, vi vuestra alegría, vosotros sois alegres, ¡sois alegres! Ahora entiendo un poco por qué el Papa Celestino no se encontraba bien en Roma, volvió con vosotros... ¡Por vuestra alegría!


Gracias por esta gran peregrinación que habéis organizado tras la visita pastoral que realicé en vuestra diócesis el 5 de julio del año pasado. Una vez más quiero manifestar mi gratitud por vuestra acogida, y saludar con afecto a vuestro obispo, monseñor Camillo Cibotti. El año pasado comenzaba apenas su servicio como obispo en Isernia y ahora ha aprendido un poco. Saludo a los sacerdotes, religiosos, religiosas y fieles laicos comprometidos en el servicio del Evangelio. Y dirijo un recuerdo deferente a las autoridades que quisieron estar aquí presentes.


El clima de fiesta de este encuentro nuestro no nos puede hacer olvidar, sin embargo, los numerosos y graves problemas que aún afligen a vuestra tierra, que ya mencioné durante la visita a la ciudad de Isernia, y que ahora el obispo mencionó. Pienso especialmente en el crónico problema de la desocupación, que afecta sobre todo a las jóvenes generaciones, que cada vez más emprenden el camino hacia otros países; pienso también en la falta de servicios adecuados a las necesidades reales de las personas —especialmente ancianos, enfermos y discapacitados— y de las familias. Ante este preocupante escenario, se hace necesaria una movilización general, que una los esfuerzos de la población, de las instituciones, de los privados y las diversas realidades civiles. No se pueden aplazar pasos concretos para favorecer la apertura de nuevos puestos de trabajo dando así, sobre todo a los jóvenes, la posibilidad de realizarse a sí mismos mediante una actividad laboral honesta. Hay que tratar de encontrar cosas para los jóvenes, puestos de trabajo, cosas pequeñas, porque, vosotros sabéis, el trabajo te da dignidad. Pensad, un joven que no encuentra trabajo, no siente esa dignidad y sufre. Os aliento a buscar, a rezar y buscar cosas pequeñas, cosas pequeñas sobre todo para los jóvenes.


Como recordaba hace poco el obispo, vuestra diócesis advierte fuertemente la necesidad de un nuevo impulso misionero, que sepa ir más allá de una realidad religiosa estática. El año jubilar celestiniano, que estáis viviendo, ofrece a vuestras comunidades la oportunidad de volver a Cristo, al Evangelio, de reconciliarse con Dios y con el prójimo. Es hermoso reconciliarse, tener el alma en paz: la familia en paz, el barrio en paz... Y esto es un trabajo que realizará la gracia de Dios, si vamos adelante con este compromiso.


Y, así, vuelve a nacer el deseo de llevar su amor a todos, sobre todo a las personas solas, marginadas, humilladas por el sufrimiento, la injusticia social; a muchos que, cansados de palabras humanas, experimentan una profunda nostalgia de Dios. Vuestro jubileo diocesano os prepara a vivir aún mejor el Año santo extraordinario de la misericordia, que convoqué hace poco. Que estos tiempos fuertes puedan suscitar un vigoroso lanzamiento misionero especialmente en las parroquias, donde la comunión eclesial encuentra su más inmediata y visible expresión. Cada comunidad parroquial está llamada a ser un lugar privilegiado de la escucha y el anuncio del Evangelio; casa de oración reunida entorno a la Eucaristía; auténtica escuela de la comunión, donde el ardor de la caridad prevalezca sobre la tentación de una religiosidad superficial y árida.


Cuando las dificultades parecen ofuscar las perspectivas de un futuro mejor, cuando se experimenta el fracaso y el vacío a nuestro alrededor, es el momento de la esperanza cristiana, fundada en el Señor resucitado y acompañado por un amplio esfuerzo caritativo hacia los más necesitados. He aquí entonces que vuestro camino diocesano, ya admirablemente orientado por este camino de la caridad, podrá implicar a más personas y más realidades sociales e institucionales, acercando a quien está sin casa y sin trabajo, así como a quienes están afligidos por antiguas y nuevas pobrezas, no sólo para proveer a sus necesidades urgentes, sino para construir junto con ellos una sociedad más hospitalaria, más respetuosa de las diversidades, más justa y solidaria.


«¡Cuán bello es afrontar las vicisitudes de la existencia en compañía de Jesús, tener con nosotros su Persona y su mensaje!». Con estas palabras, el año pasado invitaba a los jóvenes de Abruzzo y de Molise a seguir adelante con valentía, a vencer los desafíos del momento presente sosteniéndoos y ayudándoos unos a otros. A los jóvenes y a todos vosotros hoy repito: los problemas se superan con la solidaridad. Os aliento por ello a ser testimonios de solidaridad en vuestras ciudades y en vuestros países, en el trabajo, en la escuela, en familia, en los lugares de encuentro.


Que la Virgen María os haga dóciles a la Palabra del Señor, os transforme en apóstoles humildes, creíbles y eficaces del Evangelio y os sostenga en vuestros propósitos. Os encomiendo a todos a ella y a los santos que han embellecido el camino de fe de vuestro pueblo, en especial a los pequeños, los pobres y los enfermos. Apoyados por estos poderosos intercesores, mirad sin miedo y con esperanza vuestro futuro y el de vuestra tierra. Con estos deseos, a todos os imparto de corazón una especial bendición; y por favor, no os olvidéis de rezar por mí porque yo también lo necesito.


Oremos a la Virgen todos juntos. [Avemaría...]


Y ahora me gustaría escucharos cantar un poco.



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