sábado, 9 de marzo de 2013

BENEDICTO XVI: Ángelus del mes de Febrero 2013

ÁNGELUS DEL PAPA BENEDICTO XVI

 Plaza de San Pedro
Domingo 24 de Febrero de 2013



Queridos hermanos y hermanas:
¡Gracias por vuestro afecto!
Hoy, segundo domingo de Cuaresma, tenemos un Evangelio especialmente bello, el de la Transfiguración del Señor. El evangelista Lucas pone particularmente de relieve el hecho de que Jesús se transfiguró mientras oraba: es una experiencia profunda de relación con el Padre durante una especie de retiro espiritual que Jesús vive en un alto monte en compañía de Pedro, Santiago y Juan, los tres discípulos siempre presentes en los momentos de la manifestación divina del Maestro (Lc 5, 10; 8, 51; 9, 28). El Señor, que poco antes había preanunciado su muerte y resurrección (9, 22), ofrece a los discípulos un anticipo de su gloria. Y también en la Transfiguración, como en el bautismo, resuena la voz del Padre celestial: «Este es mi Hijo, el Elegido, escuchadlo» (9, 35). La presencia luego de Moisés y Elías, que representan la Ley y los Profetas de la antigua Alianza, es muy significativa: toda la historia de la Alianza está orientada a Él, a Cristo, que realiza un nuevo «éxodo» (9, 31), no hacia la Tierra prometida como en el tiempo de Moisés, sino hacia el Cielo. La intervención de Pedro: «Maestro, ¡qué bueno es que estemos aquí!» (9, 33) representa el intento imposible de detener tal experiencia mística. Comenta san Agustín: «[Pedro]... en el monte... tenía a Cristo come alimento del alma. ¿Por qué tuvo que bajar para volver a las fatigas y a los dolores, mientras allí arriba estaba lleno de sentimientos de santo amor hacia Dios, que le inspiraban por ello a una santa conducta?» (Discurso 78, 3: pl 38, 491).
Meditando este pasaje del Evangelio, podemos obtener una enseñanza muy importante. Ante todo, el primado de la oración, sin la cual todo el compromiso del apostolado y de la caridad se reduce a activismo. En Cuaresma aprendemos a dar el tiempo justo a la oración, personal y comunitaria, que ofrece aliento a nuestra vida espiritual. Además, la oración no es aislarse del mundo y de sus contradicciones, como habría querido hacer Pedro en el Tabor, sino que la oración reconduce al camino, a la acción. «La existencia cristiana —escribí en el Mensaje para esta Cuaresma— consiste en un continuo subir al monte del encuentro con Dios para después volver a bajar, trayendo el amor y la fuerza que de ahí se derivan, a fin de servir a nuestros hermanos y hermanas con el mismo amor de Dios» (n. 3).
Queridos hermanos y hermanas, esta Palabra de Dios la siento dirigida a mí, de modo particular, en este momento de mi vida. ¡Gracias! El Señor me llama a «subir al monte», a dedicarme aún más a la oración y a la meditación. Pero esto no significa abandonar a la Iglesia, es más, si Dios me pide esto es precisamente para que yo pueda seguir sirviéndola con la misma entrega y el mismo amor con el cual he tratado de hacerlo hasta ahora, pero de una forma más acorde a mi edad y a mis fuerzas. Invoquemos la intercesión de la Virgen María: que ella nos ayude a todos a seguir siempre al Señor Jesús, en la oración y en la caridad activa.

Después del Ángelus
(En francés)
 

En este domingo os invito a continuar con valentía y determinación vuestro itinerario de Cuaresma, que es un tiempo espiritual de conversión y de retorno al Señor. Os agradezco de corazón vuestra oración y afecto que me demostráis en estos días. ¡Que Dios os bendiga junto a vuestras familias y comunidades! ¡Feliz domingo a todos!
(En inglés)
 

Agradezco a cada uno las numerosas muestras de gratitud, afecto y cercanía en la oración que he recibido en estos días. Al continuar nuestro itinerario cuaresmal hacia la Pascua, tengamos nuestros ojos fijos en Jesús el Redentor, cuya gloria fue revelada en la montaña de la Transfiguración. ¡Invoco para todos vosotros las abundantes bendiciones de Dios!
(En alemán)
 

Las palabras dirigidas a los apóstoles en el Evangelio de hoy sobre la Transfiguración del Señor son válidas también para nosotros: y una voz desde la nube decía: «Este es mi hijo amado, el Elegido, escuchadlo» (Lc 9, 35). El tiempo de Cuaresma nos invita de nuevo a escuchar a Cristo. Y a Él pedimos que nos nutra con su Palabra y que purifique los ojos de nuestro espíritu para ser capaces de ver y reconocer su gloria en medio de todas las tristezas del mundo (cf. Oración colecta). Jesús, el Señor, quiere transformarnos para hacernos entrar en la vida auténtica que sólo Él puede dar. Porque Él mismo es esta vida. Agradezco a todos los numerosos gestos de cercanía y afecto, sobre todo las oraciones que en este tiempo he recibido de manera especial. Que el Señor nos fortalezca a todos con su Palabra y su gracia.
(En español)
 

Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española, y a cuantos se unen a esta oración mariana a través de los medios de comunicación, agradeciendo también tantos testimonios de cercanía y oraciones que me han llegado en estos días. Jesús, nos dice el Evangelio de hoy, subió al monte a orar, y entonces se transfiguró, se llenó de luz y de gloria. Manifestaba así quién era Él verdaderamente, su íntima relación con Dios Padre. En el camino cuaresmal, la Transfiguración es una muestra esperanzadora del destino final al que lleva el misterio pascual de la pasión, muerte y resurrección de Cristo. Y también un signo de la luz que nos inunda y transforma cuando rezamos con corazón sincero. Que la Santísima Virgen María nos siga llevando de su mano hacia su divino Hijo. Muchas gracias, y feliz domingo a todos.
(En portugués)
 

Os agradezco vuestra presencia y todas vuestras manifestaciones de afecto y solidaridad, en particular por las oraciones con las que me estáis acompañando en estos días. ¡Que el buen Dios os colme de bendiciones!
(En polaco)
 

Os agradezco el recuerdo y la manifestación de benevolencia que recibo de vosotros en estos días y de modo particular vuestra oración. El Evangelio de hoy nos conduce al monte Tabor, donde Cristo ha manifestado ante sus discípulos el esplendor de su divinidad y ha dado la certeza de que a través del sufrimiento y la cruz podemos alcanzar la resurrección. Que sepamos vislumbrar Su presencia, Su gloria y Su divinidad en la vida de la Iglesia, en la contemplación y en los acontecimientos de cada día. Os bendigo de corazón.
(En italiano)
 

Sé que están presentes muchas diócesis, representantes de parroquias, asociaciones, movimientos e instituciones, como también numerosos jóvenes, ancianos y familias. Os agradezco el afecto y la participación, especialmente en la oración, de este momento particular para mi persona y para la Iglesia. Os deseo a todos un buen domingo y una buena semana. En oración siempre estamos cerca.

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ÁNGELUS DEL PAPA BENEDICTO XVI

Plaza de San Pedro
Domingo 17 de Febrero de 2013

Queridos hermanos y hermanas:
El miércoles pasado, con el tradicional rito de la Ceniza, hemos entrado en la Cuaresma, tiempo de conversión y de penitencia en preparación a la Pascua. La Iglesia, que es madre y maestra, llama a todos sus miembros a renovarse en el espíritu, a re-orientarse decididamente hacia Dios, rechazando el orgullo y el egoísmo para vivir en el amor. En este Año de la fe, la Cuaresma es un tiempo favorable para redescubrir la fe en Dios como criterio-base de nuestra vida y de la vida de la Iglesia. Esto implica siempre una lucha, un combate espiritual, porque el espíritu del mal naturalmente se opone a nuestra santificación y busca que nos desviemos del camino de Dios. Por ello, en el primer domingo de Cuaresma, se proclama cada año el Evangelio de las tentaciones de Jesús en el desierto.
Jesús, en efecto, después de haber recibido la «investidura» como Mesías —«Ungido» de Espíritu Santo— en el bautismo en el Jordán, fue conducido por el mismo Espíritu al desierto para ser tentado por el diablo. En el momento de iniciar su ministerio público, Jesús tuvo que desenmascarar y rechazar las falsas imágenes de Mesías que le proponía el tentador. Pero estas tentaciones son también falsas imágenes del hombre, que en todo tiempo acechan la conciencia, disfrazándose de propuestas convenientes y eficaces, incluso buenas. Los evangelistas Mateo y Lucas presentan tres tentaciones de Jesús, diferenciadas en parte sólo por el orden. Su núcleo central consiste siempre en instrumentalizar a Dios para los propios intereses, dando más importancia al éxito o a los bienes materiales. El tentador es disimulado: no empuja directamente hacia el mal, sino hacia un falso bien, haciendo creer que las verdaderas realidades son el poder y aquello que satisface las necesidades primarias. De este modo, Dios pasa a ser secundario, se reduce a un medio; se convierte, en definitiva, en irreal, ya no cuenta, desaparece. En último análisis, en las tentaciones está en juego la fe, porque está en juego Dios. En los momentos decisivos de la vida, pero, viéndolo bien, en todo momento, nos encontramos ante una encrucijada: ¿queremos seguir al yo o a Dios? ¿El interés individual o bien el verdadero Bien, lo que realmente es un bien?
Como nos enseñan los Padres de la Iglesia, las tentaciones forman parte del «descenso» de Jesús a nuestra condición humana, en el abismo del pecado y de sus consecuencias. Un «descenso» que Jesús recorrió hasta el final, hasta la muerte de cruz y a los infiernos de la extrema lejanía de Dios. De este modo, Él es la mano que Dios ha tendido al hombre, a la oveja descarriada, para llevarla otra vez a salvo. Como enseña san Agustín, Jesús tomó de nosotros las tentaciones, para donarnos su victoria (cf. Enarr. in Psalmos, 60, 3: pl 36, 724). No tengamos miedo, por lo tanto, de afrontar también nosotros el combate contra el espíritu del mal: lo importante es que lo hagamos con Él, con Cristo, el Vencedor. Y para estar con Él dirijámonos a la Madre, María: invoquémosla con confianza filial en la hora de la prueba, y ella nos hará sentir la poderosa presencia de su Hijo divino, para rechazar las tentaciones con la Palabra de Cristo, y así volver a poner a Dios en el centro de nuestra vida.

Después del Ángelus
(En francés)
La Cuaresma recientemente iniciada nos invita a dar más tiempo a Dios en la oración, la lectura de la Palabra y los sacramentos. Por medio del ayuno aprendemos a no descuidar el verdadero alimento espiritual para resistir a las tentaciones de la indiferencia y a no dejarnos llevar por el egoísmo, orgullo, dinero y poder. Meditemos el modo en que Jesús superó las tentaciones y pidámosle la fuerza para luchar contra el mal. Que esta Cuaresma sea para cada uno el camino de una conversión auténtica a Dios y un tiempo para compartir intensamente nuestra fe en Jesucristo. Os agradezco vuestra oración y os pido que me acompañéis espiritualmente durante los ejercicios espirituales que comienzan esta tarde. ¡Os bendigo a todos de corazón!
(En inglés)
Este día contemplamos a Cristo en el desierto que ayuna, ora y es tentado. Al comenzar nuestro itinerario cuaresmal, acompañémosle y pidámosle que nos dé la fuerza para combatir nuestras debilidades. Permitidme agradeceros también vuestras oraciones y el apoyo que me habéis mostrado en estos días. ¡Que Dios os bendiga a todos!
(En alemán)
La lectura del Evangelio de este domingo nos muestra que el hombre a menudo se siente indigno y necesitado delante de Dios, y en verdad lo es. Pero el Señor viene siempre al encuentro del pecador y le renueva. Busquemos siempre de nuevo el encuentro con el Señor para obtener el alimento y la orientación para nuestras tareas dentro de la sociedad. Os agradezco sobre todo vuestras muchísimas muestras de afecto y vuestra oración en estos días difíciles para mí. Os pido que estéis muy cerca de mí y de la Curia romana sobre todo en esta semana que comenzamos los ejercicios espirituales anuales. Que el Espíritu Santo nos acompañe a todos en el camino espiritual durante el período de la Cuaresma.
(En español)
En esta Cuaresma pidamos al Señor que la contemplación de los misterios de su pasión, muerte y resurrección nos ayude a seguirle más de cerca. Al mismo tiempo, de corazón agradezco a todos vuestra oración y afecto en estos días. Os suplico que continuéis rezando por mí y por el próximo Papa, así como por los ejercicios espirituales que empezaré esta tarde junto a los miembros de la Curia romana. Llenos de fe y esperanza, encomendemos a la Iglesia a la maternal protección de María Santísima.
(En polaco)
Os doy las gracias por vuestro apoyo orante y la cercanía espiritual en estos días especiales para la Iglesia y para mí. El Evangelio de hoy nos hace contemplar a Jesús tentado por satanás en el desierto. Confortados por la gracia del Hijo de Dios, busquemos combatir contra el mal, romper con el pecado y servir sólo a Dios. Encomiendo a vuestras oraciones los ejercicios espirituales en el Vaticano que comenzaremos esta tarde. Os bendigo de corazón.
(En italiano)
Un caluroso saludo, finalmente, a los peregrinos de lengua italiana. ¡Gracias a vosotros! Gracias por haber venido tan numerosos. ¡Gracias! Vuestra presencia es un signo del afecto y de la cercanía espiritual que me estáis manifestando en estos días. Os estoy profundamente agradecido. Saludo en particular a la Administración de Roma Capital, encabezada por el alcalde, y junto a él saludo y doy las gracias a todos los habitantes de esta amada Ciudad de Roma. A todos deseo un feliz domingo y un buen camino de Cuaresma. Esta tarde comenzaré la semana de ejercicios espirituales: permanezcamos unidos en la oración. ¡Feliz semana para todos! ¡Gracias!

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ÁNGELUS DEL PAPA BENEDICTO XVI

Plaza de San Petro
Domingo 10 de Febrero de 2013

Queridos hermanos y hermanas:
En la liturgia de hoy, el Evangelio según san Lucas presenta el relato de la llamada de los primeros discípulos, con una versión original respecto a los otros dos sinópticos: Mateo y Marcos (cf. Mt 4, 18-22; Mc 1, 16-20). La llamada, en efecto, está precedida por la enseñanza de Jesús a la multitud y por una pesca milagrosa, realizada por voluntad del Señor (Lc 5, 1-6). De hecho, mientras la muchedumbre se agolpa en la orilla del lago de Genesaret para escuchar a Jesús, Él ve a Simón desanimado por no haber pescado nada durante toda la noche. En primer lugar le pregunta si puede subir a la barca para predicar a la gente, ya que estaba a poca distancia de la orilla. Después, terminada la predicación, le pide que se dirija mar adentro con sus compañeros y que eche las redes (cf. v. 5). Simón obedece, y pescan una cantidad increíble de peces. De este modo, el evangelista hace ver que los primeros discípulos siguieron a Jesús confiando en Él, apoyándose en su Palabra, acompañada también por signos prodigiosos. Observamos que, antes de este signo, Simón se dirige a Jesús llamándole «Maestro» (v. 5), y después le llama «Señor» (v. 7). Es la pedagogía de la llamada de Dios, que no mira tanto la calidad de los elegidos, sino su fe, como la de Simón que dice: «Por tu palabra, echaré las redes» (v. 5).
La imagen de la pesca remite a la misión de la Iglesia. Comenta al respecto san Agustín: «Dos veces los discípulos se pusieron a pescar por orden del Señor: una vez antes de la pasión y otra después de la resurrección. En las dos pescas está representada toda la Iglesia: la Iglesia como es ahora y como será después de la resurrección de los muertos. Ahora acoge a una multitud imposible de enumerar, que comprende a los buenos y a los malos; después de la resurrección comprenderá sólo a los buenos» (Discurso 248, 1). La experiencia de Pedro, ciertamente singular, también es representativa de la llamada de todo apóstol del Evangelio, que jamás debe desanimarse al anunciar a Cristo a todos los hombres, hasta los confines del mundo. Sin embargo, el texto de hoy hace reflexionar sobre la vocación al sacerdocio y a la vida consagrada. La vocación es obra de Dios. El hombre no es autor de su propia vocación, sino que da respuesta a la propuesta divina; y la debilidad humana no debe causar miedo si Dios llama. Es necesario tener confianza en su fuerza que actúa precisamente en nuestra pobreza; es necesario confiar cada vez más en el poder de su misericordia, que transforma y renueva.
Queridos hermanos y hermanas, que esta Palabra de Dios reavive también en nosotros y en nuestras comunidades cristianas la valentía, la confianza y el impulso para anunciar y testimoniar el Evangelio. Que los fracasos y las dificultades no induzcan al desánimo: a nosotros nos corresponde echar las redes con fe, el Señor hace el resto. Confiamos también en la intercesión de la Virgen María, Reina de los Apóstoles. Ella, bien consciente de su pequeñez, respondió a la llamada del Señor con total entrega: «Heme aquí». Con su ayuda materna, renovemos nuestra disponibilidad a seguir a Jesús, Maestro y Señor.

Después del Ángelus
Hoy, varios pueblos del Lejano Oriente festejan el año nuevo lunar. Paz, armonía y acción de gracias al Cielo son los valores universales que se celebran en esta feliz circunstancia y todos los desean para construir la propia familia, la sociedad y la nación. Deseo que se puedan realizar para esos pueblos las aspiraciones de una vida feliz y próspera. Envío un saludo especial a los católicos de esos países, a fin de que en este Año de la fe se dejen guiar por la sabiduría de Cristo.
Mañana, memoria litúrgica de la Virgen de Lourdes, tendrá lugar la Jornada mundial del enfermo. La celebración solemne será en el santuario mariano de Altötting, en Baviera. Con la oración y el afecto estoy cerca de todos los enfermos y me uno espiritualmente a quienes se reunirán en el santuario, particularmente querido por mí.
(En francés)
La Jornada mundial del enfermo que se celebra mañana, nos invita a estar cerca de las personas que sufren. Que con el afecto y el apoyo que les damos puedan encontrar la esperanza y la confianza en Dios que les ama. Jesús nos ha pedido visitar a los enfermos, aprovechemos el Año de la fe para profundizar en el verdadero sentido de este gesto que no separa la fe de la caridad. Que la Virgen María, Nuestra Señora de Lourdes, nos acompañe durante la Cuaresma que está a punto de comenzar.
(En alemán)
Desde aquí dirijo mi saludo particularmente a todos los enfermos y a todos los que mañana se reunirán en oración en Altötting con ocasión de la Jornada mundial del enfermo. Esta Jornada se celebra cada año el 11 de febrero en la fiesta de Nuestra Señora de Lourdes. En Lourdes, la Virgen se le apareció a la humilde joven Bernadette Soubirous y le indicó la fuente en donde numerosos enfermos han sido curados. María quiere estar cerca de los pobres, enfermos y necesitados de todos los tiempos; y quiere recorrer con ellos el camino hacia Cristo que es la fuente de la vida. Para vosotros y vuestros seres queridos, en especial para los enfermos, imploro la intercesión de María salud de los enfermos y madre del consuelo. ¡Que Dios os bendiga a todos!
(En español)
Saludo cordialmente a los fieles de lengua española, en particular a los grupos venidos de la Archidiócesis de Oviedo, así como a los que se unen a través de los medios de comunicación social. Hoy san Pablo nos muestra el núcleo de la predicación del Evangelio en el que estamos fundados: «Cristo murió por nuestros pecados, fue sepultado y resucitó al tercer día, según las Escrituras». Ésta es la fe a la que hemos adherido y que estamos llamados a trasmitir. Pidamos a la Santísima Virgen María que nos ayude a ser testigos de este mensaje de salvación y podamos ver, en nuestro trabajo diario por la edificación del Reino de los cielos, la gracia de Dios que actúa en nosotros. Feliz Domingo.

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ÁNGELUS DEL PAPA BENEDICTO XVI

Plaza de San Pedro
Domingo 3 de Febrero de 2013

Queridos hermanos y hermanas:

El Evangelio de hoy —tomado del capítulo cuarto de san Lucas— es la continuación del domingo pasado. Nos hallamos todavía en la sinagoga de Nazaret, el lugar donde Jesús creció y donde todos le conocen, a Él y a su familia. Después de un período de ausencia, ha regresado de un modo nuevo: durante la liturgia del sábado lee una profecía de Isaías sobre el Mesías y anuncia su cumplimiento, dando a entender que esa palabra se refiere a Él, que Isaías hablaba de Él. Este hecho provoca el desconcierto de los nazarenos: por un lado, «todos le expresaban su aprobación y se admiraban de las palabras de gracia que salían de su boca» (Lc 4, 22); san Marcos refiere que muchos decían: «¿De dónde saca todo eso? ¿Qué sabiduría es esa que le ha sido dada?» (6, 2); pero por otro lado sus conciudadanos le conocen demasiado bien: «Es uno como nosotros —dicen—. Su pretensión no podía ser más que una presunción» (cf. La infancia de Jesús, 11). «¿No es éste el hijo de José?» (Lc 4, 22), que es como decir: un carpintero de Nazaret, ¿qué aspiraciones puede tener?
Conociendo justamente esta cerrazón, que confirma el proverbio «ningún profeta es bien recibido en su tierra», Jesús dirige a la gente, en la sinagoga, palabras que suenan como una provocación. Cita dos milagros realizados por los grandes profetas Elías y Eliseo en ayuda de no israelitas, para demostrar que a veces hay más fe fuera de Israel. En ese momento la reacción es unánime: todos se levantan y le echan fuera, y hasta intentan despeñarle; pero Él, con calma soberana, pasa entre la gente enfurecida y se aleja. Entonces es espontáneo que nos preguntemos: ¿cómo es que Jesús quiso provocar esta ruptura? Al principio la gente se admiraba de Él, y tal vez habría podido lograr cierto consenso... Pero esa es precisamente la cuestión: Jesús no ha venido para buscar la aprobación de los hombres, sino —como dirá al final a Pilato— para «dar testimonio de la verdad» (Jn 18, 37). El verdadero profeta no obedece a nadie más que a Dios y se pone al servicio de la verdad, dispuesto a pagarlo en persona. Es verdad que Jesús es el profeta del amor, pero el amor tiene su verdad. Es más, amor y verdad son dos nombres de la misma realidad, dos nombres de Dios. En la liturgia del día resuenan también estas palabras de san Pablo: «El amor... no presume, no se engríe; no es indecoroso ni egoísta; no se irrita; no lleva cuentas del mal; no se alegra de la injusticia, sino que goza con la verdad» (1 Co 13, 4-6). Creer en Dios significa renunciar a los propios prejuicios y acoger el rostro concreto en quien Él se ha revelado: el hombre Jesús de Nazaret. Y este camino conduce también a reconocerle y a servirle en los demás.
En esto es iluminadora la actitud de María. ¿Quién tuvo más familiaridad que ella con la humanidad de Jesús? Pero nunca se escandalizó como sus conciudadanos de Nazaret. Ella guardaba el misterio en su corazón y supo acogerlo cada vez más y cada vez de nuevo, en el camino de la fe, hasta la noche de la Cruz y la luz plena de la Resurrección. Que María nos ayude también a nosotros a recorrer con fidelidad y alegría este camino.

Después del Ángelus
Queridos hermanos y hermanas:
El primer domingo de febrero se celebra en Italia la «Jornada por la vida». Me uno a los obispos italianos, quienes en su mensaje invitan a invertir en la vida y en la familia, también como respuesta eficaz a la crisis actual. Saludo al Movimiento por la Vida y deseo éxito a la iniciativa denominada «Uno de nosotros», a fin de que Europa sea siempre lugar donde cada ser humano sea tutelado en su dignidad. Saludo a los representantes de las facultades de medicina y cirugía de las universidades de Roma, especialmente a los profesores de obstetricia y ginecología, acompañados por el cardenal vicario, y les aliento a formar a los agentes sanitarios en la cultura de la vida.
(En francés)
La fiesta de la vida consagrada, que hemos celebrado ayer, nos invita a oír la voz del Señor y a responder con confianza y generosidad. Demos gracias y oremos por todos los consagrados, para que crezcan en santidad. Que su testimonio nos lleve a hacer amplio espacio a Dios en nuestra vida con la oración, la misa dominical, la lectura de su Palabra. Nuestra fe más viva ¡podrá cambiar nuestro corazón!
(En polaco)
Ayer hemos celebrado la Jornada de la vida consagrada. A María, que irradia con el resplandor de la santidad la vida de cada persona, le encomendamos en la oración a cuantos han elegido la vida según los consejos evangélicos. Que imiten con alegría a Jesús en la pobreza, castidad y obediencia, llevando a cabo cada día el servicio a Dios y al prójimo.
(En español)
Saludo con afecto a los peregrinos de lengua española, en particular a los alumnos y profesores del Instituto Suárez de Figueroa, de Zafra, y del Instituto Ildefonso Serrano, de Segura de León, Badajoz, así como a los profesores de los colegios diocesanos de Valencia. En la liturgia de hoy se lee el llamado «himno a la caridad» del apóstol san Pablo, en el que explica el «camino» de la perfección, que no consiste en tener cualidades particulares sino en vivir el amor auténtico, el que Dios nos reveló en Jesucristo. Que Santa María, la Virgen, nos ayude cada vez más para que la caridad sea el distintivo del obrar cristiano y que sea éste el fruto de lo que creemos como discípulos de su Hijo. ¡Feliz domingo!

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