sábado, 31 de mayo de 2014

Audiencias y Actos Pontificios del Papa FRANCISCO (Sábado 31 de mayo)


CIUDAD DEL VATICANO (http://catolicidad.blogspot.com – Mayo 31 de 2014). Esta mañana el Santo Padre FRANCISCO ha recibido en Audiencias Separadas a:


* Cardenal Marc Ouellet, P.S.S., Prefecto de la Congregación para los Obispos;


* 500 Niños participantes en la iniciativa “El tren de los niños” promovida por el Pontificio Consejo de la Cultura en el ámbito del “Cortile dei Gentili dei bambini” (12.30 horas - Atrio del Aula Pablo VI).

 

* Doce Obispos de la Conferencia Episcopal de México, en Visita "ad Limina Apostolorum":

- Monseñor Víctor Valentin Sánchez Espinosa, Arzobispo de Puebla de los Ángeles
        con los Obispos Auxiliares: 
-        Monseñor Eugenio Andrés Lira Rugarcía, Obispo Titular de Capo de la Foresta 
-       Monseñor Rutilo Felipe Pozos Lorenzini, Obispo Titular de Satafi 
-      Monseñor Tomás López Durán, Obispo Titular de Socia;

- Monseñor Teodoro Enrique Pino Miranda, Obispo de Huajuapan de León;

- Monseñor Rodrigo Aguilar Martínez, Obispo de Tehuacán;

- Monseñor Jesús Carlos Cabrero Romero, Arzobispo de San Luis Potosí;

- Monseñor Roberto Octavio Balmori Cinta, M.J., Obispo de Ciudad Valles;

- Monseñor Sigifredo Noriega Barceló, Obispo de Zacatecas;

- Monseñor Domingo Díaz Martínez, Arzobispo de Tulancingo;

- Monseñor Gerardo de Jesús Rojas López, Obispo de Tabasco;

- Monseñor Georges M. Saad Abi Younes, O.L.M., Obispo de Nuestra Señora de los Mártires del Líbano en México de los Maronitas.

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* Aceptó la renuncia al gobierno pastoral de la diócesis de Paramaribo (Surinam), presentada por Monseñor Wilhelmus de Bekker, en conformidad al canon 401 § 1 del Código de Derecho Canónico y ha nombrado Administrador Apostólico sede vacante et ad nutum Sanctae Sedis de la misma diócesis al Padre Antonius te Dorshorst, O.M.I.


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* Nombró Obispo Coadjuntor de la diócesis de Kaga-Bandoro, en la República Centroafricana, al Reverendo Tadeusz Kusy, O.F.M., Maestro de los Postulantes y encargado de la formación en Bangui.
El Obispo electo nació el 2 de diciembre de 1951 en Cieszyn, Polonia, diócesis de Bielsko-Zywiec. En Sus estudios primarios y secundarios los terminó en Cieszyn, obtuvo el bachillerato en 1969 e ingresó en la Orden de los Frailes Menores de la Provincia de Katowice. El 30 de agosto de 1970 emitió la Primera Profesión tomando el nombre de Zbigniew. Estudió Filosofía en el Seminario Franciscano de Katowice (1970-1976). Emitió los votos perpetuos el 26 de agosto de 1974 y fue ordenado sacerdote ese mismo día. Es Licenciado en Teología por el Instituto de Ciencias y Teología de las Religiones de París, Francia(1987-1989).
 
Ha sido: 1976-1979: Vicario Parroquial de Katowice; Capellán de los estudiantes; 1979-1980: Vicario Parroquial de Kinkondja (Diócesis de Kamina), República Democrática del Congo; 1980-1987: Maestro de Novicios en Mbujimayi (Diócesis de Mbujimayi) y Lukafu (Diócesis de Kilwa-Kasenga), República Democrática del Congo; 1987-1989: Estudios de Teología en Francia; 1989-2000: Párroco de Obo ( Diócesis de Bangassou), Centroáfrica; 2001-2001: Párroco a.i. en Rafai ( Diócesis de Bangassou), Centroáfrica; dal 2001: Maestro de Postulantes y Encargado de la formación en Bangui; 2003-2007: Responsable de la Comisión diocesana para la Vida Consagrada, en Bangui; 2004-2007: Miembro del Consejo de los Consultores de la Arquidiócesis de Bangui; desde 2009: Nuevamente electo Miembro del Consejo de los Consultores de la Arquidiócesis de Bangui.

FRANCISCO: Rueda de prensa en el vuelo de regreso de Tierra Santa




RUEDA DE PRENSA DEL SANTO PADRE FRANCISCO
EN EL VUELO DE REGRESO DE TIERRA SANTA



Lunes 26 de mayo de 2014


 

(Padre Lombardi)



Damos las gracias al Papa por estar aquí: tras un viaje tan agotador, se ha mostrado disponible para tener este encuentro con nosotros. Por tanto, muchas gracias.
Nos hemos organizado –se han organizado por su cuenta los periodistas– por los principales grupos lingüísticos, cada uno de los cuales propone a algunas personas que hacen las preguntas. No he puesto ninguna condición porque sé que Usted prefiere abordar todos los frentes. A menos que usted quiera decir alguna palabra de introducción… 
respondamos a las preguntas.



Bien, la primera pregunta, la hace el grupo italiano:



P. Santo Padre, en estos días, Usted ha realizado algunos gestos que han dado la vuelta al mundo: la mano apoyada en el muro de Belén, la señal de la cruz, el beso a los supervivientes, hoy en Yad Vashem, y también el beso al Santo Sepulcro, ayer, junto a Bartolomé, y muchos más. Quisiéramos preguntarle si todos estos gestos los había pensado, los había previsto, por qué los pensó y cuáles serán después, según Usted, las repercusiones de estos gestos, además  –naturalmente– del enorme gesto de haber invitado a Peres y Abu Mazen al Vaticano…



R. (Santo Padre)



Los gestos más auténticos son los que no se piensan, los que vienen, ¿no? Yo había pensado: “Se podría hacer algo…”, pero el gesto concreto, ninguno de estos gestos ha sido pensado como tal. Algunas cosas, por ejemplo, la invitación a los dos Presidentes a la oración, se había pensado que fuese allí, pero había tantos problemas logísticos, tantos, porque ellos tienen que tener en cuenta también el territorio, dónde se hace, y no es fácil. Por eso, se pensaba en una reunión…, pero al final ha quedado esto, que espero que salga bien. Pero no han sido previstos y… no sé, a mí me viene hacer algo, pero es espontáneo, es así. Al menos, para decir la verdad, alguno… “se podría hacer algo”, pero la cosa concreta no se me ocurre. Por ejemplo, en Yad Vashem, nada; y después se me ha ocurrido. Es así.




(Padre Lombardi)



Bien. La segunda pregunta la hace el grupo de lengua inglesa.
 

D. Usted ha usado palabras muy duras contra el abuso sexual de menores por parte del clero, de los sacerdotes. Ha creado una comisión especial para afrontar mejor este problema en la Iglesia universal. En la práctica, sabemos que actualmente en todas las Iglesias locales hay normas que imponen una fuerte obligación moral, y muchas veces también legal, de colaborar con las autoridades civiles locales, de una u otra manera. ¿Qué haría Usted en el caso de que un obispo no respetara, no cumpliera estas obligaciones?



R (Santo Padre)



En Argentina, a los privilegiados, les decimos: “Éste es un hijo de papá”. En este problema no habrá “hijos de papá”. En este momento hay tres obispos que están siendo investigados: bajo investigación, tres; y uno que ya ha sido condenado y se está estudiando la pena que se le debe imponer. No hay privilegios. El abuso de menores es un delito muy feo, mucho… Sabemos que es un problema grave en todas partes, pero a mí me interesa la Iglesia. Un sacerdote que hace esto traiciona al Cuerpo del Señor, porque ese sacerdote debe llevar a ese niño, a esa niña, a ese muchacho, a esa muchacha a la santidad; y ese muchacho, esa niña se fía, y él, en vez de llevarlos a la santidad, abusa de ellos. Esto es gravísimo. Es como… hago sólo una comparación: es como hacer una Misa negra, por ejemplo. Tú tienes que llevarlo a la santidad y lo metes en un problema que durará toda la vida… 


Próximamente habrá una Misa con algunas personas víctimas de abusos en Santa Marta, y después una reunión con ellos: estaremos ellos y yo, con el Cardenal O’Malley que es de la comisión. Sobre este tema tenemos que seguir adelante, adelante: tolerancia cero.




(Padre Lombardi)



Mil gracias, Santidad. Y ahora el grupo de lengua española.



P. Desde el primer día de su Pontificado, Usted lanzó este mensaje fuerte de una Iglesia pobre y para los pobres, pobres en sencillez y austeridad. ¿Qué piensa hacer para que no haya contradicciones con ese mensaje de austeridad? (La pregunta ha hecho referencia a situaciones de las que se ha hablado en los últimos días, entre ellas, de una operación del IOR de 15 millones de euros).



R. (Santo Padre)



El Señor dijo una vez a sus discípulos –está en el Evangelio–: “Es inevitable que haya escándalos”. Somos humanos, todos somos pecadores. Y los habrá, los habrá. El problema es evitar que haya más. En la administración económica, honestidad y trasparencia. Las dos comisiones, la que ha estudiado el IOR y la que se ha ocupado de todo el Vaticano, han elaborado sus conclusiones, han hecho propuestas y ahora, con el ministerio, digámoslo así, con la Secretaría para los Asuntos Económicos que dirige el Cardenal Pell, se llevarán a cabo las reformas que estas comisiones han aconsejado. Y seguirá habiendo incongruencias, las habrá siempre, porque somos humanos, y la reforma debe ser continua. 
Los Padres de la Iglesia decían: Ecclesia semper reformanda. Hemos de estar atentos para reformar cada día la Iglesia, porque somos pecadores, somos débiles, y habrá problemas. La administración que esta Secretaría para los asuntos económicos realiza ayudará mucho a evitar los escándalos, los problemas… Por ejemplo, en el IOR, creo que en este momento han sido ya cerradas… la cifra que me viene es de 1.600 cuentas, más o menos, de personas que no tenían derecho a tener una cuenta en el IOR. El IOR está para ayudar a la Iglesia, tienen derecho los Obispos de las Diócesis, los empleados del Vaticano, sus viudas o viudos para recibir la pensión… Es algo así. Pero no tienen derecho otras personas particulares… Las embajadas, mientras dura la misión, y nada más. No es una cosa abierta. 


Y esto es un buen trabajo: cerrar las cuentas que no tienen derecho. Quisiera añadir una cosa: la pregunta que usted me ha hecho ha mencionado ese asunto de los 15 millones. Pero se trata de un tema que está en estudio, no está claro. Quizás sea verdad, pero en este momento no es definitivo, esa cuestión: está en estudio, para ser justos. Gracias.




(Padre Lombardi)



Ahora damos la palabra al grupo de lengua francesa.



P. Santo Padre, dejando atrás Oriente Medio, ahora volvemos a Europa. ¿Está Usted preocupado por el crecimiento del populismo en Europa, como se ha visto de nuevo ayer en las elecciones europeas?



R. (Santo Padre)



En estos días apenas he tenido tiempo de rezar el Padrenuestro… pero no tengo noticias de las elecciones, en serio. No tengo datos, quién ha ganado, quién no ha ganado. No he tenido noticias. El populismo, ¿en qué sentido lo dice usted?



P. En el sentido de que hoy muchos europeos tienen miedo, piensan que no hay futuro en Europa. Hay mucho desempleo y el partido anti-europeísta ha experimentado un fuerte incremento en estas elecciones…



R. Ya he oído hablar de este tema. De Europa, de la confianza o de la desconfianza en Europa. También sobre el euro, algunos quieren volver atrás… De estas cosas, yo no entiendo mucho. Pero usted ha dicho una palabra clave: el desempleo. Esto es grave. Es grave porque yo lo interpreto así, simplificando. Tenemos un sistema económico mundial que pone en el centro el dinero, no la persona humana. Y en un verdadero sistema económico, en el centro deberían estar el hombre y la mujer, la persona humana. Y hoy en el centro está el dinero. Para sostenerse, para mantener el equilibrio, este sistema tiene que tomar algunas medidas de “descarte”. Y se descartan los niños –la tasa de natalidad en Europa no es muy alta. Creo que en Italia es del 1,2 por ciento; en Francia, ustedes tienen el 2, un poco más; España, menos que Italia, no sé si llega al 1… Se descartan los niños, se descartan los ancianos: no sirven los viejos; coyunturalmente, en este momento, los visitan porque tienen una pensión y los necesitan, pero es una cosa coyuntural. Los ancianos son descartados, incluso con situaciones de eutanasia encubierta, en tantos países. Es decir, los medicamentos se administran hasta un cierto punto, es así… Y en este momento, se descartan los jóvenes, y esto es gravísimo: es gravísimo. En Italia, creo que el desempleo juvenil llega casi al 40%, no estoy seguro; en España estoy seguro: está por encima del 50. 
Y en Andalucía, en el sur de España, el 60. Esto significa que hay toda una generación de “ni-ni”: ni estudian, ni trabajan, y esto es gravísimo. Se descarta una generación de jóvenes. Para mí, esta cultura del descarte es gravísima. Pero esto no pasa sólo en Europa; sucede un poco en todas partes, aunque en Europa se deja sentir con fuerza. Se hace una comparación con la cultura del bienestar de 10 años atrás. Esto es trágico. Es un momento difícil. Es un sistema económico inhumano. No he tenido miedo de escribir en la exhortación “Evangelii Gaudium”: este sistema económico mata. Y lo repito. No sé si me he acercado un poco a su inquietud… Gracias.




(Padre Lombardi)



Ahora le corresponde al grupo de lengua portuguesa.



P. Quisiera preguntarle, Santidad cómo se puede resolver la “cuestión Jerusalén” para lograr una paz estable, como Usted ha dicho, y duradera. Gracias.



R. (Santo Padre)



Hay muchas propuestas sobre la cuestión de Jerusalén. La Iglesia católica, el Vaticano, digamos, tiene su posición desde el punto de vista religioso: será la ciudad de la paz de las tres religiones. Esto desde el punto de vista religioso. Las medidas concretas para la paz deben salir de la negociación. Hay que negociar. Yo estaría de acuerdo con que en la negociación, quizás, venga esta parte: que sea capital de un Estado, del otro… Pero se trata de hipótesis. Yo no digo: “Debe ser así”; no, son hipótesis que ellos deben negociar. En serio, yo no me siento competente para decir “Se haga esto o eso otro o aquello”, porque sería una locura por mi parte. Pero creo que se debe emprender con honestidad, fraternidad, confianza mutua el camino de la negociación. Y allí se negocia todo: todo el territorio, también las relaciones. Hay que tener voluntad para hacer esto, y yo pido al Señor para que estos dos dirigentes, estos dos gobiernos tengan la decisión de ir adelante. Ésta es la única vía de la paz. Sólo digo lo que la Iglesia debe decir y siempre ha dicho: que Jerusalén sea preservada como capital de las tres religiones, como referencia, como ciudad de la paz –me viene también la palabra sagrada, pero no es justa-, pero de paz y religiosa.




(Padre Lombardi)



Gracias, Santidad. Ahora invitamos a venir al representante de lengua alemana.



P. Gracias, Santidad. Usted, durante su peregrinación, ha hablado detenidamente y se ha encontrado en repetidas ocasiones con el Patriarca Bartolomé. Nos preguntamos si han hablado también de pasos concretos de acercamiento, y si han tenido ocasión de hablar de esto. Me pregunto también si la Iglesia católica tendría algo que aprender de las Iglesias ortodoxas –me refiero a los sacerdotes casados, una pregunta que se hacen muchos católicos en Alemania–.



R. (Santo Padre)



La Iglesia católica tiene sacerdotes casados, ¿no? Los greco-católicos, los católicos coptos…, ¿no? En el rito oriental, hay sacerdotes casados. Porque el celibato no es un dogma de fe, es una regla de vida que yo valoro mucho y creo que es un don para la Iglesia. No siendo un dogma de fe, siempre está la puerta abierta: en este momento no hemos hablado de esto, como programa, al menos por este tiempo. Tenemos cosas más fuertes de que ocuparnos. Con Bartolomé, este tema no lo hemos tocado, porque es secundario, de verdad, en las relaciones con los ortodoxos. Hemos hablado de la unidad: pero la unidad se construye a lo largo del camino, la unidad es un camino. Nunca podremos hacer la unidad en un congreso de teología. Y me ha dicho que es verdad lo que yo había oído, que Atenágoras dijo a Pablo VI: “Vayamos juntos, tranquilos, y a todos los teólogos los metemos en una isla, que discutan entre ellos, y nosotros caminemos en la vida”. Es verdad, yo creía que era… No, no, es verdad. Me lo ha dicho en estos días Bartolomé. Caminar juntos, rezar juntos, colaborar en tantas cosas que podemos hacer juntos, ayudarnos mutuamente. Por ejemplo, con las iglesias. En Roma, y en muchas ciudades, muchos ortodoxos usan iglesias católicas en un horario concreto, como una ayuda para este ir juntos. Otra cosa de la que hemos hablado, que quizás en el Consejo pan-ortodoxo se haga algo, es la fecha de la Pascua, porque es un poco ridículo: –Dime, ¿tu Cristo cuándo resucita? –La próxima semana. –El mío resucitó la pasada. Sí, la fecha de Pascua es un signo de unidad. Y con Bartolomé hemos hablado como hermanos. Nos queremos, compartimos las dificultades en nuestro gobierno. Y una cosa de la que hemos hablado mucho es del problema de la ecología: él está muy preocupado, y yo también; hemos hablado mucho de colaborar en este problema. Gracias.  




(Padre Lombardi)



Ahora, dado que no estamos sólo europeos o americanos, sino también asiáticos, damos la palabra al representante del grupo asiático para que haga la siguiente pregunta, ya que Usted se está preparando también para viajar a Asia.



P. Su próximo viaje será a Corea del Sur, y me gustaría preguntarle sobre las regiones asiáticas. En países vecinos a Corea del Sur no hay libertad de religión ni libertad de expresión. ¿Qué piensa hacer a favor de las personas que sufren estas situaciones?



R. (Santo Padre)



En cuanto a Asia, hay dos viajes programados: el de Corea del Sur, para el encuentro con los jóvenes asiáticos, y después, en enero, un viaje de dos días a Sri Lanka y luego a Filipinas, a la zona que sufrió el tifón. El problema de la falta de libertad para practicar la religión no es sólo de algunos países asiáticos: de algunos, sí, pero también de otros países del mundo. La libertad religiosa es una cosa que no todos los países tienen. Algunos tienen un control más o menos laxo, tranquilo; otros adoptan medidas que acaban en una verdadera persecución de los creyentes. Hay mártires. Hay mártires hoy, mártires cristianos. Católicos y no católicos, pero mártires. Y en algunos lugares no se puede llevar el crucifijo o no puedes tener la Biblia. No puedes enseñar el catecismo a los niños, ¡hoy! Y yo creo –pero pienso que no estoy equivocado– que en este tiempo hay más mártires que en los primeros tiempos de la Iglesia. Tenemos que acercarnos, en algunos lugares con prudencia, para ayudarlos; tenemos que rezar mucho por estas Iglesias que sufren: sufren mucho. Y también los Obispos y la Santa Sede trabaja con discreción para ayudar a estos países, a los cristianos de estos países. Pero no es fácil. Por ejemplo, te cuento una cosa. En un país está prohibido reunirse para rezar: está prohibido. Los cristianos que viven allí quieren celebrar la Eucaristía. Y hay un señor, que trabaja como los demás, que es sacerdote. Y va allí, a la mesa, como si estuvieran tomando el té, y celebran la Eucaristía. Si viene la policía, esconden rápidamente los libros y se ponen a tomar el té. Esto sucede hoy. No es fácil.




(Padre Lombardi)



Volvemos ahora al grupo de lengua italiana.



D. Santidad, en su Pontificado, Usted afronta una gran cantidad de compromisos y lo hace de manera muy personal, como hemos podido ver estos días. Si un día, digamos todavía muy lejano, sintiese que no tiene fuerzas para llevar adelante su ministerio, ¿tomaría la misma decisión de su predecesor, es decir, dejaría el pontificado?



R. (Santo Padre)



Haré lo que el Señor me diga que haga. Orar, buscar la voluntad de Dios. Pero creo que Benedicto XVI no es un caso único. Cuando se vio sin fuerzas, honestamente –es un hombre de fe, muy humilde– tomó la decisión. Creo que él es una institución. Hace 70 años, los obispos eméritos casi no existían. Y ahora hay muchos. ¿Qué sucederá con los Papas eméritos? Creo que hemos de verle como una institución. Ha abierto una puerta, la puerta de los Papas eméritos. Habrá otros, o no. Sólo Dios lo sabe. Pero esta puerta está abierta: yo creo que un Obispo de Roma, un Papa que siente que sus fuerzas le abandonan –porque ahora se vive mucho tiempo– debe hacerse las mismas preguntas que se hizo el Papa Benedicto.




(Padre Lombardi)



Ahora volvemos a los grupos de lengua inglesa.



D. Santo Padre, justamente hoy se ha encontrado con un grupo de supervivientes del Holocausto. Obviamente, Usted sabe bien que una figura que suscita todavía perplejidad por su actuación durante el Holocausto es su predecesor el Papa Pío XII. Usted, antes de su pontificado, escribió o dijo que apreciaba a Pío XII, pero también que le gustaría ver los archivos abiertos antes de llegar a una conclusión definitiva. Nos gustaría saber si Usted tiene la intención de seguir adelante con la causa de Pío XII o piensa esperar que se produzca algún cambio en el proceso antes de tomar una decisión. Gracias.



R. (Santo Padre)



Gracias a usted. La causa de Pío XII está abierta. Me he informado: todavía no hay ningún milagro, y si no hay milagros, no se puede ir adelante. Está parada ahí. Tenemos que esperar la realidad, cómo va la realidad de esa causa, y después pensar en tomar decisiones. Pero la verdad es ésta: no hay ningún milagro y es necesario al menos uno para la beatificación. Así es como está hoy la causa de Pío XII. Y no puedo pensar si lo haré Beato o no, porque el proceso es lento. Gracias.




(Padre Lombardi)



Ahora vamos a Argentina. Otra pregunta del grupo de lengua española.



P. Usted se ha convertido en un líder espiritual, también en un líder político, y está generando muchas expectativas tanto dentro de la Iglesia como en la comunidad internacional. Dentro de la Iglesia, por ejemplo, qué pasará con la comunión de los divorciados que se vuelven a casar y, en la comunidad internacional, con esta mediación con la que Usted ha sorprendido al mundo, para la que se hará este encuentro en el Vaticano. La pregunta es si no teme un fracaso generando tantas expectativas: ¿no teme que pueda haber algún fracaso? Gracias.



R. (Santo Padre)



En primer lugar, haré una aclaración sobre este encuentro en el Vaticano: será un encuentro de oración, no es para una mediación o para buscar soluciones, no. Nos reuniremos para rezar solamente. Y luego cada uno vuelve a su casa. Pero creo que la oración es importante y rezar juntos, sin que haya conversaciones de otro tipo, esto ayuda. Quizás no me he explicado bien antes sobre cómo sería. Será un encuentro de oración: habrá un rabino, habrá un musulmán y estaré yo. He pedido al Custodio de Tierra Santa que se encargue de organizar un poco las cosas prácticas.



En segundo lugar –y gracias por la pregunta sobre los divorciados–, el Sínodo será sobre la familia, sobre la cuestión de la familia, sobre la riqueza de la familia, sobre la situación actual de la familia. La exposición preliminar que hizo el Cardenal Kasper tenía cinco capítulos: cuatro sobre la familia, la belleza de la familia, su fundamento teológico, algunos problemas familiares; y el quinto capítulo, la problemática pastoral de las separaciones, de las nulidades matrimoniales, los divorciados… De esta problemática forma parte lo de la comunión. Y a mí no me ha gustado que tantas personas –incluso de Iglesia, sacerdotes– hayan dicho: “Ah, el Sínodo para la comunión a los divorciados”, y se hayan centrado en eso, en ese punto. Me da la impresión como si todo se redujera a una casuística. No, hay más, es más amplio. Hoy, como todos sabemos, la familia está en crisis: es una crisis mundial. Los jóvenes no quieren casarse, o no se casan o conviven, el matrimonio está en crisis, y también la familia. Y no me gustaría que cayésemos en esta casuística: ¿se podrá? ¿no se podrá?... Por eso le agradezco tanto esta pregunta, porque me da la oportunidad de aclarar este punto. El problema pastoral de la familia es muy, muy amplio, muy amplio. Y se debe estudiar caso por caso. Una cosa que Benedicto XVI dijo tres veces sobre los divorciados, a mí me ayuda mucho. Una vez en el Valle de Aosta, otra vez en Milán y la tercera en el último Consistorio público que convocó para la creación de Cardenales: estudiar los procesos de nulidad matrimonial, estudiar la fe con la que una persona va al matrimonio y dejar claro que los divorciados no están excomulgados, y muchas veces son tratados como excomulgados. Y esto es serio. Esto en cuanto a la casuística de este problema; el Sínodo será sobre la familia: las riquezas, los problemas de la familia. 
Soluciones, nulidades, todo esto. Y se tratará también este problema, pero en el conjunto. 

Ahora me gustaría decirle por qué un Sínodo sobre la familia: ésta ha sido una experiencia espiritual muy fuerte para mí. El segundo mes de mi pontificado, vino a verme Mons. Eterovic, entonces Secretario del Sínodo, con los tres temas que el Consejo postsinodal proponía para el próximo Sínodo. El primero era muy fuerte, bueno: la aportación de Jesucristo al hombre de hoy. Ése era el título. Y en continuación con el Sínodo sobre la evangelización. Le dije que sí, hablamos un poco sobre la reforma de la metodología y, al final, le dije: “Pongamos algo más: la aportación de Jesucristo al hombre de hoy y a la familia”. De acuerdo. Después, fui a la primera reunión del Consejo postsinodal y vi que se decía el título completo, todo completo, pero poco a poco se decía: “Sí, sí, la aportación a la familia”, “¿Qué aporta Jesucristo a la familia?”… y sin darse cuenta, la comisión postsinodal acabó hablando de la familia. Estoy seguro que ha sido el Espíritu del Señor el que nos ha llevado a la elección de este título: estoy seguro porque hoy la familia tiene necesidad de mucha ayuda pastoral. Gracias.




(Padre Lombardi)



Ahora toca al grupo francés.



P. ¿Nos podría decir, Santidad, qué obstáculos ha encontrado en su reforma de la Curia Romana y en qué punto nos encontramos actualmente?



R. (Santo Padre)



Bien…  el primer obstáculo soy yo [ríe]. No, estamos a buen punto, porque creo que… no recuerdo la fecha, pero tres meses o poco menos después de la elección fue nombrado el Consejo de los ocho Cardenales.



(Padre Lombardi)



Un mes después de la elección.



R. (Santo Padre)



Un mes después de la elección. Después, los primeros días de julio nos reunimos por primera vez y desde ese momento estamos trabajando. ¿Qué hace el Consejo? El Consejo estudia toda la Constitución Pastor Bonus y la Curia Romana. Ha consultado a todo el mundo, a toda la Curia y empieza a estudiar algunas cosas: “Esto se puede hacer de esta manera, eso de otra…”. Agrupar algunos dicasterios, por ejemplo, para simplificar un poco la organización… Uno de los puntos clave ha sido el económico, y ese dicasterio de la economía ayudará mucho. Debe trabajar junto con la Secretaría de Estado, porque las cosas están relacionadas, se hace todo juntos… Ahora tenemos, en julio, cuatro días de trabajo con esta Comisión, y después en septiembre, creo, otros cuatro. Se trabaja, se trabaja bastante. Y todavía no se ven todos los resultados, pero la parte económica es la que se ha abordado en primer lugar porque había algunos problemas de los que la prensa ha hablado mucho, y teníamos que revisarlos. Los obstáculos son los normales en todo el proceso. Estudiar el camino… La convicción es muy importante. Un trabajo de convicción, de ayudar… Hay algunas personas que no lo ven claro, pero toda reforma lleva consigo estas cosas. Pero estoy contento: de verdad, estoy contento. Se ha trabajado mucho y esta comisión nos ayuda mucho. Gracias.




(Padre Lombardi)



Santidad, gracias por su disponibilidad, perdone si interrumpo su conversación: Usted ha sido muy generoso, sobre todo después de un extraordinario viaje que nos ha emocionado a todos, no digo como a Usted, pero casi. Hemos estado muy atentos a los momentos de emoción espiritual que Usted ha vivido en los Santos Lugares, y le hemos escuchado y nos ha conmovido. Le deseamos que continúe bien este viaje y todas las otras infinitas cosas que impulsa continuamente, también en particular este encuentro de oración, continuación natural y colofón de este viaje: que dé los frutos que Usted espera y que, creo, todos deseamos para la paz en el mundo. ¡Gracias, de corazón, Santidad!



(Santo Padre)



Muchas gracias por su compañía, por su benevolencia… y, por favor, les pido que recen por mí. Lo necesito mucho. Gracias.


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FRANCISCO: Discursos de Mayo (19, 12, 10 [3], 9 [2], 8, 5 [2], 3 [2], 2 [2],

DISCURSOS DEL SANTO PADRE FRANCISCO
MAYO 2014 


A LOS OBISPOS DE LA CONFERENCIA EPISCOPAL DE MÉXICO
EN VISITA "AD LIMINA APOSTOLORUM"



 Palacio Apostólico Vaticano
Sala Clementina
Lunes 19 de mayo de 2014






Queridos hermanos en el episcopado:


Reciban mi más cordial bienvenida con motivo de la visita ad limina Apostolorum. Agradezco las amables palabras que el Cardenal José Francisco Robles, Arzobispo de Guadalajara y Presidente de la Conferencia del Episcopado Mexicano, me ha dirigido en nombre de todos, como testimonio de la comunión que nos une en el auténtico anuncio del Evangelio.


En estos últimos años, la celebración del Bicentenario de la Independencia de México y del Centenario de la Revolución Mexicana ha constituido una ocasión propicia para unir esfuerzos en favor de la paz social y de una convivencia justa, libre y democrática. A esto mismo los animó mi predecesor Benedicto XVI invitándolos a “no dejarse amedrentar por las fuerzas del mal, a ser valientes y trabajar para que la savia de sus propias raíces cristianas haga florecer su presente y su futuro” (Despedida en el Aeropuerto de Guanajuato, 26 marzo 2012).


Como en muchos otros países latinoamericanos, la historia de México no puede entenderse sin los valores cristianos que sustentan el espíritu de su pueblo. No es ajena a esto Santa María de Guadalupe, Patrona de toda América, que en más de una oportunidad, con ternura de Madre, ha contribuido a la reconciliación y a la liberación integral del pueblo mexicano, no con la espada y a la fuerza, sino con el amor y la fe. Ya desde el principio, la “Madre del verdaderísimo Dios por quien se vive” pidió a San Juan Diego que le construyera “una Casita” en la que pudiera acoger maternalmente tanto a los que “están cerca” como a los que “están lejos” (Nican Mopohua, n. 26).


En la actualidad, las múltiples violencias que afligen a la sociedad mexicana, particularmente a los jóvenes, constituyen un renovado llamamiento a promover este espíritu de concordia a través de la cultura del encuentro, del diálogo y de la paz. A los Pastores no compete, ciertamente, aportar soluciones técnicas o adoptar medidas políticas, que sobrepasan el ámbito pastoral; sin embargo, no pueden dejar de anunciar a todos la Buena Noticia: que Dios, en su misericordia, se ha hecho hombre y se ha hecho pobre (cf. 2 Co 8, 9), y ha querido sufrir con quienes sufren, para salvarnos. La fidelidad a Jesucristo no puede vivirse sino como solidaridad comprometida y cercana con el pueblo en sus necesidades, ofreciendo desde dentro los valores del Evangelio.


Conozco vuestros desvelos por los más necesitados, por quienes carecen de recursos, los desempleados, los que trabajan en condiciones infrahumanas, los que no tienen acceso a los servicios sociales, los migrantes en busca de mejores condiciones de vida, los campesinos… Sé de vuestra preocupación por las víctimas del narcotráfico y por los grupos sociales más vulnerables, y del compromiso por la defensa de los derechos humanos y el desarrollo integral de la persona. Todo esto, que es expresión de la “íntima conexión” que existe entre el anuncio del Evangelio y la búsqueda del bien de los demás (cf. Exhort. ap. Evangelii gaudium, 178), coopera, sin duda, a dar credibilidad a la Iglesia y relevancia a la voz de sus Pastores.


No tengan reparo en destacar el inestimable aporte de la fe a “la ciudad de los hombres para contribuir a su vida común” (Carta enc. Lumen fidei, 54). En este contexto, la tarea de los fieles laicos es insustituible. Su apreciada colaboración intraeclesial no debería implicar merma alguna en el cumplimiento de su vocación específica: transformar el mundo según Cristo. La misión de la Iglesia no puede prescindir de laicos, que, sacando fuerzas de la Palabra de Dios, de los sacramentos y de la oración, vivan la fe en el corazón de la familia, de la escuela, de la empresa, del movimiento popular, del sindicato, del partido y aun del gobierno, dando testimonio de la alegría del Evangelio. Los invito a que promuevan su responsabilidad secular y les ofrezcan una adecuada capacitación para hacer visible la dimensión pública de la fe. Para eso, la Doctrina social de la Iglesia es un valioso instrumento que puede ayudar a los cristianos en su diario afán por edificar un mundo más justo y solidario.


De esta forma también se superarán las dificultades que surgen en la transmisión generacional de la fe cristiana. Los jóvenes verán con sus propios ojos testigos vivos de la fe, que encarnan realmente en su vida lo que profesan sus labios (cf. Carta enc. Lumen fidei, 38). Y, además, se irán generando espontáneamente nuevos procesos de evangelización de la cultura, que, a la vez que contribuyen a regenerar la vida social, hacen que la fe sea más resistente a los embates del secularismo (Exhort. ap. Evangelii gaudium, 68, 122).


En este sentido, el potencial de la piedad popular, que es “el modo en que la fe recibida se encarnó en la cultura y se sigue transmitiendo” (íbid., 123), constituye “un imprescindible punto de partida para conseguir que la fe del pueblo madure y se haga más profunda” (Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, Directorio sobre la piedad popular y la liturgia, n. 64).


La familia, célula básica de la sociedad y “primer centro de evangelización” (III Conferencia General del Episcopado Latinoamericano, Documento de Puebla, n. 617), es un medio privilegiado para que el tesoro de la fe pase de padres a hijos. Los momentos de diálogo frecuentes en el seno de las familias y la oración en común permiten a los niños experimentar la fe como parte integrante de la vida diaria. Los animo, pues, a intensificar la pastoral de la familia –seguramente, el valor más querido en nuestros pueblos– para que, frente a la cultura deshumanizadora de la muerte, se convierta en promotora de la cultura del respeto a la vida en todas sus fases, desde su concepción hasta su ocaso natural.


En la hora presente, en la que las mediaciones de la fe son cada vez más escasas, la pastoral de la iniciación cristiana adquiere un relieve especial para facilitar la experiencia de Dios. Para ello es necesario que cuenten con catequistas apasionados por Cristo, que, habiéndose encontrado personalmente con Él, sean capaces de cultivar una fe sincera, libre y gozosa en los niños y en los jóvenes.


No quiero dejar de destacar la importancia que tiene la parroquia para vivir la fe con coherencia y sin complejos en la sociedad actual. Ella es “la misma Iglesia que vive entre las casas de sus hijos y de sus hijas” (Juan Pablo II, Exhort. ap. postsinodal Christifideles laici, 438), el ámbito eclesial que asegura el anuncio del Evangelio, la caridad generosa y la celebración litúrgica. En esta tarea, los sacerdotes son sus primeros y más preciosos colaboradores para llevar a Dios a los hombres y los hombres a Dios. Además de promover espacios de formación y capacitación permanente, no olviden el encuentro personal con cada uno de ellos, para interesarse por su situación, alentar sus trabajos pastorales y proponerles una y otra vez como modelo, de palabra y con el ejemplo, a Jesucristo Sacerdote, que nos invita a despojarnos de los oropeles de la mundanidad, del dinero y del poder.


No se cansen de sostener y acompañar en su camino a los consagrados y consagradas. Ellos, con la riqueza de su espiritualidad específica y desde la común tensión a la perfecta caridad, pertenecen “indiscutiblemente a la vida y santidad” de la Iglesia (Lumen Gentium, 44). Por tanto, su integración en la pastoral diocesana es también incuestionable, como ‘centinelas’ que mantienen vivo en el mundo el deseo de Dios y lo despiertan en el corazón de tantas personas con sed de infinito.


Finalmente, pienso con esperanza en los jóvenes que sienten el llamado de Cristo. Cuiden especialmente la promoción, selección y formación de las vocaciones al sacerdocio y la vida consagrada. Son expresión de la fecundidad de la Iglesia y de su capacidad de generar discípulos y misioneros que siembren en el mundo entero la buena simiente del Reino de Dios.


Queridos hermanos, me alegra ver que, en sus planes pastorales, han asumido las indicaciones de Aparecida, de la que en estos días se cumple el 7º aniversario, destacando la importancia de la Misión continental permanente, que pone toda la pastoral de la Iglesia en clave misionera y nos pide a cada uno de nosotros crecer en parresía. Así podremos dar testimonio de Cristo con la vida también entre los más alejados, y salir de nosotros mismos a trabajar con entusiasmo en la labor que nos ha sido confiada, manteniendo a la vez los brazos levantados en oración, ya que la fuerza del Evangelio no es algo meramente humano, sino prolongación de la iniciativa del Padre que ha enviado a su Hijo para la salvación del mundo.


Antes de despedirme, les ruego que lleven mi saludo al pueblo mexicano. Pidan a sus fieles que recen por mí, pues lo necesito. Y también les pido que le lleven un saludo mío, saludo de hijo, a la Madre de Guadalupe. Que Ella, Estrella de la nueva evangelización, los cuide y los guíe a todos hacia su divino Hijo. Con el deseo de que la alegría de Cristo Resucitado ilumine sus corazones, les imparto la Bendición Apostólica.


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DIÁLOGO CON LOS ESTUDIANTES DE LOS COLEGIOS PONTIFICIOS
Y RESIDENCIAS SACERDOTALES DE ROMA


 Palacio Apostólico Vaticano
Aula Pablo VI
Lunes 12 de mayo de 2014





Buenos días, y os agradezco mucho esta presencia. Doy las gracias al cardenal Stella por sus palabras, y pido disculpas por el retraso. Sí, porque están los obispos mexicanos en visita ad limina... y cuando uno está con los mexicanos, se está muy bien, tan bien, que el tiempo pasa y uno no se da cuenta.


A los 146 de vosotros que sois de los países de Oriente Medio, también algunos de vosotros de Ucrania, quiero deciros que os estoy muy cercano en este momento de sufrimiento: de verdad, muy cercano, y en la oración. En la Iglesia se sufre mucho; la Iglesia sufre mucho, y la Iglesia que sufre es también la Iglesia perseguida en algunas partes, y os estoy cercano. Gracias. Y ahora quisiera que... había preguntas, yo las he visto, pero si queréis cambiarlas o hacerlas un poco más espontáneas, no hay problema, con toda libertad.


Buenos días Santo Padre. Me llamo Daniel, vengo de los Estados Unidos, soy diácono y soy del Colegio Norteamericano. Nosotros venimos a Roma sobre todo para una formación académica y para respetar este compromiso. ¿Cómo hacer para no descuidar una formación sacerdotal integral, tanto a nivel personal como comunitario? Gracias.


Gracias por la pregunta. Es verdad: vuestro objetivo principal, aquí, es la formación académica: graduarse en esto, en aquello... Pero existe el peligro del academicismo. Sí, los obispos os envían aquí para que tengáis un grado académico, pero también para regresar a la diócesis; y en la diócesis debéis trabajar en el presbiterio, como presbíteros, presbíteros con doctorado. Y si uno cae en este peligro del academicismo, regresa no el padre, sino el «doctor». Y esto es peligroso. Hay cuatro pilares en la formación sacerdotal: esto lo he dicho muchas veces, quizás vosotros lo habéis escuchado. Cuatro pilares: la formación espiritual, la formación académica, la formación comunitaria y la formación apostólica. Es verdad que aquí, en Roma, se enfatiza —porque para esto fuisteis enviados— la formación intelectual; pero los otros pilares se deben cultivar, y los cuatro interactúan entre sí, y yo no entendería a un sacerdote que viene a hacer una especialización aquí, a Roma, y que no tenga una vida comunitaria, esto no funciona; o que no cuide la vida espiritual —la misa cotidiana, la oración cotidiana, la lectio divina, la oración personal con el Señor— o la vida apostólica: el fin de semana hacer algo, cambiar un poco de aire, pero también aire apostólico, hacer algo allí... Es verdad que el estudio es una dimensión apostólica; pero es importante que también los otros tres pilares sean atendidos. El purismo académico no hace bien, no hace bien. Y por esto me ha gustado tu pregunta, porque me ha dado la oportunidad de deciros estas cosas. El Señor os ha llamado a ser sacerdotes, a ser presbíteros: esta es la regla fundamental. Y hay otra cosa que quisiera subrayar: si sólo se ve la parte académica, está el peligro de caer en las ideologías, y esto hace enfermar. Hace enfermar también la concepción de Iglesia. Para comprender a la Iglesia es necesario entenderla por el estudio pero también por la oración, la vida comunitaria y la vida apostólica. Cuando caemos en una ideología, y vamos por ese camino, tendremos una hermenéutica no cristiana, una hermenéutica de la Iglesia ideológica. Y esto hace mal, esta es una enfermedad. La hermenéutica de la Iglesia debe ser la Este es el texto del discurso preparado y entregado por el Pontífice.hermenéutica que la Iglesia misma nos ofrece, que la Iglesia misma nos da. Comprender a la Iglesia con ojos de cristiano; entender a la Iglesia con mente de cristiano; entender a la Iglesia con corazón de cristiano; entender a la Iglesia desde la actividad cristiana. De lo contrario, la Iglesia no se entiende, o se entiende mal. Por esto es importante destacar, sí, el trabajo académico porque para esto fuisteis enviados; pero no descuidar los otros tres pilares: la vida espiritual, la vida comunitaria y la vida apostólica. No sé si esto responde a tu pregunta... Gracias.


Buenos días, Santo Padre. Soy Tomás, de China. Soy un seminarista del Colegio Urbano. A veces, vivir en comunidad no es fácil: ¿qué nos aconseja partiendo incluso de su experiencia, para hacer de nuestra comunidad un lugar de crecimiento humano y espiritual y de ejercicio de caridad sacerdotal?


Una vez, un viejo obispo de América Latina decía: «Es mucho mejor el peor seminario que el no-seminario». Si uno se prepara al sacerdocio solo, sin comunidad, esto hace mal. La vida del seminario, o sea, la vida comunitaria, es muy importante. Es muy importante porque existe la fraternidad entre los hermanos, que caminan hacia el sacerdocio; pero también existen los problemas, las luchas: luchas de poder, luchas de ideas, incluso luchas ocultas; y vienen los vicios capitales: la envidia, los celos... Y vienen también las cosas buenas: las amistades, el intercambio de ideas, y esto es lo importante de la vida comunitaria. La vida comunitaria no es el paraíso, es el purgatorio al menos —no, no es eso... [ríen]— ¡pero no es el paraíso! Un santo de los jesuitas decía que la mayor penitencia, para él, era la vida comunitaria. Es verdad, ¿no? Por ello creo que debemos seguir adelante, en la vida comunitaria. Pero, ¿cómo? Hay cuatro o cinco cosas que nos ayudarán mucho. Nunca, nunca hablar mal de los demás. Si tengo algo contra otro, o que no estoy de acuerdo: ¡en la cara! Pero nosotros clérigos tenemos la tentación de no hablar en la cara, de ser demasiados diplomáticos, ese lenguaje clerical... Pero, nos hace mal, ¡nos hace mal! Recuerdo una vez, hace 22 años: había sido apenas nombrado obispo, y tenía como secretario en esa vicaría —Buenos Aires está dividida en cuatro vicarías—, en esa vicaría tenía como secretario a un sacerdote joven, recién ordenado. Y yo, en los primeros meses, hice algo, y tomé una decisión un poco diplomática —demasiado diplomática—, con las consecuencias que vienen de esas decisiones que no se toman en el Señor, ¿no? Y al final, le dije: «Pero mira qué problema este, no sé cómo arreglarlo...». Y él me miró en la cara —¡un joven!— y me dijo: «Porque ha hecho mal. Usted no ha tomado una decisión paterna», y me dijo tres o cuatro cosas de esas fuertes. Muy respetuoso, pero me las dijo. Y luego, cuando se marchó, pensé: «A este no lo alejaré nunca del cargo de secretario: ¡este es un verdadero hermano!». En cambio, los que te dicen las cosas bonitas delante y luego por detrás no tan bonitas... Esto es importante... Las habladurías son la peste de una comunidad; se habla en la cara, siempre. Y si no tienes el valor de hablar en la cara, habla al superior o al director, y él te ayudará. ¡Pero no ir por las habitaciones de los compañeros a hablar mal! Se dice que criticar es cosa de mujeres, pero también de hombres, incluso nuestra. ¡Nosotros criticamos bastante! Y esto destruye a la comunidad. También, otra cosa es oír, escuchar las diversas opiniones y discutir las opiniones, pero bien, buscando la verdad, buscando la unidad: esto ayuda a la comunidad: mi padre espiritual una vez —yo era estudiante de filosofía, él era un filósofo, un metafísico, pero era un buen padre espiritual—, fui a él y salió el problema de que estaba enfadado con uno: «Pero, contra este, porque esto, esto, esto...»; le dije al padre espiritual todo lo que tenía dentro. Y él me hizo sólo una pregunta: «Dime, ¿tú has orado por él?». Nada más. Y yo le dije: «No». Y él permaneció callado. «Hemos terminado», me dijo. Rezar, rezar por todos los miembros de la comunidad, pero rezar principalmente por esos con los que tengo problemas o por esos que no quiero, porque no querer a una persona algunas veces es algo natural, instintivo. Rezar, y el Señor hará lo demás, pero rezar siempre. La oración comunitaria. Estas dos cosas —no quisiera hablar mucho—, pero os aseguro que si hacéis estas dos cosas, la comunidad va adelante, se puede vivir bien, se puede discutir bien, se puede rezar bien juntos. Dos cosas pequeñas: no hablar mal de los demás y rezar por aquellos con quienes tengo problemas. Puedo decir más, pero creo que esto es suficiente.


Buenos días Santo Padre.


Buenos días.


Me llamo Charbel, soy un seminarista de Líbano y me estoy formando en el Colegio «Sedes Sapientiae». Antes de hacerle la pregunta quiero agradecerle su cercanía a nuestro pueblo en Líbano y a todo Oriente Medio. Mi pregunta es ésta: el año pasado, usted dejó su tierra y su patria. ¿Qué nos recomienda para aprovechar mejor nuestra llegada y estancia en Roma?


Pero, es diferente... Vuestra llegada a Roma, respecto al traslado de la diócesis que me han hecho a mí, es un poco diferente, pero está bien... Recuerdo la primera vez que dejé [mi tierra] para venir a estudiar aquí... Primero está la novedad, es la novedad de las cosas, y debemos ser pacientes con nosotros mismos. Los primeros tiempos es como un tiempo de noviazgo: todo es hermoso, ah, las novedades, las cosas...; pero esto no se debe reprochar, ¡es así! A todos sucede esto, a todos sucede que las cosas sean así. Y luego, volviendo a uno de los pilares, ante todo la integración en la vida de comunidad y en la vida de estudio, directamente. Vine para esto, a hacer esto. Y después, buscar un trabajo para el fin de semana, un trabajo apostólico, es importante. No permanecer cerrados y no estar dispersos. Pero los primeros tiempos es el período de las novedades: «Quisiera hacer esto, ir a ese museo, o esta película, o esto, aquello...». Pero adelante, no os preocupéis, es normal que esto suceda. Pero luego, proceder con determinación. ¿Qué vine a hacer? Estudiar. ¡Estudia en serio! Y aprovechar las muchas oportunidades que nos da esta permanencia. La novedad de la universalidad: conocer gente de tantos sitios diversos, de tantos países diversos, de tantas culturas diversas; la oportunidad del diálogo entre vosotros: «Pero ¿cómo es esto en tu patria? Y, ¿cómo es aquello? Y en la mía es...». Este intercambio hace mucho bien, mucho bien. Creo que sencillamente no diría más. Pero no espantarse por esa alegría de las novedades: es la alegría del primer noviazgo, antes de que comiencen los problemas. Y adelante. Después, actuar con determinación.


Buenos días, Santo Padre. Soy Daniel Ortiz, y soy mexicano. Aquí en Roma vivo en el colegio «Maria Mater Ecclesiae». Su Santidad, en la fidelidad a nuestra vocación necesitamos un constante discernimiento, vigilancia y disciplina personal. Usted ¿cómo hizo, cuando fue seminarista, cuando fue sacerdote, cuando fue obispo y ahora que es Pontífice? ¿Y qué nos aconseja al respecto? Gracias.


Gracias. Tú has dicho la palabra vigilancia. Esta es una actitud cristiana: la vigilancia. La vigilancia sobre uno mismo: ¿qué ocurre en mi corazón? Porque donde está mi corazón está mi tesoro. ¿Qué ocurre ahí? Dicen los padres orientales que se debe conocer bien si mi corazón está turbado o si mi corazón está tranquilo. Primera pregunta: vigilancia de tu corazón: ¿está en turbulencia? Si está en turbulencia, no se puede ver qué hay dentro. Como el mar, ¿no? No se ven los peces cuando el mar está así... El primer consejo, cuando el corazón está en turbulencia, es el consejo de los padres rusos: ir bajo el manto de la Santa Madre de Dios. Recordaos que la primera antífona latina es precisamente esta: en los momentos de turbulencia, buscar refugio bajo el manto de la Santa Madre de Dios. Es la antífona «Sub tuum praesidium confugimus, Sancta Dei Genitrix»: es la primera antífona latina de la Virgen. Es curioso, ¿no? Vigilar. ¿Hay turbulencia? Ante todo ir allí, y allí esperar a que haya un poco de calma: con la oración, con la confianza en la Virgen... 
Alguno me dirá: «Pero, padre, en este tiempo de tanta modernidad buena, de la psiquiatría, de la psicología, en estos momentos de turbulencia creo que sería mejor ir al psiquiatra para que me ayude...». No descarto esto, pero ante todo ir a la Madre: porque un sacerdote que se olvida de la Madre, y sobre todo en los momentos de turbulencia, le falta algo. Es un sacerdote huérfano: ¡se ha olvidado de su mamá! Y en los momentos difíciles, es cuando el niño va con la mamá, siempre. Y nosotros somos niños en la vida espiritual, ¡esto no olvidarlo nunca! Vigilar cómo está mi corazón. Tiempo de turbulencia, ir a buscar refugio bajo el manto de la Santa Madre de Dios. Así dicen los monjes rusos, y en verdad es así. 
Después, ¿qué hago? Busco entender lo que sucede, pero siempre con paz. Entender con paz. Luego, vuelve la paz y puedo hacer la discussio conscientiae. Cuando estoy en paz, no hay turbulencia: «¿Qué ocurrió hoy en mi corazón?». Y esto es vigilar. Vigilar no es ir a la sala de tortura, ¡no! Es mirar el corazón. Debemos ser dueños de nuestro corazón. ¿Qué siente mi corazón, qué busca? ¿Qué me ha hecho feliz hoy y qué no me ha hecho feliz? No terminar la jornada sin hacer esto. Una pregunta que yo hacía, como obispo, a los sacerdotes es: «Dime, ¿cómo vas a la cama?». Y ellos no entendían. «¿Pero qué quiere decir?». «Sí, ¿cómo terminas la jornada?». «Oh, destruido, padre, porque hay mucho trabajo, la parroquia, tanto... Luego ceno un poco, como algo y me voy a la cama, miro la tv y me distiendo un poco...». «¿Y no pasas antes por el sagrario?». Hay cosas que nos hacen ver dónde está nuestro corazón. Nunca, nunca —y esta es la vigilancia—, nunca terminar la jornada sin ir un poco allí, ante el Señor; mirar y preguntar: «¿Qué sucedió en mi corazón?». 

En momentos tristes, en momentos felices: ¿cómo era esa tristeza?, ¿cómo era esa alegría? Esta es la vigilancia. Vigilar también las depresiones y los entusiasmos. «Hoy me siento decaído, no sé qué sucede». Vigilar: ¿por qué estoy decaído? ¿Deberías tal vez ir a alguien que te ayude?... Esto es vigilancia. «Oh, ¡estoy alegre!». Pero ¿por qué hoy estoy alegre? ¿Qué sucedió en mi corazón? Esto no es una introspección estéril, no, no. Esto es conocer el estado de mi corazón, mi vida, cómo camino en la senda del Señor. Porque, si no hay vigilancia, el corazón va a cualquier lado; y la imaginación viene detrás: «ve, ve...»; y luego se puede acabar mal. Me gusta la pregunta sobre la vigilancia. No son cosas antiguas, no son cosas superadas. Son cosas humanas, y como todas las cosas humanas son eternas. Las llevaremos siempre con nosotros. Vigilar el corazón era precisamente la sabiduría de los primeros monjes cristianos, enseñaban esto, a vigilar el corazón.

¿Puedo hacer un paréntesis? ¿Por qué he hablado de la Virgen? Os aconsejaré esto que dije antes, buscar refugio... Una hermosa relación con la Virgen; la relación con la Virgen nos ayuda a tener una hermosa relación con la Iglesia: las dos son Madres... Vosotros conocéis el hermoso pasaje de san Isaac, el abad de la estrella: lo que se puede decir de María se puede decir de la Iglesia y también de nuestra alma. Las tres son femeninas, las tres son Madres, las tres dan vida. La relación con la Virgen es una relación de hijo... Vigilad sobre esto: si no se tiene una buena relación con la Virgen, hay algo de huérfano en mi corazón. Yo recuerdo, una vez, hace 30 años, estaba en el Norte de Europa: tenía que ir allí por la educación de la Universidad de Córdoba, en la que yo era en ese momento vicecanciller. Y me invitó una familia de católicos practicantes; un país demasiado secularizado era ese. Y en la cena había muchos niños, eran católicos practicantes, los dos profesores universitarios, los dos también catequistas. A un cierto punto, hablando de Jesucristo —¡entusiasmados de Jesucristo!, hablo de hace 30 años— dijeron: «Sí, gracias a Dios hemos superado la etapa de la Virgen...». ¿Y cómo es esto?, dije. «Sí, porque hemos conocido a Jesucristo, y no tenemos más necesidad de ella». Yo quedé un poco dolido, no entendí bien. Y hablamos un poco de esto. Y esto ¡no es madurez! No es madurez. Olvidar a la madre es una cosa fea... Y, para decirlo de otra manera: si tú no quieres a la Virgen como Madre, ¡seguro que la tendrás como suegra! Y esto no es bueno. Gracias.


¡Viva Jesús, viva María! Gracias, Santo Padre, por tus palabras sobre la Virgen. Me llamo don Ignacio y vengo de Manila, Filipinas. Estoy realizando mi doctorado en mariología en la Pontificia Facultad Teológica «Marianum», y resido en el Pontificio Colegio Filipino. Santo Padre, mi pregunta es: la Iglesia tiene necesidad de pastores capaces de guiar, gobernar, comunicar como nos exige el mundo de hoy. ¿Cómo se aprende y se ejerce el liderazgo en la vida sacerdotal, asumiendo el modelo de Cristo que se abajó asumiendo la cruz, la muerte de cruz, y asumiendo la condición de siervo hasta la muerte de cruz? Gracias.


¡Pero tu obispo es un gran comunicador!

Es el cardenal Tagle...

El liderazgo... este es el centro de la pregunta... Hay un solo camino —luego hablaré de los pastores— pero para el liderazgo hay un solo camino: el servicio. No hay otro. Si tú tienes muchas cualidades —comunicar, etc.— pero no eres un servidor, tu liderazgo caerá, no sirve, no es capaz de convocar. Solamente el servicio: estar al servicio... Recuerdo a un padre espiritual muy bueno, la gente iba a él, tanto que algunas veces no podía rezar todo el breviario. Y por la noche, iba al Señor y le decía: «Señor, mira, no he hecho tu voluntad, ¡pero tampoco la mía! ¡He hecho la voluntad de los demás!». Así, los dos —el Señor y él— se consolaban. El servicio es hacer, muchas veces, la voluntad de los demás. Un sacerdote que trabajaba en un barrio muy humilde —¡muy humilde!—, una villa miseria, una favela, dijo: «Yo necesitaría cerrar las ventanas, las puertas, todas, porque a un cierto punto es mucho, mucho, lo que me vienen a pedir: esta cosa espiritual, esta cosa material, que al final quisiera cerrar todo. Pero esto no es del Señor», decía. Es verdad: cuando no existe el servicio, tú no puedes guiar a un pueblo. El servicio del pastor. El pastor debe estar siempre a disposición de su pueblo. El pastor debe ayudar al pueblo a crecer, a caminar. Ayer, en la lectura me llamó la atención que en el Evangelio se decía el verbo «sacar»: el pastor saca a las ovejas para que vayan a buscar la hierba. Me llamó la atención: las hace salir, ¡las hace salir con fuerza! El original tiene un cierto tono de esto: hace salir, pero con fuerza. Es como expulsar: «ve, ¡ve!». El pastor que hace crecer a su pueblo y que va siempre con su pueblo. 
Algunas veces, el pastor debe ir delante, para indicar el camino; otras veces, en medio, para conocer qué sucede; muchas veces, detrás, para ayudar a los últimos y también para seguir el olfato de las ovejas que saben dónde está la hierba buena. El pastor... San Agustín, retomando a Ezequiel, dice que debe estar al servicio de las ovejas y destaca dos peligros: el pastor que explota a las ovejas para comer, para enriquecerse, por intereses económicos, material, y el pastor que explota a las ovejas para vestirse bien. La carne y la lana. Dice san Agustín. Leed ese bello sermón De pastoribus. Es necesario leerlo y releerlo. Sí, son los dos pecados de los pastores: el dinero, que llegan a ser ricos y hacen las cosas por dinero —pastores especuladores—; y la vanidad, son los pastores que se creen en un nivel superior al de su pueblo, indiferentes... pensemos, los pastores-príncipes. El pastor-especulador y el pastor-príncipe. Estas son las dos tentaciones que san Agustín, retomando el pasaje de Ezequiel, menciona en su sermón. Es verdad, un pastor que se busca a sí mismo, ya sea por el camino del dinero, ya sea por el camino de la vanidad, no es un servidor, no tiene un verdadero liderazgo. La humildad debe ser el arma del pastor: humilde, siempre al servicio. Debe buscar el servicio. Y no es fácil ser humilde, no, ¡no es fácil! Dicen los monjes del desierto que la vanidad es como la cebolla. Cuando tomas una cebolla y comienzas a deshojar, y te sientes vanidoso y comienzas a deshojar la vanidad. Sigues y sigues, y otra capa, y otra, y otra, y otra... al final, llegas a... nada. «Ah, gracias a Dios, he deshojado la cebolla, he deshojado la vanidad». Haz así, y ¡tienes el olor de la cebolla! Así dicen los padres del desierto. La vanidad es así. Una vez escuché a un jesuita, bueno, un buen hombre, pero era muy vanidoso, muy vanidoso… Y todos nosotros le decíamos: «¡Tú eres vanidoso!», pero era tan bueno que le perdonábamos todo. Y se fue a hacer los ejercicios espirituales, y cuando regresó nos dijo, a nosotros, en la comunidad: «¡Qué hermosos ejercicios! He hecho ocho días de cielo, y he encontrado que era muy vanidoso. Pero gracias a Dios, ¡he vencido todas las pasiones!». La vanidad es así. Es tan difícil quitar la vanidad de un sacerdote. Pero el pueblo de Dios te perdona muchas cosas: te perdona si has tenido una caída, afectiva, te lo perdona. Te perdona si has tenido un caída con un poco de vino, te lo perdona. Pero no te perdona si eres un pastor apegado al dinero, si eres un pastor vanidoso que no trata bien a la gente. Porque el vanidoso no trata bien a la gente. Dinero, vanidad y orgullo. Los tres escalones que nos llevan a todos los pecados. El pueblo de Dios entiende nuestras debilidades, y las perdona; pero estas dos, ¡no las perdona! El apego al dinero no lo perdona en el pastor. Y no tratarles bien a ellos, no lo perdonan. Es curioso, ¿no? Estos dos defectos, debemos luchar para no tenerlos. Luego, el liderazgo debe ir con el servicio, pero con un amor personal a la gente. De un párroco, una vez oí esto: «Este hombre conocía el nombre de toda la gente de su barrio, ¡incluso el nombre de los perros!». Es hermoso. Era cercano, conocía a cada uno, sabía la historia de todas las familias, sabía todo. Y ayudaba. Era muy cercano... Cercanía, servicio, humildad, pobreza y sacrificio. Recuerdo a los antiguos párrocos de Buenos Aires, cuando no existía el celular, la secretaría telefónica, dormían con el teléfono al lado. Nadie moría sin los Sacramentos. Les llamaban a cualquier hora, se levantaban e iban. Servicio, servicio. Y como obispo, sufría cuando llamaba a una parroquia y me respondía la secretaría telefónica... ¡Así no hay liderazgo! ¿Cómo puedes conducir un pueblo si no lo escuchas, si no estás al servicio? Estas son las cosas que me surgen así, un poco... no en orden, pero para responder a tu pregunta...


Buenos días, Santo Padre.


Buenos días.


Me llamo don Sèrge, vengo de Camerún. Mi formación se lleva a cabo en el Colegio San Pablo Apóstol. He aquí la pregunta: cuando volvamos a nuestras diócesis y comunidades, seremos llamados a nuevas responsabilidades ministeriales y a nuevas tareas formativas. ¿Cómo podemos hacer convivir de modo equilibrado todas las dimensiones de la vida ministerial: la oración, los compromisos y las tareas formativas sin descuidar ninguna de ellas? Gracias.


Hay una cuestión a la que no he respondido: se fue tal vez —¡el inconsciente deshonesto!— y quiero unirla a esta. Me preguntaban: «¿Cómo hace usted, como Papa, estas cosas?». También la tuya... Yo responderé a la tuya, contando, con toda sencillez, qué hago para no descuidar las cosas. La oración. Yo, por la mañana, trato de rezar laudes y también hacer un poco de oración, la lectio divina, con el Señor. Cuando me levanto. Primero leo los «cifrados», y luego hago esto. Y después, celebro la misa. Luego, comienza el trabajo: el trabajo que un día es de una manera, otro día de otra manera... trato de hacerlo con orden. A mediodía como, luego un poco de siesta; después de la siesta, a las tres —disculpadme— rezo Vísperas, a las tres... Si no se rezan a esa hora, ya no se rezarán. Sí, y también la lectura, el Oficio de lectura del día siguiente. Luego el trabajo de la tarde, las cosas que debo hacer... Más tarde, hago un rato de adoración y rezo el rosario; cena, y se acaba. Este es el esquema. Pero algunas veces no se puede hacer todo, porque me dejo llevar por exigencias no prudentes: demasiado trabajo, o creer que si no hago esto hoy, no lo hago mañana... cae la adoración, cae la siesta, cae esto... Y también aquí la vigilancia: vosotros volveréis a la diócesis y os sucederá esto que me pasa a mí: es normal. El trabajo, la oración, un poco de espacio para descansar, salir de casa, caminar un poco, todo esto es importante... pero debéis ajustarlo con la vigilancia y también con los consejos... Lo ideal es terminar el día cansados: esto es lo ideal. No tener necesidad de tomar pastillas: acabar cansado. Pero con un buen cansancio, no con un cansancio imprudente, porque eso hace mal a la salud y a la larga se paga caro. Miro la cara de Sandro, que ríe y dice: «Pero usted no hace esto». Es verdad. Esto es lo ideal, pero no siempre lo hago, porque también yo soy pecador, y no siempre soy tan ordenado. Pero esto debes hacer...


¡Buenos días Santo Padre! Soy Fernando Rodríguez, un sacerdote recién ordenado de México. Recibí la ordenación hace un mes y vivo en el Colegio mexicano. Santo Padre, usted nos ha recordado que la Iglesia necesita una nueva evangelización. En efecto, en la Evangelii gaudium, usted se detuvo en la preparación de la predicación, en la homilía y en el anuncio como forma de un diálogo apasionado entre un pastor y su pueblo. ¿Podría volver sobre este tema de la nueva evangelización? Y también, Santidad, nos preguntamos cómo debería ser un sacerdote para la nueva evangelización. ¿Cuál o cuáles deberían ser sus rasgos característicos? Gracias.


Cuando san Juan Pablo II habló sobre la nueva evangelización —yo creía que era la primera vez, pero luego me dijeron que no era la primera vez—, fue en Santo Domingo en 1992. Y él dijo que debe ser nueva en la metodología, en el ardor, en el celo apostólico, y la tercera no la recuerdo... ¿Quién la recuerda? ¡La expresión! Buscar una expresión que se adapte a la unicidad de los tiempos. Y, para mí, en el Documento de Aparecida está muy claro. Este Documento de Aparecida desarrolla bien esto. Para mí la evangelización requiere salir de sí mismo; requiere la dimensión del trascendente: el trascendente en la adoración de Dios, en la contemplación, y el trascendente hacia los hermanos, hacia la gente. ¡Salir de, salir de! Para mí esto es como el núcleo de la evangelización. Y salir significa llegar a, es decir cercanía. Si tú no sales de ti mismo, jamás tendrás cercanía. Cercanía. Ser cercano a la gente, ser cercano a todos, a todos aquellos a quienes debemos ser cercanos. Toda la gente. Salir. Cercanía. No se puede evangelizar sin cercanía. Cercanía, pero cordial; cercanía de amor, incluso cercanía física; ser cercano-a. Y tú has relacionado la homilía allí. El problema de las homilías aburridas —por decirlo así—, el problema de las homilías aburridas es que no hay cercanía. Precisamente en la homilía se mide la cercanía del pastor con su pueblo. Si tú hablas en la homilía, pensemos en 20, 25 ó 30, 40 minutos —esto no es una fantasía, ¡esto sucede!—, y hablas de cosas abstractas, de verdades de la fe, tú no haces una homilía, das clases. Es otra cosa. Tú no eres cercano a la gente. Por esto es importante la homilía: para medir, para conocer bien la cercanía del sacerdote. Creo que en general nuestras homilías no son buenas, no son precisamente del género literario homilético: son conferencias, o son lecciones, o son reflexiones. Pero la homilía —y esto preguntadlo a los profesores de teología—, la homilía en la misa, la Palabra es Dios fuerte, es un sacramental. Para Lutero era casi un sacramento: era ex opere operato, la Palabra predicada; para otros es sólo ex opere operantis. Pero creo que está en el centro, un poco de ambas. La teología de la homilía es un poco casi un sacramental. Es distinto del decir palabras sobre un tema. Es otra cosa. Supone oración, supone estudio, supone conocer a las personas a las cuales tú hablarás, supone cercanía. Acerca de la homilía, para ir bien en la evangelización, debemos ir bastante adelante, estamos con cierto retraso. Es uno de los puntos de la conversión que la Iglesia necesita hoy: adecuar bien las homilías, para que la gente comprenda. Y, luego, después de ocho minutos, la atención desaparece. Una homilía de más de ocho minutos, diez minutos no es bueno. Debe ser breve, debe ser fuerte. Os aconsejo dos libros, de mis tiempos, pero son buenos, para este aspecto de la homilía, porque os ayudarán mucho. Primero, «La teología de la predicación», de Hugo Rahner. No de Karl, de Hugo. Se puede leer bien Hugo, Karl es difícil de leer. Esta es una joya: «Teología de la predicación». Y el otro es el del padre Domenico Grasso, que nos introduce en lo que es la homilía. Creo que tiene el mismo título: «Teología de la predicación». Os ayudará bastante esto. La cercanía, la homilía… Hay otra cosa que quiero decir… Salir, cercanía, la homilía como medida de cómo soy cercano al pueblo de Dios. Y otra categoría que me gusta usar es la de las periferias. Cuando uno sale no debe ir sólo hasta la mitad de un camino, sino llegar al final. Algunos dicen que se debe comenzar la evangelización desde los más lejanos, como hacía el Señor. Esto es lo que se me ocurre decir acerca de tu pregunta. Pero esto de la homilía es verdad: para mí es uno de los problemas que la Iglesia debe estudiar y convertirse. Las homilías, las homilías: no se trata de dar clases, no son conferencias, son otra cosa. A mí me gusta cuando los sacerdotes se reúnen dos horas para preparar la homilía del próximo domingo, porque se da un clima de oración, de estudio, de intercambio de opiniones. Esto es bueno, hace bien. Prepararla con otro, esto funciona muy bien.


¡Alabado sea Jesucristo! Me llamo Voicek, vivo en el Pontificio Colegio Polaco y estudio teología moral. Santo Padre, el ministerio presbiteral al servicio de nuestro pueblo siguiendo el ejemplo de Cristo y de su misión, ¿qué nos recomienda para permanecer dispuestos y alegres en el servicio del pueblo de Dios? ¿Qué cualidades humanas nos aconseja y nos recomienda cultivar para ser imagen del Buen Pastor y vivir lo que usted ha llamado «la mística del encuentro»?


He hablado de algunas cosas que se deben hacer en la oración, principalmente. Pero tomo tu última palabra para hablar de una cosa, que se ha de sumar a todas las que he dicho, que se han dicho y que conducen precisamente a tu pregunta. «La mística del encuentro», has dicho. El encuentro. La capacidad de encontrarse. La capacidad de escuchar, de escuchar a las demás personas. La capacidad de buscar juntos el camino, el método, muchas cosas. Este encuentro. Y significa también no asustarse, no asustarse de las cosas. El buen pastor no debe asustarse. Tal vez tiene temor dentro, pero no se asusta jamás. Sabe que el Señor le ayuda. El encuentro con las personas por las que tú debes tener atención pastoral; el encuentro con tu obispo. Es importante el encuentro con el obispo. Es importante también que el obispo deje espacio para el encuentro. Es importante… porque, sí, algunas veces se escucha: «¿Has dicho esto a tu obispo? Sí, he pedido audiencia, pero hace cuatro meses que he pedido audiencia. ¡Estoy esperando!». Esto no es bueno, no. Ir al encuentro del obispo y que el obispo se deje encontrar. El diálogo. Pero sobre todo quisiera hablar de una cosa: el encuentro entre los sacerdotes, entre vosotros. La amistad sacerdotal: esto es un tesoro, un tesoro que se debe cultivar entre vosotros. La amistad sacerdotal. No todos pueden ser amigos íntimos. Pero qué hermosa es una amistad sacerdotal. Cuando los sacerdotes, como dos hermanos, tres hermanos, cuatro hermanos se conocen, hablan de sus problemas, de sus alegrías, de sus expectativas, tantas cosas… Amistad sacerdotal. Buscad esto, es importante. Ser amigos. Creo que esto ayuda mucho a vivir la vida sacerdotal, a vivir la vida espiritual, la vida apostólica, la vida comunitaria y también la vida intelectual: la amistad sacerdotal. Si me encontrase a un sacerdote que me dice: «Yo jamás he tenido un amigo», pensaría que este sacerdote no ha tenido una de las alegrías más hermosas de la vida sacerdotal, la amistad sacerdotal. Es lo que os deseo a vosotros. Os deseo que seáis amigos de quienes el Señor te pone delante para la amistad. Deseo esto en la vida. La amistad sacerdotal es una fuerza de perseverancia, de alegría apostólica, de valentía, también de sentido del humor. Es hermoso, hermosísimo. Esto es lo que pienso.


Os agradezco la paciencia. Y ahora podemos dirigirnos a la Virgen, pedir la bendición…
Regina caeli…


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AL MUNDO DE LA ESCUELA ITALIANA

Plaza de San Pedro
Sábado 10 de mayo de 2014



Queridos amigos, ¡buenas tardes!


Ante todo os doy las gracias porque habéis realizado una cosa ¡verdaderamente hermosa! Este encuentro es muy bueno: un gran encuentro de la escuela italiana, toda la escuela: chicos y grandes; maestros, personal no docente, alumnos y padres de familia; escuela estatal y no estatal… Doy las gracias al cardenal Bagnasco, al ministro Giannini y a todos los que han colaborado; y estos testimonios, verdaderamente hermosos e importantes. He escuchado muchas cosas bellas, que me han hecho bien. Se ve que esta manifestación no es «contra», es «a favor de». No es una protesta, ¡es una fiesta! Una fiesta por la escuela. Sabemos bien que hay problemas y cosas que no funcionan, lo sabemos. Pero vosotros estáis aquí, nosotros estamos aquí porque amamos la escuela. Digo «nosotros» porque yo amo la escuela, la he amado como alumno, como estudiante y como maestro. Y luego como obispo. En la diócesis de Buenos Aires encontraba a menudo al mundo de la escuela, y hoy os agradezco por haber preparado este encuentro, que sin embargo, no es de Roma sino de toda Italia. Os agradezco mucho por esto. ¡Gracias!


¿Por qué amo la escuela? Voy a probar a decíroslo. Tengo una imagen. He escuchado aquí que no se crece solos y que siempre hay una mirada que te ayuda a crecer. Y tengo la imagen de mi primera maestra, esa mujer, esa maestra que me recibió a los seis años, en el primer grado de la escuela. Nunca la he olvidado. Ella me hizo amar la escuela. Y después fui a visitarla durante toda su vida hasta el momento en que falleció, a los 98 años. Y esta imagen me hace bien. Amo la escuela porque esa mujer me enseñó a amarla. Este es el primer motivo por el que amo la escuela.

 Este es el texto del discurso preparado y entregado por el Pontífice.
Amo la escuela porque es sinónimo de apertura a la realidad. ¡Al menos así debería ser! Pero no siempre logra serlo, y entonces quiere decir que es necesario cambiar un poco el enfoque. Ir a la escuela significa abrir la mente y el corazón a la realidad, en la riqueza de sus aspectos, de sus dimensiones. Y nosotros no tenemos derecho a tener miedo de la realidad. La escuela nos enseña a comprender la realidad. Ir a la escuela significa abrir la mente y el corazón a la realidad, en la riqueza de sus aspectos, de sus dimensiones. ¡Y esto es bellísimo! En los primeros años se aprende a 360 grados, luego poco a poco se profundiza un aspecto y finalmente se especializa. Pero si uno ha aprendido a aprender —este es el secreto ¡aprender a aprender!— esto le queda para siempre, permanece una persona abierta a la realidad. Esto lo enseñaba también un gran educador italiano, que era un sacerdote: don Lorenzo Milani.


Los maestros son los primeros que deben permanecer abiertos a la realidad —he escuchado los testimonios de vuestros maestros; me ha gustado oírlos tan abiertos a la realidad— con la mente siempre abierta a aprender. Porque si un maestro no está abierto a aprender, no es un buen maestro, y ni siquiera es interesante; los muchachos lo perciben, tienen «olfato», y son atraídos por los profesores que tienen un pensamiento abierto, «inconcluso», que buscan «algo más», y así contagian esta actitud a los estudiantes. Este es uno de los motivos por el que amo la escuela.


Otro motivo es que la escuela es un lugar de encuentro. Porque todos nosotros estamos en camino, poniendo en marcha un proceso, realizando un camino. Y he escuchado que la escuela —todos lo hemos escuchado hoy— no es un estacionamiento. Es un lugar de encuentro en el camino. Se encuentra a los compañeros; se encuentra a los maestros; se encuentra al personal asistente. Los padres encuentran a los profesores; el director encuentra a las familias, etcétera. Es un lugar de encuentro. Y nosotros hoy tenemos necesidad de esta cultura del encuentro para conocernos, para amarnos, para caminar juntos. Y esto es fundamental precisamente en la edad del crecimiento, como un complemento a la familia. La familia es el primer núcleo de relaciones: la relación con el padre, la madre y los hermanos es la base, y nos acompaña siempre en la vida. Pero en la escuela nosotros «socializamos»: encontramos personas diferentes a nosotros, diferentes por edad, por cultura, por origen, por capacidades… La escuela es la primera sociedad que integra a la familia. La familia y la escuela jamás van contrapuestas. Son complementarias, y, por lo tanto, es importante que colaboren, en el respeto recíproco. Y las familias de los muchachos de una clase pueden hacer mucho colaborando juntas entre ellas y con los maestros. Esto hace pensar en un proverbio africano muy hermoso: «Para educar a un hijo se necesita a todo un pueblo». Para educar a un muchacho se necesita a mucha gente: familia, maestros, personal no docente, profesores, ¡todos! ¿Os agrada este proverbio africano? ¿Os gusta? Digámoslo juntos: para educar a un hijo se necesita a todo un pueblo, ¡juntos! Para educar a un hijo se necesita a todo un pueblo. Y pensad en esto.
Y además amo la escuela porque nos educa en lo verdadero, en el bien y en lo bello. Los tres van juntos. La educación no puede ser neutra. O es positiva o es negativa; o enriquece o empobrece; o hace crecer a la persona o la deprime, incluso puede corromperla. Y en la educación es muy importante lo que también hemos escuchado hoy: siempre, es mejor una derrota limpia que una victoria sucia ¡Recordadlo! Esto nos hará bien para la vida. 

Digámoslo juntos: siempre es mejor una derrota limpia que una victoria sucia. ¡Todos juntos! Siempre es mejor una derrota limpia que una victoria sucia.


La misión de la escuela es desarrollar el sentido de lo verdadero, el sentido del bien y el sentido de lo bello. Y esto ocurre a través de un camino rico, hecho de muchos «ingredientes». He aquí por qué existen tantas disciplinas. Porque el desarrollo es fruto de diversos elementos que actúan juntos y estimulan la inteligencia, la conciencia, la afectividad, el cuerpo, etcétera. Por ejemplo, si estudio esta plaza, la plaza de San Pedro, aprendo cosas de arquitectura, de historia, de religión, incluso de astronomía. El obelisco recuerda al sol, pero pocos saben que esta plaza es también una gran meridiana.


De esta manera cultivamos en nosotros lo verdadero, el bien y lo bello; y aprendemos que estas tres dimensiones no están jamás separadas, sino siempre entrelazadas. Si una cosa es verdadera, es buena y es bella; si es bella, es buena y es verdadera; y si es buena, es verdadera y es bella. Y estos elementos juntos nos hacen crecer y nos ayudan a amar la vida, incluso cuando estamos mal, también en medio de los problemas. La verdadera educación nos hace amar la vida y nos abre a la plenitud de la vida.


Y, por último, quisiera decir que en la escuela no aprendemos solamente conocimientos, contenidos, sino que aprendemos también hábitos y valores. Se educa para conocer muchas cosas, o sea, muchos contenidos importantes, para tener ciertos hábitos y también para asumir los valores. Y esto es muy importante. Os deseo a todos vosotros, padres, maestros, personas que trabajáis en la escuela y estudiantes, un hermoso camino en la escuela, un camino que haga crecer las tres lenguas que una persona madura debe saber hablar: la lengua de la mente, la lengua del corazón y la lengua de las manos. Pero con armonía, es decir, pensar lo que tú sientes y lo que tú haces; sentir bien lo que tú piensas y lo que tú haces; y hacer bien lo que tú piensas y lo que tú sientes. Las tres lenguas, armoniosas y juntas. Gracias una vez más a los organizadores de esta jornada y a todos vosotros que habéis venido. Y por favor... por favor, ¡no nos dejemos robar el amor por la escuela! ¡Gracias!


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A LOS PARTICIPANTES EN UN ENCUENTRO ORGANIZADO POR
LA CONFERENCIA ITALIANA DE LOS INSTITUTOS SECULARES


Palacio Apostólico Vaticano
Sala del Consistorio
Sábado 10 de mayo de 2014



El Pontífice, dejando a un lado el texto preparado para la ocasión, pronunció espontáneamente el siguiente discurso.


He escrito un discurso para vosotros, pero hoy ha sucedido algo. Es mi culpa porque he dado dos audiencias no digo al mismo tiempo, pero casi. Por eso he preferido entregaros el discurso, porque leerlo es aburrido, y deciros dos o tres cosas que tal vez os ayudarán.
Desde el momento en que Pío XII pensó esto, y luego la Provida Mater Ecclesia, fue un gesto revolucionario en la Iglesia. Los institutos seculares son precisamente un gesto de valentía que realizó la Iglesia en ese momento; dar estructura, dar institucionalidad a los institutos seculares. Y desde ese momento hasta ahora es tan grande el bien que vosotros realizáis en la Iglesia, con valor porque hay necesidad de valentía para vivir en el mundo. 

Muchos de vosotros, solos, en vuestro apartamento van, vienen; algunos en pequeñas comunidades. Todos los días, hacer la vida de una persona que vive en el mundo, y, al mismo tiempo, custodiar la contemplación, esta dimensión contemplativa hacia el Señor y también en relación con el mundo; contemplar la realidad, como contemplar las bellezas del mundo, y también los pecados graves de la sociedad, las desviaciones, todas estas cosas, y siempre en tensión espiritual… Por eso vuestra vocación es fascinante, porque es una vocación que está justo ahí, donde se juega la salvación no sólo de las personas, sino también de las instituciones. Y de muchas instituciones laicas necesarias en el mundo. Por eso pienso así, que con la Provida Mater Ecclesia, la Iglesia ha realizado un gesto verdaderamente revolucionario.


Deseo que conservéis siempre esta actitud de ir más allá, no sólo más allá, sino más allá y en medio, allí donde se juega todo: la política, la economía, la educación, la familia… allí. Es posible quizás que tengáis la tentación de pensar: «¿Pero yo qué puedo hacer?». Cuando viene esta tentación recordad que el Señor nos ha hablado de la semilla de trigo. Y vuestra vida es como la semilla de trigo… allí, es como levadura… allí. Es hacer todo lo posible para que el Reino llegue, crezca y sea grande; y custodie también a mucha gente, como el árbol de mostaza. Pensad en esto. Pequeña vida, pequeño gesto; vida normal, pero fermento, semilla, que hace crecer. Y esto os da la consolación. Los resultados de este balance sobre el Reino de Dios no se ven. Solamente el Señor nos hace percibir algo… Veremos los resultados allá arriba.


Y por eso es importante que vosotros tengáis mucha esperanza. Es una gracia que debéis pedir al Señor, siempre: la esperanza que nunca defrauda. ¡Nunca defrauda! Una esperanza que va adelante. Yo os aconsejaría leer muy a menudo el capítulo 11 de la Carta a los Hebreos, el capítulo de la esperanza. Y aprender que muchos padres nuestros han realizado este camino y no han visto los resultados, pero los han saludado desde lejos. La esperanza… Es esto lo que os deseo. Muchas gracias por lo que hacéis en la Iglesia; muchas gracias por la oración y las obras. Gracias por la esperanza. Y no lo olvidéis: ¡sed revolucionarios!

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Este es el texto del discurso preparado y entregado por el Pontífice.


Queridos hermanos y hermanas:


Os acogo con ocasión de vuestra Asamblea y os saludo diciéndoos: conozco y aprecio vuestra vocación. Ella es una de las formas más recientes de vida consagrada reconocidas y aprobadas por la Iglesia, y tal vez por eso no es todavía comprendida plenamente. No os desalentéis: vosotros formáis parte de esa Iglesia pobre y en salida que yo sueño.


Por vocación sois laicos y sacerdotes como los demás y en medio de los demás, lleváis una vida ordinaria, sin signos exteriores, sin el apoyo de una vida comunitaria, sin la visibilidad de un apostolado organizado o de obras específicas. Sois ricos sólo de la experiencia totalizadora del amor de Dios y por eso sois capaces de conocer y compartir la fatiga de la vida en sus múltiples expresiones, fermentándolas con la luz y la fuerza del Evangelio.


Sois signo de esa Iglesia dialogante de la que habla Pablo VI en la encíclica Ecclesiam suam: «Desde fuera no se salva al mundo. Como el Verbo de Dios que se ha hecho hombre, hace falta hasta cierto punto hacerse una misma cosa con las formas de vida de aquellos a quienes se quiere llevar el mensaje de Cristo; hace falta compartir —sin que medie distancia de privilegios o diafragma de lenguaje incomprensible— las costumbres comunes, con tal que sean humanas y honestas, sobre todo las de los más pequeños, si queremos ser escuchados y comprendidos. Hace falta, aun antes de hablar, escuchar la voz, más aún, el corazón del hombre, comprenderlo y respetarlo en la medida de lo posible y, donde lo merezca, secundarlo. Hace falta hacerse hermanos de los hombres en el mismo hecho con el que queremos ser sus pastores, padres y maestros. El clima del diálogo es la amistad. Más todavía, el servicio». (n. 33).


El tema de vuestra Asamblea, «En el corazón de los acontecimientos humanos: los desafíos de una sociedad compleja», indica el campo de vuestra misión y de vuestra profecía. Estáis en el mundo pero no sois del mundo, llevando dentro de vosotros lo esencial del mensaje cristiano: el amor del Padre que salva. Estáis en el corazón del mundo con el corazón de Dios.


Vuestra vocación os hace interesados en cada hombre y en sus necesidades más profundas, que a menudo quedan inexpresadas o disfrazadas. En virtud del amor de Dios que habéis encontrado y conocido, sois capaces de cercanía y ternura. De este modo sois tan cercanos que tocáis al otro, sus heridas y expectativas, sus preguntas y necesidades, con esa ternura que es expresión de un cuidado que elimina toda distancia. Como el Samaritano que pasó a su lado, vio y tuvo compasión. Es este el movimiento al que os compromete vuestra vocación: pasar junto a todo hombre y haceros cercanos a cada persona que encontráis; porque vuestro permanecer en el mundo no es sencillamente una condición sociológica, sino una realidad teologal que os llama a estar consciente, atento, que sabe distinguir, ver y tocar la carne del hermano.


Si esto no sucede, si os habéis distraído, o peor aún, si no conocéis este mundo contemporáneo, sino que conocéis y frecuentáis sólo el mundo que os es más cómodo o que os fascina más, entonces es urgente una conversión. La vuestra es una vocación, por su naturaleza, en salida, no sólo porque os lleva hacia el otro, sino también y sobre todo porque os exige vivir allí donde vive todo hombre.


Italia es la nación con el mayor número de Institutos seculares y de miembros. Sois una levadura que puede producir un pan bueno para muchos, ese pan del que hay tanta hambre: la escucha de las necesidades, los deseos, las desilusiones, la esperanza. Como quien os ha precedido en vuestra vocación, podéis devolver la esperanza a los jóvenes, ayudar a los ancianos, abrir caminos hacia el futuro, difundir el amor en todo lugar y en toda situación. Si no sucede esto, si a vuestra vida ordinaria le falta el testimonio y la profecía, entonces os repito otra vez, es urgente una conversión.


No perdáis jamás el impulso de caminar por los senderos del mundo, la conciencia de que caminar, ir incluso con paso incierto o renqueando, es siempre mejor que estar parados, cerrados en los propios interrogantes o en las propias seguridades. La pasión misionera, la alegría del encuentro con Cristo que os impulsa a compartir con los demás la belleza de la fe, aleja del riesgo de quedar bloqueados en el individualismo. La idea que propone al hombre como artífice de sí mismo, guiado sólo por las propias decisiones y los propios deseos, a menudo revestidos con el hábito aparentemente bello de la libertad y del respeto, corre el riesgo de minar los fundamentos de la vida consagrada, especialmente de la secular. Es urgente revalorizar el sentido de pertenencia a vuestra comunidad vocacional que, precisamente porque no se funda en una vida común, encuentra sus puntos fuertes en el carisma. Por eso, si cada uno de vosotros es para los demás una posibilidad preciosa de encuentro con Dios, se trata de redescubrir la responsabilidad de ser profecía como comunidad, de buscar juntos, con humildad y con paciencia, una palabra de sentido que puede ser un don para el país y para la Iglesia, y testimoniarla con sencillez. Vosotros sois como antenas dispuestas a acoger los brotes de novedad suscitados por el Espíritu Santo, y podéis ayudar a la comunidad eclesial a asumir esta mirada de bien y encontrar sendas nuevas y valientes para llegar a todos.


Pobres entre los pobres, pero con el corazón ardiente. Nunca parados, siempre en camino. Juntos y enviados, incluso cuando estáis solos, porque la consagración hace de vosotros una chispa viva de la Iglesia. Siempre en camino, con esa virtud que es una virtud peregrina: ¡la alegría!


Gracias, queridísimos, por lo que sois. Que el Señor os bendiga y la Virgen os proteja. ¡Y rezad por mí!


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 A LOS PARTICIPANTES EN EL CONGRESO INTERNACIONAL ANUAL
ORGANIZADO POR LA FUNDACIÓN CENTESIMUS ANNUS PRO PONTIFICE



Palacio Apostólico Vaticano
 Sala Clementina
Sábado 10 de mayo de 2014





Queridos amigos:


Doy la bienvenida a todos vosotros, miembros de la Fundación Centesimus annus pro Pontifice y a los participantes en el congreso internacional. Agradezco al presidente sus palabras de introducción a este encuentro, que es una etapa del camino que estáis realizando, tratando de dar respuesta a algunos desafíos del mundo actual a la luz de la doctrina social de la Iglesia.


Os doy las gracias porque habéis acogido la sugerencia de trabajar en el valor de la solidaridad. De este modo llevamos adelante un tema de reflexión y de compromiso que es intrínseco a la doctrina social y que lo armoniza siempre con la subsidiariedad. Este tema en particular, ha sobresalido con gran relieve en el magisterio de san Juan Pablo II y después ha sido cultivado y actualizado por el Papa Benedicto XVI en Caritas in veritate.


En el sistema económico actual —y en la mentalidad que ello genera— la palabra «solidaridad» ha llegado a ser molesta, incluso fastidiosa. El año pasado os dije que parecía una mala palabra para este mundo. La crisis de estos años, que tiene profundas causas de carácter ético, ha aumentado esta «alergia» a palabras como solidaridad, justa distribución de los bienes, prioridad del trabajo... Y la razón es que no se logra —o no se quiere— estudiar verdaderamente de qué modo estos valores éticos pueden convertirse concretamente en valores económicos, es decir, provocar dinámicas virtuosas en la producción, en el trabajo, en el comercio, en la finanza misma.


Esto es precisamente lo que vosotros tratáis de hacer, manteniendo juntos el aspecto teórico y el práctico, las ideas y las experiencias en este campo.


La conciencia del empresario es el lugar existencial donde se lleva a cabo esa búsqueda. En particular, el empresario cristiano está llamado a confrontar siempre el Evangelio con la realidad en la que trabaja; y el Evangelio le pide que ponga en primer lugar a la persona humana y el bien común, que ponga lo que esté de su parte para que existan oportunidades de trabajo, de trabajo digno. Naturalmente esta «empresa» no se puede realizar aisladamente, sino colaborando con otros que comparten la base ética y tratando de ampliar la red lo más posible.


La comunidad cristiana —la parroquia, la diócesis, las asociaciones— es el sitio donde el empresario, pero también el político, el profesional, el sindicalista, extrae la savia para alimentar su compromiso y confrontarse con los hermanos. Esto es indispensable, porque el ambiente laboral llega a ser a veces árido, hostil, inhumano. La crisis pone a dura prueba la esperanza de los empresarios; no hay que dejar solos a los que tienen más dificultad.


Queridos amigos de la «Centesimus annus», ¡este es vuestro campo de testimonio! El Concilio Vaticano II ha insistido en el hecho de que los fieles laicos están llamados a realizar su misión en los ámbitos de la vida social, económica y política. Vosotros, con la ayuda de Dios y de la Iglesia, podéis dar un testimonio eficaz en vuestro campo, porque no lleváis sólo palabras, discursos, sino que lleváis la experiencia de personas y empresas que buscan aplicar concretamente los principios éticos cristianos a la situación actual del mundo del trabajo. Este testimonio es importantísimo y os aliento a llevarlo adelante con fe, dedicando también el tiempo necesario a la oración, porque también el laico, incluso el empresario, tiene necesidad de orar, y de orar mucho cuando los desafíos son más duros. El miércoles pasado tuve la catequesis sobre el don de consejo, uno de los siete dones del Espíritu Santo. También vosotros tenéis mucha necesidad de pedir a Dios este don, el don de consejo, para actuar y realizar vuestras decisiones según el bien mayor. Que os asista la Virgen María, Mater boni consilii, y os acompañe también mi bendición.


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A LOS PARTICIPANTES EN EL ENCUENTRO
DE LAS OBRAS MISIONALES PONTIFICIAS

Palacio Apostólico Vaticano 
 Sala Clementina
Viernes 9 de mayo de 2014



Señor cardenal,
venerados hermanos en el episcopado y en el sacerdocio,
queridos hermanos y hermanas:


Doy la bienvenida a los directores nacionales de las Obras misionales pontificias y a los colaboradores de la Congregación para la evangelización de los pueblos. Doy las gracias al cardenal Fernando Filoni y a todos vosotros, que trabajáis al servicio de la misión de la Iglesia para llevar el Evangelio a las gentes en todas las partes de la tierra.


Con la exhortación apostólica Evangelii gaudium he querido invitar a todos los fieles a una nueva etapa evangelizadora; y también en nuestra época lamissio ad gentes es la fuerza pujante de este dinamismo fundamental de la Iglesia. El anhelo de evangelizar hasta los «confines», testimoniado por misioneros santos y generosos, ayuda a todas las comunidades a realizar una pastoral extrovertida y eficaz, una renovación de las estructuras y de las obras. La acción misionera es paradigma de toda obra de la Iglesia (cf.Evangelii gaudium, 15).


Evangelizar, en este tiempo de grandes transformaciones sociales, requiere una Iglesia misionera toda en salida, capaz de realizar un discernimiento para confrontarse con las distintas culturas y visiones del hombre. Para un mundo en transformación es necesaria una Iglesia renovada y transformada por la contemplación y por el contacto personal con Cristo, por la fuerza del Espíritu. El Espíritu de Cristo es la fuente de la renovación, que nos hace encontrar nuevos caminos, nuevos métodos creativos, diversas formas de expresión para la evangelización del mundo actual. Es Él quien nos da la fuerza para emprender el camino misionero y la alegría del anuncio, para que la luz de Cristo ilumine a cuantos todavía no lo conocen o lo han rechazado. Por eso se nos pide el valor de «llegar a todas las periferias que necesitan la luz del Evangelio» (Evangelii gaudium, 20). No nos pueden detener ni nuestras debilidades, ni nuestros pecados, ni tantos impedimentos que se oponen al testimonio y a la proclamación del Evangelio. Es la experiencia del encuentro con el Señor lo que nos empuja y nos da la alegría de anunciarlo a todas las gentes.


La Iglesia, misionera por su naturaleza, tiene como prerrogativa fundamental el servicio de la caridad a todos. La fraternidad y la solidaridad universal son connaturales a su vida y a su misión en el mundo y por el mundo. La evangelización, que debe llegar a todos, está llamada, sin embargo, a partir de los últimos, de los pobres, de los que tienen las espaldas dobladas bajo el peso y la fatiga de la vida. Actuando así, la Iglesia prolonga la misión de Cristo mismo, quien ha «venido para que tengan vida y la tengan en abundancia» (Jn 10, 10). La Iglesia es el pueblo de las bienaventuranzas, la casa de los pobres, de los afligidos, de los excluidos y perseguidos, de quienes tienen hambre y sed de justicia. A vosotros se os pide trabajar a fin de que las comunidades eclesiales sepan acoger con amor preferencial a los pobres, teniendo las puertas de la Iglesia abiertas para que todos puedan entrar y encontrar refugio.


Las Obras misionales pontificias son el instrumento privilegiado que llama y se ocupa con generosidad de la missio ad gentes. Por esto me dirijo a vosotros como animadores y formadores de la conciencia misionera de las Iglesias locales: promoved la corresponsabilidad misionera con paciente perseverancia. Hay tanta necesidad de sacerdotes, de personas consagradas y fieles laicos que, aferrados por el amor de Cristo, estén marcados con el fuego de la pasión por el Reino de Dios y disponibles a encaminarse por la senda de la evangelización.


Os agradezco vuestro valioso servicio, dedicado a la difusión del reino de Dios, a hacer llegar el amor y la luz de Cristo a todos los rincones de la tierra. Que María, la madre del Evangelio viviente, os acompañe siempre en este camino vuestro de apoyo a la evangelización. Que os acompañe también mi bendición, para vosotros y vuestros colaboradores. Gracias.


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A LOS PARTICIPANTES EN LA REUNIÓN DE LA JUNTA DE LOS 
JEFES EJECUTIVOS
DEL SISTEMA DE LAS NACIONES UNIDAS

Palacio Apostólico Vaticano 
Sala del Consistorio
Viernes 9 de mayo de 2014




Señor Secretario General,
Señoras y Señores:



Tengo el agrado de recibirles, Señor Secretario General y altos ejecutivos de los organismos, fondos y programas de las Naciones Unidas y de las Organizaciones especializadas, reunidos en Roma para el encuentro semestral de coordinación estratégica 
de la Junta de los jefes ejecutivos del sistema de las Naciones Unidas.


No deja de ser significativo que este encuentro se realice pocos días después de la solemne canonización de mis predecesores, los Papas santos Juan XXIII y Juan Pablo II. Ellos nos inspiran con su pasión por el desarrollo integral de la persona humana y por el entendimiento entre los pueblos, concretado también en las muchas visitas de Juan Pablo II a las Organizaciones de Roma y en sus viajes a Nueva York, Ginebra, Viena, Nairobi y La Haya.


Gracias, Señor Secretario General, por sus cordiales palabras de presentación. Gracias a todos ustedes, que son los principales responsables del sistema internacional, por los grandes esfuerzos realizados por la paz mundial y por el respeto de la dignidad humana, por la protección de las personas, especialmente de los más pobres o débiles, y por el desarrollo económico y social armonioso.


Los resultados de los Objetivos de Desarrollo del Milenio, especialmente en términos de educación y disminución de la pobreza extrema, son también una confirmación de la validez del trabajo de coordinación de esta Junta de jefes ejecutivos, pero no se debe perder de vista, en el mismo tiempo, que los pueblos merecen y esperan frutos aún mayores.


Es propio de la función directiva no conformarse nunca con los resultados obtenidos sino empeñarse cada vez más, porque lo conseguido solo se asegura buscando obtener lo que aún falta. Y, en el caso de la organización política y económica mundial, lo que falta es mucho, ya que una parte importante de la humanidad continúa excluida de los beneficios del progreso y relegada, de hecho, a seres de segunda categoría. Los futuros Objetivos de Desarrollo Sostenible, por tanto, deben ser formulados y ejecutados con magnanimidad y valentía, de modo que efectivamente lleguen a incidir sobre las causas estructurales de la pobreza y del hambre, consigan mejoras sustanciales en materia de preservación del ambiente, garanticen un trabajo decente y útil para todos y den una protección adecuada a la familia, elemento esencial de cualquier desarrollo económico y social sostenibles. Se trata, en particular, de desafiar todas las formas de injusticia, oponiéndose a la “economía de la exclusión”, a la “cultura del descarte” y a la “cultura de la muerte”, que, por desgracia, podrían llegar a convertirse en una mentalidad pasivamente aceptada.


Por esta razón, a ustedes, que representan las más altas instancias de cooperación mundial, quisiera recordarles un episodio de hace 2000 años contado por el Evangelio de san Lucas (19,1-10): el encuentro de Jesucristo con el rico publicano Zaqueo, que tomó una decisión radical de condivisión y de justicia cuando su conciencia fue despertada por la mirada de Jesús. Este es el espíritu que debería estar en el origen y en el fin de toda acción política y económica. La mirada, muchas veces sin voz, de esa parte de la humanidad descartada, dejada atrás, tiene que remover la conciencia de los operadores políticos y económicos y llevarles a decisiones magnánimas y valientes, que tengan resultados inmediatos, como aquella decisión de Zaqueo. Guía este espíritu de solidaridad y condivisión todos nuestros pensamientos y acciones? Me pregunto.


Hoy, en concreto, la conciencia de la dignidad de cada hermano, cuya vida es sagrada e inviolable desde su concepción hasta el fin natural, debe llevarnos a compartir, con gratuidad total, los bienes que la providencia divina ha puesto en nuestras manos, tanto las riquezas materiales como las de la inteligencia y del espíritu, y a restituir con generosidad y abundancia lo que injustamente podemos haber antes negado a los demás.


El episodio de Jesucristo y de Zaqueo nos enseña que por encima de los sistemas y teorías económicas y sociales, se debe promover siempre una apertura generosa, eficaz y concreta a las necesidades de los demás. Jesús no pide a Zaqueo que cambie de trabajo ni denuncia su actividad comercial, solo lo mueve a poner todo, libremente, pero inmediatamente y sin discusiones, al servicio de los hombres. Por eso, me atrevo a afirmar, siguiendo a mis predecesores (cf. Juan Pablo II, Enc. Sollicitudo rei socialis, 42-43; Enc. Centesimus annus, 43; Benedicto XVI, Enc. Caritas in veritate, 6; 24-40), que el progreso económico y social equitativo solo se puede obtener uniendo las capacidades científicas y técnicas con un empeño solidario constante, acompañado de una gratuidad generosa y desinteresada a todos los niveles. A este desarrollo equitativo contribuirán así tanto la acción internacional encaminada a conseguir un desarrollo humano integral en favor de todos los habitantes del planeta, como la legítima redistribución de los beneficios económicos por parte del Estado y la también indispensable colaboración de la actividad económica privada y de la sociedad civil.


Por eso, mientras les aliento a continuar en este trabajo de coordinación de la actividad de los Organismos internacionales, que es un servicio a todos los hombres, les invito a promover juntos una verdadera movilización ética mundial que, más allá de cualquier diferencia de credo o de opiniones políticas, difunda y aplique un ideal común de fraternidad y solidaridad, especialmente con los más pobres y excluidos.


Invocando la guía divina sobre los trabajos de vuestra Junta, pido también una especial bendición de Dios para Usted, Señor Secretario General, para todos los Presidentes, Directores y Secretarios Generales aquí reunidos, y para todo el personal de las Naciones Unidas y demás Agencias y Organismos internacionales y sus respectivas familias. Muchas gracias.


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 A SU SANTIDAD KAREKIN II,
PATRIARCA SUPREMO Y CATHOLICÓS
DE TODOS LOS ARMENIOS



Jueves 8 de mayo de 2014





Consolidación de los vínculos entre Roma y la Iglesia apostólica armenia


El Papa Francisco recibió el jueves 8 de mayo, por la mañana, a Su Santidad Karekin ii, Patriarca supremo y Catholicós de todos los armenios, con quien tuvo también un momento de oración en común. Durante el encuentro el Pontífice pronunció el siguiente discurso.
Santidad, hermano querido, queridos hermanos en Cristo:


Me es muy grato darle a Usted, Santidad, y a la distinguida delegación que le acompaña, mi más cordial bienvenida. En la persona de Vuestra Santidad extiendo un respetuoso y afectuoso recuerdo a los miembros de la familia del Catholicosado de todos los armenios, esparcidos por el mundo. Es una gracia especial podernos encontrar en esta casa, cerca de la tumba del apóstol Pedro, y compartir un momento de fraternidad y de oración.


Bendigo con vosotros al Señor, porque los vínculos de la Iglesia apostólica armenia con la Iglesia de Roma se han consolidado en los últimos años, gracias también a los acontecimientos que permanecen grabados en nuestra memoria, como el viaje de mi santo predecesor Juan Pablo II a Armenia, en 2001, y la grata presencia de Vuestra Santidad en el Vaticano en numerosas ocasiones de especial relevancia, entre ellas, la visita oficial al Papa Benedicto XVI en 2008, y la celebración de inicio de mi ministerio como obispo de Roma, el año pasado.


Pero aquí quisiera recordar otra celebración, llena de significado, en la que Vuestra Santidad tomó parte: la Conmemoración de los testigos de la fe del siglo XX, que tuvo lugar durante el Gran Jubileo del año 2000. En verdad, el número de los discípulos que derramaron su sangre por Cristo en los trágicos acontecimientos del siglo pasado es ciertamente superior al de los mártires de los primeros siglos, y en este martirologio los hijos de la nación armenia ocupan un puesto de honor. El misterio de la cruz, Santidad, tan apreciado por la memoria de vuestro pueblo, representado en las espléndidas cruces de piedra que adornan cada rincón de vuestra tierra, ha sido vivido por innumerables hijos vuestros como participación directa en el cáliz de la Pasión. Su testimonio, trágico y elevado a la vez, no debe olvidarse.


Santidad, queridos hermanos, los sufrimientos padecidos por los cristianos en los últimos decenios también han traído una contribución única e inestimable a la causa de la unidad entre los discípulos de Cristo. Como en la Iglesia antigua la sangre de los mártires se convirtió en semilla de nuevos cristianos, así en nuestros días la sangre de muchos cristianos se ha convertido en semilla de la unidad. El ecumenismo del sufrimiento, el ecumenismo del martirio, el ecumenismo de la sangre es un fuerte reclamo a caminar por la senda de la reconciliación entre las Iglesias, con decisión y confiado abandono en la acción del Espíritu. Sentimos el deber de recorrer este camino de fraternidad también por la deuda de gratitud que tenemos hacia los sufrimientos de tantos hermanos nuestros, hecha salvífica porque está unida a la pasión de Cristo.


A este propósito, deseo agradecer a Vuestra Santidad el apoyo efectivo dado al diálogo ecuménico, en particular, a los trabajos de la Comisión conjunta para el diálogo teológico entre la Iglesia católica y las Iglesias ortodoxas orientales, y por la cualificada contribución teológica ofrecida en esa sede por los representantes del Catholicosado de todos los armenios.


«¡Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre de las misericordias y Dios de todo consuelo, que nos consuela en todas nuestras tribulaciones hasta el punto de poder consolar a los demás con el consuelo con que nosotros mismos somos consolados por Dios!» (2 Cor 1, 3-4). Corramos con confianza en la carrera que está ante nosotros, sostenidos por un tan grande número de testigos (cf. Heb 12, 1) e imploremos del Padre esa unidad por la cual Jesucristo mismo rezó en la última Cena (cf. Jn 17, 21).


Recemos unos por otros: que el Espíritu Santo nos ilumine y nos guíe hacia el día tan deseado en el que podamos compartir la mesa eucarística. Alabemos al Señor con las palabras de san Gregorio de Narek: «Acoge el canto de bendición de nuestros labios y dígnate conceder a esta Iglesia los dones y las gracias de Sion y Belén, para que seamos dignos de participar en la salvación». Que la toda Santa Madre de Dios interceda por el pueblo armenio, ahora y por siempre. Amén.


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A LOS OBISPOS DE LA CONFERENCIA EPISCOPAL DE BURUNDI
EN VISITA "AD LIMINA APOSTOLORUM"



Lunes 5 de mayo de 2014




Queridos hermanos en el episcopado:


Sed bienvenidos con ocasión de vuestra peregrinación a Roma para la visita ad limina. Agradezco a monseñor Gervais Banshimiyubusa, presidente de vuestra Conferencia episcopal, las palabras que me ha dirigido en vuestro nombre. A través de vosotros, saludo a todos los fieles de vuestras Iglesias diocesanas, en particular, a los sacerdotes, religiosos y religiosas, y también a los fieles laicos comprometidos en el servicio pastoral, y a todos los burundeses. Deseo que los apóstoles Pedro y Pablo os sostengan y os fortalezcan en el ejercicio de vuestro ministerio apostólico. En el seguimiento de Jesús, derramaron su sangre por el servicio al Evangelio; imitando su ejemplo, estamos llamados a vivir hasta las últimas consecuencias nuestra entrega al pueblo que se nos ha encomendado. Quiero recordar aquí a monseñor Michael A. Courtney, nuncio apostólico, que fue fiel, hasta el sacrificio de su vida, a la misión que se le había confiado al servicio de Burundi.


Me alegra destacar el espíritu de comunión que deseáis mantener con la Sede de Pedro. En efecto, la unidad es una condición indispensable para la fecundidad del anuncio del Evangelio. Deseo que se refuerce aún más, en un clima de confianza y de colaboración fraterna. Por lo demás, esta colaboración también es necesaria para las relaciones que la Iglesia quiere mantener con el Estado. Fruto excelente de ellas es el acuerdo-marco entre la Santa Sede y la República de Burundi, firmado en noviembre de 2012 y que entró en vigor en febrero pasado con el intercambio de los instrumentos de ratificación, con buenas perspectivas para el anuncio del Evangelio. No puedo menos de alentaros a ocupar todo vuestro espacio —y ya lo estáis haciendo— en el diálogo social y político, y a encontraros sin titubeos con los poderes políticos. Las personas que ejercen la autoridad son las primeras que necesitan vuestro testimonio de fe y vuestro anuncio valiente de los valores cristianos para conocer mejor la doctrina social de la Iglesia, apreciando su valor e inspirándose en ella para la gestión de los asuntos públicos.


En efecto, vuestro país ha conocido, en un pasado aún reciente, terribles conflictos; el pueblo burundés está muy a menudo dividido y sus heridas profundas todavía no han cicatrizado. Sólo una conversión auténtica de los corazones al Evangelio puede inducir a los hombres al amor fraterno y al perdón, puesto que «en la medida en que Él logre reinar entre nosotros, la vida social será ámbito de fraternidad, de justicia, de paz, de dignidad para todos» (Evangelii gaudium, 180). La evangelización profunda de vuestro pueblo sigue siendo con razón vuestra principal preocupación, ya que «para alcanzar una verdadera reconciliación (…), la Iglesia necesita testigos que estén profundamente arraigados en Cristo» (Africae munus, 34), testigos que sintonicen su vida con su fe.


Y los primeros testigos llamados a vivir esta autenticidad de la conversión son, naturalmente, los sacerdotes. Los saludo con afecto y los invito a vivir de verdad y con alegría sus compromisos sacerdotales, que expresan su entrega total a Cristo, a la Iglesia y al reino de Dios (cf. Africae munus, 111). Por otro lado, no puedo dejar de alentaros a cuidar la formación de los seminaristas, a los que el Señor llama en gran número en vuestro país, y me alegro de la reciente apertura del cuarto seminario mayor. Además de la indispensable formación intelectual, los futuros sacerdotes también deben recibir una sólida formación espiritual, humana y pastoral. ¡Son los cuatro pilares de la formación! En efecto, durante toda su vida, en la cotidianidad de sus relaciones humanas, llevarán el Evangelio a todos; en el ministerio sacerdotal no debe haber «un predominio de lo administrativo sobre lo pastoral, así como tampoco una sacramentalización sin otras formas de evangelización» (Evangelii gaudium, 63). El diálogo personal que el seminarista mantiene con el Señor es el fundamento de todo itinerario vocacional. De esta fuente deberá brotar el impulso misionero del sacerdote, llamado a «salir» decididamente de sí mismo para anunciar el Evangelio (cf. Evangelii gaudium, 24). Hoy las vocaciones son frágiles, y los jóvenes tienen necesidad de ser acompañados atentamente en su camino. Deben contar con formadores sacerdotes que sean verdaderos ejemplos de alegría y de perfección sacerdotal, que estén cerca de ellos, compartan su vida y los escuchen verdaderamente para conocerlos bien y guiarlos mejor. Sólo de este modo se puede realizar un discernimiento correcto y evitar errores desagradables.


Por su parte, las personas consagradas dan testimonio de su fe en Jesús con toda su vida. «Son una ayuda necesaria y preciosa para la actividad pastoral, pero también una manifestación de la naturaleza íntima de la vocación cristiana» (Africae munus, 118). Me alegro por el admirable trabajo que las congregaciones religiosas realizan con sus obras sociales de educación y de asistencia sanitaria, y también de ayuda a los refugiados presentes en gran número en vuestro país. Manifiestan la «inseparable conexión entre la recepción del anuncio salvífico y un efectivo amor fraterno» (Evangelii gaudium, 179). Os invito a acompañar con mucha atención la vida religiosa, desarrollada profundamente en vuestras Iglesias locales. Las numerosas comunidades nuevas que se están formando necesitan vuestro discernimiento atento y prudente para garantizar una sólida formación a sus miembros y acompañar los cambios que están llamadas a vivir con vistas al bien de toda la Iglesia.


Numerosos laicos, a través de múltiples movimientos y asociaciones, colaboran con generosidad en las obras sociales. Es oportuno reforzar continuamente esta fructuosa e indispensable colaboración entre las diferentes fuerzas eclesiales, con espíritu de solidaridad y de comunión, de modo que el pueblo cristiano en su conjunto sea misionero en Burundi.


La formación, tanto humana como cristiana de los jóvenes, es clave para el futuro del país, en el que la población se renueva rápidamente; sé que es una de vuestras prioridades. En un mundo en vías de secularización es necesario dar a las nuevas generaciones una visión auténtica de la existencia, de la sociedad y de la familia. Os exhorto a perseverar aún en la obra educativa que ya realizáis de modo apreciable: el número de escuelas católicas es notable y la enseñanza impartida, cualificada. Haced todo lo posible para que, en todos los niveles, los mismos formadores estén firmemente arraigados en la fe y en la práctica del Evangelio. No dudéis en trabajar para que el mayor número posible de jóvenes se beneficie del anuncio de la fe, incluso en las escuelas públicas; que la Iglesia también esté presente en la enseñanza superior y en las universidades, para sensibilizar sobre los valores cristianos a los responsables de la sociedad futura, a fin de que esta sea más humana y más justa.


Queridos hermanos, vuestro país ha vivido una historia reciente difícil, marcada por la división y la violencia, en un contexto de gran pobreza que, por desgracia, persiste. A pesar de ello, los esfuerzos valientes de evangelización realizados mediante vuestro ministerio pastoral dan abundantes frutos de conversión y reconciliación. Os invito a no perder la esperanza y a ir adelante valientemente, con renovado espíritu misionero, para llevar la buena nueva a todos los que aún la esperan o tienen más necesidad de ella, a fin de que conozcan finalmente la misericordia de Dios.


Os encomiendo a todos vosotros, así como a vuestros sacerdotes, a las personas consagradas, a los catequistas y a los fieles laicos de vuestras diócesis, a la protección de la Virgen María, Madre de la Iglesia, y os imparto de todo corazón la bendición apostólica.


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A LA GUARDIA SUIZA PONTIFICIA

Palacio Apostólico Vaticano
 Sala Clementina
Lunes 5 de mayo de 2014




Señor comandante,
queridos Guardias,
queridos familiares y amigos de la Guardia Suiza pontificia:



Con alegría os recibo en este día importante para vosotros, ¡un día de fiesta! Os saludo a todos con afecto y gratitud. El 6 de mayo es una fecha que permanecerá grabada en vuestra mente y os permitirá, a lo largo de vuestra vida, revivir con alegría un momento significativo de vuestra permanencia en el Cuerpo de la Guardia Suiza. Es un día especial, porque conmemoramos el Saqueo de Roma y el acto heroico de vuestros predecesores que, en 1527, entregaron la propia vida para defender a la Iglesia y al Papa. Vuestra entrega es la confirmación de que su valentía y su fidelidad han dado fruto, como dice el Evangelio: la semilla arrojada a la tierra y muerta ha dado fruto (cf. Jn 12, 24).


El contexto social y eclesial ha cambiado mucho desde entonces: la sociedad es distinta respecto a aquellos tiempos. Pero el corazón del hombre, su capacidad de ser fiel y valeroso —acriter et fideliter, dice vuestro lema— sigue siendo el mismo. Vuestro servicio es, por lo tanto, un auténtico testimonio, porque expresa concretamente el deseo de entregarse a una tarea importante y de gran responsabilidad. A esta opción habéis llegado con la ayuda de vuestras familias y de las comunidades que os han educado. También a ellas dirijo mi sincero agradecimiento.


Prestar servicio en la Guardia Suiza pontificia significa vivir una experiencia que contempla el encuentro del tiempo y del espacio de modo particular: Roma cuenta con la riqueza de innumerables monumentos y lugares históricos y artísticos que manifiestan la grandeza de su cultura y su historia. Sin embargo, esta ciudad no es sólo un gran museo, sino una encrucijada de turistas y peregrinos que provienen de todo el mundo: personas de diversas lenguas, tradiciones, religiones y culturas llegan aquí con motivaciones diferentes. En este movimiento de historia y de historias personales está también cada uno de vosotros. Con vuestro peculiar servicio, estáis llamados a dar un sereno y gozoso testimonio cristiano a cuantos llegan al Vaticano para visitar la basílica de San Pedro y para encontrar al Papa. Vivid intensamente vuestras jornadas. Manteneos firmes en vuestra fe y generosos en la caridad hacia las personas que encontráis.


El uniforme que lleváis, este año cumple cien años. Sus colores y su estilo son conocidos en todo el mundo: recuerdan entrega, seriedad, seguridad. Identifican un servicio singular y un pasado glorioso. Sin embargo, detrás de cada uniforme hay una persona concreta: con una familia y una tierra de proveniencia, con una personalidad y una sensibilidad, con deseos y proyectos de vida. Vuestra divisa es un sugestivo rasgo característico de la Guardia Suiza y atrae la atención de la gente. Pero recordad que no es el uniforme sino el que lo lleva puesto quien debe impresionar a los demás por su amabilidad, por el espíritu de acogida, por la actitud de caridad hacia todos. Tened presente esto también en las relaciones entre vosotros, dando importancia, incluso en vuestra vida comunitaria, al compartir los momentos alegres y aquellos más difíciles, sin ignorar a quien entre vosotros se encuentra en dificultad y a veces tiene necesidad de una sonrisa y de un gesto de aliento y de amistad; evitando una distancia negativa que divide a los compañeros y que, en la vida de todas las personas del mundo, puede generar desprecio, marginación o racismo.


Queridos guardias suizos, cada día experimento de cerca vuestra entrega y vuestra diligencia: por ello os estoy muy agradecido. Sed fieles a lo que habéis cultivado en el corazón y tened la certeza de que el Señor está siempre a vuestro lado y sostiene vuestro camino, especialmente cuando se siente el cansancio y la incertidumbre al caminar. Él no abandona jamás. También yo deseo expresaros mi cercanía y, mientras os encomiendo a vosotros y a vuestras familias a la maternal protección de la Bienaventurada Virgen María y a la intercesión de vuestros santos patronos Nicolás, Sebastián y Martín, os bendigo de corazón.


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A LOS OBISPOS DE LA CONFERENCIA EPISCOPAL DE SRI LANKA
EN VISITA "AD LIMINA APOSTOLORUM"



Sábado 3 de mayo de 2014





Queridos hermanos obispos:


Es para mí una gran alegría acogeros aquí, con ocasión de vuestra visita ad limina Apostolorum, que sirve para renovar vuestra comunión con el Sucesor de Pedro y ofrece una oportunidad para reflexionar sobre la vida de la Iglesia en Sri Lanka. Agradezco al cardenal Ranjith sus cordiales palabras de saludo de vuestra parte y de todos los fieles de vuestras Iglesias locales. Os pido que les transmitáis mi saludo y mi amor, y les expreséis mi solidaridad y mi atención. Recuerdo con afecto mi reciente encuentro con algunos miembros de la comunidad de Sri Lanka en la basílica de San Pedro, durante su peregrinación a Roma para celebrar el septuagésimo quinto aniversario de la consagración de vuestro país a la bienaventurada Madre. Queridos hermanos: espero que estos días de reflexión y oración os confirmen en la fe y en el conocimiento de los numerosos dones que vosotros, los sacerdotes, los hombres y las mujeres consagrados y los fieles laicos habéis recibido en Cristo.


Ahora deseo compartir con vosotros algunas reflexiones sobre este tesoro, que está en el centro de nuestra vida en la Iglesia y de nuestra misión en la sociedad, cuya belleza y riqueza hemos visto tan claramente en el Año de la fe. Nuestra fe y los dones que hemos recibido no pueden dejarse a un lado, sino que están destinados a ser compartidos libremente y manifestarse en nuestra vida diaria. De hecho, nuestra vocación es «ser el fermento de Dios en medio de la humanidad, (…) anunciar y llevar la salvación de Dios en este mundo nuestro que a menudo se pierde, necesitado de tener respuestas que alienten, que den esperanza, que den nuevo vigor en el camino» (Evangelii gaudium, 114). Sri Lanka tiene especial necesidad de este fermento. Después de tantos años de combates y derramamiento de sangre, finalmente la guerra en vuestro país ha terminado. De hecho, ha surgido una nueva aurora de esperanza, puesto que ahora la gente piensa en reconstruir su vida y sus comunidades. En respuesta a esto, a través de vuestra reciente Carta pastoral Towards Reconciliation and Rebuilding of our Nation (Hacia la reconciliación y la reconstrucción de nuestra nación) habéis tratado de salir al encuentro de todos los ciudadanos de Sri Lanka con un mensaje profético inspirado en el Evangelio, que quiere acompañarlos en sus pruebas. Aunque la guerra haya terminado, observáis con razón que hay mucho por hacer para promover la reconciliación, respetar los derechos humanos de todas las personas y superar las tensiones étnicas que perduran. Deseo unirme a vosotros al ofrecer una particular palabra de consuelo a todos los que han perdido a sus seres queridos durante la guerra y tienen incertidumbre por su futuro. Quiera Dios que vuestras comunidades enraizadas en la fe, recordando la exhortación de san Pablo a ayudarse mutuamente a llevar las cargas (cf. Ga 6, 2), permanezcan cerca de cuantos todavía lloran y sufren las consecuencias duraderas de la guerra.


Como habéis observado, los católicos en Sri Lanka desean contribuir, junto con los diversos miembros de la sociedad, a la obra de reconciliación y reconstrucción. Una de esas contribuciones es la promoción de la unidad. De hecho, mientras el país trata de reunirse y sanar, la Iglesia se encuentra en una posición única para ofrecer una imagen viva de unidad en la fe, puesto que tiene la bendición de contar en sus filas tanto cingaleses como tamiles. En las parroquias y en las escuelas, cingaleses y tamiles tienen la oportunidad de vivir juntos, estudiar, trabajar y rendir culto. A través de esas mismas entidades, especialmente las parroquias y las misiones, vosotros conocéis también íntimamente las preocupaciones y los miedos de las personas, en particular el modo en que pueden ser marginadas y desconfiar unas de otras. Los fieles, conscientes de las cuestiones que han suscitado tensiones entre cingaleses y tamiles, pueden favorecer un clima de diálogo que busque construir una sociedad más justa y equitativa.


Otra contribución importante de la Iglesia al nuevo desarrollo es su trabajo caritativo, que muestra el rostro misericordioso de Cristo. Hay que elogiar a Caritas Sri Lanka por su compromiso después del tsunami de 2004 y sus esfuerzos en favor de la reconciliación y la reconstrucción postbélica, especialmente en las regiones más afectadas. La Iglesia en Sri Lanka presta también un generoso servicio en los ámbitos de la educación, la asistencia sanitaria y la ayuda a los pobres. Mientras el país goza de un creciente desarrollo económico, este testimonio profético de servicio y de compasión es más importante aún: muestra que no hay que olvidarse de los pobres ni permitir que aumente la desigualdad. Al contrario, vuestro ministerio y vuestro compromiso deben favorecer la inclusión de todos en la sociedad, ya que «hasta que no se reviertan la exclusión y la inequidad dentro de una sociedad y entre los distintos pueblos será imposible erradicar la violencia» (Evangelii gaudium, 59).


Sri Lanka no sólo es un país de rica diversidad étnica, sino también de múltiples tradiciones religiosas; esto evidencia la importancia del diálogo interreligioso y ecuménico para promover el conocimiento y el enriquecimiento recíprocos. A este respecto, vuestros esfuerzos son dignos de alabanza y están dando fruto. Permiten a la Iglesia colaborar más fácilmente con los demás para garantizar una paz duradera y le aseguran la libertad en la prosecución de sus propios fines, especialmente educando a los jóvenes en la fe y testimoniando libremente la vida cristiana. Pero Sri Lanka también ha asistido al crecimiento de los extremismos religiosos que, promoviendo un falso sentido de unidad nacional basada en una única identidad religiosa, han creado tensiones a través de varios actos de intimidación y violencia. Aunque estas tensiones puedan amenazar las relaciones interreligiosas y ecuménicas, la Iglesia en Sri Lanka debe seguir buscando firmemente colaboradores en la paz e interlocutores en el diálogo. Los actos intimidatorios también afectan a la comunidad católica y, por tanto, es más necesario aún confirmar a la gente en la fe. Las iniciativas de la Iglesia para desarrollar pequeñas comunidades centradas en la Palabra de Dios y promover la piedad popular son modos ejemplares de asegurar a los fieles la cercanía de Cristo y de su Iglesia.


En la importante tarea de transmitir la fe y promover la reconciliación y el diálogo os ayudan, en primer lugar, vuestros sacerdotes. Me uno a vosotros en dar gracias a Dios por las numerosas vocaciones sacerdotales que ha suscitado entre los fieles de Sri Lanka. De hecho, los numerosos sacerdotes locales que sirven al pueblo de Dios son una gran bendición y fruto directo de las semillas misioneras plantadas hace mucho tiempo. Para que vuestros sacerdotes puedan prestar un servicio digno y ser pastores auténticos, os exhorto a dedicar atención a su formación humana, intelectual, espiritual y pastoral, no sólo durante los años de formación en el seminario sino también durante toda su vida de generoso servicio. Sed para ellos verdaderos padres, atentos a sus necesidades y presentes en su vida, reconociendo que a menudo trabajan en situaciones difíciles y con recursos limitados. Junto con vosotros, les agradezco su fidelidad y su testimonio, y los invito a una santidad cada vez mayor a través de la oración y la conversión diaria.


También me uno a vosotros para dar gracias a Dios omnipotente por el ministerio y el testimonio de los hombres y las mujeres consagrados y de todos los laicos que sostienen y sirven a los apostolados de la Iglesia y viven fielmente su vida cristiana. Junto con el clero, y en comunión con vosotros como pastores de las Iglesias locales, muestran la fuerza santificadora del Espíritu Santo, que transforma a la Iglesia y hace que todos seamos fermento para el mundo. Su vocación es fundamental para la difusión del Evangelio y es cada vez más importante, especialmente en las vastas comunidades rurales y en el campo de la educación, donde a menudo faltan catequistas preparados. Dado que el ministerio del obispo jamás se realiza de manera aislada, sino en sintonía con todos los bautizados, os animo a seguir ayudando a los fieles a reconocer sus dones y a ponerlos al servicio de la Iglesia.


En fin, aprecio vuestros esfuerzos por servir a la familia, la «célula básica de la sociedad, (…) donde se aprende a convivir en la diferencia y a pertenecer a otros, y donde los padres transmiten la fe a sus hijos» (Evangelii gaudium, 66). La próxima Asamblea ordinaria del Sínodo de los obispos hablará de la familia y buscará modos siempre nuevos y creativos mediante los cuales la Iglesia pueda sostener a esas iglesias domésticas. En Sri Lanka la guerra ha dejado a muchas familias dispersas y de luto por la muerte de personas queridas. Muchos han perdido su empleo, por lo cual las familias se han separado, ya que los esposos dejan su hogar en busca de trabajo. También existe el gran desafío y la creciente realidad de los matrimonios mixtos, que requieren mayor atención a la preparación y a la asistencia de las parejas al ofrecer una formación religiosa a sus hijos. Cuando nos mostramos atentos a nuestras familias y a sus necesidades, cuando comprendemos sus dificultades y sus esperanzas, fortalecemos el testimonio de la Iglesia y su anuncio del Evangelio. De manera especial, sosteniendo el amor y la fidelidad conyugal, ayudamos a los fieles a vivir su vocación libremente y con alegría, y abrimos a las nuevas generaciones a la vida de Cristo y de su Iglesia. Vuestro compromiso en apoyo de las familias no ayuda sólo a la Iglesia, sino también a la sociedad de Sri Lanka en su conjunto, en particular, en sus esfuerzos de reconciliación y de unidad. OsSábado 3 de mayo de 2014 exhorto, pues, a estar siempre vigilantes y a trabajar con las autoridades gubernativas y los demás líderes religiosos para asegurar que la dignidad y el primado de la familia se sostengan.


Con estos sentimientos, queridos hermanos, os encomiendo a la intercesión de Nuestra Señora de Lanka, y os imparto de buen grado mi bendición apostólica a vosotros y a todos los amados sacerdotes, a los hombres y las mujeres consagrados y al pueblo laico de Sri Lanka.


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A LA ACCIÓN CATÓLICA ITALIANA

Palacio Apostólico Vaticano
 Aula Pablo VI
Sábado 3 de mayo de 2014




Queridos amigos de la Acción católica:


Os doy la bienvenida a todos vosotros, que representáis a esta hermosa realidad eclesial. Saludo a los participantes en la Asamblea nacional, a los presidentes parroquiales, a los sacerdotes consiliarios y a los amigos de la Acción católica de otros países. Saludo al presidente Franco Miano, a quien agradezco la presentación que ha hecho, y al nuevo consiliario general, monseñor Mansueto Bianchi, a quien deseo todo bien en esta nueva misión, y a su predecesor monseñor Domenico Sigalini, que tanto ha trabajado: le doy las gracias por la entrega con la que sirvió durante muchos años a la Acción católica. Dirijo un saludo especial al cardenal Angelo Bagnasco, presidente de la Conferencia episcopal italiana, y al secretario general, monseñor Nunzio Galantino.


El tema de vuestra Asamblea, «Personas nuevas en Cristo Jesús, corresponsables de la alegría de vivir», se inserta bien en el tiempo pascual, que es un tiempo de alegría. Es la alegría de los discípulos en el encuentro con Cristo resucitado, y requiere ser interiorizada dentro de un estilo evangelizador capaz de incidir en la vida. En el actual contexto social y eclesial, vosotros laicos de la Acción católica estáis llamados a renovar la opción misionera, abierta a los horizontes que el Espíritu indica a la Iglesia y expresión de una nueva juventud del apostolado laical. Esta es la opción misionera: todo en clave misionera, todo. Es el paradigma de la Acción católica: el paradigma misionero. Esta es la opción que hoy hace la Acción católica. Sobre todo las parroquias, especialmente las marcadas por el cansancio y la cerrazón —y son muchas. Parroquias cansadas, parroquias cerradas... ¡existen! Cuando saludo a las secretarias parroquiales, les pregunto: ¿Pero usted es secretaria de esas que abren las puertas o de las que cierran la puerta? Estas parroquias necesitan vuestro entusiasmo apostólico, vuestra total disponibilidad y vuestro servicio creativo. Se trata de asumir el dinamismo misionero para llegar a todos, privilegiando a quien se siente alejado y a los grupos más débiles y olvidados de la población. Se trata de abrir las puertas y dejar que Jesús pueda salir fuera. Muchas veces tenemos a Jesús encerrado en las parroquias con nosotros, no salimos fuera y no dejamos que Él salga fuera. Abrir las puertas para que Él salga, al menos Él. Se trata de una Iglesia «que sale»: siempre Iglesia que sale.


Este estilo de evangelización, animado por una fuerte pasión por la vida de la gente, es especialmente adecuado a la Acción católica, formada por el laicado diocesano que vive en estrecha corresponsabilidad con los Pastores. En esto os ayuda la popularidad de vuestra asociación, que a los compromisos intraeclesiales sabe unir el compromiso de contribuir a la transformación de la sociedad para orientarla al bien. He pensado entregaros tres verbos que pueden constituir para todos vosotros una guía de camino.


El primero es: permanecer. Pero no permanecer encerrados, no. ¿Permanecer en qué sentido? Permanecer con Jesús, permanecer gozando de su compañía. Para ser anunciadores y testigos de Cristo es necesario permanecer ante todo cercanos a Él. Es en el encuentro con Aquél que es nuestra vida y nuestra alegría, que nuestro testimonio adquiere cada día nuevo significado y nueva fuerza. Permanecer en Jesús, permanecer con Jesús.


Segundo verbo: ir. Jamás una Acción católica estática, ¡por favor! No detenerse: ¡ir! Ir por las calles de vuestras ciudades y vuestros pueblos, y anunciar que Dios es Padre y que Jesucristo os lo ha dado a conocer, y que por ello vuestra vida ha cambiado: se puede vivir como hermanos, llevando dentro una esperanza que no defrauda. Que viva en vosotros el deseo de hacer circular la Palabra de Dios hasta los confines, renovando así vuestro compromiso de encontrar al hombre donde quiera que se encuentre, allí donde sufre, allí donde espera, allí donde ama y cree, allí donde están sus sueños más profundos, los interrogantes más auténticos, los deseos de su corazón. Allí os espera Jesús. Esto significa: salir fuera. Esto significa: salir, ir saliendo.


Y, por último, gozar. Gozar y alegrarse siempre en el Señor. Ser personas que cantan la vida, que cantan la fe. Esto es importante: no sólo recitar el Credo, recitar la fe, conocer la fe, sino cantar la fe. Esto es. Decir la fe, vivir la fe con alegría, y a esto se llama «cantar la fe». Y no lo digo yo, lo dijo san Agustín hace 1600 años: «¡cantar la fe!». Personas capaces de reconocer los propios talentos y los propios límites, que saben ver en sus jornadas, incluso en las más sombrías, los signos de la presencia del Señor. Alegrarse porque el Señor os ha llamado a ser corresponsables de la misión de su Iglesia. Alegrarse porque en este camino no estáis solos: está el Señor que os acompaña, están vuestros obispos y sacerdotes que os sostienen, están vuestras comunidades parroquiales, vuestras comunidades diocesanas con las que compartís el camino. ¡No estáis solos!


Con estas tres actitudes: permanecer en Jesús, ir hasta los confines y vivir la alegría de la pertenencia cristiana, podréis llevar adelante vuestra vocación, y evitar la tentación de la «quiete», que nada tiene que ver con el permanecer en Jesús; evitar la tentación de la cerrazón y del intimismo, tan edulcorada, disgustosa por cuanto es dulce, la del intimismo... Si vosotros salís, no caeréis en esta tentación. Y evitar también la tentación de la seriedad formal. Con este permanecer en Jesús —ir hasta los confines, vivir la alegría evitando estas tentaciones—, evitaréis llevar adelante una vida más parecida a estatuas de museo que a personas llamadas por Jesús a vivir y difundir la alegría del Evangelio. Si queréis escuchar el consejo de vuestro consiliario general —es muy pacífico, porque lleva un nombre apacible, él, es Mansueto—, si queréis acoger su consejo, convertíos en burritos, pero jamás en estatuas de museo, por favor, jamás.


Pidamos al Señor, para cada uno de nosotros, ojos que sepan ver más allá de la apariencia; oídos que sepan escuchar gritos, susurros y también silencios; manos que sepan sostener, abrazar y curar. Pidamos, sobre todo, un corazón grande y misericordioso, que desee el bien y la salvación de todos. Que os acompañe en el camino María Inmaculada, y también mi bendición. Y os doy las gracias porque sé que rezáis por mí.


Ahora os invito a rezar a la Virgen, que es nuestra Madre, que nos acompañará en este camino. La Virgen siempre iba detrás de Jesús, hasta el final, lo acompañaba. Pidámosle que nos acompañe siempre en nuestro camino, este camino de la alegría, este camino del salir, este camino del permanecer con Jesús.





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A LOS MIEMBROS DE LA "PAPAL FOUNDATION"

Palacio Apostólico Vaticano
 Sala Clementina
Viernes 2 de mayo de2014




Señor cardenal,
queridos amigos:



Dirijo mi cordial bienvenida a vosotros, miembros de la Papal Foundation, con ocasión de vuestra peregrinación anual a Roma. Durante el período pascual todos los cristianos del mundo se unen para celebrar la victoria del Señor sobre el pecado y sobre la muerte, el alba de la nueva creación y la efusión del Espíritu Santo. Que la alegría de la resurrección colme vuestros corazones de esa paz que el mundo no puede dar (cf. Jn 14, 27), y vuestra oración junto a las tumbas de los apóstoles y mártires os renueve en la fidelidad al Señor y a su Iglesia.


Desde su constitución, la Papal Foundation ha tratado de promover la misión de la Iglesia, con el apoyo a una amplia serie de obras de caridad especialmente queridas por el sucesor de Pedro. Estoy muy agradecido por la asistencia que la Fundación ha dado a la Iglesia en los países en vías de desarrollo a través de donaciones para sostener proyectos educativos, caritativos y apostólicos, pero también por las becas de estudios que pone a disposición de laicos, sacerdotes y religiosos para sus estudios aquí en Roma. De este modo, vosotros contribuís a asegurar la formación de una nueva generación de guías de la comunidad, los cuales, en la mente y en el corazón están forjados por la verdad del Evangelio, la sabiduría de la doctrina social católica y el profundo sentido de comunión con la Iglesia universal en su servicio a toda la familia humana.


En estas jornadas de gran importancia, marcadas por la canonización de dos extraordinarios Papas de nuestro tiempo, Juan XXIII y Juan Pablo II, oro para que seáis confirmados en la gracia de vuestro Bautismo y en el compromiso de ser discípulos misioneros llenos de la alegría que brota del encuentro personal con Jesús Resucitado (cf. Evangelii gaudium, 119). Confío a vosotros y a vuestras familias a la intercesión de María, Madre de la Iglesia, y cordialmente os imparto mi bendición apostólica como prenda de alegría y de paz en el Señor.
 

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A LOS MIEMBROS DEL CONSEJO DE ASUNTOS ECONÓMICOS


Palacio Apostólico Vaticano
 Sala de los Papas
Viernes 2 de mayo de 2014



Os doy las gracias por esta reunión y por el trabajo que realizaréis. Muchas gracias! Lo necesitamos, vosotros lo sabéis, para llevar adelante este trabajo en el sentido que el cardenal Marx ha explicado. El Consejo de asuntos económicos ha sido instituido con el Motu proprio Fidelis dispensator et prudens, el pasado 24 de febrero, juntamente con la Secretaría de asuntos económicos y la Oficina del auditor general. El Motu proprio subraya la misión tan relevante de este acto: la consciencia que tiene la Iglesia de su responsabilidad de tutelar y gestionar con atención los propios bienes a la luz de su misión de evangelización, con especial atención hacia los necesitados. El cardenal lo destacó bien, y no debemos salir de este camino. Todo, transparencia, eficiencia, todo para este fin. Todo es para esto.


La Santa Sede se siente llamada a poner en práctica esa misión, teniendo en cuenta especialmente su responsabilidad hacia la Iglesia universal. Además, estos cambios reflejan el deseo de poner en práctica la necesaria reforma de la Curia romana para servir mejor a la Iglesia y a la misión de Pedro. Este es un desafío importante, que requiere fidelidad y prudencia: «fidelis dispensator et prudens». El itinerario no será sencillo y requiere valor y determinación. Una nueva mentalidad de servicio evangélico debería establecerse en las diversas administraciones de la Santa Sede. El Consejo de asuntos económicos desempeña un papel significativo en este proceso de reforma; tiene la tarea de vigilar la gestión económica y controlar las estructuras y actividades administrativas y financieras de estas administraciones; desempeña su actividad en estrecha relación con la Secretaría de asuntos económicos. Aprovecho para dar las gracias también al cardenal Pell por su esfuerzo, su trabajo; también por su tenacidad de «rugbyer» australiano... ¡Gracias, eminencia!


El Consejo representa a la Iglesia universal: ocho cardenales de diversas Iglesias particulares, siete laicos que representan varias partes del mundo y que contribuyen con su experiencia al bien de la Iglesia y a su especial misión. Los laicos son miembros a pleno título del nuevo Consejo: no son miembros de segunda clase, ¡no! Todos al mismo nivel. El trabajo del Consejo es de gran peso y de gran importancia, y ofrecerá una aportación fundamental al servicio realizado por la Curia romana y las diversas administraciones de la Santa Sede.


Os deseo un buen trabajo y os agradezco mucho lo que hacéis y lo que haréis. ¡Muchas gracias! Y rezad por mí, que lo necesito.



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