sábado, 28 de abril de 2012

Audiencias y Actos Pontificios de Benedicto XVI (Sábado 28 de Abril)



CIUDAD DEL VATICANO (http://catolicidad.blogspot.com y/o www.ssbenedictoxvi.org - Abril 27 de 2012). El Papa Benedicto XVI recibió este sábado en el Palacio Apostólico Vaticano en Audiencias Separadas a:


-  Señor César Castillo Ramírez, Embajador del Perú ante la Santa Sede, en ocasión de la presentación de sus Cartas Credenciales;


- Cardenal Marc Ouellet, Prefecto de la Congregación para los Obispos. 


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En otros Actos Pontificios, hoy S.S. Benedicto XVI:


- Nombró Administrador Apostólico sede vacante et ad nutum Sanctae Sedis de Gweru en Zimbabwe a Monseñor Michael Dixon Bhasera, Obispo de Masvingo. 


- Sucede a Monseñor Martin Munyanyi, cuya renuncia fue aceptada en conformidad al canon 401 § 2 del Código de Derecho Canónico.


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- Nombró Obispo Auxiliar de Zielona Góra-Gorzów (Polonia) al Reverendo Tadeusz Lityński, del clero de la misma diócesis, hasta ahora párroco de Cristo Rey en Gorzów Wielkopolski, Juez del Tribunal y Vicario Episcopal para la Pastoral, asignándole la sede titular de Cemeriniano.

Conferencia de la Academia de las Ciencias Sociales

CIUDAD DEL VATICANO (http://catolicidad.blogspot.com y/o www.ssbenedictoxvi.org - Abril 27 de 2012). Informa la Oficina de Prensa de la Santa Sede que el miércoles 3 de Mayo a las 12.30 horas en el Aula Juan Pablo II del Vaticano,tendrá lugar la Conferencia de presentación de las conclusiones de la XVIII Sesión Plenaria de la Pontificia Academia de las Ciencias Sociales (27 de Abril - 1º de Mayo de 2012) sobre el tema "The Global Quest for Tranquillitas Ordinis. Pacem in terris, Fifty Years Later".


Intervendrán:


Monseñor Marcelo Sánchez Sorondo, Canciller de la Pontificia Academia d de las Ciencias Sociales;


Monseñor Roland Minnerath, Arzobispo de Dijon (Francia);


Profesor Russell Hittinger, Departamento de Filosofía y Religión de la Universidad de Tulsa (U.S.A.).

BENEDICTO XVI: Audiencia (Ab.25), Regina Caeli (Ab.22) y Discursos (Ab.21 y 20),


AUDIENCIA GENERAL DEL PAPA BENEDICTO XVI

Plaza de San Pedro
Miércoles 25 de Abril de 2012


Queridos hermanos y hermanas:
En la anterior catequesis mostré cómo la Iglesia, desde los inicios de su camino, tuvo que afrontar situaciones imprevistas, nuevas cuestiones y emergencias, a las que trató de dar respuesta a la luz de la fe, dejándose guiar por el Espíritu Santo. Hoy quiero reflexionar sobre otra de estas cuestiones: un problema serio que la primera comunidad cristiana de Jerusalén tuvo que afrontar y resolver, como nos narra san Lucas en el capítulo sexto de los Hechos de los Apóstoles, acerca de la pastoral de la caridad en favor de las personas solas y necesitadas de asistencia y ayuda. La cuestión no es secundaria para la Iglesia y corría el peligro de crear divisiones en su seno. De hecho, el número de los discípulos iba aumentando, pero los de lengua griega comenzaban a quejarse contra los de lengua hebrea porque en el servicio diario no se atendía a sus viudas (cf.Hch 6, 1). Ante esta urgencia, que afectaba a un aspecto fundamental en la vida de la comunidad, es decir, a la caridad con los débiles, los pobres, los indefensos, y la justicia, los Apóstoles convocan a todo el grupo de los discípulos. En este momento de emergencia pastoral resalta el discernimiento llevado a cabo por los Apóstoles. Se encuentran ante la exigencia primaria de anunciar la Palabra de Dios según el mandato del Señor, pero —aunque esa sea la exigencia primaria de la Iglesia— consideran con igual seriedad el deber de la caridad y la justicia, es decir, el deber de asistir a las viudas, a los pobres, proveer con amor a las situaciones de necesidad en que se hallan los hermanos y las hermanas, para responder al mandato de Jesús: amaos los unos a los otros como yo os he amado (cf. Jn 15, 12.17). Por consiguiente, las dos realidades que deben vivir en la Iglesia —el anuncio de la Palabra, el primado de Dios, y la caridad concreta, la justicia— están creando dificultad y se debe encontrar una solución, para que ambas puedan tener su lugar, su relación necesaria. La reflexión de los Apóstoles es muy clara. Como hemos escuchado, dicen: «No nos parece bien descuidar la Palabra de Dios para ocuparnos del servicio de las mesas. Por tanto, hermanos, escoged a siete de vosotros, hombres de buena fama, llenos de espíritu y de sabiduría, y les encargaremos esta tarea. Nosotros nos dedicaremos a la oración y al servicio de la Palabra» (Hch 6, 2-4).
Destacan dos cosas: en primer lugar, desde ese momento existe en la Iglesia un ministerio de la caridad. La Iglesia no sólo debe anunciar la Palabra, sino también realizar la Palabra, que es caridad y verdad. Y, en segundo lugar, estos hombres no sólo deben gozar de buena fama, sino que además deben ser hombres llenos de Espíritu Santo y de sabiduría, es decir, no pueden ser sólo organizadores que saben «actuar», sino que deben «actuar» con espíritu de fe a la luz de Dios, con sabiduría en el corazón; y, por lo tanto, también su función —aunque sea sobre todo práctica— es una función espiritual. La caridad y la justicia no son únicamente acciones sociales, sino que son acciones espirituales realizadas a la luz del Espíritu Santo. Así pues, podemos decir que los Apóstoles afrontan esta situación con gran responsabilidad, tomando una decisión: se elige a siete hombres de buena fama, los Apóstoles oran para pedir la fuerza del Espíritu Santo y luego les imponen las manos para que se dediquen de modo especial a esta diaconía de la caridad. Así, en la vida de la Iglesia, en los primeros pasos que da, se refleja, en cierta manera, lo que había acontecido durante la vida pública de Jesús, en casa de Marta y María, en Betania. Marta andaba muy afanada con el servicio de la hospitalidad que se debía ofrecer a Jesús y a sus discípulos; María, en cambio, se dedica a la escucha de la Palabra del Señor (cf. Lc 10, 38-42). En ambos casos, no se contraponen los momentos de la oración y de la escucha de Dios con la actividad diaria, con el ejercicio de la caridad. La amonestación de Jesús: «Marta, Marta, andas inquieta y preocupada con muchas cosas; sólo una es necesaria. María, pues, ha escogido la parte mejor, y no le será quitada» (Lc 10, 41-42), así como la reflexión de los Apóstoles: «Nosotros nos dedicaremos a la oración y al servicio de la Palabra» (Hch 6, 4), muestran la prioridad que debemos dar a Dios. No quiero entrar ahora en la interpretación de este pasaje de Marta y María. En cualquier caso, no se debe condenar la actividad en favor del prójimo, de los demás, sino que se debe subrayar que debe estar penetrada interiormente también por el espíritu de la contemplación. Por otra parte, san Agustín dice que esta realidad de María es una visión de nuestra situación en el cielo; por tanto, en la tierra nunca podemos tenerla completamente, sino sólo debe estar presente como anticipación en toda nuestra actividad. Debe estar presente también la contemplación de Dios. No debemos perdernos en el activismo puro, sino siempre también dejarnos penetrar en nuestra actividad por la luz de la Palabra de Dios y así aprender la verdadera caridad, el verdadero servicio al otro, que no tiene necesidad de muchas cosas —ciertamente, le hacen falta las cosas necesarias—, sino que tiene necesidad sobre todo del afecto de nuestro corazón, de la luz de Dios.
San Ambrosio, comentando el episodio de Marta y María, exhorta así a sus fieles y también a nosotros: «Tratemos, por tanto, de tener también nosotros lo que no se nos puede quitar, prestando a la Palabra del Señor una atención diligente, no distraída: sucede a veces que las semillas de la Palabra celestial, si se las siembra en el camino, desaparecen. Que te estimule también a ti, como a María, el deseo de saber: esta es la obra más grande, la más perfecta». Y añade que «ni siquiera la solicitud del ministerio debe distraer del conocimiento de la Palabra celestial», de la oración (Expositio Evangelii secundum Lucam, VII, 85: pl 15, 1720). Los santos, por lo tanto, han experimentado una profunda unidad de vida entre oración y acción, entre el amor total a Dios y el amor a los hermanos. San Bernando, que es un modelo de armonía entre contemplación y laboriosidad, en el libro De consideratione, dirigido al Papa Inocencio II para hacerle algunas reflexiones sobre su ministerio, insiste precisamente en la importancia del recogimiento interior, de la oración para defenderse de los peligros de una actividad excesiva, cualquiera que sea la condición en que se encuentre y la tarea que esté realizando. San Bernardo afirma que demasiadas ocupaciones, una vida frenética, a menudo acaban por endurecer el corazón y hacer sufrir el espíritu (cf. II, 3).
Es una valiosa amonestación para nosotros hoy, acostumbrados a valorarlo todo con el criterio de la productividad y de la eficiencia. El pasaje de los Hechos de los Apóstoles nos recuerda la importancia del trabajo —sin duda se crea un verdadero ministerio—, del empeño en las actividades diarias, que es preciso realizar con responsabilidad y esmero, pero también nuestra necesidad de Dios, de su guía, de su luz, que nos dan fuerza y esperanza. Sin la oración diaria vivida con fidelidad, nuestra actividad se vacía, pierde el alma profunda, se reduce a un simple activismo que, al final, deja insatisfechos. Hay una hermosa invocación de la tradición cristiana que se reza antes de cualquier actividad y dice así: «Actiones nostras, quæsumus, Domine, aspirando præveni et adiuvando prosequere, ut cuncta nostra oratio et operatio a te semper incipiat, et per te coepta finiatur», «Inspira nuestras acciones, Señor, y acompáñalas con tu ayuda, para que todo nuestro hablar y actuar tenga en ti su inicio y su fin». Cada paso de nuestra vida, cada acción, también de la Iglesia, se debe hacer ante Dios, a la luz de su Palabra.
En la catequesis del miércoles pasado subrayé la oración unánime de la primera comunidad cristiana ante la prueba y cómo, precisamente en la oración, en la meditación sobre la Sagrada Escritura pudo comprender los acontecimientos que estaban sucediendo. Cuando la oración se alimenta de la Palabra de Dios, podemos ver la realidad con nuevos ojos, con los ojos de la fe, y el Señor, que habla a la mente y al corazón, da nueva luz al camino en todo momento y en toda situación. Nosotros creemos en la fuerza de la Palabra de Dios y de la oración. Incluso la dificultad que estaba viviendo la Iglesia ante el problema del servicio a los pobres, ante la cuestión de la caridad, se supera en la oración, a la luz de Dios, del Espíritu Santo. Los Apóstoles no se limitan a ratificar la elección de Esteban y de los demás hombres, sino que, «después de orar, les impusieron las manos» (Hch 6, 6). El evangelista recordará de nuevo estos gestos con ocasión de la elección de Pablo y Bernabé, donde leemos: «Entonces, después de ayunar y orar, les impusieron las manos y los enviaron» (At 13,3). Esto confirma de nuevo que el servicio práctico de la caridad es un servicio espiritual. Ambas realidades deben ir juntas.
Con el gesto de la imposición de las manos los Apóstoles confieren un ministerio particular a siete hombres, para que se les dé la gracia correspondiente. Es importante que se subraye la oración —«después de orar», dicen— porque pone de relieve precisamente la dimensión espiritual del gesto; no se trata simplemente de conferir un encargo como sucede en una organización social, sino que es un evento eclesial en el que el Espíritu Santo se apropia de siete hombres escogidos por la Iglesia, consagrándolos en la Verdad, que es Jesucristo: él es el protagonista silencioso, presente en la imposición de las manos para que los elegidos sean transformados por su fuerza y santificados para afrontar los desafíos pastorales. El relieve que se da a la oración nos recuerda además que sólo de la relación íntima con Dios, cultivada cada día, nace la respuesta a la elección del Señor y se encomienda cualquier ministerio en la Iglesia.
Queridos hermanos y hermanas, el problema pastoral que impulsó a los Apóstoles a elegir y a imponer las manos sobre siete hombres encargados del servicio de la caridad, para dedicarse ellos a la oración y al anuncio de la Palabra, nos indica también a nosotros el primado de la oración y de la Palabra de Dios, que luego produce también la acción pastoral. Para los pastores, esta es la primera y más valiosa forma de servicio al rebaño que se les ha confiado. Si los pulmones de la oración y de la Palabra de Dios no alimentan la respiración de nuestra vida espiritual, corremos el peligro de asfixiarnos en medio de los mil afanes de cada día: la oración es la respiración del alma y de la vida. Hay otra valiosa observación que quiero subrayar: en la relación con Dios, en la escucha de su Palabra, en el diálogo con él, incluso cuando nos encontramos en el silencio de una iglesia o de nuestra habitación, estamos unidos en el Señor a tantos hermanos y hermanas en la fe, como un conjunto de instrumentos que, aun con su individualidad, elevan a Dios una única gran sinfonía de intercesión, de acción de gracias y de alabanza. Gracias.


Saludos
Saludo con afecto a los peregrinos de lengua española, en particular a los grupos venidos de España, México, Guatemala, Venezuela y otros países latinoamericanos. Invito a todos a participar en la apasionante tarea de edificar la Iglesia de Cristo en todas sus facetas, no solamente con buena voluntad, sino santificando con la oración cada uno de los pasos de nuestro hacer. Muchas gracias.

En italiano:

Saludo a los jóvenes, a los enfermos y a los recién casados. Queridos jóvenes, entrad en la escuela de Cristo para aprender a seguir fielmente sus huellas. Vosotros, queridos enfermos, acoged con fe vuestras pruebas y vividlas en unión a las de Cristo. A vosotros, queridos recién casados, os deseo que seáis servidores generosos del Evangelio de la vida.


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REGINA CAELI DEL PAPA BENEDICTO XVI

Plaza de San Pedro
Domingo 22 de Abril de 2012


Queridos hermanos y hermanas:
Hoy, tercer domingo de Pascua, encontramos en el Evangelio según san Lucas a Jesús resucitado que se presenta en medio de los discípulos (cf. Lc 24, 36), los cuales, incrédulos y aterrorizados, creían ver un espíritu (cf. Lc 24, 37). Romano Guardini escribe: «El Señor ha cambiado. Ya no vive como antes. Su existencia ... no es comprensible. Sin embargo, es corpórea, incluye... todo lo que vivió; el destino que atravesó, su pasión y su muerte. Todo es realidad. Aunque haya cambiado, sigue siendo una realidad tangible» (Il Signore. Meditazioni sulla persona e la vita di N.S. Gesù Cristo, Milán 1949, p. 433). Dado que la resurrección no borra los signos de la crucifixión, Jesús muestra sus manos y sus pies a los Apóstoles. Y para convencerlos les pide algo de comer. Así los discípulos «le ofrecieron un trozo de pez asado. Él lo tomó y comió delante de ellos» (Lc 24, 42-43). San Gregorio Magno comenta que «el pez asado al fuego no significa otra cosa que la pasión de Jesús, Mediador entre Dios y los hombres. De hecho, él se dignó esconderse en las aguas de la raza humana, aceptó ser atrapado por el lazo de nuestra muerte y fue como colocado en el fuego por los dolores sufridos en el tiempo de la pasión» (Hom. in Evang XXIV, 5: ccl 141, Turnhout, 1999, p. 201).
Gracias a estos signos muy realistas, los discípulos superan la duda inicial y se abren al don de la fe; y esta fe les permite entender lo que había sido escrito sobre Cristo «en la ley de Moisés, en los Profetas y en los Salmos» (Lc 24, 44). En efecto, leemos que Jesús «les abrió el entendimiento para comprender las Escrituras y les dijo: “Así está escrito: el Mesías padecerá, resucitará de entre los muertos al tercer día y en su nombre se proclamará la conversión para el perdón de los pecados... Vosotros sois testigos”» (Lc 24, 45-48). El Salvador nos asegura su presencia real entre nosotros a través de la Palabra y de la Eucaristía. Por eso, como los discípulos de Emaús, que reconocieron a Jesús al partir el pan (cf. Lc 24, 35), así también nosotros encontramos al Señor en la celebración eucarística. Al respecto, santo Tomás de Aquino explica que «es necesario reconocer, de acuerdo con la fe católica, que Cristo todo está presente en este sacramento... porque la divinidad jamás abandonó el cuerpo que había asumido» (S. Th. III, q. 76, a. 1).
Queridos amigos, en el tiempo pascual la Iglesia suele administrar la primera Comunión a los niños. Por lo tanto, exhorto a los párrocos, a los padres y a los catequistas a preparar bien esta fiesta de la fe, con gran fervor, pero también con sobriedad. «Este día queda grabado en la memoria, con razón, como el primer momento en que... se percibe la importancia del encuentro personal con Jesús» (Exhort. ap. postsin. Sacramentum caritatis, 19). Que la Madre de Dios nos ayude a escuchar con atención la Palabra del Señor y a participar dignamente en la mesa del sacrificio eucarístico, para convertirnos en testigos de la nueva humanidad.


Después del Regina Caeli


Me complace recordar que ayer, en México, fue proclamada beata María Inés Teresa del Santísimo Sacramento, fundadora de las Misioneras Clarisas del Santísimo Sacramento. Demos gracias a Dios por esta ejemplar hija de la tierra mexicana, que hace poco tuve la dicha de visitar y que llevo siempre en mi corazón.


(En italiano)


Saludo, por último, a los peregrinos de lengua italiana, en particular al grupo «Niños en misión de paz», de la UNITALSI, acompañado por el alcalde de Roma, Gianni Alemanno. Gracias por vuestra alegría.


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DISCURSO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
A LOS MIEMBROS DE LA FUNDACIÓN PAPAL

Palacio Apostólico Vaticano
Sala Clementina
Sábado 21 de Abril de 2012

Queridos amigos:
Me agrada saludar a los miembros de la Fundación Papal con ocasión de vuestra peregrinación anual a Roma. Quiera Dios que vuestra visita a las tumbas de los Apóstoles y mártires fortalezcan vuestro amor al Señor crucificado y resucitado, y vuestro compromiso al servicio de su Iglesia. Me alegra tener esta ocasión para agradeceros personalmente vuestro apoyo a una gran variedad de apostolados cercanos al corazón del Sucesor de Pedro.
En los próximos meses tendré el honor de canonizar a dos nuevas santas de América del Norte. La beata Catalina Tekakwitha y la beata madre Mariana Cope son ejemplos notables de santidad y caridad heroica, pero también nos recuerdan el histórico papel desempeñado por las mujeres en la construcción de la Iglesia en América. Que gracias a su ejemplo e intercesión todos vosotros seáis confirmados en la búsqueda de la santidad y en vuestros esfuerzos por contribuir al crecimiento del reino de Dios en el corazón de las personas hoy. A través de la obra de la Fundación Papal ayudáis a impulsar la misión evangelizadora de la Iglesia, a promover la educación y el desarrollo integral de nuestros hermanos y hermanas en los países más pobres, y a sostener los esfuerzos misioneros de numerosas diócesis y congregaciones religiosas en todo el mundo.
Durante estos días os pido que recéis continuamente por las necesidades de la Iglesia universal y, en particular, por la libertad de los cristianos de proclamar el Evangelio y llevar su luz a las cuestiones morales urgentes de nuestro tiempo. Con gran afecto os encomiendo a vosotros y a vuestras familias a la amorosa intercesión de María, Madre de la Iglesia, y os imparto cordialmente mi bendición apostólica como prenda de alegría y paz en el Señor resucitado.



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CONCIERTO OFRECIDO POR EL GEWANDHAUS DE LEIPZIG
CON OCASIÓN DEL 85° CUMPLEAÑOS DEL SANTO PADRE

DISCURSO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI 

Palacio Apostólico Vaticano
Sala Pablo VI
Viernes 20 de Abril de 2012


Señor ministro presidente,
distinguidos huéspedes del Estado libre de Sajonia y de la ciudad de Leipzig,
señores cardenales,
venerados hermanos en el episcopado y en el sacerdocio,
amables señores y señoras:

Con esta espléndida ejecución de la sinfonía n. 2 «Lobgesang», de Felix Mendelssohn-Bartholdy, me habéis hecho un precioso regalo a mí, con ocasión de mi cumpleaños, así como a todos los presentes. En efecto, esta sinfonía es un gran himno de alabanza a Dios, una plegaria con la que hemos alabado y dado gracias al Señor por sus dones. Pero, ante todo, quiero dar las gracias a quienes han hecho posible este momento. En primer lugar, a la Gewandhausorchester, que no tiene necesidad de presentación: se trata de una de las orquestas más antiguas del mundo, con una tradición de excelente calidad de ejecución y una notable fama. Un cordial agradecimiento a los óptimos coros y solistas, pero, de modo del todo especial al maestro Riccardo Chailly por su intensa interpretación. Mi gratitud se extiende al ministro presidente y a los representantes del Estado libre de Sajonia, al alcalde y a la delegación de la ciudad de Leipzig y a las autoridades eclesiásticas, así como a los responsables del Gewandhaus y a todos los que han venido de Alemania.
Mendelssohn, sinfonía «Lobgesang» y Gewandhaus: tres elementos unidos no sólo esta tarde, sino desde los comienzos. En efecto, la gran sinfonía para coro, solistas y orquesta que hemos escuchado fue compuesta por Mendelsshon para celebrar el cuarto centenario de la invención de la imprenta, y fue interpretada por primera vez en la Thomaskirche de Leipzig, la iglesia de Johann Sebastian Bach, el 25 de junio de 1840, precisamente por la orquesta del Gewandhaus. En el estrado estaba Mendelssohn en persona, quien durante años fue director de esta antigua y prestigiosa orquesta.
Esta composición consta de tres movimientos sólo para orquesta, sin solución de continuidad, y también de una especie de cantata con solistas y coro. En una carta a su amigo Karl Klingemann, el propio Mendelssohn explicaba que en esta sinfonía «primero alaban los instrumentos de un modo muy propio de ellos, y después el coro y las voces individuales». El arte como alabanza a Dios, Belleza suprema, está en la base del modo de componer de Mendelssohn, y esto no solo por lo que respecta a la música litúrgica o sacra, sino también a toda su producción. Como refiere Julius Schubring, para él la música sacra como tal no estaba un escalón más arriba que la otra; cada una a su manera debía servir para honrar a Dios. Y el lema que Mendelssohn escribió en la partitura de la sinfonía «Lobgesang», reza así: «Quisiera ver todas las artes, en particular la música, al servicio de Aquel que las ha dado y creado». El mundo ético-religioso de nuestro autor no estaba separado de su concepción del arte; antes bien, era parte integrante de él: «Kunst und Leben sind nicht zweierlei», el arte y la vida no son dos cosas distintas, sino una sola cosa, escribió. Una profunda unidad de vida cuyo elemento unificador es la fe, que caracterizó toda la existencia de Mendelssohn y guió sus decisiones. En sus cartas descubrimos este hilo conductor. A su amigo Schirmer, el 9 de enero de 1841, refiriéndose a su familia, le decía: «Ciertamente, a veces hay preocupaciones y días serios… pero no se puede hacer otra cosa que pedir fervientemente a Dios que nos conserve la salud y la felicidad que nos ha dado»; y el 17 de enero de 1843 escribía a Klingemann: «Todos los días doy gracias a Dios de rodillas por todo el bien que me da». Por tanto, una fe sólida, convencida, alimentada de modo profundo por la Sagrada Escritura, como muestran, entre otros, los dos oratorios «Paulus» y «Elias», y la sinfonía que hemos escuchado, llena de referencias bíblicas, sobre todo de los Salmos y de san Pablo. Me resulta difícil destacar algunos de los intensos momentos que hemos vivido esta tarde; solo quiero recordar el maravilloso dúo entre las sopranos y el coro con las palabras «Ich harrete des Herrn, und er neigte sich zu mir und hörte mein Fleh’n», tomadas del salmo 40: «Yo esperaba al Señor; él se inclinó y escuchó mi grito»; es el canto de quien pone toda su esperanza en Dios y sabe con certeza que no será defraudado.
De nuevo, gracias a la orquesta y al coro del Gewandhaus, al coro del Mitteldeutscher Rundfunk(mdr), a los solistas y al director, así como a las autoridades del Estado libre de Sajonia y de la ciudad de Leipzig por la ejecución de esta «obra luminosa», como la llamó Robert Schumann, que nos ha permitido a todos alabar a Dios; y yo, de modo particular, una vez más he podido dar las gracias a Dios por los años de vida y de ministerio.
Quiero concluir con las palabras que Robert Schumann escribió en la revista Neue Zeitschrift für Musik, después de haber asistido a la primera ejecución de la sinfonía que hemos escuchado, y que quieren ser una invitación sobre la cual reflexionar: «Dejad que nosotros, como reza el texto al que tan espléndidamente puso música el maestro, cada vez más “abandonemos la obras de la oscuridad y empuñemos las armas de la luz”». Gracias a todos y buenas tardes.


                               





Audiencias diarias de Benedicto 16 (Viernes 27 de Abril)


Ciudad del Vaticano, 27 Abril 2012 (VIS).- El Santo Padre Benedicto XVI recibió este viernes en el Palacio Apostólico Vaticano en Audiencias Separadas a:

-Cardenal Fernando Filoni, Prefecto de la Congregación para la Evangelización de los Pueblos.

-Arzobispo Mario Roberto Cassari, Nuncio Apostólico en Sudáfrica, Namibia, Lesotho, Swazilandia y Botswana.

-María Jesús Figa López-Palop, Embajadora de España, en visita de despedida.

- Arzobispo Luis Francisco Ladaria Ferrer, S.I., Secretario de la Congregación para la Doctrina de la Fe.

Comentario a la Intención Misionera del Papa para Mayo 2012

"Para que María, Reina del mundo y Estrella de la evangelización, acompañe a todos los misioneros en el anuncio de su Hijo Jesús"


Ciudad del Vaticano (Agencia Fides, 27/04/2012) - Por voluntad de Dios, María, como Madre del Verbo Encarnado está unida indisolublemente a la persona y a la obra de su Hijo. Con su sí, dado de una vez para siempre y renovado cada día, Ella se puso completamente a disposición del Señor. Ella es modelo y tipo de la Iglesia.


En el pasaje lucano de la Visitación, vemos a María ponerse en camino hacia Ain Karim, para asistir a su prima Isabel. Acaba de recibir en su seno a Jesús, concebido virginalmente por obra del Espíritu Santo. Inundada por la alegría, se pone en camino con prisas. El amor la urge a llevar a Isabel la Buena Noticia: el Salvador, Jesús, está entre los hombres. María no puede guardar para sí misma esta gracia. Como dice el Papa Benedicto XVI: "El viaje de María es un auténtico viaje misionero. Es un viaje que la lleva lejos de casa, la impulsa al mundo, a lugares extraños, a sus costumbres diarias; en cierto sentido, la hace llegar hasta confines inalcanzables para ella. Está precisamente aquí, también para todos nosotros, el secreto de nuestra vida de hombres y de cristianos. Nuestra existencia, como personas y como Iglesia, está proyectada hacia fuera de nosotros. Como ya había sucedido con Abraham, se nos pide salir de nosotros mismos, de los lugares de nuestras seguridades, para ir hacia los demás, a lugares y ámbitos distintos. Es el Señor quien nos lo pide: «Recibiréis la fuerza del Espíritu Santo, que vendrá sobre vosotros, y seréis mis testigos... hasta los confines de la tierra» (Hch 1, 8). (Papa, Discurso por la conclusión del mes mariano, 31 Mayo 2010).


Por una parte, María nos precede en la peregrinación de la fe. Ella misma se ha fiado de Dios, y dejando atrás sus seguridades se ha puesto en camino. Ha seguido a su Hijo hasta el final, y le acompaña manteniéndose al pie de la cruz. Se ha convertido así en Madre de la Iglesia. Ella nos acompaña con amor materno, y nos recuerda que su Hijo está siempre con nosotros, como nos lo prometió: "Yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo (Mt 28, 20)". 


S.S. Benedicto XVI señala que María se quedó con Isabel tres meses y durante ese tiempo se dedicó a ayudarla, a prodigarla los cuidados y las atenciones que necesitaba en su estado delicado, dada su maternidad en edad avanzada. María, que se había proclamado esclava del Señor, se dedicó a servir a los hombres, en quienes descubrió la presencia de Dios. 


Pero la misión principal de su viaje no era simplemente el servicio de caridad, sino llevar a Isabel el Hijo que había concebido en su seno. María quiere, por encima de todo, ayudar a otros a encontrar a Jesús. "Nos encontramos así en el corazón y en el culmen de la misión evangelizadora. Este es el significado más verdadero y el objetivo más genuino de todo camino misionero: dar a los hombres el Evangelio vivo y personal, que es el propio Señor Jesús. Y comunicar y dar a Jesús --como atestigua Isabel-- llena el corazón de alegría: «En cuanto llegó a mis oídos la voz de tu saludo, saltó de gozo el niño en mi seno» (Lc 1, 44). Jesús es el verdadero y único tesoro que nosotros tenemos para dar a la humanidad. De él sienten profunda nostalgia los hombres y las mujeres de nuestro tiempo, incluso cuando parecen ignorarlo o rechazarlo" (Benedicto XVI, Discurso por la conclusión del mes mariano, 31 Mayo 2010).

Que la Madre de Dios acompañe a nuestros misioneros en sus dificultades, que les acompañe con su amor materno, que les haga sentir el gozo y la alegría de llevar a Cristo a los hombres.

jueves, 26 de abril de 2012

BENEDICTO XVI: Regina Caeli (Ab.15), Audiencia (Ab.18), Discurso y Homilía (Ab.16) y Mensaje (Ab.18)


REGINA CAELI DEL PAPA BENEDICTO XVI

Domingo de la Divina Misericordia 
15 de Abril de 2012


Queridos hermanos y hermanas:


Cada año, al celebrar la Pascua, revivimos la experiencia de los primeros discípulos de Jesús, la experiencia del encuentro con él resucitado: el Evangelio de san Juan dice que lo vieron aparecer en medio de ellos, en el cenáculo, la tarde del mismo día de la Resurrección, «el primero de la semana», y luego «ocho días después» (cf. Jn 20, 19.26). Ese día, llamado después «domingo», «día del Señor», es el día de la asamblea, de la comunidad cristiana que se reúne para su culto propio, es decir la Eucaristía, culto nuevo y distinto desde el principio del judío del sábado. De hecho, la celebración del día del Señor es una prueba muy fuerte de la Resurrección de Cristo, porque sólo un acontecimiento extraordinario y trascendente podía inducir a los primeros cristianos a iniciar un culto diferente al sábado judío.
Entonces, como ahora, el culto cristiano no es sólo una conmemoración de acontecimientos pasados, y mucho menos una experiencia mística particular, interior, sino fundamentalmente un encuentro con el Señor resucitado, que vive en la dimensión de Dios, más allá del tiempo y del espacio, y sin embargo está realmente presente en medio de la comunidad, nos habla en las Sagradas Escrituras, y parte para nosotros el Pan de vida eterna. A través de estos signos vivimos lo que experimentaron los discípulos, es decir, el hecho de ver a Jesús y al mismo tiempo no reconocerlo; de tocar su cuerpo, un cuerpo verdadero, pero libre de ataduras terrenales.
Es muy importante lo que refiere el Evangelio, o sea, que Jesús, en las dos apariciones a los Apóstoles reunidos en el cenáculo, repitió varias veces el saludo: «Paz a vosotros» (Jn 20, 19.21.26). El saludo tradicional, con el que se desea el shalom, la paz, se convierte aquí en algo nuevo: se convierte en el don de aquella paz que sólo Jesús puede dar, porque es el fruto de su victoria radical sobre el mal. La «paz» que Jesús ofrece a sus amigos es el fruto del amor de Dios que lo llevó a morir en la cruz, a derramar toda su sangre, como Cordero manso y humilde, «lleno de gracia y de verdad» (Jn 1, 14). Por eso el beato Juan Pablo II quiso dedicar este domingo después de Pascua a la Divina Misericordia, con una imagen bien precisa: la del costado traspasado de Cristo, del que salen sangre y agua, según el testimonio ocular del apóstol san Juan (cf. Jn 19, 34-37). Pero Cristo ya ha resucitado, y de él vivo brotan los sacramentos pascuales del Bautismo y la Eucaristía: los que se acercan a ellos con fe reciben el don de la vida eterna.
Queridos hermanos y hermanas, acojamos el don de la paz que nos ofrece Jesús resucitado; dejémonos llenar el corazón de su misericordia. De esta manera, con la fuerza del Espíritu Santo, el Espíritu que resucitó a Cristo de entre los muertos, también nosotros podemos llevar a los demás estos dones pascuales. Que nos lo obtenga María santísima, Madre de Misericordia.

Después del Regina Caeli


Queridos hermanos y hermanas, deseo ante todo saludar a los peregrinos que han participado en la santa misa presidida por el cardenal vicario Agostino Vallini en la iglesia del Espíritu Santo en Sassia, lugar privilegiado de culto de la Divina Misericordia, donde se veneran de modo especial también a santa Faustina Kowalska y al beato Juan Pablo II. A todos deseo que seáis testigos del amor misericordioso de Cristo. Gracias por vuestra presencia.


(En francés)


El jueves próximo, con ocasión del séptimo aniversario de mi elección a la Sede de Pedro, os pido que oréis por mí, para que el Señor me dé la fuerza para cumplir la misión que me ha confiado. Que la Virgen María, Madre de los creyentes, nos ayude a vivir en la alegría de Pascua.


(En lengua española)


En el Evangelio de este domingo se nos narra cómo el Señor Resucitado se presenta a los discípulos, diciéndoles: «Paz a vosotros». La paz es el don maravilloso de la Pascua. Gracias a ella la comunidad se fortalece con un vínculo nuevo que la une entre sí y con Cristo, preparándola para la misión. Así, colmados de su Espíritu, podemos testimoniar al mundo la victoria de nuestro Dios y Señor. ¡Feliz domingo!.


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AUDIENCIA GENERAL DEL PAPA BENEDICTO XVI
Plaza de San Pedro
Miércoles 18 de Abril de 2012


Queridos hermanos y hermanas:


Después de las grandes fiestas, volvemos ahora a las catequesis sobre la oración. En la audiencia antes de la Semana Santa reflexionamos sobre la figura de la santísima Virgen María, presente en medio de los Apóstoles en oración mientras esperaban la venida del Espíritu Santo. Un clima de oración acompaña los primeros pasos de la Iglesia. Pentecostés no es un episodio aislado, porque la presencia y la acción del Espíritu Santo guían y animan constantemente el camino de la comunidad cristiana. En los Hechos de los Apóstoles, san Lucas, además de narrar la gran efusión acontecida en el Cenáculo cincuenta días después de la Pascua (cf. Hch 2, 1-13), refiere otras irrupciones extraordinarias del Espíritu Santo, que se repiten en la historia de la Iglesia. Hoy deseo reflexionar sobre lo que se ha definido el «pequeño Pentecostés», que tuvo lugar en el culmen de una fase difícil en la vida de la Iglesia naciente.
Los Hechos de los Apóstoles narran que, después de la curación de un paralítico a las puertas del templo de Jerusalén (cf. Hch 3, 1-10), Pedro y Juan fueron arrestados (cf. Hch 4, 1) porque anunciaban la resurrección de Jesús a todo el pueblo (cf. Hch 3, 11-26). Tras un proceso sumario, fueron puestos en libertad, se reunieron con sus hermanos y les narraron lo que habían tenido que sufrir por haber dado testimonio de Jesús resucitado. En aquel momento, dice san Lucas, «todos invocaron a una a Dios en voz alta» (Hch 4, 24). Aquí san Lucas refiere la oración más amplia de la Iglesia que encontramos en el Nuevo Testamento, al final de la cual, como hemos escuchado, «tembló el lugar donde estaban reunidos; los llenó a todos el Espíritu Santo, y predicaban con valentía la palabra de Dios» (At 4, 31).
Antes de considerar esta hermosa oración, notemos una importante actitud de fondo: frente al peligro, a la dificultad, a la amenaza, la primera comunidad cristiana no trata de hacer un análisis sobre cómo reaccionar, encontrar estrategias, cómo defenderse, qué medidas adoptar, sino que ante la prueba se dedica a orar, se pone en contacto con Dios.
Y ¿qué característica tiene esta oración? Se trata de una oración unánime y concorde de toda la comunidad, que afronta una situación de persecución a causa de Jesús. En el original griego san Lucas usa el vocablo «homothumadon» —«todos juntos», «concordes»— un término que aparece en otras partes de los Hechos de los Apóstoles para subrayar esta oración perseverante y concorde (cf. Hch 1, 14; 2, 46). Esta concordia es el elemento fundamental de la primera comunidad y debería ser siempre fundamental para la Iglesia. Entonces no es sólo la oración de Pedro y de Juan, que se encontraron en peligro, sino de toda la comunidad, porque lo que viven los dos Apóstoles no sólo les atañe a ellos, sino también a toda la Iglesia. Frente a las persecuciones sufridas a causa de Jesús, la comunidad no sólo no se atemoriza y no se divide, sino que se mantiene profundamente unida en la oración, como una sola persona, para invocar al Señor. Este, diría, es el primer prodigio que se realiza cuando los creyentes son puestos a prueba a causa de su fe: la unidad se consolida, en vez de romperse, porque está sostenida por una oración inquebrantable. La Iglesia no debe temer las persecuciones que en su historia se ve obligada a sufrir, sino confiar siempre, como Jesús en Getsemaní, en la presencia, en la ayuda y en la fuerza de Dios, invocado en la oración.
Demos un paso más: ¿qué pide a Dios la comunidad cristiana en este momento de prueba? No pide la incolumidad de la vida frente a la persecución, ni que el Señor castigue a quienes encarcelaron a Pedro y a Juan; pide sólo que se le conceda «predicar con valentía» la Palabra de Dios (cf. Hch 4, 29), es decir, pide no perder la valentía de la fe, la valentía de anunciar la fe. Sin embargo, antes de comprender a fondo lo que ha sucedido, trata de leer los acontecimientos a la luz de la fe y lo hace precisamente a través de la Palabra de Dios, que nos ayuda a descifrar la realidad del mundo.
En la oración que eleva al Señor, la comunidad comienza recordando e invocando la grandeza y la inmensidad de Dios: «Señor, tú que hiciste el cielo, la tierra, el mar y todo lo que hay en ellos» (Hch4, 24). Es la invocación al Creador: sabemos que todo viene de él, que todo está en sus manos. Esta es la convicción que nos da certeza y valentía: todo viene de él, todo está en sus manos. Luego pasa a reconocer cómo ha actuado Dios en la historia —por tanto, comienza con la creación y sigue con la historia—, cómo ha estado cerca de su pueblo manifestándose como un Dios que se interesa por el hombre, que no se ha retirado, que no abandona al hombre, su criatura; y aquí se cita explícitamente el Salmo 2, a la luz del cual se lee la situación de dificultad que está viviendo en ese momento la Iglesia. El Salmo 2 celebra la entronización del rey de Judá, pero se refiere proféticamente a la venida del Mesías, contra el cual nada podrán hacer la rebelión, la persecución, los abusos de los hombres: «¿Por qué se amotinan las naciones y los pueblos planean proyectos vanos? Se presentaron los reyes de la tierra, los príncipes conspiraron contra el Señor y contra su Mesías» (Hch 4, 25-26). Esto es lo que ya dice proféticamente el Salmo sobre el Mesías, y en toda la historia es característica esta rebelión de los poderosos contra el poder de Dios. Precisamente leyendo la Sagrada Escritura, que es Palabra de Dios, la comunidad puede decir a Dios en su oración: «En verdad se aliaron en esta ciudad... contra tu santo siervo Jesús, a quien ungiste, para realizar cuanto tu mano y tu voluntad habían determinado que debía suceder» (Hch 4, 27-28). Lo sucedido es leído a la luz de Cristo, que es la clave para comprender también la persecución, la cruz, que siempre es la clave para la Resurrección. La oposición hacia Jesús, su Pasión y Muerte, se releen, a través del Salmo 2, como cumplimiento del proyecto de Dios Padre para la salvación del mundo. Y aquí se encuentra también el sentido de la experiencia de persecución que está viviendo la primera comunidad cristiana; esta primera comunidad no es una simple asociación, sino una comunidad que vive en Cristo; por lo tanto, lo que le sucede forma parte del designio de Dios. Como aconteció a Jesús, también los discípulos encuentran oposición, incomprensión, persecución. En la oración, la meditación sobre la Sagrada Escritura a la luz del misterio de Cristo ayuda a leer la realidad presente dentro de la historia de salvación que Dios realiza en el mundo, siempre a su modo.
Precisamente por esto la primera comunidad cristiana de Jerusalén no pide a Dios en la oración que la defienda, que le ahorre la prueba, el sufrimiento, no pide tener éxito, sino solamente poder proclamar con «parresia», es decir, con franqueza, con libertad, con valentía, la Palabra de Dios (cf. Hch 4, 29).
Luego añade la petición de que este anuncio vaya acompañado por la mano de Dios, para que se realicen curaciones, señales, prodigios (cf. Hch 4, 30), es decir, que sea visible la bondad de Dios, como fuerza que transforme la realidad, que cambie el corazón, la mente, la vida de los hombres y lleve la novedad radical del Evangelio.
Al final de la oración —anota san Lucas— «tembló el lugar donde estaban reunidos; los llenó a todos el Espíritu Santo, y predicaban con valentía la Palabra de Dios» (Hch 4, 31). El lugar tembló, es decir, la fe tiene la fuerza de transformar la tierra y el mundo. El mismo Espíritu que habló por medio del Salmo 2 en la oración de la Iglesia, irrumpe en la casa y llena el corazón de todos los que han invocado al Señor. Este es el fruto de la oración coral que la comunidad cristiana eleva a Dios: la efusión del Espíritu, don del Resucitado que sostiene y guía el anuncio libre y valiente de la Palabra de Dios, que impulsa a los discípulos del Señor a salir sin miedo para llevar la buena nueva hasta los confines del mundo.
También nosotros, queridos hermanos y hermanas, debemos saber llevar los acontecimientos de nuestra vida diaria a nuestra oración, para buscar su significado profundo. Y como la primera comunidad cristiana, también nosotros, dejándonos iluminar por la Palabra de Dios, a través de la meditación de la Sagrada Escritura, podemos aprender a ver que Dios está presente en nuestra vida, presente también y precisamente en los momentos difíciles, y que todo —incluso las cosas incomprensibles— forma parte de un designio superior de amor en el que la victoria final sobre el mal, sobre el pecado y sobre la muerte es verdaderamente la del bien, de la gracia, de la vida, de Dios.
Como sucedió a la primera comunidad cristiana, la oración nos ayuda a leer la historia personal y colectiva en la perspectiva más adecuada y fiel, la de Dios. Y también nosotros queremos renovar la petición del don del Espíritu Santo, para que caliente el corazón e ilumine la mente, a fin de reconocer que el Señor realiza nuestras invocaciones según su voluntad de amor y no según nuestras ideas. Guiados por el Espíritu de Jesucristo, seremos capaces de vivir con serenidad, valentía y alegría cualquier situación de la vida y con san Pablo gloriarnos «en las tribulaciones, sabiendo que la tribulación produce paciencia; la paciencia, virtud probada, esperanza»: la esperanza que «no defrauda, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que se nos ha dado» (Rm 5, 3-5). Gracias.

Saludos


Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española, en particular a los participantes en el Curso de actualización sacerdotal que se celebra en el Pontificio Colegio Español de San José, al Capítulo General de las Religiosas de María Inmaculada y a los demás grupos provenientes de España, México, Perú, Argentina y otros países latinoamericanos. Invito a todos a pedir a Dios, que también hoy su Espíritu ilumine nuestra lectura de la Sagrada Escritura y sostenga el anuncio libre y valiente de su Palabra hasta los confines de la tierra. Muchas gracias.


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DISCURSO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
A UNA DELEGACIÓN DE BAVIERA
EN EL DÍA DE SU 85º CUMPLEAÑOS

Palacio Apostólico Vaticano
Sala Clementina
Lunes 16 de Abril de 2012


Querido señor ministro presidente,
eminencia,
queridos hermanos del episcopado,
queridos amigos:



Dispensadme de recordar todos los nombres y títulos uno por uno; sería demasiado largo... Pero os aseguro que he leído dos veces la lista de los invitados, de los que han venido, y la he leído con el corazón. Al hacerlo os he saludado, para mis adentros, a cada uno personalmente: ninguno está presente de forma anónima. En mi interior os he visto a todos y me siento feliz de poder saludaros aquí. He tenido una conversación con cada uno de vosotros. Os doy la bienvenida a todos.
¿Qué decir en esta ocasión? Mi sentimiento va más allá de las palabras y, por tanto, debo proponer, a modo de agradecimiento, aquello que no puedo expresar plenamente. Pero quiero darle las gracias de todo corazón a usted, señor ministro presidente, por sus palabras: usted ha hecho hablar al corazón de Baviera, un corazón cristiano, católico, y al hacerlo me ha conmovido y al mismo tiempo me ha hecho recordar todo aquello que ha sido importante en mi vida. Asimismo, quiero agradecerle a usted, señor cardenal, las afectuosas palabras que me ha dirigido como pastor de la diócesis de la que provengo y a la que pertenezco como sacerdote, en la que crecí y a la que interiormente siempre pertenezco, recordando al mismo tiempo el aspecto cristiano, nuestra fe en su belleza y grandeza.
Querido señor ministro presidente, usted ha recogido aquí una especie de imagen especular de la geografía interior y exterior de mi vida; de la geografía exterior, que no obstante es también siempre interior, y que parte de Marktl am Inn, pasa por Tittmoning y Aschau, después por Hufschlag, Traunstein y Pentling, hasta Ratisbona… En todas estas etapas, que aquí están presentes, hay siempre un trozo de mi vida, una parte en la que he vivido, he luchado, y que ha contribuido a que llegara a ser como soy y como ahora me encuentro frente a vosotros, y como un día deberé presentarme al Señor. Después, todos los ámbitos de la vida de Baviera: la Iglesia viva de nuestro país está presente; se lo agradezco a los obispos bávaros. También está, gracias a Dios, la dimensión ecuménica, con el obispo de la Iglesia evangélica de Munich... Esto me recuerda la gran amistad que me había unido al obispo Hansemann, que es uno de los tesoros de mis recuerdos y que me testimonian cómo se va adelante. Del mismo modo, recuerdo la comunidad judía con el doctor Lamm y el doctor Snopkowski: también con ellos habían nacido amistades cordiales, que me habían acercado interiormente a la parte judía de nuestro pueblo y al pueblo judío como tal, y que están presentes en mí en virtud del recuerdo. Luego están los medios de comunicación, que llevan al mundo lo que hacemos y lo que decimos… A veces debemos precisarlo un poco, pero ¿qué seríamos sin su servicio? Y después, usted ha presentado la Baviera viva, querido señor ministro presidente, en los niños, en los cuales reconocemos que Baviera sigue siendo fiel a sí misma y que precisamente porque continúa siendo fiel a sí misma permanece joven y progresa. Y a esto se añade la música que he podido escuchar, que me recuerda a mi padre cuando tocaba con la cítara «Gott grüße Dich». Así han vuelto los sonidos de mi infancia, pero que son también sonidos del presente y del futuro. «Gott grüße Dich»…
El corazón colmado requeriría numerosas palabras, pero al mismo tiempo me limita porque sería demasiado grande lo que tendría que decir. Sin embargo, al final todo se resume en la única palabra con la cual quiero concluir: «Vergelt’s Gott!», «Que Dios os recompense por ello».


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MISA CON OCASIÓN DEL 85º CUMPLEAÑOS DEL SANTO PADRE

HOMILÍA DE SU SANTIDAD BENEDICTO XVI

Capilla Paulina
Lunes 16 de Abril de 2012

Señores cardenales,
queridos hermanos en el episcopado y en el sacerdocio,
queridos hermanos y hermanas:



En el día de mi cumpleaños y de mi Bautismo, el 16 de abril, la liturgia de la Iglesia ha puesto tres señales que me indican a dónde lleva el camino y que me ayudan a encontrarlo. En primer lugar, la memoria de santa Bernardita Soubirous, la vidente de Lourdes; luego, uno de los santos más peculiares de la historia de la Iglesia, Benito José Labre; y después, sobre todo, el hecho de que este día se encuentra todavía inmerso en el Misterio pascual, en el Misterio de la Cruz y de la Resurrección, y en el año de mi nacimiento se manifestó de un modo particular: era el Sábado Santo, el día del silencio de Dios, de su aparente ausencia, de la muerte de Dios, pero también el día en el que se anunciaba la Resurrección.
A Bernardita Soubirous, la muchacha sencilla del sur, de los Pirineos, todos la conocemos y la amamos. Bernardita creció en la Francia ilustrada del siglo XIX, en una pobreza difícilmente imaginable. La cárcel, que había sido abandonada por ser demasiado insalubre, se convirtió al final —después de algunas dudas— en la morada de la familia, en la que transcurrió su infancia. No tuvo la posibilidad de recibir formación escolar; sólo un poco de catecismo para prepararse a la Primera Comunión. Pero precisamente esta muchacha sencilla, que en su corazón había permanecido pura y limpia, tenía el corazón que ve, era capaz de ver a la Madre del Señor y en ella el reflejo de la belleza y de la bondad de Dios. A esta joven María podía manifestarse y a través de ella hablar al siglo e incluso más allá del siglo. Bernardita sabía ver, con el corazón puro y genuino. Y María le indica la fuente: ella puede descubrir la fuente de agua viva, pura e incontaminada; agua que es vida, agua que da pureza y salud. Y, a través de los siglos, esta agua ya es un signo de parte de María, un signo que indica dónde se hallan las fuentes de la vida, dónde podemos purificarnos, dónde encontramos lo que está incontaminado. En nuestro tiempo, en el que vemos el mundo tan agitado, y en el que existe la necesidad del agua, del agua pura, este signo es mucho más grande. De María, de la Madre del Señor, del corazón puro viene también el agua pura, genuina, que da la vida, el agua que en este siglo —y en los siglos futuros— nos purifica y nos cura.
Creo que podemos considerar esta agua como una imagen de la verdad que sale a nuestro encuentro en la fe: la verdad no simulada, sino incontaminada. De hecho, para poder vivir, para poder llegar a ser puros, necesitamos tener en nosotros la nostalgia de la vida pura, de la verdad no tergiversada, de lo que no está contaminado por la corrupción, del ser hombres sin mancha. Pues bien, este día, esta pequeña santa siempre ha sido para mí un signo que me ha indicado de dónde proviene el agua viva que necesitamos —el agua que nos purifica y que da la vida—, y un signo de cómo deberíamos ser: con todo el saber y todas las capacidades, que también son necesarios, no debemos perder el corazón sencillo, la mirada sencilla del corazón, capaz de ver lo esencial; y siempre debemos pedir al Señor que nos ayude a conservar en nosotros la humildad que permite al corazón ser clarividente —ver lo que es sencillo y esencial, la belleza y la bondad de Dios— y encontrar así la fuente de la que brota el agua que da la vida y purifica.
Luego está Benito José Labre, el piadoso peregrino mendicante del siglo XVIII que, después de varios intentos inútiles, encontró finalmente su vocación de peregrinar como mendicante —sin nada, sin ningún apoyo, sin quedarse para sí con nada de lo que recibía, salvo lo absolutamente necesario—, peregrinar a través de toda Europa, a todos los santuarios de Europa, desde España hasta Polonia y desde Alemania hasta Sicilia: ¡un santo verdaderamente europeo! Podemos decir también: un santo un poco peculiar que, mendigando, vagabundea de un santuario a otro y no quiere hacer más que rezar y así dar testimonio de lo que cuenta en esta vida: Dios. Ciertamente, no representa un ejemplo para emular, pero es una señal, es un dedo que indica hacia lo esencial. Nos muestra que sólo Dios basta; que más allá de todo lo que puede haber en este mundo, más allá de nuestras necesidades y capacidades, lo que cuenta, lo esencial es conocer a Dios. Sólo Dios basta. Y este «sólo Dios» él nos lo indica de un modo dramático. Y, al mismo tiempo, esta vida realmente europea que, de santuario en santuario, abraza todo el continente europeo hace evidente que aquel que se abre a Dios no se aleja del mundo y de los hombres, sino que encuentra hermanos, porque por parte de Dios caen las fronteras; sólo Dios puede eliminar las fronteras porque gracias a él todos somos hermanos, formamos parte los unos de los otros; hace presente que la unicidad de Dios significa, al mismo tiempo, la fraternidad y la reconciliación de los hombres, el derribo de las fronteras que nos une y nos cura. Así Benito José Labre es un santo de la paz precisamente porque es un santo sin ninguna exigencia, que muere pobre de todo pero bendecido con todo.
Y, por último, está el Misterio pascual. En el mismo día en que nací, gracias a la diligencia de mis padres, también renací por el agua y por el Espíritu, como acabamos de escuchar en el Evangelio. En primer lugar, está el don de la vida, que mis padres me hicieron en tiempos muy difíciles, y por el cual les debo dar las gracias. Pero no se debe dar por descontado que la vida del hombre es un don en sí misma. ¿Puede ser verdaderamente un hermoso don? ¿Sabemos qué amenazas se ciernen sobre el hombre en los tiempos oscuros que se encontrará, e incluso en los más luminosos que podrán venir? ¿Podemos prever a qué afanes, a qué terribles acontecimientos podrá quedar expuesto? ¿Es justo dar la vida así, sencillamente? ¿Es responsable o es demasiado incierto? Es un don problemático, si se considera sólo en sí mismo. La vida biológica de por sí es un don, pero está rodeada de una gran pregunta. Sólo se transforma en un verdadero don si, junto con ella, se puede dar una promesa que es más fuerte que cualquier desventura que nos pueda amenazar, si se la sumerge en una fuerza que garantiza que ser hombre es un bien, que para esta persona es un bien cualquier cosa que pueda traer el futuro. Así, al nacimiento se une el renacimiento, la certeza de que, en verdad, es un bien existir, porque la promesa es más fuerte que las amenazas. Este es el sentido del renacimiento por el agua y por el Espíritu: ser inmersos en la promesa que sólo Dios puede hacer: es un bien que tú existas, y puedes estar seguro de ello, suceda lo que suceda. Por esta certeza he podido vivir, renacido por el agua y por el Espíritu. Nicodemo pregunta al Señor: «¿Acaso un viejo puede renacer?». Ahora bien, el renacimiento se nos da en el Bautismo, pero nosotros debemos crecer continuamente en él, debemos dejarnos sumergir siempre de nuevo en su promesa, para renacer verdaderamente en la grande y nueva familia de Dios, que es más fuerte que todas las debilidades y que todas las potencias negativas que nos amenazan. Por eso, este es un día de gran acción de gracias.
El día en que fui bautizado, como he dicho, era Sábado Santo. Entonces se acostumbraba todavía anticipar la Vigilia pascual en la mañana, a la que seguiría aún la oscuridad del Sábado Santo, sin el Aleluya. Me parece que esta singular paradoja, esta singular anticipación de la luz en un día oscuro, puede ser en cierto sentido una imagen de la historia de nuestros días. Por un lado, aún está el silencio de Dios y su ausencia, pero en la Resurrección de Cristo ya está la anticipación del «sí» de Dios; y por esta anticipación nosotros vivimos y, a través del silencio de Dios, escuchamos su palabra; y a través de la oscuridad de su ausencia vislumbramos su luz. La anticipación de la Resurrección en medio de una historia que se desarrolla es la fuerza que nos indica el camino y que nos ayuda a seguir adelante.
Damos gracias a Dios porque nos ha dado esta luz y le pedimos que esa luz permanezca siempre. Y en este día tengo motivo para darle las gracias a él y a todos los que siempre me han hecho percibir la presencia del Señor, que me han acompañado para que no perdiera la luz.
Me encuentro ante el último tramo del camino de mi vida y no sé lo que me espera. Pero sé que la luz de Dios existe, que él ha resucitado, que su luz es más fuerte que cualquier oscuridad; que la bondad de Dios es más fuerte que todo mal de este mundo. Y esto me ayuda a avanzar con seguridad. Esto nos ayuda a nosotros a seguir adelante, y en esta hora doy las gracias de corazón a todos los que continuamente me hacen percibir el «sí» de Dios a través de su fe.
Al final, cardenal decano, le agradezco sus palabras de amistad fraterna, y su colaboración en todos estos años. Y expreso mi profundo agradecimiento a todos los colaboradores de los treinta años que he vivido en Roma, que me han ayudado a llevar el peso de mi responsabilidad. Gracias. Amén. 


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MENSAJE DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
CON OCASIÓN DEL VII CONGRESO MUNDIAL
DE PASTORAL DEL TURISMO
[Cancún, México 23-27 de Abril de 2012]

A los Venerados Hermanos,
Señor Cardenal Antonio Maria Vegliò,
Presidente del Pontificio Consejo para la Pastoral
de los Emigrantes e Itinerantes,
y Mons. Pedro Pablo Elizondo Cárdenas, L.C.,
Obispo Prelado de Cancún-Chetumal



Con ocasión del VII Congreso Mundial de Pastoral del Turismo, que se celebrará en Cancún (México), del 23 al 27 de abril, deseo dirigiros mi cordial saludo, que hago extensivo a los venerados Hermanos en el Episcopado y a los participantes en esta importante reunión. Al comienzo de estas jornadas de reflexión sobre la labor pastoral que la Iglesia lleva a cabo en el ámbito del turismo, quiero hacer llegar a los congresistas mi cercanía espiritual, así como mi saludo deferente a las autoridades civiles y a los representantes de organizaciones internacionales que han querido estar presentes en este evento.
El turismo es ciertamente un fenómeno característico de nuestra época, tanto por las significativas dimensiones que ha alcanzado como por las perspectivas de crecimiento que se prevén. Al igual que toda realidad humana, debe ser iluminado y transformado por la Palabra de Dios. Desde esta convicción, la Iglesia, con su solicitud pastoral, y siendo consciente del importante influjo que este fenómeno tiene sobre el ser humano, lo acompaña desde sus primeros pasos, alienta y promueve sus potencialidades, al mismo tiempo que señala y trabaja por corregir sus riesgos y desviaciones.
El turismo, junto con las vacaciones y el tiempo libre, aparece como un espacio privilegiado para la restauración física y espiritual, posibilita el encuentro de quienes pertenecen a culturas diversas, y es ocasión de acercamiento a la naturaleza, favoreciendo por todo ello la escucha y la contemplación, la tolerancia y la paz, el diálogo y la armonía en medio de la diversidad.
El viaje es manifestación de nuestro ser homo viator, al mismo tiempo que refleja ese otro itinerario, más profundo y significativo, que estamos llamados a recorrer: el que nos conduce al encuentro con Dios. La posibilidad que nos brindan los viajes de admirar la belleza de los pueblos, de las culturas y de la naturaleza, nos puede conducir a Dios, favoreciendo la experiencia de fe, «pues por la grandeza y hermosura de las criaturas se llega por analogía a contemplar a su creador» (Sb 13,5). Por otra parte el turismo, como toda realidad humana, no está exento de peligros ni elementos negativos. Se trata de males que hay que afrontar urgentemente, ya que conculcan los derechos y la dignidad de millones de hombres y mujeres, especialmente de los pobres, los menores y los discapacitados. El turismo sexual es una de las formas más abyectas de estas desviaciones que devastan, desde el punto de vista moral, psicológico y sanitario, la vida de las personas, de tantas familias y, a veces, de comunidades enteras. La trata de seres humanos por motivos sexuales o para trasplantes de órganos, así como la explotación de menores, su abandono en manos de personas sin escrúpulos, el abuso, la tortura, se producen tristemente en muchos contextos turísticos. Todo esto ha de inducir a aquellos que se dedican pastoralmente o por motivos de trabajo al mundo del turismo, y a toda la comunidad internacional, a aumentar la vigilancia, a prevenir y contrastar estas aberraciones.
En la encíclica Caritas in veritate quise enmarcar el fenómeno del turismo internacional en el contexto del desarrollo humano integral. «Hay que pensar, pues, en un turismo distinto, capaz de promover un verdadero conocimiento recíproco, que nada quite al descanso y a la sana diversión» (n. 61). Os invito a que vuestro Congreso, reunido precisamente bajo el lema, El turismo que marca la diferencia, colabore a desplegar esa pastoral que nos conduzca paulatinamente hacia este «turismo distinto».
Deseo destacar tres ámbitos en los que la pastoral del turismo debe centrar su atención. En primer lugar, iluminar este fenómeno con la doctrina social de la Iglesia, promoviendo una cultura del turismo ético y responsable, de modo que llegue a ser respetuoso con la dignidad de las personas y de los pueblos, accesible a todos, justo, sostenible y ecológico. El disfrute del tiempo libre y las vacaciones periódicas son una oportunidad, así como un derecho. La Iglesia desea seguir ofreciendo su sincera colaboración, desde el ámbito que le es propio, para hacer que este derecho sea una realidad para todos los seres humanos, especialmente para los colectivos más desfavorecidos.
En segundo lugar, la acción pastoral nunca debe olvidar la via pulchritudinis, la «vía de la belleza». Muchas de las manifestaciones del patrimonio histórico-cultural religioso «son auténticos caminos hacia Dios, la Belleza suprema; más aún, son una ayuda para crecer en la relación con él, en la oración. Se trata de las obras que nacen de la fe y que expresan la fe» (Audiencia general, 31 agosto 2011). Es importante cuidar la acogida y organizar las visitas turísticas siempre desde el respeto al lugar sagrado y a la función litúrgica para la que nacieron muchas de estas obras y que sigue siendo su destino primordial.
Y, en tercer lugar, la pastoral del turismo ha de acompañar a los cristianos en el disfrute de sus vacaciones y tiempo libre, de modo que sean de provecho para su crecimiento humano y espiritual. Éste es ciertamente «un tiempo oportuno para que el cuerpo se relaje y también para alimentar el espíritu con tiempos más largos de oración y de meditación, para crecer en la relación personal con Cristo y conformarse cada vez más a sus enseñanzas» (Ángelus, 15 julio 2007).
La nueva evangelización, a la que todos estamos convocados, nos exige tener presente y aprovechar las numerosas ocasiones que el fenómeno del turismo nos ofrece para presentar a Cristo como respuesta suprema a los interrogantes del hombre de hoy.
Exhorto pues a que la pastoral del turismo forme parte, con pleno derecho, de la pastoral orgánica y ordinaria de la Iglesia, de modo que coordinando los proyectos y esfuerzos, respondamos con mayor fidelidad al mandato misionero del Señor.
Con estos sentimientos, confío los frutos de este Congreso a la poderosa intercesión de María Santísima, Nuestra Señora de Guadalupe y, como prenda de abundantes favores divinos, imparto complacido a todos los congresistas la implorada Bendición Apostólica.
Vaticano, 18 de Abril de 2012
BENEDICTUS PP. XVI

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Audiencias diarias de Benedicto XVI (Jueves 26 de Abril)


Ciudad del Vaticano, 26 Abril 2012 (VIS).- El Santo Padre Benedicto XVI recibió esta mañana en el Palacio Apostólico Vaticano en Audiencias Separadas a:

* Arzobispo Salvatore Fisichella, Presidente del Pontificio Consejo para la Promoción de la Nueva Evangelización;

* Arzobispo François Bacqué, Nuncio Apostólico;

* Seis prelados de la Conferencia de los Obispos Católicos de los Estados Unidos de América (Región XII), en Visita “Ad limina Apostolorum”:

- Arzobispo John George Vlazny, de Portland en Oregon;

- Obispo electo Liam Stephen Cary, de Baker, acompañado por el Administrador Apostólico, el Obispo Mons. William Stephen Skylstad, emérito de Spokane;

-Obispo Michael Patrick Driscoll, de Boise City;

-Obispo Michael William Warfel, de Great Falls-Billings;

-Obispo George Leo Thomas, de Helena.

El rostro de la Iglesia brille con claridad en medio del noble pueblo chino


Ciudad del Vaticano, 26 Abril 2012 (VIS).- Del 23 al 25 de Abril se ha reunido en el Vaticano, por quinta vez, la Comisión instituida en 2007 por el Papa Benedicto XVI para estudiar las cuestiones de mayor importancia relativas a la vida de la Iglesia católica en China. Al final de la reunión plenaria, se ha emitido el comunicado que publicamos más abajo:

“La Comisión, con profunda cercanía espiritual a todos los hermanos y hermanas en la fe que viven en China, ha reconocido los dones de fidelidad y dedicación que, en el transcurso de un año, el Señor ha dado a su Iglesia”.

“Los participantes han profundizado el tema de la formación de los fieles laicos, teniendo en cuenta, además, el 'Año de la Fe' que ha proclamado el Santo Padre desde el 11 Octubre de 2012 hasta el 24 Noviembre 2013. Las palabras del Evangelio: 'Y Jesús crecía en sabiduría, edad y gracia ante Dios y ante los hombres' (Lc 2, 52) ilustran la tarea a la que están llamados los fieles laicos católicos en China. En primer lugar, deben entrar cada vez más profundamente en la vida de la Iglesia, nutridos por la doctrina, conscientes de su pertenencia eclesial y coherentes con las exigencias de la vida en Cristo. Todo ello requiere la escucha de la Palabra de Dios en la fe. En esta perspectiva les servirá de gran ayuda el profundo conocimiento del Catecismo de la Iglesia Católica. En segundo lugar, están llamados a participar en la vida civil y el mundo del trabajo, ofreciendo con plena responsabilidad la contribución que es propia de ellos: amar la vida y respetarla desde la concepción hasta su fin natural; amar a la familia promoviendo los valores que son , igualmente, propios de la cultura tradicional china; amar a la patria, como ciudadanos honestos y solícitos de bien común. 

Como afirma un proverbio chino: 'El camino del gran conocimiento consiste en manifestar las virtudes luminosas, en renovar y acercar a las personas y en alcanzar el bien supremo'. En tercer lugar, los laicos de China deben crecer en gracia ante Dios y ante los hombres, nutriendo y perfeccionando su vida espiritual como miembros activos de la comunidad parroquial y abriéndose al apostolado, también con la ayuda de asociaciones y movimientos eclesiales, que favorezcan su formación permanente”.

“En este sentido, la Comisión ha observado con alegría que el anuncio del Evangelio, que brindan comunidades católicas a veces humildes y sin recursos materiales, lleva cada cada año a muchos adultos a pedir el bautismo. Se ha hecho hincapié, por lo tanto, en la necesidad de que las diócesis de China promuevan un catecumenado serio, adopten el Rito de Iniciación Cristiana de Adultos y cuiden de su formación también después del Bautismo. Los pastores deben hacer todos los esfuerzos posibles para consolidar en los fieles laicos el conocimiento de las enseñanzas del Concilio Vaticano II; en particular la eclesiología y la doctrina social de la Iglesia. Asimismo, será de gran utilidad dedicar una atención especial a la preparación de los agentes pastorales para la evangelización, la catequesis y las obras de caridad. La formación integral de los laicos católicos, especialmente allí donde se registre una rápida evolución social y un significativo desarrollo económico, forma parte del compromiso para que la Iglesia local sea viva y vital. Es deseable, además, que se dedique una atención especial a los fenómenos de la migración interna y de la urbanización”.

“Las indicaciones prácticas, que la Santa Sede ha propuesto y propondrá a la Iglesia universal para una fructuosa celebración del 'Año de la Fe,' serán ciertamente recibidas con entusiasmo y espíritu creativo también en China. Dichas indicaciones estimularán a la comunidad católica a encontrar iniciativas adecuadas para lograr lo que el Papa Benedicto XVI ha escrito sobre los fieles laicos y la familia en la Carta del 27 de Mayo de 2007 a la Iglesia católica en China (cf. nn. 15-16)”.

“Los laicos, por lo tanto, están llamados a participar con celo apostólico en la evangelización del pueblo chino. En virtud de su bautismo y confirmación reciben de Cristo la gracia y la tarea de edificar la Iglesia (cf. Ef 4, 1-16)”.

“La Iglesia necesita buenos obispos, ya que son un don de Dios para su pueblo, a favor del cual ejercen el oficio de enseñar, santificar y gobernar. Asimismo, están llamados a dar razones de vida y esperanza a cuantos encuentran. Los obispos reciben de Cristo, a través de la Iglesia, su misión y su autoridad, que ejercen en unión con el Romano Pontífice y con todos los obispos del mundo”.

“A propósito de la situación específica de la Iglesia en China, se ha notado que persiste la pretensión de los organismos llamados <> de ponerse por encima de la autoridad de los obispos y de guiar la vida de la comunidad eclesial. Al respecto, restan actuales y sirven de orientación las indicaciones ofrecidas en la mencionada Carta del Papa Benedicto XVI (cfr n.7), y es importante atenerse a ellas para que el rostro de la Iglesia brille con claridad en medio del noble pueblo chino”.

“Esta claridad ha sido ofuscada por los eclesiásticos que han recibido ilegítimamente la ordenación episcopal, y por los obispos ilegítimos que han realizado actos de jurisdicción o sacramentales, usurpando un poder que la Iglesia no les ha conferido. En los días pasados, algunos de ellos han participado en consagraciones episcopales autorizadas por la Iglesia. Los comportamientos de estos obispos, además de agravar su posición canónica, han turbado a los fieles y a menudo han forzado la conciencia de los sacerdotes y los fieles afectados”.

“Además, esa claridad ha sido ofuscada por los Obispos legítimos que han participado en ordenaciones episcopales ilegítimas. Muchos de ellos han aclarado su posición y han pedido perdón, y el Santo Padre les ha perdonado benévolamente. Otros, en cambio, todavía no han dado explicaciones, y por tanto se les anima a actuar cuanto antes en tal sentido”.

“Los participantes en la Reunión Plenaria siguen con atención y con espíritu de caridad estos penosos acontecimientos, y, aunque son conscientes de las especiales dificultades de la situación actual, recuerdan que la evangelización no puede realizarse sacrificando elementos esenciales de la fe y de la disciplina católicas. La obediencia a Cristo y al Sucesor de Pedro es el presupuesto de toda verdadera renovación, y ello vale para todos los componentes del Pueblo de Dios. Los mismos laicos son sensibles a la clara fidelidad eclesial de sus pastores”.

“Por lo que se refiere a los sacerdotes, las personas consagradas y los seminaristas, la Comisión ha reflexionado nuevamente sobre la importancia de su formación, alegrándose por el sincero y laudable esfuerzo por elaborar itinerarios adecuados de educación humana, intelectual, espiritual y pastoral para los seminaristas, así como momentos de formación permanente para los presbíteros. También se ha manifestado aprecio por las iniciativas puestas en práctica por varios institutos religiosos femeninos para coordinar actividades de formación para las personas consagradas”.

“Por otra parte, se ha notado que el número de vocaciones a la vida sacerdotal y religiosa ha sufrido un sensible descenso en los últimos años. Los desafíos de la situación llevan a orar al Dueño de la mies y a reforzar la conciencia de que todo sacerdote y toda religiosa, fieles y luminosos en su testimonio evangélico, son el primer signo capaz de animar aún a los jóvenes y las jóvenes de hoy a seguir a Cristo con el corazón indiviso”.

“Finalmente, la Comisión recuerda que el próximo 24 de Mayo, memoria litúrgica de la Beata Virgen María Auxilio de los Cristianos, y Jornada de Oración por la Iglesia en China, será una ocasión especialmente propicia en toda la Iglesia para pedir energía y consuelo, misericordia y valor, para la comunidad católica en China”.